La Ley Trans y el “Argumento por Libertad”

febrero 25, 2023
EuroPride 2022, Belgrado. Foto: Jorge G. Arocha
EuroPride 2022, Belgrado. Foto: Jorge G. Arocha

Te besaré en la sombra, sin que mi cuerpo toque tu cuerpo.
(Correré las tinieblas, que no entre ni el olvido del cielo)
Que en la nada absoluta de todo, sólo exista, nuevo mundo, mi beso.

Juan Ramón Jiménez

Recuerdo un momento en las novelas seguramente apócrifas de Carlos Castaneda en que el antropólogo hace a su mentor y dealer Don Juan una pregunta “de las de ir a pillar”. Como, según parece, ingiriendo la hierba del diablo uno siente que vuela a gran velocidad sobre las montañas (ojalá fuera cierto…), Castaneda, o su avatar, pregunta a Don Juan si el vuelo es de verdad o tan sólo imaginario. El viejo yaqui, astuto lector de Husserl, responde que cuál es la diferencia: la verdad, es, efectivamente, eso que puedes experimentar. Entonces el antropólogo “va a pillar” y le ataca por el flanco: si tras tomar la hierba del diablo yo me encadenase al tobillo una enorme bola de preso… ¿mi cuerpo quedaría en tierra mientras mi mente, o mi espíritu, vuela como un reactor de Aeroméxico? Don Juan, ni corto ni perezoso, replicaba en el acto que eso no comporta problema alguno, porque volarías como siempre sólo que arrastrando la bola tras de tí, como un cometa inverso -esto es mío.

Creo que lo mismo ocurre con la tontada del viejísimo argumento de lo contra-natura, que nos vamos a hartar de oír las próximas semanas o los próximos años en la católica España, ahora que se ha aprobado la autodeterminación de género, o sea, la conocida como Ley Trans.

Naturalmente que decir que la biología es una construcción social es una necedad propia de divos de la Teoría de Género a los que no voy a nombrar aquí, porque me importan lo justo. Es claro que si una persona con cromosomas XY decide ser o ejercer el rol social de mujer eso no va de por sí a librarle de padecer prostatitis a partir de los cincuenta años. Así que creo que esa no es la cuestión, más aún, pienso que desvía la verdadera cuestión a un debate bizantino en el que nadie puede vencer, porque cada interlocutor va a rellenar a la pobre Natura del contenido que a él le venga en gana. De modo que el correcto entendimiento del asunto no pasa por ahí, pasa porque cualquiera puede comprobar que Natura ha dejado sitio para las conductas libres[1], de modo que no hay nada más natural, precisamente, que elegir el género en el que te sientas más cómodo.

O sea, que el hecho de que se te enrabiete la próstata a avanzada edad no invalida en absoluto que te declares mujer, por ejemplo, como el hecho de que te declares masculino no invalida que prefieras cocinar y cuidar niños a trabajar fuera de casa. Ninguna de ambas posibilidades es contra-natura, porque esa libertad tiene lugar dentro de la naturaleza, como un espacio abierto inmanente a ella… ¿y dónde si no? ¿o es que seguimos creyendo en el alma trascendente de los cristianos?

Si algo fuese realmente contra-natura, sencillamente no podría ocurrir, como si tratas de volar desde una ventana sin parapente o disfrutar dos días seguidos de un banquete de setas venenosas. Los adalides de la Naturaleza como supuesta fuente de legalidad normativa vinculante que impide que ocurran cosas que sin embargo sí que ocurren, y con bastante frecuencia, deberían recordar que un tratamiento contra el cáncer impide que la enfermedad se desarrolle conforme a su evolución natural, o que un salto de agua se convierte en electricidad y ésta es capaz de evaporar la propia agua si la aplicas al fogón de una vitrocerámica, y un inmenso e interminable etcétera de situaciones que fueron conceptuadas como contra-natura hasta que un buen día vino alguien y las hizo enteramente homologables a la naturaleza.

El argumento, por tanto, para defender la Ley Trans, no es un argumento “por Natura” (kata physin, decía Aristóteles), sino lo que yo denominaría un argumento “por libertad”[2].

Es decir, un adolescente quiere mutar de género y hacerlo no requiere de más explicación que la que es requerida para que un adulto cambie de domicilio. A la pregunta “¿por qué?” se podrían aducir muchos motivos, si el interrogado se aviene a ello, pero en último término la respuesta es “por libertad”, porque se me debe reconocer el derecho a ambas cosas, a cambiar de género y de domicilio, o también de profesión, por ejemplo. Puesto que ya no creemos en la sociedad estamental, al menos en apariencia, del mismo modo que predicamos la movilidad social, geográfica, económica o política no veo por qué tendríamos que obligar a ciertas personas a permanecer enclavadas en la anatomía en la que han nacido.

Si se puede curar la ceguera de nacimiento por qué no suprimir la pilosidad de la barba para quien así lo desee. Lo primero es un mejoramiento, como dicen los genetistas, algo todavía dudoso desde el punto de vista de la Bioética, lo segundo un acto de libertad avalado por la tecnología y la ley, es decir, otra manera de decir civilización. De ahí Don Juan. Si alguien “va a pillar” señalando que una señora de 55 años que tiene problemas de próstata no es más que un señor disfrazado, es que no acepta que eso es lo que es, una señora con próstata, un fenómeno nuevo en el mundo pero tan humano como algo tan extraño a la madre naturaleza como ser jugador de fútbol o filósofo francés, al igual que volar encaja perfectamente con cargar con una bola de hierro atada al tobillo cuando te metes hierba del diablo.

