El Yo-expuesto, el pensamiento positivo y la mercantilización de las patologías

La Autonomía de los No-Vivos – Séptima Entrega
agosto 22, 2020
Yo mercantilización patologías

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¿En qué medida participa este Yo-expuesto de mi Yo, de qué modo nos vincula este modo de presentarnos y exhibirnos a los demás? En la medida en que el mundo virtual ya constituye la realidad como mediador de las relaciones sociales y económicas reales, hemos de analizar dónde está o qué constituye el sujeto.

Cuando asistíamos a un evento importante y nos vestíamos con nuestras mejores galas, nos presentábamos delante de los demás en la manera en que queríamos ser vistos para atraer nuevas relaciones personales y las buenas opiniones. Estas opiniones se transmitirían más tarde entre nuestros conocidos y sus allegados. El Yo de chaqueta y corbata, se separaba entonces de nosotros en un lugar y un tiempo concretos, y dejando una impresión y un recuerdo en los otros. Hoy, bombardeamos a miles de personas con nuestro feed de impresiones digitales que aparecen de forma simultánea en múltiples dispositivos de ciudades diferentes.

Aunque en ambos casos, el mitificar al otro y ejercer influencia es posible; el alcance, el ritmo y la inmediatez, sumado al descenso del riesgo, la libertad y la capacidad de control, hace que muchos prefieran relacionarse por medio de las redes sociales. Hemos de reflexionar si la representación es un simple instrumento o si en verdad es parte de nuestro Yo íntimo, y si es cierto que la fotografía, ahora más que nunca, «conlleva una síntesis, una hibridación de la máquina con el espíritu humano»[1] o si somos sólo aquel yo-mutilado donde las partes, una vez arrojadas a los otros, acabarán en mito. Un mito que poco o nada tiene que ver con nosotros excepto en el cincelado de nuestro rostro. Son estos mitos, necesarios para todos, en cuanto nos hacen soportar la contradicción de nuestra existencia y nos sirven como enajenación y goce estético-erótico.

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En la época de la cultura digital, como hemos establecido anteriormente, cada individuo es a su vez su propio equipo creativo, y esto nos hace conscientes del proceso de manipulación de lo real. Sin embargo, al individuo en su desesperación, siempre le quedará la angustia generada por la participación de lo real y la estadística de aquel contenido que no está generado por él mismo. Esto es, que partiendo de la premisa de manipulación y sesgo de lo real, ¿cuánto de real es aquello que se nos ofrece en la vida de los particulares? Toda producción implica una serie de elementos reales, en este caso, el acceso a lugares, materiales y un sujeto base de ciertas características sobre el que realizar manipulaciones estéticas. Existe una centralización del cuerpo como instrumento, y esta auto-cosificación que el sujeto propicia sobre sí mismo, exige también los medios económicos y unos mínimos de estilo de vida para conseguirlo y mantenerlo. Así pues, se convierte en una obligación para el sujeto, que se compara constantemente con el Otro y consigo mismo, pues se autoanaliza por medio de las herramientas cuantificadoras proporcionadas por el sistema. Esta, como ya hemos dicho, es una carrera interminable.

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Hay una tendencia generalizada a mostrar una sociedad positiva y ausente de sufrimiento en lo particular. Mientras tanto, denunciamos el sufrimiento de colectivos desde la generalidad como otro de los modos de input positivo de la sociedad moderna, que se reclama y se procesa a distancia: bien mediante 240 caracteres o en hoja de firmas online, sin implicaciones personales y siempre invadidos por lo políticamente correcto y la tendencia con sus dualidades antagónicas, que como tendencia va mutando y siendo sustituida por nuevas temáticas que a su vez serán olvidadas en cuestión de horas o de días. Esta ausencia de profundidad en la información, sumada a la ansiedad de exhibir una respuesta pública, va sujeta a la necesidad de generar una actividad y un contenido que de por sí no tiene fundamento, sino que viene ya dado por la tendencia que se suele manifestar en ella y su contraria, un antagonismo bilateral donde se busca más la emocionalidad del discurso que la racionalidad o la base científica del relato. Estamos relegados a la contemplación constante de imágenes bajo un déficit de atención. Una mirada pasiva de datos en los que no merece la pena detenerse más de tres segundos, y para cuando la verdad da muestras de su existencia, la noticia ha perdido el interés general y la imagen ya ha dejado su imprenta emocional en el sujeto afectado. Es un discurso de portada, de titular transitorio en el que jamás se puede penetrar, en el que no se ha de profundizar.

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La sociedad de la transparencia ha establecido la necesidad de hacer público lo privado mediante un discurso positivo, y notamos sus efectos en la normalización de patologías tales como la depresión, que a través de la representación estética y por medio de la sexualización y la mercantilización cargada de morbo, llenan hoy las redes con la vida de los Otros. Hay un goce estético en cuanto nos vemos capaces de representar o representarnos visualmente en nuestras patologías y el reconocimiento por la comunidad de internautas que hará que lo normalicemos; representándose como aquellas imperfecciones bellas y consumibles que son partes inseparables de nuestra realidad. Es la sociedad confesional «…que convierte la exposición pública de lo privado en una virtud pública y en una obligación, y también que excluye de la comunicación pública a cualquiera que se resista a ser reducido a sus confidencias privadas, junto con todos aquellos que se niegan a hacer confidencias»[2]. Esto nos hace convertir nuestras redes sociales en un confesionario a modo de reality show y nos hemos visto empujados a normalizar aspectos negativos, incapacitantes e incluso grotescos, para positivarlos en imágenes aptas para el consumo de masas que a su vez se sienten identificadas con dichos productos, unos productos que, irónicamente, han sido consecuencia potencial del mismo sistema de explotación.

Estamos positivando el sufrimiento y asumiéndolo como parte del mecanismo natural y humano mediante la representación visual para ser consumido como producto estético en las redes sociales. Una vez más, la lucha en las redes para empoderar ciertos estereotipos y problemáticas surge mediante la individualidad, alejados de los espacios de reunión y colectivos mediados tradicionalmente por procesos normativos y de compromiso. Una imagen ligada a un hashtag basta para revindicar el discurso total bajo el que creemos ampararnos. Actualmente hay más de 21 millones de imágenes etiquetadas con #depression en Instagram. El propio proyecto de suyo ya nos empuja a la falta de autoestima y a la depresión, que estos años se han sumado a la lista de las nuevas tecnopatías como el FOMO (Fear of Missing Out) que ya padecía el 13% de la población en 2018 según el A&M Health Science Center College of Medicine de Texas[3] o la llamada «depresión de Facebook», en una espiral de comparaciones interminables como en aquel relato de Cortázar llamado Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj. En el que el protagonista se convertía en esclavo de su reloj.

En lo que nos incumbe, nos hemos vuelto esclavos de nosotros mismos.

Notas

[1] «La fotografía conlleva una síntesis, una hibridación, de la máquina con el espíritu humano, con el individuo que actúa a través de ella. De ahí su fuerte carácter performativo, pragmático. Dependiendo en cada caso de la finalidad, el fotógrafo actúa de un modo u otro, pero se podría generalizar la observación de Heinrich Schwarz (1987, 82) cuando indica que la actividad fotográfica requiere una organización racional y emocional con vistas a eliminar el desorden y, tanto como sea posible, el accidente» (JIMÉNEZ, J., Teoría del arte, 194).

[2] BAUMAN, Z. & LYON D., Vigilancia líquida, 31.

[3] El Correo, El síndrome FOMO: llega la adicción a las redes sociales, https://www.elcorreo.com/tecnologia/internet/panico-perderse-redes-20180102093048-ntrc.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com