Acogido por un formato de proyección futurista, Tiempos modernos, el largometraje de Chaplin, resulta en una analogía directa al estado del mundo actual. En un sentido más particular, es un estímulo frenético capaz de fusionarse con la obra de Slavoj Žižek.
Ciertamente la propuesta cinematográfica en la figura del obrero metalúrgico, promueve la crítica social y las desavenencias del protagonista con el sistema; quedando en manos del espectador y de Žižek como un intérprete peculiar, el análisis de las condiciones de posibilidad de esta situación: se aquilata así una tormenta del cambio en el ámbito filosófico.
Bien conocido es el estilo irreverente de Žižek, además de su interés por las cuestiones irresolutas del marxismo, lo cual lo coloca en posición de ser uno de los principales artífices de la new-age marxista que refracta la crítica reflexiva hacia todos los estratos de la cultura. La matriz fundamental sobre la que se mueven sus trabajos (vigorosamente influenciados por su impronta psicoanalista y por su lectura de Hegel), rescata aquella máxima de sacar al concepto de su prisión y ponerlo en un contexto en que se revele contra el tradicionalismo filosófico. Esta cuestión le posibilita contextualizar la crítica del sistema capitalista fuera de los márgenes de la academia; de una forma que dota de sentido el presente y responde a un criterio preciso de verdad comprometida: «Žižek, es capaz de hacer filosofía y encarar los problemas del conocimiento a partir de la cotidianidad de la vida de las personas, pero aún más atrevido, desde esta individualidad de las personas en su profunda vinculación con la realidad política»[1].
Todos estos matices vienen aderezados por el sentido mordaz e irónico de su lenguaje, así como el inusual uso de plantillas cinematográficas para explorar el culto al simbolismo; teniendo como resultado inmediato «la transformación de la interpretación filosófica en un discurso accesible a la lectura cotidiana»[2]. Entonces, ¿qué ha ocurrido con los tiempos modernos que ilustraba Charlotte y que son la herencia directa de las desventuras de la humanidad? ¿Será que la lucha encarnizada por la supremacía entre el modernismo y el postmodernismo es parte del espectáculo?
La respuesta es simple, explica Žižek, se encuentra en las propias entrañas del sistema capitalista: ya no se trata de producción en cadena, de opresión e injusticias, sino de una expresión disimulada del entorno del capital (el simulacro de Baudrillard). Dicha aseveración es comprensible si se atiende a que el capitalismo ha permutado sus patrones clásicos, por mecanismos más eficaces que funcionan como banderas de la libertad y la democracia diseminadas por todo el planeta.
Al principio era la ideología…
La clara distinción de la influencia lacaniana en el pensamiento de Žižek, reside en el tratamiento de esa parte importante de su trabajo inclinada a reflexionar los orígenes y evolución del fenómeno de la ideología y su inserción en el debate sociocultural. La idea que Žižek maneja al respecto, remite a una de las formas más puras y concisas de sacudir el asunto: la ideología funciona silenciosamente, reubica democracias, apuntala dictaduras, conforma espacios de poder que mutan su representación, pero que conservan su contenido. O sea, la ideología no es un objeto casual que la teoría y la ciencia política usan para explicar la genealogía del poder, sino que refiere a un proceso formativo de las creencias políticas y culturales desde el espacio de lo comportamental:
«(…) la ilusión ideológica es una cuestión de discordancia; la ideología consiste en el hecho de que la gente no sabe lo que en realidad hace, en que tiene una falsa representación de la realidad social a la que pertenece (…) lo que ellos dejan de lado, lo que reconocen falsamente no es la realidad, sino la ilusión que estructura su realidad, su actividad social real»[3].
