El Necronomicon y el ídolo de Cthulhu: El objeto real en la ontología de Harman

En Graham Harman se da un interesante análisis ontológico sobre Lovecraft, parecido a lo que fue Hölderlin para Heidegger o Mallarmé para Derrida y Meillassoux
junio 18, 2023

BL 430

A 42

Alhazred, Abdul_____aprox, 738

NECRONOMICON (Al-Azif) de Abdul Allazred.

Traducido del griego por Olaus Wornius, xiii, 760 págs.,

grabados madera, enc. tablas, fol. (62 cm), Toledo, 1647.

 (Ficha falsa de la Biblioteca G. de la Universidad de California)

 

Apoteosis a Lovecraft

Tal como dijera la escritora Daína Chaviano, los cubanos que vivieron las décadas de los setenta, ochenta y noventa en la isla tuvimos las primeras lecturas de H. P. Lovecraft con aquella antología de cuentos de la editorial Arte y Literatura llamada Ratas en las paredes (1978)y leímos particularmente el cuento «El llamado de Cthulhu» en la antología Cuentos de ciencia ficción (con edición y prólogo Oscar Hurtado, 1969), creándose así en los lectores antillanos un singular imaginario lovecraftiano de gran influencia en las artes plásticas y la literatura que se realizó en la Cuba de entonces, como fue el caso de la novela El color del verano de Reinaldo Arenas (1982).[1] Fuimos muchos los que cedimos con fascinación ante el lovecrartiano Kitāb al-Azif (Necronomicon) escrito por el yemení Abūl al-Ḥaḍred, buscando ingenuamente una copia, como lo hizo Chaviano, en la Biblioteca Nacional.

Lejos estábamos de suponer toda la vorágine que traería la oscura cosmovisión de Lovecraft el siguiente siglo, encarnado en el neo-lovecraftianismo de gran omnipresencia en internet (blog, YouTube, Instagram), los videos juegos (véase Carlos G. Gurpegui[2]), el cine, las series televisivas, la animación, la nueva weird fiction, la crítica literaria (véase Daniel Doncel y Antonio Alcalá González), la cultura de cancelación, la ecología, el death y black metal, la iconografía (tatuaje, ilustración, sticker) y sobre todo en la filosofía académica y la subterránea que romperían lazos con el giro lingüístico y el postmodernismo.

Si bien sobre los conceptos del horror cósmico se teorizó filosóficamente desde la década de los setenta hasta finales de los noventa, piénsese en A Subtler Magick: The Writings and Philosophy of H. P. Lovecraft (1982) de S. T. Joshi (sobre la filosofía del autor), The Philosophy of Horror or Paradoxes of the Heart (1990) de Noël Carroll (estética del horror) y The philosophy of H.P. Lovecraft: the route to horror (1999) de Timo Airaksinen (nihismo axiológico), fue el texto Mil plateaux (1980) de Deleuze y Guattari  (Lovecraft es citado en cinco ocasiones por los autores para apoyar el concepto del plano de consistencia o la rizosfera como la intersección común de todas las posibles dimensiones poseedoras de multiplicidades moleculares) en el cual se dejará ver el futuro empleo filosófico de las visiones lovecraftianas.

Tanto los hijos rebeldes del Anti-Edipo -dígase entre ellos los aceleracionistas, post-antropocentristas, post-humanistas y trans-humanistas – como los opuestos al correlacionismo – dígase los nuevos realistas, materialistas, nihilistas y vitalistas – han colocado al escritor de Providence en el epicentro de sus manifiestos anticapitalistas, discursos ecológicos, teorías políticas (de derecha e izquierda), estéticas, ontologías, tecnogrimorios y escatologías.   

Esta influencia en nuestros días puede llegar a las demarcaciones de la montaña de la locura en textos como Revolutionary Demonology (2022) del Gruppo Di Nun, manifiesto de un colectivo de psicoactivistas que promueven una forma alternativa de magia ceremonial validada por las tradiciones del pesimismo cósmico y de cosmicismo lovecraftiano para arremeter, desde un postulado aceleracionista, contra la modernidad y la singularidad tecnológica.

En lo personal pienso que la atiborración de estudios «filosóficos» sobre Lovecraft se ha convertido en una moda común, acrecentada en este contexto mundial post-pandémico, en el que ya los medios hablan sin rubor periodístico de naves nodrizas estacionadas en el sistema solar. Sin embargo, existen autores en los cuales la impronta lovecraftiana ha desarrollado algunas aristas de mayor provecho teórico, entre ellos se pueden mencionar a los filósofos Nick Land y CCRU (Cybernetic Culture Research Unit), Grafton Tanner, Mark Fisher (1968-2017), Rosi Braidotti, Brad Tabas, Eric Wilson, Donna Haraway, Dylan Trigg, Laboria Cuboniks, Eugen Thacker, Ray Brassier, Reza Negarestani y Graham Harman. En este último se da un interesante análisis ontológico sobre Lovecraft, el cual considera como su equivalente de lo que fue Hölderlin para Heidegger o Mallarmé para Derrida y Meillassoux.

