Notas sobre la ontología martiana de la Revolución del 95

Martí pone en primer lugar la ética y su particularidad de lo humano, y después a la universalidad ontológica.
febrero 23, 2021
ontología martiana de la Revolución del 95

 

El 24 de febrero de 1895 es una de las fechas más importante de la historia de Cuba. Al decir de José Martí, la Guerra necesaria; también conocida como la Guerra del 95. Necesaria en dos sentidos, uno, para acabar con el “reposo turbulento” de entreguerras y hacer el “saneamiento y emancipación del país” y, dos, para alcanzar definitivamente la independencia nacional. Además de la continuidad manifiesta de las luchas independentistas, fue una guerra que tuvo por esencia la unidad, tanto generacional como “racial” de los cubanos.

Son muchos los historiadores que han escrito sobre el tema. No está de más recurrir a la memoria histórica de tan significativo acontecimiento. Aunque, por esta ocasión, nos referiremos brevemente al organizador de aquella epopeya, a la figura central de Cuba: José Martí. Nadie duda de que la Guerra del 95 fue la revolución martiana. No sólo lo haremos desde el punto de vista biográfico, sino también desde la idea martiana de la liberación, desde la ontología de su proyecto emancipador.

El poeta francés Arthur Rimbaud dijo que “la verdadera vida está ausente”. Más allá de la connotación metafísica que pueda tener la cita poética, la idea representa lo que está fuera-de-sí, en este caso, fuera de la vida. Este “fuera” no es otra cosa que la exterioridad. Si entendemos por vida (propia) el “mundo” de un individuo, su mundo —como pudiera llamarse “el mundo de Carpentier” o de cualquier otro ser humano—, la ausencia sería lo que no tiene o lo que no “hay”. Entonces la ausencia siempre sería la ausencia de la “otra parte”, de lo Otro. En el proyecto liberador martiano la Cuba decimonónica era la exterioridad colonial de la Metrópolis, representaba lo exterior a España, lo que estaba fuera. Además, la idea denota la generación de movimiento; movimiento hacia otro topos, es decir, hacia un lugar-otro. Este movimiento hacia lo Otro aparece en Martí como un deseo, deseo de ser libre, donde el deseo se torna igual a la necesidad; en este caso, necesidad de la independencia. Es la génesis de la Revolución martiana que se realiza el 24 de febrero de 1895. Al respecto, el filósofo judío Emmanuel Levinas dice que “el deseo tiende hacia lo totalmente otro, hacia lo absolutamente otro” (Levinas 2002, p. 57). Martí agregaría que el deseo y la necesidad se mueven hacia lo radicalmente otro.

En otras palabras, Martí pone en primer lugar la ética y su particularidad de lo humano, y después a la universalidad ontológica.

El mundo europeo, y occidental en general, siempre ha reducido lo Otro al Mismo. Esta mismidad del cogito cartesiano reclama en su egoísmo imperialista la pertenencia para sí del otro. Esto se repite en el mundo colonial y es una constante en el mundo moderno capitalista. La ipseidad socrática que domina el mundo se fundamenta en la “razón” y en el conocimiento, y se fija en la máxima, “no recibir [o aceptar] nada del Otro sino lo que está en mí” (Levinas, p. 67). Martí diría, “la razón universitaria de unos sobre la razón campestre de otros” (OC, t. 6, p. 19). Entonces la razón que se manifiesta como libre neutraliza y coapta lo Otro negándole su libertad. Dicho de otra forma, el cogito subsume la libertad del Otro.

El héroe cubano entendió con absoluta claridad desde bien joven, por la difícil situación del país, por el levantamiento en armas del 68, por el presidio sufrido, por el destierro y por sus experiencias en España que la Metrópolis veía en Cuba no a una colonia, sino a una parte inseparable de su “ser”; cuando el sentir real de los cubanos era el de un Otro para España. La patria estaba “otrificada” para los cubanos. Aquí es donde entra a jugar un papel esencial la ontología, pero no la ontología como fundamento filosófico, sino como el presupuesto ontológico real. Es decir, la ontología como una “relación ética”. Esto es: si el Ser es impersonal, lo más general, lo universal, y el ente es la “cosa” que es, (el) “alguno”, lo particular, Martí invierte esta relación ser-ente, que expone el predominio del ser sobre el ente (lo subordina), para fundar relaciones ónticas donde el ente se manifiesta en una ética de libertad y justicia. En otras palabras, Martí pone en primer lugar la ética y su particularidad de lo humano, y después a la universalidad ontológica.

La tan ansiada libertad de Cuba no es para Martí una satisfacción personal. No es un sentido a llenar. No es un significado vacío de contenido. Ya el Maestro le había dado sentido a su vida, y tenía muy bien llenados sus significados. El ser cubano —y el ser latinoamericano—tenían (tienen) vaciados su contenido en la identidad. Era la identificación de la identidad. (Dicho sea de paso, y por asomo, el ser latinoamericano posee una identidad tan marcada que sólo se expresa así en esta parte del mundo; por ejemplo, se va de un país a otro y todos se entienden ya sea por lenguaje, por la forma de ser, por la cultura).

