Siempre que buscamos el referente artístico de nuestra época, podemos tropezar con la sombra de The Matrix. Rodada en 1999, retrató mejor que nada el naciente Zeitgeist de la era digital. Matrix, más allá de todas las críticas que recibió, representó algo más oscuro para nuestra época. Se convirtió en la interpretación estética de nuestra derrota. La ideología, en la forma misma de una película, tuvo el privilegio de dibujar los contornos de nuestra imaginación política (Robertson, 2021). De forma estetizada, la película captó y modeló la difícil relación de los humanos con la red sensorial en la que vivían, trazando una analogía ciberpunk con la alegoría de la caverna de Platón (Zizek, 1999), aunque de forma distópica, propia del mundo posglobalizado.
Pero el problema no fue sólo que los humanos se presentaron como viviendo dentro de Matrix. La tragedia fue más bien que los graves conflictos que llevaron a la humanidad a esa situación permanecieron tal cual. Se trata entonces de la falta de una solución, incluso en el caso de una victoria sobre las máquinas, que pueda salvar el mundo real. La rebelión contra la máquina fue principalmente la lucha de los representantes rebeldes del libre albedrío contra la idea grotesca de la granja humana. De alguna manera, la dureza distintiva de la posmodernidad contra las metanarrativas cobró vida, pero de la forma más extraña, como una burla. La rebeldía era necesaria, el enemigo ideológico, la matriz, estaba obviamente ahí, pero de alguna manera los que sabían, incluido el elegido, acabaron reiniciando la Matrix de diferentes maneras, como se suponía que debía suceder.
The Matrix Resurrections es la confirmación de la burla que siempre fue. Porque Matrix, como película, y como una especialmente comprometida con la guerra idealista contra lo simbólico, no puede dejar de repetirse, interminablemente, vendiendo su repetición como la verdadera esperanza. Los protagonistas la cambiarán ahora, de nuevo, y dejarán completamente abierta la posibilidad de mantener una lucha cuya victoria nunca se quiso explicar. ¿Acaso alguien pensó que todos los humanos debían ser liberados? ¿Realmente importaba eso? ¿Se suponía que iban a sobrevivir después de la liberación? ¿Surgirían de nuevo las guerras? ¿Se reproducirían las condiciones para la aparición de una IA en un mundo post-Matrix? Al final, lo que se supone que sea una resistencia anti-Matrix resulta estar alimentando su emergencia, a diferentes niveles, sobre todo porque no hay una idea de una post-Matrix (vagamente presente en el jardín de Niobe).
Tiene mucho sentido que The Matrix Resurrections no ofrezca ninguna solución. Nunca se pretendió que lo hiciera. Matrix nunca fue un plan político, sino la expresión artística de la esperanza, y en sus secuelas, de la frustración de una generación.
Tiene mucho sentido que The Matrix Resurrections no ofrezca ninguna solución. Nunca se pretendió que lo hiciera. Matrix nunca fue un plan político, sino la expresión artística de la esperanza, y en sus secuelas, de la frustración de una generación. Pero incluso esto, como esperanza, se enfrentó al terrible obstáculo de enfrentarse a los paralelismos del mundo real. En el mundo pos 2000 todos los grupos ideológicos se comportaron con el mismo patrón, actuando como si tuvieran la píldora roja (el acceso a la verdad), mientras lo real se desmoronaba, primero en Oriente Medio, y después, en 2008 (Varoufakis, Halevi, & Theocarakis, 2011, p. 6) y 2020 (por no hablar de la crisis medioambiental). Sentirse con un acceso inmediato a la Verdad no es un rasgo exclusivo de los trolls de la derecha, como afirma Stevens (Stevens, 2021). Ha sido la forma en que se ha imaginado el paisaje ideológico en los tiempos posmodernos. Vivimos en una época de sectarismo estetizado, más aún después de las redes sociales, donde lo «real» sigue siendo secundario.
Vivimos en una época de sectarismo estetizado, más aún después de las redes sociales, donde lo «real» sigue siendo secundario.
En consecuencia, Matrix es una metáfora del propio capital que es la realidad subyacente a la ideología, como se dice en broma en una de sus metaescenas donde se discute el videojuego de Neo. Pero el capital, como Matrix, no necesita ser creído para funcionar, es un proceso completamente alienado. Y en su más reciente materialización superestructural, como el fraccionamiento de los sujetos colectivos y la defensa del libre albedrío individual como principio fundamental de la vida humana, el capital se beneficia de retratar la lucha como la lucha radical que lo alimenta a largo plazo, que entra en sus planes. Sion (o Io), como cualquier otra identidad o colectivo particular y cerrado en nuestro mundo real, no puede derribar a la Matrix, como cualquiera de la miríada de microidentidades surgidas en la era digital no puede suponer ninguna amenaza real para el capital real, sino que sólo funciona como mecanismo para diversificar la mercancía y adaptar patrones de consumo «inclusivos», para «mantener el sistema en marcha». Pero cada grupo en particular se siente como la verdadera resistencia, como el de las píldoras rojas.