Harman y su lectura de Lovecraft

Si en Negarestani y en Meillassoux su referente escatológico tiene un fondo en la tradición islámica y en una tradición mitraica-cristiana respectivamente, en Harman, siguiendo una línea estética, se da un referente en la escatología no abrahámica de ficción, en concreto, la escatología de los Mitos de Cthulhu. Deleuze veía en Lovecraft a un escritor afirmativo con una ontología del devenir cósmico que portaba una extraña noética, sin embargo, para Harman ese devenir cósmico es un extraño o raro realismo que analizará no desde una perspectiva perifilosófica, sino a través de una lectura del noúmeno kantiano. Harman en su artículo On the Horror of Phenomenology: Lovecraft and Husserl (2008), realizó un análisis de la fenomenología del terror entre Lovecraft y Husserl, donde ya plasmaría una comparación entre la metafísica de Kant y la cosmovisión de Lovecraft, pero este estudio se concretó más tarde en su texto Weird Realism: Lovecraft and Philosophy (2012).[3]

En un pasaje del libro comenta:

«Pero Lovecraft va más allá. Somos transitorios no sólo en comparación con la larga historia de los homínidos y la génesis geológica y atmosférica de la tierra, sino aún peor, con la “impresionante grandeza del ciclo cósmico” que hace que nuestros antiguos primos vegetales parezcan noticias del pasado. Esta trivialización de la historia humana y planetaria es una de las marcas registradas de Lovecraft y proporciona una finitud cosmológica más aterradora que la metafísica de Kant. Lo que escapa a la comprensión para Lovecraft no es la cosa en sí inasible, sino criaturas horribles de otros tiempos y lugares que son capaces de intervenir en el nuestro (2012, 69).»

En lo personal pienso que la atiborración de estudios «filosóficos» sobre Lovecraft se ha convertido en una moda común, acrecentada en este contexto mundial post-pandémico, en el que ya los medios hablan sin rubor periodístico de naves nodrizas estacionadas en el sistema solar.

Lo «cósmico» en Lovecraft expresa una comprensión recién descubierta de nuestro lugar en el cosmos en afirmaciones tales como «miedo cósmico insidioso», «oscuro miedo cósmico» y «relaciones y realidades innombrables detrás de las ilusiones protectoras de la visión común».

Como observa Harman, Lovecraft obliga a cambiar el enfoque de lo inmediato y antropocéntrico al punto de vista tomado por el vasto cosmos indiferente. El miedo cósmico seguramente debe penetrar mucho más profundo y con mayor persistencia que cualquier miedo personal de corta duración, y los seres humanos entorpecidos por su percepción no pueden divisar las oscuras relaciones cósmicas.

Lo cósmico sería la «emoción de la horrorosidad indescriptible como el fin principal y la justificación de la existencia». Harman señala en esta escatología extraña con origen primario en lo cósmico una visión emanantista análoga a la neoplatónica y de Ibn Sīnā (Avicena) y otros filósofos islámicos.

El Necronomicon

Esta visión de lo cósmico da paso a la noción de éste como un tenebroso estado primigenio que aguarda su retorno, el regreso de los «Antiguos».

Tanto Harman como Negarestani se sienten atraídos por este elemento lovecraftiano, dando gran énfasis a la narración La llamada de Cthulhu (1928), en la que ven el gran ejemplo donde se entroniza el realismo del horror. Esta narración, a juicio de Eric Wilson, en realidad funciona como una parábola literaria para Harman, cuya moraleja es que un universo antropocéntrico es aquel que está ontológicamente agotado por la disponibilidad inmediata (2020). En esta narración Lovecraft comienza a demostrar cómo los mitos dieron forma a nuestro pasado: cómo las creencias de nuestros antepasados (tanto primitivos como no tan primitivos) a menudo se basaban en explicaciones ficticias de lo que no podían explicar. Los personajes de la historia consideran al propio Cthulhu como una criatura mitológica; ya que, en la cotidianidad, solo era un ser fantástico representado por un objeto, un ídolo. Más tarde se revela como una entidad viviente real que aguarda su regreso.

