Foto por Rod Long
Una Biblia para los tiempos modernos[1]
La tradición religiosa judeocristiana ha penetrado tan intensamente en la médula de la cultura occidental que a lo largo de dos mil años las civilizaciones euroasiáticas y norteafricanas se han implicado tenazmente en la preservación y traducción del mensaje bíblico.
Lo que llamamos «biblia» no es precisamente un libro, sino una colección heterogénea de narraciones hagiográficas, cartas, ensayos teológicos y escritos proféticos que fueron redactados, corregidos, compilados y copiados de generación en generación, año tras año, durante más de dos milenios. Quien se aventura en la lectura de las sagradas escrituras presentadas en el formato editorial típico, solamente encontrará una amalgama de textos clasificados en versículos y capítulos numerados para facilitar la búsqueda de información. Contar con una edición crítica de la Biblia facilita la comprensión lectora mediante la adición de prefacios y notas al pie que esclarecen el contexto real en el que se concibieron las narraciones mitológicas, las relaciones entre el relato mágico-religioso y los hechos históricos debidamente documentados, así como los resultados que arrojan los análisis lingüísticos.
La edición contemporánea de Biblia Latinoamérica nos propone una lectura bastante desprejuiciada, tomando en consideración que se trata de una publicación concebida por y para cristianos vinculados a la doctrina de la Iglesia Católica. Para cualquier persona interesada en zambullirse en ese afluente del saber enfocado en la interpretación de documentos que se denomina hermenéutica, Biblia Latinoamérica garantiza un viaje fluido y didáctico, que apuesta por la sinceridad, hasta el punto de asumir que las sagradas escrituras fueron elaboradas por manos muy humanas y, por ende, contienen errores, lo cual representa una estocada fatal para el conservadurismo de ciertos líderes religiosos.
En Biblia Latinoamérica se mantiene en gran medida la estructura tradicional para la ordenación del Antiguo Testamento que heredamos del Tanaj[2] y de la Septuaginta[3], así como los documentos canónicos del Nuevo Testamento. Es una de las versiones más completas de los textos judeocristianos pues incluye libros y versículos que han sido eliminados del canon protestante. Las notas introductorias que anteceden cada libro revelan quiénes fueron sus autores o si las manos que los escribieron permanecen en el anonimato, las condiciones suigéneris en que se conformó la narración, las conclusiones a las que han arribado los especialistas en crítica textual y, por supuesto, la manera en que deben ser interpretadas las palabras para reafirmar la fe cristiana. Casi todas las páginas incluyen notas al pie para aclarar versículos crípticos o ambiguos, añadir datos históricos, así como edulcorar los deslices más evidentes (pero sin dejar de reconocerlos, lo cual es digno de admiración).
La nueva versión de Biblia Latinoamérica intenta conciliar los postulados científicos sobre evolución de organismos vivos y expansión del universo con la poética mitológica del Génesis, aplicando la máxima: «a la ciencia lo que es de la ciencia, y a Dios lo que es de Dios». Despojada de fundamentalismos inútiles, la edición novel declara con valentía inusitada que no fue Moisés quien redactó la Torá[4], sino las élites sacerdotales vinculadas a los reinos de Israel y de Judá[5]. En la medida de lo posible, sin renunciar a la intención de promover las bondades de la religión, se critican los aspectos negativos de los más de seiscientos mandamientos registrados en Éxodo, Levítico y Deuteronomio. Mediante una extensa nota al pie se especifican el valor puramente simbólico y la historicidad improbable del duelo entre David y Goliat.
El discurso explicativo que precede a los evangelios constituye una franca demostración de desafío a la tradición obsoleta: la Iglesia Católica admite ¡al fin! que tres de los evangelios no fueron escritos por testigos oculares de los hechos relacionados con la vida y obra de Jesús de Nazaret. En cuanto a las epístolas de los apóstoles, el editor especifica cuáles son auténticas y no duda en reprochar el machismo que aflora en ciertos versículos de las cartas de Pablo de Tarso.
Pero a pesar de sus virtudes, como toda obra humana, Biblia Latinoamérica no posee un corpus escritural perfecto, pues también padece en algunos fragmentos de la enfermedad que tanto ha afectado a los textos de las religiones abrahámicas: la traducción inapropiada. O quizás… pudiéramos hablar de ciertas libertades que se tomó el traductor para maquillar y corregir incongruencias bíblicas. Ejemplo de ello es el término Nazoreo que el traductor utiliza en lugar del gentilicio nazareno para solucionar el conflicto que supone la inexistencia de una profecía sobre un mesías nazareno que se menciona en Mateo 2:23[6].
