Bien mirado, el planteamiento de los sistemas inerciales en Física Matemática, al que dio forma sobre todo Galileo Galilei, supone una suerte de des-realización del antiguo y medieval sentido de la realidad, al que todavía no nos hemos acostumbrado del todo, pero que, sin embargo, recorre la nervadura de nuestro mundo hipertecnificado. Conforme a la Nueva Ciencia, es imposible discernir si un cuerpo está en movimiento o no, porque el movimiento no es real; no entraña una propiedad real del objeto, como sí sucedía con el impetus renacentista, sino tan solo una posibilidad de acción del sujeto de la observación.
Si a esta completa locura —vista, ya digo, desde la perspectiva del mundo antiguo y medieval (lo que yo llamo “la bella filosofía”, pero esa es otra historia…)— le añadimos que Kant, quien apuntaló ontológicamente la visión de Galileo y Newton, fundamenta la libertad humana desde una base indemostrable teóricamente por motivos de necesidad práctica, entonces se ve con toda nitidez que hemos construido el orbe moderno con las piezas de nosotros mismos, y no con las de la realidad antes llamada natural.
De ahí que, a mi parecer:
- Seguir apelando a la “naturaleza” virgen para vender productos, viajes o terapias resulte falaz y completamente anacrónico.
- El ciberespacio digital sea la consecuencia lógica de esta especie de vuelta de calcetín ontológica del mundo sobre sí mismo, pasando de ser exterior a ser interior, por así decirlo.
- El ser precise, en efecto, ser escrito con una grafía tachada, porque se oculta enteramente al concepto, conforme al pensamiento de Martin Heidegger (aunque él tachaba con un aspa, en atención a la Cuaternidad1), esa misma que, por cierto, debería lucir también la nada…
- Por último, la Interpretación de Copenhague de la Mecánica Cuántica —que Erwin Schrödinger quiso llevar al absurdo en su célebre experimento mental del gato— ya tenía validez desde el inicio, con el propio fundador pisano. Es cierto que el cuerpo en velocidad constante está y no está a la vez en movimiento y en reposo, hasta que la intervención del observador resuelve o determina uno de ambos estados, de modo parecido a como en la cuántica lo hace el colapso de la función de onda. Es decir, también para Galileo era indecidible en el plano nouménico, en el “en sí”, si cuando un gato salta es él quien se mueve o lo hace el suelo bajo sus pies, a la Schrödinger.
Desde luego, no es de extrañar que lo que encontramos por sorpresa y presentado como una paradoja al final del modelo mecanicista fuese sembrado desde el inicio como algo operante, pero aún impensado. Esto confirma, a mi juicio, que es la Interpretación de Copenhague —de Niels Bohr, Max Born2 y Werner Heisenberg— la finalmente más coherente del modelo consigo mismo, y no la realista o espinozista de Schrödinger y Einstein.
A este respecto, creo que Heidegger supuso el intento —yo diría que logrado— de situarse antes de Galileo Galilei, de modo semejante a como los prerrafaelistas quisieron colocarse antes de Rafael Sanzio. Galileo, en efecto, fue un gran genio que asumió la tarea de aliviar a la Física de la misión de indagar lo que Heidegger denominó, en Ser y tiempo, la “esencial incomprensibilidad del ente”, en favor de obtener las mediciones adecuadas que obvian la intimidad de la cosa, pero a cambio nos proporcionan la clave de sus relaciones con otros entes.
Eso, que Antonio Escohotado enuncia con fortuna en términos de convertir “la medida del fenómeno como fuerza causante del fenómeno mismo” (Caos y orden, cap. III), cae por su propio peso cuando nos percatamos de que el ser, la realidad misma, es sometida a una enorme confusión. El objeto en movimiento ni está ni no está, ni se mueve ni se halla en reposo, ni tiene interior ni exterior; en resumidas cuentas, el observador que realiza la medición lo pone todo, excepto las leyes absolutas de toda medición posible (que ya no corresponden al cosmos o naturaleza, y eso constituye todo el criticismo kantiano).
La rebelión ante esta des-realización del mundo y des-filosofización del pensamiento —ese querer desandar el camino para entender qué ha pasado— es, me parece, lo que representó cabalmente la obra de Heidegger en el siglo XX.
En resumidas cuentas: vale que, más allá de las relaciones que mantiene con otros entes, no puede ser comprendida cosa alguna; pero entonces digámoslo claramente. Vale que, más allá del “ser medido y calculado” del ser, no hay nada más que indagar; pero partamos de esa misma nada para recomenzar. Porque recomenzar no es ni puede ser aceptar la operación tácitamente nihilista de la ciencia físico-matemática de un modo irreflexivo para hacer filosofía a partir de ella, como hizo de modo grandioso Kant. Recomenzar era, por el contrario, para Heidegger, un rebuscar tras aquel tremendo juego de manos para averiguar qué tipo de oscuro truco se acometió con ocasión de él, a fin de volver a poder remitirse a las perdidas esencias, en vez de a las ya aseguradas relaciones. Ese “aseguramiento” es lo que Heidegger denominaba Das Gestell3, y nosotros transformación digital. Y a fin, también, de sacar de la zona fantasma a los encantadores y malvados gatitos…
Notas
- Si no lo he entendido mal, la Cuaternidad (Das Geviert) funciona en cierto modo como los trascendentales del ser en el pensamiento medieval: no tiene sentido preguntarse si existen o no; sencillamente (es un decir…) forman parte del desocultamiento de una realidad cualquiera. (En la ponencia La cosa, de Conferencias y artículos, Heidegger se apoya en una humilde jarra), es decir, de la consistencia de su verdad, de modo análogo a como los trascendentales del ser formaban parte del enunciado que procuraba la adecuación entre intelecto y cosa. ↩︎
- Max Born, que quizá sin saberlo era un pluralista ontológico y un verdadero filósofo: “La teoría cuántica no nos enseña que el mundo está compuesto de partículas, sino que está compuesto de actos”. ↩︎
- Sobre la reflexión heideggeriana del Gestell, que a mi juicio es el concepto filosófico más decisivo de la actualidad, y la realidad pantallística a la que nos veremos abocados de ahora en adelante: TeseoPress. ↩︎