Pero seguro que alguien me dirá que he simplificado enormemente un problema de dimensiones cósmicas. Está en su derecho -es decir, es libre de hacerlo, es decir, es hasta civilizado que lo haga.


Notas

[1] No deseo meterme ahora muy a fondo en el interesantísimo debate entre el determinismo y el indeterminismo, que estaba ya zanjado y obsoleto en mi opinión gracias a la Crítica de la Razón Práctica hasta que en la actualidad ha sido resucitado por ciertos teóricos neoconservadores que no parecen haber leído a Kant (y, curiosamente, siendo liberales en lo político, niegan la libertad en lo metafísico, lo que le hace a uno pensar que la libertad no pertenece para ellos al individuo, como proclaman, sino al dinero…) A este nivel tan básico -libertad entendida como facultad individual, personal, íntima- Leibniz contestaba algo claro en Nuevos ensayos sobre el Entendimiento humano: los motivos, los condicionamientos, etc., “inclinan, pero no obligan”. Y es que en cualquier otro caso sería absurdo. En primer lugar, de no existir motivos y condicionamientos previos, elegir sería elegir en el vacío, como el proverbial asno de Buridán, o lo que es peor: la arbitrariedad absoluta del tirano. De modo que sin duda algo debe inclinar. Y, en segundo lugar, si tales motivos o condicionamientos previos no tuviesen lugar sobre una presunta última sede psíquica a la que reside eso que llamamos libertad, no se ve en qué sentido calificarlos de “motivos” o “condicionamientos”. ¿Motivos de qué? ¿Tiene una tormenta de verano “motivos” o más bien “causas” (sin meternos ahora tampoco en el lío de la Física del Caos)? De manera que si queremos hablar sencillamente en un lenguaje que tenga sentido para la acción humana, que es inalienablemente teleológica, debemos admitir que los motivos y condicionamientos en último término no obligan, que siempre resta un resquicio de decisión, o toda moral y todo Derecho positivos serían aberrantes, que es algo que ni el propio Spinoza, ni Schopenhauer desde un punto de vista opuesto, ni tan siquiera el fatalismo mahometano en sus más delirantes sueños ha defendido. Porque, de defenderse algo así, seriamente, en una comunidad dada, ésta se autodestruiría, lo cual es una “decisión” que raras veces se ha tomado en la historia humana, hasta donde yo sé.

Otra cosa es que hasta la presunta libertad individual esté llena en realidad de los demás, del prójimo, cuyo concurso configura nuestros motivos y condicionamientos más potentes con diferencia (mucho más, creo, que la biología, la psicología, etc., y sobre esto también existen numerosos experimentos y estudios, como si nos hicieran falta…)

[2] Insisto en que hablo de la libertad en sentido netamente coloquial o civil. Lo malo del determinismo no es sólo que se trata en realidad de una extrapolación ilegítima desde la Física (los estoicos o Laplace) o la Metafísica (Schopenhauer y Nietzsche) hacia la Ética, lo malo es que no sirve absolutamente para nada. Pongamos que sí, que somos tan vetustos que aplicamos la mecánica de Newton a la mente de Hume, esa “tabula rasa”. Aun así, nuestros códigos morales y jurídicos serían exactamente los mismos. Quiero decir que una sociedad tan loca como para admitir el fatalismo de la acción humana sería completamente invivible. Yo no podría poner notas a mis alumnos, Milósevic no acudiría al Tribunal Internacional de La Haya, nadie recibiría ningún premio Oscar, tendríamos que dejar campar a sus anchas a los asesinos en serie, etc., ya que si no hay reconocimiento social de la libertad, no hay cargos, no hay responsabilidad y tampoco mérito o demérito. De modo que Kant tenía razón, a mi juicio, al menos frente a Laplace y frente a su propio discípulo Schopenhauer, antes de tiempo. En el plano teórico, el dilema libertad/determinismo es irresoluble, constituye para Kant una antinomia de la razón. Pero en el plano práctico no hay duda ninguna: la idea nouménica de la libertad debe desde luego -porque la alternativa es sencillamente imposible- servir de base a los códigos éticos y jurídicos. Teniendo en cuenta, por cierto, que Kant no entiende la libertad como liber arbitrio, que es una concepción enteramente teológica (la disputa, por ejemplo, entre Martín Lutero y Erasmo de Rotterdam), puesto que no es más que aquella potencia del alma que desde el vacío opta entre el Bien y el Mal.

Kant, en cambio, entiende libertad como libertad determinada, no vacía, y determinada por el acto de la voluntad que aplica o no el Imperativo Categórico. Quien no aplica el Imperativo no está eligiendo el Mal teológico -la desobediencia a Dios-, sino algo mucho más concreto y burgués: su interés privado. Para pensar todo esto, en cualquier caso, la consideración biológica o física poco tiene que ver. Comprendo que para los enfermos mentales sí, en ese caso especial las normas habituales quedan en suspenso, y por eso el único expediente del criminal desesperado es alegar locura, enajenación mental o consumo de drogas -lo cual a mi parecer debería ser un agravante-, etc. Pero para Slobodan Milósevic no. Y tampoco para, yo qué sé, Paganini. Sería absurdo retirar a Niccolò Paganini su reconocimiento de genio del violín bajo el pretexto de que ha nacido con los dedos más largos que yo o que no es mérito suyo su mejor coordinación psicomotriz.

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