hannah arendt sobre política y transmodernidad
Photo by cottonbro from Pexels

Todo lo sólido se desvanece: las promesas de la política

Si el mundo globalizado atraviesa el período histórico llamado transmodernidad; entonces la polis universal requiere de nuevas tendencias políticas garantes de un aparato teórico-categorial para poder interpretar la ciberontología con todos sus aciertos, peligros, y desafíos
Inicio

 

“El filósofo tiene un interés en la política en tanto que también él es un hombre mortal, pero este interés se halla tan sólo en una relación negativa con su ser filósofo”.

Hannah Arendt

El controversial encuentro con la tradición del pensamiento político y filosófico requiere, más que de una malograda puesta en contexto; de un punto de inflexión que logre racionalizar y desglosar un espíritu crítico auténtico. Requiere de una búsqueda en el acervo teórico interno, que inicie el prejuicio dubitativo y la puesta en interrogación de cada polarización, pensador, planteamiento, salida elegante y teoría aparentemente sólida. Y precisamente este entorno requiere de tantas herramientas que trastornen y cuestionen su legitimidad, por la puesta en debate de lo que se puede detallar como la misión fallida de la política.

Lo que podría manifestar la puesta en marcha de un mega proyecto, llega como herencia directa de llevadas y traídas promesas acerca del alcance y proyección del gesto político, derivando así en un estudio de la experiencia política, que bajo el talante de Hannah Arendt queda al descubierto. Ahora bien, si de un problema objetivo se tratase, estaría concentrado en la acepción histórica que entiende a la política como un sujeto del cambio encargada de la consecución de la libertad. Sin embargo, el enunciado sujeto del cambio alude directamente a la acción como experiencia política que recoge al conjunto de lo similar/singular y de la pluralidad, noción ausente en un gran cúmulo de pensadores. De modo que existe una no correlación entre lo que la tradición previa a Marx entiende como la tarea principal de la política, y lo que entendiera la sociedad civil, dejando al pensador en una estela y al hombre/individuo en otra totalmente diferente y sin comunicación con la anterior:

Así, nuestra tradición de filosofía política, desgraciada y fatídicamente, y desde sus inicios, ha privado a los asuntos políticos, esto es, a aquellas actividades que incumben al espacio público común que aparece dondequiera que los hombres viven juntos, de toda dignidad que les sea propia [1].

El siglo XXI: status quo de una utopía

En el caso extremo de una ironía superflua, dígase tanto la contemporaneidad, posmodernidad e inclusive la misma transmodernidad (cualquiera que sea el estadio histórico actual) han acelerado la posibilidad de mantener el chiste de mal gusto en que la política sale mal parada como un engendro de dominación. En primer lugar, por la permanencia de una ignorancia absoluta o falta de educación política por parte de la sociedad civil en contraste con la conciencia de clase que promoviera Lukács en su tiempo. En segundo lugar, por la paulatina instauración aparente de sistemas políticos democráticos, que en esencia se encuentran desligados de esta faceta, elemento el cual fractura directamente la misión real de la política. Y en tercer lugar por la ausencia total de un corpus teórico que, como bien Arendt plantea, erradique los prejuicios tradicionales y restituya el lugar de la política en la sociedad como un elemento organizacional y de progreso que rechace de plano la concepción cotidiana que la caracteriza como un mecanismo de control ideológico y de subordinación:

Tan sólo se han preservado vestigios rudimentarios del significado original de palabras como archein y prattein, de modo que, cuando hablamos y pensamos acerca de la acción, como concepto central de la ciencia política, tenemos en mente un sistema categorial de medios y fines, de gobernar y ser gobernado, de intereses y criterios morales [2].

Da al traste con estos elementos, la aparición de mecenas o activistas políticos, que no son más que una especie en ascenso, garante de la conformación de un pensamiento en “supuesta” concordancia con las normas de libertad y bienestar social. No obstante, lo curioso de estos mecenas, es la fusión de su pensamiento que, en la mayoría de los casos, conjuga un alto grado de analfabetismo político con un espíritu supuestamente revolucionario y la alevosía de un intelectualismo vulgar.