El imaginario político de una época que se engaña a sí misma como combatiente del capitalismo mientras lo reproduce en cada una de sus manifestaciones, es la mejor condición que genera el tipo de consumidor que tiene Matrix. Aunque se vea amenazada por el cambio climático, las pandemias, las guerras reales y prospectivas y los posibles problemas con la IA, la humanidad, considerada como un vago universal concreto en este caso, no piensa en términos de poscapitalismo. Por lo tanto, la solución es siempre el libre albedrío abriéndose paso en un mundo devastado, «el desierto de lo real», que necesitará ser arreglado.
El final de la cuarta película nos ofrece una buena analogía del clima ideológico de nuestro tiempo. Neo y Trinity, en posición de negociar con esta Matrix opresora, con la ventaja de una victoria, optan por recurrir a la idea de una vaga e hipotética «otra oportunidad» (que podría ser efectiva o no). Sin embargo, al final no hay épica. Al contrario, siendo ellos la encarnación del libre albedrío como libertad abstracta, el auténtico ciudadano digital posmoderno, y modelo de activista artístico o político de nuestro mundo neoliberal, expresaron claramente todo lo que están dispuestos a hacer para superar realmente la ideología (y de lo que las dos últimas décadas han demostrado que son capaces): nada.
La cara de asombro de Neil Patrick Harris podría transmitir la intriga dramática de un villano asustado. Pero la ideología, o la Matrix, no se ve amenazada, nunca lo está por estas «oportunidades» que sólo garantizan la repetición de los intentos sin ningún sentido, porque no están destinados a tener este último. Sin embargo, la analogía con el mundo político se establece aquí con una exactitud asombrosa.
La evidente crisis del capital en los últimos años, así como todos los síntomas de desregulación y problemas antes mencionados han despertado la rabia y el rechazo de millones de personas, organizadas con vehemencia contra las diferentes manifestaciones del capitalismo. La radicalidad del discurso anticapitalista (o el «pro capitalista» de pastilla azul), que resurgió en las circunstancias de COVID-19 nos recuerda la lección última de Matrix. Esta o el capital en su forma ideológica definitiva, no pueden ser destruidos, aplastados, si hay que enfrentarse a él, hay que superarlo, pero aun así, es un post, no un antiescenario. Retratarlo como el «enemigo» es una victoria del propio capital, que se disfraza de las mismas formas que pretenden matar las manifestaciones obsolescentes de su antiguo ser.
El capital está fundamentalmente vivo incluso en los movimientos, naciones o personas más radicalmente «anti». No le importan sus opiniones, mientras el trabajo humano fluya en la misma circulación mercantilizada.
El capital está fundamentalmente vivo incluso en los movimientos, naciones o personas más radicalmente «anti». No le importan sus opiniones, mientras el trabajo humano fluya en la misma circulación mercantilizada. Y los humanos no pueden concebir objetivamente un presente mundial sin la presencia del capital, ya que ninguna de las soluciones de los problemas reales puede pensarse excluyendo a éste, al igual que los humanos, que, en caso de plantearse realmente arreglar su mundo, necesitarían de las máquinas para volver a hacer habitable el planeta o cualquier futuro político concebible, como intenta mostrar la ciudad de Io en la última película. La anti-Matrix es la condición para la reproducción de la Matrix y al insistir en la fuga artística («pintar el cielo»), se niega a sí misma las preguntas más complejas que podrían dar las respuestas más difíciles, mientras asegura los cambios cosméticos que están dispuestos a hacer.
Referencias
Robertson, D. (2021). «The Matrix resurrections» tries to Un-Redpill America. Politico.
Stevens, D. (2021). The Matrix Resurrections takes back the red pill. Slate. https://slate.com/culture/2021/12/matrix-4-resurrections-hbo-keanu-reeves-red-pill
Varoufakis, Y., Halevi, J., & Theocarakis, N. (2011). Modern Political Economics. Making sense of the post-2008 world. London: Routledge.
Zizek, S. (1999). The Matrix, or, the two sides of perversion. Inside the Matrix: International Symposium at the Center for Art and Media, Karslruhe.
Al final de Matrix (1999), Neo vuela porque se convierte en el superhombre Nietzscheano, alguien que ha despertado ante la somnolencia que hay a su alrededor, pero advierte algo: «Nos teméis a nosotros. Teméis el cambio. Yo no conozco el futuro. No he venido para deciros como acabará esto. Al contrario, he venido a deciros cómo va a comenzar. Lo que hagamos después, lo dejo en vuestras manos». Ya existe aquí una afirmación de que lo que se propone Matrix es una radiografía sintomática del mundo capitalista, en ningún momento se promueven soluciones, pero al menos da un posible relevo a un meta-contestación social. Más bien se parece a la problemática que muchos han criticado de Foucault; desmontar los mecanismos de poder, y luego, ¿qué? Pero sin embargo sí que puede verse un acto de rebeldía contra el sistema, al menos filosófica y reflexivamente, que es lo que hace tan especial la película, a mi entender.
Al final de Resurrections, (como muy bien comentas), la última escena es deplorable, porque los que tienen el poder del cambio se encuentran cara a cara con el sistema personificado, y lo único que se les ocurre es soltar una frase sarcástica que esconde algo horrible ¿Qué narices hacemos ahora? Un final mucho más aburguesado.
De todas formas y, quitando cierto romanticismo a la primera película, ¿alguien de verdad espera que una compañía gigantesca como Warner Bros, atiborrada de pastillas azulas, de soluciones reales?
Es la mejor crítica/texto/comentario que he leído. Gracias por tu enfoque.