El trauma de la experiencia II: De la existencia a la percepción

Siguiendo esta pauta fenomenológica, la experiencia se presenta como la fragua indispensable del ser/sujeto, como constatación/percepción en el horizonte de una existencia que es anulada por la muerte
marzo 19, 2022
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A Lisbety, por la apertura del viaje

 

A E. Husserl se le confiere la invención de una filosofía trascendental o ciencia pura de las esencias:  la fenomenología; que termina por reinterpretarse como una teoría de la facticidad y lo existencial.

Acto seguido, como la inmensa mayoría de los sistemas de pensamiento, atendió por sus características a una instancia rizoma en el sentido deleuzeano del término. Esta ramificación epistemológica en la fenomenología ha quedado como impronta para que el discurso fenomenológico discurra como un trágico punto de fuga hacia lo íntimo de la experiencia. Es esta la descripción directa de una actitud natural originaria: el descubrimiento de nosotros mismos desde la percepción del mundo.

Siguiendo esta pauta fenomenológica, la experiencia se presenta como la fragua indispensable del ser/sujeto, como constatación/percepción en el horizonte de una existencia que es anulada por la muerte.

Existencia

En conclusión…. ¿cuál es el sentido de la existencia? La experiencia en sí, es una constatación del sentido de la existencia.

Cierto es que, persiste en el tiempo la paradoja del trascender o no, de vivir entre metáforas, signos y símbolos; tratando de descifrar realidades o simplemente dejándose llevar por las brisas cálidas de lo mundano y el sentido común. Todo esto apuntando cartesianamente al desarrollo de un pensamiento, o lo que es lo mismo, al devenir de la conciencia. Entonces sobreviene un problema: lo racional se presenta como una opción, pero no como el camino absoluto, porque el ser humano no es estrictamente racional. Entrar en sintonía y ocuparse más de la propia lógica argumentativa individual podría ser la solución, puesto que esa lógica de toma de decisiones es irracional.

Sin embargo, la propia manifestación de la experiencia personal dice todo lo contrario: para nada la creación de este texto es irracional, ya estaba implícita en su primera parte.

El Trauma de la Experiencia

Independientemente de ello, es necesario partir de una idea simple, de esas que parecen estar de moda y definir los contextos actuales: la alienación es complemento de la existencia y no es un fenómeno que se presente como anómalo en el siglo XXI. ¿Existencia alienada? La respuesta es obvia, aunque más que una idea consistente, parece una consigna al más profundo estilo Iliénkov, pero sin duda es verdad que se presenta como muro infranqueable.

Entre tecnologías desenfrenadas, crisis cíclicas, teorías conspirativas, y una estigmatización de la cultura, bien puede el sujeto sentirse cautivo de su propia experiencia o reconocerse como un ente “capaz” de manipular su configuración de la realidad, pero ¿sentirse alienado y aceptar esta tesis como una verdad inscrita? Eso es ya trabajo explícito de la percepción. Lo incauto de la humanidad es la pretensión ciega de lograr manipular la experiencia sin posesionarse con el fundamento dialéctico de la sociedad. La existencia, entonces, necesita permear de sentido a lo real, (ya sea de forma racional como irracional), tanto así que se presenta en clave dual: como fenomenología y como hermenéutica.

En su versión fenomenológica puede presentarse como aquel lugar oscuro del que surgen las preguntas y se ensanchan los debates, ya sea al otro lado del océano en el continente europeo o en una isla de Centroamérica. En clave hermenéutica, la existencia no es más que un viaje artístico, o la curaduría minuciosa en una galería italiana, también es el ensayo irrisorio que revela una pasión inútil, o la labor escoltada de un intelectual de las leyes, e inclusive puede llegar a ser la poética del filósofo irreverente y nietzscheano.

Percepción

Si se atiende a que la humanidad se encuentra en una etapa crucial de su alienación: el olvido del ser heideggeriano; entonces la tarea de sacar en claro la experiencia se vuelve más rugosa.

Este incidente coloca ante una disyuntiva que colisiona con la refrendada existencia. El olvido del ser no es otra cosa que la inminente necesidad de restituir el gesto ontológico de la facticidad, en otras palabras, hay que hacer ontología desde la fenomenología.

Este movimiento despeja un poco el paisaje, y ordena el entorno ya bajo la máxima paradigmática de que se hace fenomenología sin contenciones en todos los tiempos. Residimos en un continuo darnos cuenta de nuestro lugar en el mundo, y somos sujetos que nos percatamos de nosotros mismos desde la percepción del otro.

Es este un punto de no retorno que obliga a estar en perfecta armonía con este principio, para que la experiencia no fracture ni haga dejación de una parte fundamental de su componente traumático. Amén de esta condición vital, la facticidad sigue nublando en el sujeto la reflexión efectiva sobre sí mismo, conduciéndolo de esta manera ante el camino irremediable del suspenso, del porvenir sin mapas ni cartografías.

Llegado a este punto, de nada sirve negar los hechos: el análisis reflexivo ha seguido un sentido que nos es ajeno. Seguimos desconocidos ante la experiencia, sin siquiera poder hacer más accesible nuestro propio discurso; reconociendo en aquellos momentos de lucidez, de histeria o paranoia los fragmentos de una existencia insípida que tan solo remiten espontáneamente al inicio, a las cosas mismas y a una experiencia del mundo.

Nada se puede restablecer sino es asimilando el trauma como un vehículo invariable que incluye al ser y al tiempo. «Pero es una ingenuidad o, si se prefiere una reflexión incompleta que pierde consciencia de su propio comienzo. A fin de cuentas, se trata de d-escribir, no de explicar ni analizar»[1].

 

Notas

[1] Ponty, Maurice Merleau: Fenomenología de la percepción, Editorial Planeta- Agostini, Barcelona, 1993, pág.8.

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