Sin embargo, a pesar de estas cuestiones, el hecho que ha marcado un antes y un después, y que, objetivamente hizo caer la fachada que a duras penas sostenía la misión real de la política, ha sido la tergiversación del marxismo y el no cumplimiento de sus proyecciones. La incubación de un discurso coherente tras este tropiezo, resuena cada vez más en una aureola quimérica. En el marxismo descansaban todas y cada una de las aspiraciones hacia las cuales la tradición desde sus inicios había encauzado sus esfuerzos. No se trata de la exacerbación de una metateoría que rigiese sobre las otras, sino de un punto de aglutinación, rectificación y consolidación de epistemes bajo el manto de la acción política.

No obstante, lo que importa es la forma en que la tradición ha tratado de resolver las cuestiones específicamente modernas, aun cuando en pos de viabilizar la igualdad universal se han invalidado sus criterios: la filosofía, quien pretendiera ser su fundamentación y asidero es culpable de ello. Dicha situación es presagio de lo que Arendt denomina la catástrofe de la tradición, que inicia con su propia identificación dentro del espectro del pasado: «Esta identificación, enraizada en el sentido común, ha quedado demostrada en la extraordinaria consistencia y exhaustividad de las categorías tradicionales frente a multitud de cambios, a veces muy radicales»[3].

Son estas las circunstancias que posibilitan la llegada de la imagen nietzscheana del mundo-desierto, la cual suplanta por defecto cualquier tipo de interpretación y aprehensión racional de la realidad. Con la tradición política agonizando y el mundo polarizado rigiendo la condición humana, la percepción del caos se hace nula convidando a que la experiencia cotidiana se transforme en tormenta de arena. Si como bien dice Arendt: el sentido común opera, como es obvio, en el espacio público de la política y de la moral; en tales condicionamientos solo opera desde el espejismo de lo aparentemente justo-correcto y desde las malas prácticas de la conciencia histórica moderna.

Si el mundo globalizado atraviesa el período histórico llamado transmodernidad; entonces la polis universal requiere de nuevas tendencias políticas garantes de un aparato teórico-categorial para poder interpretar la ciberontología con todos sus aciertos, peligros, y desafíos

Pero como en otras instancias, el quid de la cuestión no radica en viabilizar un espíritu que pretenda rescatar la tradición. Tampoco lo sería acelerar el proceso de expiración y hacerla resurgir de sus cenizas como el ave Fénix. Ambas, tanto juntas como separadas serían una solución infantil y sin resultados serios, clásica de la academia y de otros círculos intelectuales. La aseveración de peso en este caso es que la tradición política ya se encuentra bien adentrada en su propio ciclo de decadencia, y, por tanto, debe cederles el paso a nuevas tendencias. Si como precisara en su texto la Dra. Rosa María Rodríguez Magda, el mundo globalizado atraviesa el período histórico llamado transmodernidad; entonces la polis universal requiere de nuevas tendencias políticas garantes de un aparato teórico-categorial, que aunque no se vincule directamente al El espíritu de las leyes o El capital (por solo citar algunos ejemplos) reclame nuevos códigos sociales, morales y jurídicos para poder interpretar y explicar la ciber-ontología con todos sus aciertos, peligros, y desafíos.

De este modo, se justifica un nuevo enfoque para la experiencia política, en el cual las palabras dotadas de un nuevo significado ha sido una de sus características sobresalientes: «Sin duda, la tradición no pudo evitar que estas experiencias tuviesen lugar ni que ejerciesen su influencia formativa sobre la vida espiritual efectiva de la humanidad occidental».

Notas

[1] Arendt, Hannah: La promesa de la política, Editorial Paidós, Barcelona 2008, pág.120.

[2] Ídem. pág.82.

[3] Ídem.pág.79.