Autoexplotación, identificación, deseo y libertad de elección

La Autonomía de los No-Vivos - Quinta Entrega
enero 7, 2023

Foto por Snag Eun Park

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El que en la mayoría de los casos las imágenes vayan ligadas a la instrumentalización del cuerpo del emisor, exige el cuidado de su representación ante el gran público, en definitiva, el cuidado de su apariencia propicia el consumo de un determinado tipo de productos, actividades y cultura ligadas al concepto de Wellness and Beauty. Un sentimiento que jamás quedará satisfecho en un mercado de competencia global donde todo es remplazable y no hay necesidad de apego; en el que pretendemos engañar el paso de los años mediante filtros.

Esta lluvia de imágenes de cuerpos deseables nos empuja inevitablemente a la comparación. En cuanto que la totalidad de los individuos son creadores de su propia representación y participan en el juego de identificación, dicha situación acaba por provocar un «trastorno dismórfico»[1] colectivo de carácter obsesivo que oprime a los individuos generando ansiedad y preocupación, y que tiene efectos dañinos en la autoestima del sujeto, que transformará nuestra relación con el mundo físico. Vemos aquí la imagen de nuestro cuerpo distorsionada como contraposición a lo visionado. En esta dismorfia, el movimiento es bidireccional: el sujeto quiere ser deseado, pero también desear lo deseable: «Allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico»[2]. De este modo volcamos los mismos estándares que nos subyugan y nos oprimen en nuestras relaciones socioafectivas, despojando al mundo real de su morbo y su sensualidad. Respecto a este último punto, permítanme volver una vez más a la bella Fanfarlo y traer a colación esta breve analogía de cómo el viejo Samuel Cramer por más que disfrutaba de sus encantos, acababa por extinguirse en sus propias fantasías:

«Por lo demás, como sucede a los hombres excepcionales, a menudo estaba solo en su paraíso, ya que nadie podía habitarlo con él; y si, por casualidad, él la raptaba y la traía casi a la fuerza, ella se quedaba siempre atrás: por lo que, bajo el cielo en que él reinaba, su amor comenzaba a estar triste y enfermo de melancolía del azul, como un rey solitario»[3].

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La sociedad neoliberal en su carácter individualista nos acaba por convertir en estos reyes solitarios e inconformistas, donde esta aparente democratización de la imagen del éxito, hace que los individuos se cuestionen si no se han esforzado lo suficiente dentro de nuestros sistemas capitalistas de producción, donde se hace ver a los individuos como últimos responsables de su fracaso. El fracaso se interpreta en las sociedades neoliberales como una mala elección. Esta filosofía del coaching, el «querer es poder», inunda la red con miles de perfiles, charlas y citas motivacionales para sacar lo mejor de nosotros mismos y optimizar nuestra productividad, mientras que la solución única recae sobre el individuo y no en la modificación o responsabilidad de los organismos socioeconómicos y las superestructuras de poder. La apología a la libertad en las sociedades poscapitalistas implica que al individuo se le ha otorgado, de alguna manera, el control total sobre sus elecciones. Lo que termina en una decepción causada no solo por la relación de las malas elecciones que no llegaron a cumplir con nuestras expectativas, sino también con aquellas opciones que desechamos en su día y que acaban por desencadenar una «angustia hedónica»[4]. Un objetivo que se desplaza continuamente un paso más allá de nosotros. Este drama kierkegaardiano donde toda elección es pérdida y dónde nada es satisfactorio no encuentra aquí tampoco el sosiego. Precisamente, como apunta Schwartz: «lo que contribuye a que tengamos unas expectativas tan elevadas es la cantidad de opciones con la que contamos y el control que tenemos sobre casi todos los aspectos de nuestras vidas»[5]. El que se tiene que actualizar, el que tiene que demostrar constantemente una experiencia positiva y un cuerpo saludable es el individuo, porque es poseedor de la libertad de elección, del querer ser y los medios le exigen la demostración constante. Este deseo de actualización constante, va ligado a un estilo de vida hiperactivo enfocado en el rendimiento del individuo; es decir, como bien apunta Byung-Chul Han en su Psicopolítica publicada en el año 2000, a una «optimización constante»[6]; y este dejar de lado la negatividad, este positivismo exasperante nos va deshumanizando y vaciando. Queda pues, este todo poderoso sujeto a la intemperie, entendido como «desarrollo de un proyecto»[7], mientras carga sobre sus hombros esta angustia kierkegaardiana, que es el vértigo de la libertad: «El régimen neoliberal esconde su estructura coactiva tras la aparente libertad del individuo, que ya no se entiende como sujeto sometido (subject to), sino como desarrollo de un proyecto. Ahí está su ardid»[8].

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Si aceptamos que la interpretación es lo que da sentido al mundo, o como diría Susan Sontag: «Interpretar es empobrecer, reducir el mundo, para instaurar un mundo sombrío de significados. Es convertir el mundo en este mundo»[9], ello nos invita a reflexionar sobre cómo en este mundo digital contemporáneo, se produce una reducción del individuo que es alejado del contacto social directo mediante las comodidades y separado de su privacidad a través de la exhibición pública mediante los medios de producción audiovisual e interactivos. Hay una negación del individuo y de su naturaleza particular que se homogeneiza en imágenes bajo un paradigma dominante. Esto provoca un choque entre lo físico y lo virtual debido a la posición privilegiada que nos otorgan las tareas de producción. Conocemos los trucos, y eso nos hace conscientes del espectáculo y nos empuja a compararnos en esta alienación, no como individuos, sino como agentes del espectáculo. Bajo la comodidad de la enajenación y el morbo, el gran público no desea carne cruda, y narcotizado por este carrusel de imágenes infinito, se aleja de cualquier interés por desmontar el espectáculo, pues no solo forma parte como agente activo, sino que es ese vacío que deja el justo espacio que necesita para fantasear, para hacer suyo lo fantástico. Es esta fantasía más bella que lo real en cuanto que se corresponde con nuestros más íntimos deseos; y en muchos casos, el exceso de información es contraproducente. Es esta distancia del sujeto real la clave para mitificarlo pero también para apropiárnoslo, para romantizar una relación con algo que no es tal.