Siguiendo lo que refiere Ernesto Laclau en el prólogo a El sublime objeto de la ideología, la tarea de orden para Žižek es establecer un sistema de referencia abierta entre las categorías que giran en torno a la ideología, lo cual conduce a una exploración no solo del terreno político sino del terreno filosófico. La ideología puede aparecer tanto en la forma relaciones-emocionales, como en la forma experiencia de subconjunto, evidenciando que su configuración deviene en proceso legítimo de cualquier circunstancia y régimen social. Por tanto, las verdaderas raíces de la ideología, se encuentran al nivel fundamental de la propia realidad social, en la escena, en su propio acto de desarrollo, en su manifiesto contemplativo, en la estructura espacio-temporal que va construyendo el presente y que se encuentra mediada por la subjetividad. La pregunta frecuente acerca de ¿qué es la ideología?, debería modificarse, y en su lugar colocar la interrogante: ¿por qué existe la ilusión de la ideología? Así tendría más sentido cuando el propio Žižek confiesa: la ideología en tanto que síntoma, es una expresión de la dialéctica de lo real.
Del capitalismo y otros demonios
Žižek encabeza una de las más legítimas cruzadas que opera un doble proceso de desocultamiento-crítica del capitalismo, ciclo por ciclo. Para ello, el esloveno sitúa frente a su descifrador la percepción y comprensión de un capitalismo que se muestra ilusorio, al cual hay que aplicarle un sistema de reglas que conlleven a su nefasta aparición social: no se trata de reinventar el capitalismo, sino de hacerlo emerger desde sus propias condiciones histórico-sociales actuales.
Sin embargo, ipso facto de poder develar el contenido esencial del sistema capitalista actual, Žižek sorprende con la venenosa noticia de su posible extinción:
«el sistema capitalista global está aproximándose a un apocalíptico punto cero. Sus cuatro jinetes están formados por la crisis ecológica, las consecuencias de la revolución biogenética, los desequilibrios del propio sistema (los problemas de la propiedad intelectual; las luchas que se avecinan sobre las materias primas, los alimentos y el agua) y el explosivo crecimiento de las divisiones y exclusiones sociales»[4].
Algo llama la atención en todo este asunto, y es que, al igual que Marx, Žižek está dando las coordenadas para la edificación de un nuevo orden que suplante al agonizante sistema capitalista. Del sistema de contradicciones que el propio capitalismo produce debe gestionarse la gradual aparición de un sistema con bases socialistas. Pero inclusive, siendo este la vía de extinción del caos capitalista, Žižek lo mira con desconfianza, dada la experiencia contemporánea de los socialismos fallidos: en esta situación de crisis, la posibilidad de cambio es muy difícil pero real.
En este sentido Žižek reconoce el papel que viene a jugar el sujeto como agente del cambio, pero no en el plano en que se aborda usualmente, sino directamente como desde el sustrato del psicoanálisis que facilita los procesos de transformación social: el trabajo con las conciencias individuales y colectivas. Es así como la clásica relación individuo-ciudadano, se pone en el punto de mira, vista no como la lucha de poderes y la prevalencia de un aspecto sobre el otro, sino como un punto de equilibrio que se utiliza para hacer funcionar o no, las democracias.
Este fenómeno de cierre-apertura es a lo que Žižek llama Vivir el final de los tiempos: al eclipse definitivo de la arquitectónica capitalista y del denominado sistema mundo de Wallerstein. Ni la democracia es tan bienhechora y loable, ni la frecuencia de las crisis es tan extraña al ojo humano: «la sociedad administrada de Occidente es un mero barbarismo en forma de civilización, sin embargo la edad actual de la globalización, propone una lectura radical de este síndrome»[5], unas veces recapitulando a Hegel y Marx, unas veces en contacto con Lacan. La observación que resta es que, la modernidad en la singular paradoja de estos tiempos, tiene las de perder.
Notas
[1] Žižek, Slavoj: ¡Bienvenidos a tiempos interesantes!, La Paz, 2001, pág.7.
[2] Ídem. pág.9.
[3] Žižek, Slavoj: El sublime objeto de la ideología, Ediciones Siglo XXI, Buenos Aires, 2003 Pág. 58.
[4] Žižek, Slavoj: Viviendo en el final de los tiempos, Ediciones Akal, Madrid, 2012, pág.8.
[5] Ídem, pág. 415.
Me encanta la obra de Charlie Chaplin, Tiempos Modernos fue la primera película que vi de él, en una clase audiovisual de preparatoria. Siempre me ha fascinado la estética de sus historias y el mensaje que transmiten sin necesidad de palabras.
Fuera de eso, debo decir que concuerdo con muchos puntos del artículo, gracias por compartir.