Hegel, la finitud y lo negativo

mayo 13, 2020
Hegel finitud negativo

 

Por: Mto. Yoan Miguel Parra Marrero. Profesor de filosofía y teoría del arte. Máster en Estética y Arte, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

El presente texto es un fragmento del artículo Hegel, la finitud y lo negativo, el cual será publicado en Dialektika: Revista de Investigación Filosófica y Teoría Social en su número 4, volumen 2. La versión íntegra podrá ser consultada en unos días en la siguiente dirección electrónica: https://journal.dialektika.org/ojs/index.php/logos/article/view/21

“La finitud sólo se puede definir como algo negativo, como carencia de infinitud. Todo lo finito está esencialmente caracterizado por relaciones negativas. Si esta negación se piensa, como en Hegel, autónomamente (es decir, no meramente como negación de una sustancia que preceda a la negación y sea independiente de ella), entonces se accede a la idea de una doble negación o negación autorreferencial, de la que resulta una afirmación. Como tal concibe Hegel el absoluto.”

 

Daniel Innerarity, Hegel y el romanticismo

 

Hasta el día de hoy el pensamiento de Hegel es considerado un pensamiento que busca, comprende y estudia el problema de lo general. Esto se encuentra fuera de discusión. El hegelianismo puede resumirse pues, en una sola palabra: totalidad. El problema, sin embargo, estriba en que esto ha traído como consecuencia que se aprehenda la filosofía de Hegel como una filosofía del progreso indetenible hasta su fin en el saber absoluto; un Absoluto “generalizador” que disuelve las singularidades y los entes individuales.

La conformación de tal idea desemboca en una hiperracionalización del mundo, que, de hecho, separa el archiconocido (y precisamente no muy conocido) fenómeno de la dialéctica como algo revolucionario del sistema retrógrado y legitimador del orden existente. Por otro lado, otro grupo de autores, algunos de renombre y en su mayoría franceses, conducen el hegelianismo hacia una filosofía de la existencia que busca recalcar el sujeto individual, la muerte, el deseo de la conciencia, etc., negando toda racionalización y rasgos de Ilustración. Hegel por un lado es demasiado ilustrado y totalizador para entender lo que sucede a su alrededor y, por otro lado, observa tan bien las cosas que pierde toda cualidad ilustrada y racionalizadora. Ambas posiciones conllevan a comprender algo como “lo general”, de manera abstracta en sentido hegeliano del término y a comprender también la dialéctica y la doctrina del Concepto de igual manera abstracta.

Tampoco podemos caer en el pecado de la sacralización. Ya lo dijo alguien una vez: la mejor manera de traicionar a un autor, que ha establecido una relación activa con la realidad social mediante su pensar más allá de ortodoxias y esquemas, es repetirlo al pie de la letra. Tal proceder conllevaría a situarnos en el plano que Hegel mismo sí condenaría sin miramientos: el plano de congelar las diferentes formas de lo real. Debemos repetir en el sentido de repetición de Kierkegaard, de Nietzsche. Es necesario captar la lógica del discurso, lo universal de este pensamiento sin generalizarlo, sin universalizarlo. Repetir significa señalar los límites, saber discernir entre lo que Hegel efectivamente hizo y el campo de posibilidades que su obra abrió, excavar hondo para descubrir elementos que estaban en Hegel más que en el propio Hegel. Esta es la única vía de ser verdaderos hegelianos. La repetición, por tanto, no es ni puede ser el sentido común de repetir, sino debe ser:

“…al mismo tiempo una singularidad contra lo general, una universalidad contra lo particular, un elemento notable contra lo ordinario, una instantaneidad contra la variación, una eternidad contra la permanencia. Desde todo punto de vista, la repetición es la transgresión. Pone la ley en tela de juicio, denuncia su carácter nominal o general, en favor de una realidad más profunda y más artista».[1]

El propósito de este escrito persigue en el sentido antes expuesto, otros derroteros. Nos debemos a una crítica de ambos extremos mencionados. En primer lugar, ¿el movimiento de la Sustancia sujeto invisibiliza, ahoga en su devenir inmanente, en su síntesis concreta el accionar de los individuos particulares? En segundo lugar, ¿se podría resumir las ideas del pensador prusiano desde la existencia arrojada, el apetito de la conciencia o la interpretación de la dialéctica no ya como método revolucionario, sino como mera descripción de la realización del Espíritu?

Nosotros no podemos aceptar cualquier afirmación unilateral de ambas preguntas. Lo que podemos por el momento es denotar el campo de análisis. El campo no es otro que la dimensión de lo negativo. La clave se halla en la negatividad, en lo que hemos decido llamar la finitud de lo negativo.

Lo primero que tenemos que tener en cuenta como tesis inicial, es que los estados de cosas del mundo, lo que podemos llamar la finitud del mundo hace posible el movimiento de la Sustancia Sujeto, lo cual quiere decir que ella constantemente está remitida a dicha finitud. El filósofo alemán Eugen Fink conoce a cabalidad este problema:

Es una extravagancia fantasiosa que el pensamiento salte por encima de la individuación en su ineludible dureza, que pase por alto la acritud del estar al descubierto de todas las cosas finitas, que evite y niegue el lacerante dolor del desgarro que recorre todo ente separado y singularizado y que pretenda entregar «inmediatamente» las cosas a la gran Madre «Naturaleza» como hijos bajo su protección.[2]

Ahora bien, los entes poseen una determinada singularidad, es cierto, pero a la vez pertenecen y se hallan en un mundo. Segunda tesis inicial. Constituyen momentos de una totalidad pero que no quedan subsumidos en ella. Estamos hablando de un tipo de relación, de un movimiento del espíritu y que solamente es posible gracias a lo que Jean-Luc Nancy también denomina con su terminología la “inquietud de lo negativo”. Dos tesis iniciales que por la exigencia del contenido mismo no son más que una sola tesis. Aquí por demás, y gracias a la “energía” que constituye la negatividad, opera la ruptura con la metafísica occidental, con la idea de la “sustancia que permanece en el cambio” y que muestra una esencialidad frente a una apariencialidad. Ahora lo verdadero es necesario que se aprehenda y comprenda no sólo como sustancia, sino al mismo tiempo como sujeto, como bien se enuncia en el Prólogo a la Fenomenología. Se trata, por ende, del movimiento de una Sustancia que está impregnada de vida. Un concepto este último que nada tiene que ver con vida orgánica o biológica sino con un devenir basado en una relación de lucha y que es nuestra tarea dilucidar desde una óptica diferente. El saber absoluto es el espíritu ebrio de sangre y mundo, el dolor que ya es plenitud epocal; el saber absoluto no es más que la embriaguez de la vida.

Notas

[1] Gilles Deleuze: Diferencia y repetición, p. 23.

[2] Eugen Fink: Hegel. Interpretaciones fenomenológicas de la Fenomenología del espíritu, p. 21.

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