El Voyerismo y la ilusión de anonimato

La Autonomía de los No-Vivos – Octava Entrega
agosto 29, 2020
Voyerismo ilusión anonimato

Foto por Mathieu Stern

«La depresión es una enfermedad narcisista. Conduce a ella una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo está agotado y fatigado de sí mismo».

Byung-Chul Han, La agonía del eros

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Este reclamo constante del estímulo, este navegar por una red llena de reclamos atractivos, nos acerca en un principio a la figura del badaud[1], donde la fijación por la novedad en algún momento desembocará en la focalización por la novedad particular sobre alguien; estaremos entonces, ante la figura del voyeur más comprometido con su objeto.

Bajo este concepto de la dominación erótica, nos encontramos con una cosificación total de la humanidad que puede ser contabilizada y vigilada. Esta cosificación es voluntaria en cuanto que constituye un elemento clave del narcisismo, y para aquellos que quieran desmarcarse de este voyerismo, solo recordarles que Robin Dunbar estableció el número del mismo nombre (el número Dunbar) para delimitar a 150 las «relaciones humanas de valor» impuestas por la evolución biológica[2]. El resto, diría refiriéndose a Facebook, es mero voyerismo[3].

Cuando hablamos del concepto clásico de voyeur, nos viene a la mente aquellos personajes sigilosos y precavidos, cuya situación de riesgo suponía la exposición pública como castigo y dado que aquello eran prácticas escondidas, a la condición de perverso.

Aquellos personajes temían más que nada en el mundo ser descubiertos, algo que también lo hacía más excitante; algo que sin embargo todavía se conserva en el formato digital a pesar de que los riesgos sean bastante menores. Aquel ojo de la cerradura desde la que apretábamos la mirada, aquella sombra sobre la que nos agazapábamos para contemplar el contenido erótico y morboso del otro lado del ventanal se ha convertido en la ventana de ventanas, y dado que el sujeto no puede ver y seguir todas a la vez, se ve empujado a refinar el gusto y seleccionar aquellas vidas específicas que le generan más placer. Y es esto, una vez más, consecuencia de la imagen que nos acerca el objeto; es la fotografía una vez más, cómplice del recorte de la distancia.

La fotografía, al igual que la televisión, ha marcado claramente la barrera de seguridad entre el observador y aquello que se muestra, dejándonos poseer a la cosa ya sin vida, y sin exponernos a ningún tipo de réplica en un movimiento unilateral que es dominado por el observador. Existe un sentimiento de propiedad, en término de acceso y almacenamiento al contenido de estos seres que no están realmente y que contemplamos tanto semidesnudos como en su cotidianeidad.

Mientras el voyeur tenga acceso al imaginario, ya bien sea mediante una plataforma compartida o mediante los sistemas de almacenamiento, existe el sentimiento de dominación. El acceso es sinónimo de una propiedad que no pesa, es el hallway de un hotel interminable donde no hace falta mirar por el ojo de la cerradura porque todas las puertas han quedado abiertas o entornadas. Un hotel donde los huéspedes a los que observamos y con los que nos deleitamos, no son otra cosa que una representación que ha superado a los propios individuos representados; la distribución libre y total del contenido hace a nuestro biopic superar la limitación del espacio y traspasar fronteras, hay una pseudo-omnipresencia en este acceso democrático a la información.

En cualquier caso, hacer un desnudo como bien apuntaba John Berger[4] lleva ya implícito el materializar la desnudez en una mercancía, en una cosa.

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La observación sin interacción nos recuerda a la frontera de la pantalla, del escenario de la clásica sociedad del espectáculo.

Hay pues una ilusión de dominación del objeto, de hacerlo nuestro e incluso almacenarlo en nuestros dispositivos de manera anónima. Esto no es más que una ilusión puesto que todo queda registrado en el Big data (por ejemplo: los tiempos de visionado) así pues, se convierte este ser invisible en un actor que sin intervenir activamente queda registrado y cuantificado.

Aquel que calla, ya nos está expresando mediante sus tiempos algo, porque está siendo objeto de medición. Esta es la paradoja del voyerismo moderno: que, aunque nos escondamos de las entidades a las que cosificamos, todas nuestras visualizaciones accionarán el mecanismo que optimizará nuestro consumo y alentarán nuestra producción. Solo estamos a refugio del individuo al que cosificamos, y aquel particular no es más que una pieza más al otro extremo del engranaje.

El poder del anonimato parece un factor decisivo frente a la exposición total. La invisibilidad es una habilidad o superpoder recurrente en los personajes de ficción. Es un privilegio allá donde todo lo demás se da ya expuesto, donde la privacidad fluye en lo alto de la nube de las grandes corporaciones mediáticas. Podríamos decir que la única manera de liberarnos y escapar realmente a este triple sistema de vigilancia no sería otra cosa que prescindir de toda plataforma, vivir off the grid. Sin embargo, como hemos visto anteriormente, en la cultura de la transparencia, aquel que no se da a los demás es sospechoso, y será excluido por la sociedad de la compartición total, puesto que toda experiencia está ya mediada por las redes sociales.

En todas las mesas hay siempre un smartphone esperando para registrar el momento.

Notas

[1] «…en la red hoy el mayor de los protagonismos sería una renovada figura del badaud, del mirón, de aquel que en la ciudad moderna siempre andaba sumergido en un estado de distracción acrítica, de mirada compulsiva y consumista, anonadado por la infinidad de estímulos visuales en los que necesitaba entretenerse, necesitado ansiosamente de novedad». PRADA J.M., El ver y las imágenes en el tiempo de Internet, p. 65.

[2] «Our circle of actual friends remains stubbornly small, limited not by technology but by human nature. What Facebook has done, though, is provide us a way to maintain those circles in a fractured, dynamic world», DUNBAR, R., Ibid. p.15.

[3] «no matter what Facebook allows us to do, I have found that most of us can maintain only around 150 meaningful relationships, online and off what has become known as Dunbar’s number. Yes, you can “friend” 500, 1,000, even 5,000 people with your Facebook page, but all save the core 150 are mere voyeurs looking into your daily life» DUNBAR, R., Ibid.

[4] «Para que un cuerpo desnudo se convierta en “un desnudo” es preciso que se lo vea como un objeto. (Y verlo como objeto estimula hacer uso de él como un objeto). La desnudez se revela a sí misma. El desnudo se exhibe». BERGER, J., Modos de ver, p. 54.