En Ciclonopedia Negarestani llama a este regreso «Holocauto de Libertad». Para que acontezca las intercolisiones que darán paso al Holocausto de libertad, se hace necesario que previamente existan elementos vicarios entre aquel lóbrego estado primario y este mundo. Estos elementos vicarios son objetos terribles, entre ellos el libro Necronomicon y el ídolo de Cthulhu. Harman verá en estos nefastos objetos el mismo sentido vicario está en el niño divino de Meillassoux y de los «medios oscuros» de Thacker. Sobre el libro Necronomicon comenta Harman:

«La idea de que el temible, terrible y prohibido Necronomicon del loco árabe Abdul Alhazred pueda servir como agente de la misericordia es realmente preocupante. En ese caso, ¿cómo sería un libro despiadado? En cualquier caso, se nos pide que creamos que este malvado libro ficticio, un manual de los Seres Exteriores que contiene sugerencias sobre cómo convocarlos a un planeta precioso que les encantaría destruir, es de hecho un consolador benévolo que nos protege de cosas aún más oscuras. Habiendo gastado todos los esfuerzos posibles en varias historias para hacernos estremecer cada vez que se menciona este libro, Lovecraft ahora nos permite efectivamente saber que el Necronomicon es la “mera franja” de los males existentes» (2012, 130).

Harman recuerda como en el relato Los sueños en la casa de la bruja el último horror fue «misericordiosamente envuelto» por el Necronomicon bajo el nombre de «Azathoth», dicho designador rígido encarna al Demonio-Sultán que «gobierna todo el tiempo y el espacio desde un trono negro», rodeado en el centro del Caos de vórtices fuliginosos en espiral. El Necronomicon sería el «encubrimiento misericordioso» de un monstruoso Caos Primordial más profundo que se encuentra detrás de ese nombre. Aquí estaría la tensión llamada «esencia», en la que ni el objeto ni sus cualidades son directamente accesibles.

El ídolo de Cthulhu

Es sobre el ídolo de Cthulhu donde Graham Harman centra su atención para una interpretación desde la ontología orientada a los objetos (OOO). La OOO se basa en la relación de los objetos y sus cualidades, en una cuaternidad que se divide a lo largo de un eje, en el retiro de lo real y las interacciones relacionales de lo sensible y en otro eje entre los objetos sensibles y las cualidades, convirtiéndose así en un objeto cuádruple. Harman aprecia la tensión entre el objeto real y sus cualidades reales (disyunción y contracción) en la ficción de Lovecraft cuando se habla de las regiones más remotas del cosmos gobernadas por deidades o fuerzas tan extrañas que un nombre propio vacío es todo lo que puede usarse para designar algo para lo cual no hay cualidades tangibles disponibles, esta tensión apela a la esencia, a una oscura haecceitas. De este mismo modo el ídolo de Cthulhu cumple con esta misma tensión ontográfica.

Para Harman la obra de arte o el artefacto religioso es un objeto real en el sentido de que no puede ser agotado por ninguna suma total de experiencias específicas o proposiciones lingüísticas, pero hasta cierto punto resiste toda percepción y todo análisis, que siempre fallan en agotarlo. A este respecto dice Harman, el ídolo de Cthulhu no es diferente de un martillo, una silla, un átomo o un ser humano. En todos estos casos, no es posible el contacto directo con el objeto real.

En el análisis de las herramientas de Heidegger, el martillo que se rompe no emerge repentinamente de la visibilidad oscura a una forma directamente accesible. El martillo roto o explícito que se encuentra ante nuestros ojos todavía alberga profundidades insondables, y lo mismo es aún más evidente para el narrador de Lovecraft cuando se enfrenta al ídolo de Cthulhu:

«El objeto real nunca se vuelve directamente presente bajo ninguna circunstancia. En esta medida incluso estaríamos de acuerdo con el argumento idealista de que el pensamiento de las cosas en sí sigue siendo un pensamiento y, por lo tanto, está completamente circunscrito por las leyes del pensamiento. Simplemente no estamos de acuerdo en que no sea posible un acceso indirecto a las cosas en sí mismas. Pues esto es precisamente lo que hace la alusión, señalar hacia una cosa sin hacerla presente. Este acceso indirecto se logra al permitir que el objeto oculto deforme el mundo sensual, al igual que la existencia de un agujero negro podría inferirse del remolino de luz y gases que orbitan alrededor de su núcleo. Nótese que el narrador no se limita a darnos una vaguedad del tipo siguiente: «Cualquier intento de dar una descripción sería infiel al espíritu de la cosa, porque era el contorno general del todo lo que lo hacía más espantosamente espantoso». Aquí falta por completo el intento fallido de descripción. (…) En lugar de esto, Lovecraft ofrece las conocidas cualidades físicas de dragón, pulpo y humanoide como indicadores aproximados. Pero al invocar el «espíritu» y el «esbozo general» del ídolo, también apunta a una unidad más profunda e inaccesible que de alguna manera es capaz de gobernar esta grotesca variedad de características. Dicho de otra manera, la descripción de Cthulhu es como una metáfora con uno de los términos eliminados» (2012, 274).