Biblia Latinoamérica es mucho más de lo que se podría esperar de un esfuerzo editorial mancomunado llevado a cabo por personas de profunda fe. Sin embargo, no llega a ser todo lo que pudo haber sido ya que los cristianos que la concibieron no se atrevieron a más. Como señalan las propias palabras del editor en las notas introductorias al Nuevo Testamento:
«…la fe cristiana no es principalmente ni sabiduría ni religión. Nosotros no podemos dar justificaciones más técnicas en esta edición: nos hemos atenido a lo que se puede decir sin temor de que la historia o la crítica nos contradigan. La historia de Jesús no se pierde en la niebla, podemos aproximarnos a ella siguiendo las indicaciones que nos proporcionan los textos con ayuda de la crítica. Pero habrá que afrontar un misterio: el de la revelación y el del Dios hecho hombre».
Biblia Latinoamérica representa para ateos y agnósticos una aproximación racional a la maquinaria del credo. El hombre cristiano tiene en ella una oportunidad para actualizar y reconciliar su fe a tono con los tiempos que estamos viviendo.
Definitivamente vale la pena curiosear en sus predios.
Notas
[1] El ensayo se refiere a una versión de Biblia Latinoamérica publicada por la editorial San Pablo e impresa en España en 2018. ISBN 978-84-285-0769-1.
[2] Nombre que reciben las escrituras religiosas del judaísmo. Aunque el término Tanaj se utiliza con frecuencia para hacer referencia al Antiguo Testamento, realmente el canon de muchas sectas cristianas incluye libros que no forman parte del Tanaj hebreo. El Antiguo Testamento engloba todos los libros del Tanaj, pero el Tanaj excluye algunos textos del Antiguo Testamento.
[3] La Biblia de los Setenta, también conocida como Septuaginta o LXX, es una valiosísima traducción al griego koiné de los libros que conforman el Antiguo Testamento. Su composición está envuelta en un aura de leyenda: en el siglo III a. C. setenta y dos rabinos helenizados respondieron al llamado de la hoy desaparecida Biblioteca de Alejandría para compilar y traducir los textos sagrados que utilizaban las comunidades judías. Cada uno trabajó por separado, pero cuando compararon el resultado de las traducciones descubrieron que, milagrosamente, todas las traducciones eran idénticas. Para autenticar el origen divino de ciertos documentos, nuestros antepasados acostumbraban a narrar historias mitológicas sobre su concepción.
[4] Torá o Pentateuco es el conjunto de los cinco primeros libros del Antiguo Testamento que describen las concepciones mágico-religiosas de las comunidades hebreas acerca de su origen étnico, así como las normas morales afines a la identidad cultural judía.
[5] Las tribus hebreas se cohesionaron en el siglo X a. C. bajo el mando de Saúl para constituir el Reino unido de Israel, que se escindió prontamente para dar lugar al surgimiento del Reino del Norte (también llamado Israel) y del Reino de Judá en la región sur de Palestina.
[6] El versículo Mateo 2:23 menciona una supuesta profecía en la que se predice que el mesías del judaísmo nacería o habitaría en Nazaret. Pero por más que se ha examinado el Antiguo Testamento, dicha profecía nunca se ha encontrado. Se trata con toda probabilidad de un error del evangelista anónimo. Algunos pretenden remediar el error relacionando dicho versículo con el fragmento Isaías 11:1 en el que aparece la palabra hebrea ne’tser (נצר) que significa vástago, apelando a la semejanza fonética. La justificación parece muy poco creíble dado que el gentilicio nazareno (Ναζωραῖος) se deriva de Nazaret (Ναζαρέθ) y los traductores de la Septuaginta proponen la siguiente versión de Isaías 11:1 en griego koiné: Κvαὶ ἐξελεύσεται ῥάβδος ἐκ τῆς ῥίζης Ιεσσαι, καὶ ἄνθος ἐκ τῆς ῥίζης ἀναβήσεται. Como se puede apreciar fácilmente, no existe una palabra griega en todo el versículo Isaías 11:1 que se parezca a la palabra Ναζαρέθ. La aldea Nazaret ni siquiera se menciona en el Antiguo Testamento.