En este punto es donde Martí “entra” en ruptura con la totalidad. Totalidad colonial que no permitía que Cuba fuese libre. Totalidad en la que Cuba no entraba porque quedaba “fuera” del mundo. La isla representaba el Otro de ese mundo colonial. “El Otro trasciende la totalidad”. La Revolución martiana del 95 trasciende esa totalidad. “Trascender” para Martí era romper con el estado de cosas colonial. Trascender la totalidad colonial era para Martí ser soberanos.

También, hay que aclarar, y este es otro elemento distinguible en Martí, que la guerra iniciada en 1895 no era una guerra de odios. En el propio documento rector, que correría la voz de la independencia, conocido como el Manifiesto de Montecristi, firmado el 25 de marzo de 1895 por Martí y el General Máximo Gómez, se lee, “la guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a la patria que se ganen, podrá[n] gozar respetado[s], y aun amado[s], de la libertad que sólo arrollará a los que le salgan, imprevisores, al camino” (OC, t. 4, p. 94).

Más adelante vuelve sobre la idea,

En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al [bravo] español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su [hogar] casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombre la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad (OC, t. 4, p. 97-98).

Otro aspecto memorable de la práctica martiana en la Revolución del 95 es el acabar de una vez por todas con el racismo en Cuba. Hermanar hombres era su tarea, y lo logró con la inclusión del negro en la magna cita. Al blanco y al negro los veía como iguales, como a hermanos. Para el Apóstol las razas no eran más que otro juego eurocéntrico de palabras para categorizar a ese Otro, en este caso el negro, que no entraba en el “mundo” colonial.

¿Para qué la guerra de Cuba? El propio Martí lo expone al final del “Manifiesto de Montecristi”,

La guerra de [la] independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en [el] plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y [justo] trato justo de las naciones [de] americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo. (OC, t. 4, p. 100-101)

Acto seguido plantea por qué caen los hombres en Cuba,

Honra y conmueve [meditar] pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, (…) cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero [universal] del mundo. (ídem.)

De las dos citas anteriores se llega a la conclusión que la guerra por la independencia en Cuba no es sólo un acto de liberación nacional. Responde a algo más. Martí va más allá. Se refiere a la estrecha relación que guarda con la idea, repetida por todos los que se acercan al Apóstol, de “Martí, hombre universal”, o “el más universal de los cubanos”. Esa universalidad le viene, además de sus constantes viajes y de asumir la cultura universal como pocos —desde los pueblos originarios del continente (mesoamericanos, incas, caribeños) hasta el cristianismo, pasando por la cultura grecolatina, el romanticismo europeo y norteamericano, el budismo, las culturas africanas, las tradiciones asiáticas, los mitos orientales, las doradas letras españolas, las filosofías europeas—, de la aspiración que con la independencia de Cuba se hace un “servicio oportuno” al “equilibrio aún vacilante del mundo”.

Partiendo de lo anterior, destacan cuatro elementos fundantes de la ética martiana, particular y universal, en el documento de Montecristi: 1) la guerra de independencia es suceso de gran alcance humano; 2) se cae por el bien mayor del hombre; 3) por la confirmación de la republica moral en América; y 4) servicio al equilibrio aún vacilante del mundo.

Por lo anterior, se comprende que Martí puso en el mapa a Cuba, la sumó al contexto latinoamericano. Desde las primeras dos década del siglo la América Latina continental, y en su mayoría las islas del Caribe, se habían liberado del colonialismo español. Esta cuestión se in-visibilizaba. Después de casi quince años de ininterrumpida labor revolucionaria y propagandística por la causa cubana en los Estados Unidos, y sobre todo, de mostrar su altísima expresión individual, tanto de intelectual como de organizador, Martí introduce el problema de Cuba y Puerto Rico en la conciencia de los latinoamericanos. Producto de esto es la suma masiva de independentistas latinoamericanos a la guerra del 95 y el alcance que tuvo el hecho histórico.

Con la Revolución martiana del 95, Martí aspiraba a encontrar en el Mundo un “lugar” para los cubanos; lugar donde el ser cubano puede, dependiendo de una realidad colonial que es otra y que aplasta las libertades patrias, ser a pesar de esta dependencia, libre.

Cuando el próximo 24 de febrero se cumpla un aniversario más del “Grito de Baire”, inevitablemente se estará recordando al Héroe Nacional de Cuba, José Martí, principal organizador y gestor del magno evento. También se recordará su poesía de luz, que iluminó esta tierra por el tiempo, acaso con aquellos versos a su amada Cuba que dicen, “Cual bandera/ Que invita a batallar, la llama roja/ De la vela flamea. Las ventanas/ Abro, ya estrecho en mí. Muda, rompiendo/ Las hojas del clavel, como una nube/ Que enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa…” (OC, t. 16, p. 252).

 

Referencias bibliográficas

Levinas, E. (2002). Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad (trad. Daniel E. Guillot) (6ta ed.). Salamanca: Ediciones Sígueme.

Martí, J. (1991). “Flores del destierro”. En Obras Completas, t. 16. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

Martí, J. (1991). “Manifiesto de Montecristi”. En Obras Completas, t. 4. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

Martí, J. (1991). “Nuestra América”. En Obras Completas, t. 6. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

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