Esta perspectiva le permite a Harman reformular su idea de la tensión entre un objeto y sus relaciones [vínculo sensible], y la tensión entre el objeto y sus partes [vínculo causal]. Estas tensiones se manifiestan en el concepto de causalidad vicaria, el cual refiere que, para que exista una relación entre dos objetos, es necesario que dichos objetos tengan un vicario, llamado objeto sensible, y que entre estos objetos sensibles deba existir un medio comunicante, siendo éste el interior de otro objeto. De este modo el objeto sensible será perenne con la totalidad de sus rasgos, para la percepción de otro objeto de esta categoría, a ello se le denomina nota. Por otro lado, el objeto real se identificará con una nota impar de ser en sí en estado ausente, de forma conjunta a todas sus partes, cuyas notas sobrepasen su relación con el objeto al cual componen.  Las notas esenciales del objeto sensible serán una función del excedente de las notas de las partes del objeto real.

¿Objeto real o sensible?

Eric Wilson al analizar esta lectura lovecraftiana de Harman desde la categoría de Rudolf Otto de lo sagrado como lo numinoso, refiere que Cthulhu es un fenómeno específicamente estético, precisamente en el sentido de lo que Harman entiende por objeto sensible, por lo que el Gran Cthulhu constituye un ejemplo singular de lo que se puede denominar lo sublime ineficaz:

«La experiencia de lo real (objeto) no sólo es eternamente diferida, sino también sobresaturada de afectividad. La esencia fenomenológica tanto del mysterium como del tremendum no es el Ser del Totalmente Otro sino su capacidad afectiva para infundir una respuesta estética de poder único y excepcional dentro del espectador o suplicante. Aquí, los Monstruos-Dioses, o los «Antiguos», pueden entenderse mejor como nombres altamente elásticos dados a estados de conciencia alterada en lugar de la denotación adecuada de un ser real. Eso que llamamos Dios no es el objeto real que causa lo tremendum; más bien, lo que nos hace experimentar el mysterium es el objeto sensible que llamamos Dios» (2020, 478).

Sobre este tema del nombre de Dios como designación nominal o referencia directa a un ente superior (Ser, esencia y atributos) se ha discutido considerablemente dentro de la tradición teológica, filosófica y mística del judaísmo, cristianismo y el islam. En el caso de lo argumentado por Wilson tanto el ídolo de Cthulhu como el Necronomicon serían, no un objeto real que está en retirada hacia profundidades inescrutables, sino un objeto sensible «incrustado en una extensión potencialmente infinita de simbiosis decididamente asimétricas, pero que con la sustancia del mundo permanece inalterada». El objeto sensible, por medio de la estética, apuntan a experimentar la unicidad incognoscible del objeto real. Como bien concluye Wilson:

«El horror de Cthulhu es en sí mismo la primacía de la naturaleza y el efecto estéticos del mundo, todo lo cual evidencia que no hemos salido verdaderamente del mysterium tremendum. Simplemente hemos sustituido un nuevo ídolo por uno viejo. El horror de Cthulhu no es la estética del horror sino el horror de la estética» (2020, 149).

Referencias

Alcala Gonzalez, Antonio – Sederholm, Carl H (2022) Lovecraft in the 21st Century: Dead, But Still Dreaming. Nueva York: Routledge.

Harman, Graham (2008). On the horror of phenomenology: Lovecraft and Husserl. Collapse Philosophical Research and Development, IV, Urbanomic.

Harman, Graham (2012). Weird Realism: Lovecraft and Philosophy. Washington: Zero Books.

Wilson, Eric (2020). When the Monstrous Object Becones a Tremendous Non-Event: Rudolf Otto’s Monster-Gods, H.P. Lovecraft’s Cthulhu, and Graham Harman’s Theory of Everything. Diseases of the Head: Essays on the Horrors of Speculative Philosophy. California: Punctum Books.


Notas

[1] Novela que habla de un telar propiedad de H P Lovecraft situado en la provincia de Oriente.

[2] Gurpegui, Carlos G. (2018). El soñador de Providence: El legado literario de H. P. Lovecraft y su presencia en los videojuegos. Sevilla: Héroes de papel.

[3] En español se editó en 2020 como Realismo raro Lovecraft y la filosofía (Editorial Holobionte), con traducción de Antonio Jiménez Morato y Federico Fernández Giordano.