«… que es nuestra miopía la que hace a los rostros hermosos y nuestra ignorancia la que hace a las almas bellas, y que necesariamente llega el día en que el ídolo, al ser visto con claridad, ¡no es más que un objeto, no de odio, sino de desprecio y de asombro!»

Charles Baudelaire, La Fanfarlo y otras narraciones.

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«…el tejido social ha dejado de ser un derecho con el que nacemos para convertirse en un conjunto de opciones deliberadas y agotadoras».

Barry Schwartz, Por qué más es menos.

Nos hemos convertido en «maximizadores»[10] que frente a este infinito de posibilidades y elecciones para llevar a cabo nuestro proyecto, queremos elegir siempre lo mejor: «Cada vez que elegimos damos un testimonio de nuestra autonomía, de nuestro sentido de la autodeterminación»[11]. Pero lo mejor siempre está un paso más allá, en la novedad y en la siempre esperada actualización; por otro lado, «la capacidad de elegir nos permite decirle al mundo quiénes somos y lo que nos importa»[12], y tiene así, un valor expresivo. La elección es, de alguna manera, un acto creativo en cuanto no hay persona humana que pueda decidir sobre todas las opciones posibles en el panorama de una sociedad liberal. Este miedo a quedarse sin representación, a no ser, nos aboca a la súper-productividad mediante la compartición de lo privado para revindicar y dar parte de nuestra existencia en la comunidad hiperactiva por medio del registro de nuestras experiencias. Lo importante es que pasen cosas, y la veracidad del contenido de estas fotografías está subordinada a la actividad misma; porque «la fotografía no nos da nunca “la” verdad, solamente nos dice que “algo” pasa»[13]. Una falta de pudor que nos predispone de modo espectacular a la performance para ocultar lo real tras una pose y un encuadramiento de los elementos de la realidad. ¿Acaso no es la falta de pudor una confesión en la medida en que nos encontramos con una apertura sin condiciones ante el público? Aunque parezca paradójico, este constructo, esta tragedia, se cocina antes de ser servida al gran público (filtros, iluminación, recolocación y una vez más, la pose). Una tragedia que brinda una catarsis no solo al espectador (mediante la identificación con las pasiones y una proyección modélica a la que seguir) sino también para este pseudoactor, que de alguna manera interpreta su vida para el gran público, que imita las bellas poses del imaginario dominante que antiguamente veíamos en las modelos de revista o en el arte, y que ahora reproducimos queriendo integrarnos en dicho colectivo mientras olvidamos nuestros propios gestos en este interminable proceso de identificación. Nos hemos convertido en «agentes del espectáculo», una sociedad de vedettes que fluye obedeciendo ciegamente «al curso de las cosas»[14]. Esta actividad lleva implícito la interactividad que nos hace adictos y dependientes de la validación provocada por nuestro proyecto, nuestro yo-expuesto, que se traduce en un nuevo «estar-en-el-mundo», que a su vez es sinónimo de estar siendo observado. «El mayor miedo se constituye como el miedo a no ser visto, a ser excluido. Este miedo a la exclusión se constituye «como máxima amenaza para la seguridad existencial y como máximo motivo de ansiedad»[15]. Ser observado es sinónimo de reconocimiento social.

Notas

[1] ROMÁN GUBERN, El Eros electrónico, (Madrid, Editorial Taurus, 2000).

[2] DEBORD, G., La Sociedad del espectáculo, 7.

[3] Charles Baudelaire, La Fanfarlo y otras narraciones.

[4] «La cuantía hedónica real aparece cuando una experiencia supera las expectativas; la angustia hedónica sobreviene cuando la experiencia no consigue alcanzar las expectativas». SCHWARTZ. B., Por qué más es menos, 172.

[5] SCHWARTZ. B., Por qué más es menos, 173.

[6] BYUNG-CHUL HAN, Psicopolítica, Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, (Barcelona, Herder Editorial, 2013).

[7] BYUNG-CHUL HAN, La agonía del Eros, (Herder Editorial, 2ª Edición, Barcelona, 2018)

[8] BYUNG-CHUL HAN, La agonía del eros.

[9] SUSAN SONTAG, Contra la interpretación y otros ensayos, (Barcelona, Editorial Debolsillo, 2018) 19.

[10] «La palabra «maximizar» implica un deseo por tener lo «mejor» y sugiere estándares absolutos.» BARRY SCHWARTZ, Por qué más es menos, 184.

[11] SCHWARTZ. B., Por qué más es menos, 94.

[12] SCHWARTZ. B., Por qué más es menos, 94.

[13] JIMÉNEZ, J., Teoría del arte, 194.

[14] «El agente del espectáculo puesto en escena como vedette es lo contrario al individuo, el enemigo del individuo en sí mismo tan claramente como en los otros. Desfilando en el espectáculo como modelo de identificación, ha renunciado a toda cualidad autónoma para identificarse con la ley general de la obediencia al curso de las cosas.», DEBORD, G., La Sociedad del espectáculo, 23.

[15] BAUMAN, Z. & LYON D., Vigilancia líquida, 25.

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  1. Estamos entrando a la deshumanización prolongada sin identidad y bajo los estándares impuestos por las élites gobernantes.URGE UN CAMBIO EN ESTE PARADIGMA.
    CONCIENCIA HUMANA.

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