Suspensión – Parte I

Comenzar un texto que quiere ser filosófico con el artículo determinante “Lo” es casi tan absurdo como pensar que la filosofía es un ejercicio de buró, que no está en el plexo más cotidiano de lo que hacemos. Hace algún tiempo le hemos dedicado demasiados esfuerzos a pensar la inteligencia artificial y se nos ha ido de la mano la inteligencia natural que nos acompaña en este viaje que es vivir. Aún peor, hemos dejado de la mano lo arcaico, las formas y figuras primigenias, los primeros sonidos.

Ha nacido del cuestionamiento filosófico algo más que un enredo enigmático de palabras mejor o peor acopladas en una oración, en párrafos, en piedras. Puesto que ha sido preciso hacer siempre mayéutica del sí mismo y del otro al mismo tiempo. Urge hoy, más que nunca, una filosofía para el estudiante y para el profesor, no ya para el alumno (¿a-lumen? Sin luz) solo.

Cuentan que los primeros filósofos veían a través de las formas, antes de ver a través de sus palabras. A veces nos hace pensar si la filosofía se ha plagado de la palabra, si se ha ensuciado con ella.

¿La forma inicial? El punto en el espacio, el vacío generador de todo lo que hoy vemos que se expande, eso que vibró una vez y aún no se ha detenido. ¿Acaso no todo tiene que ver con la primera vez? No es obvio, ni siquiera justo, pensar que aquello a lo que la filosofía se refiere no es sino desde lo primero. ¿Y qué es lo primero?

Todos saben de alguna manera qué es lo primero, no lo que fue, sino lo que es. Lo primero persiste en lo que hoy aún continúa: lo húmedo, el fuego, la spérmata, la idea, el cuerpo, la potencia, lo desconocido, el átomo, todo, la unidad, el ser. Lo primero fue cada una de estas cosas, la declaración a ultranza de que estamos aquí, y no en otro lugar. El grito de estar aquí, la presencia que de que el ser es mientras que ya va no siendo. En esta irreconciliable disputa con el no estar, no presenciar.

Resulta tremendamente tedioso comenzar a hablar de filosofía desde “Lo” grande, porque muchas veces la filosofía vive en aquello que es extremosamente pequeño. En un vericueto, en una acción incomprendida, en el cuerpo del otro que no soy yo pero que veo en mí. Pensar la filosofía desde “Lo” es pensarla desde “La” soledad absurda, arrojarse piedras a uno mismo. Sin sentir más que el esfuerzo del brazo propio, ejerciendo la capacidad ineludible de moverse en el espacio que le fue asignado por el cuerpo, como artilugio mecánico.

Si, por el contrario, devolvemos el filosofar de la filosofía a aquello tan pequeño de lo que hablamos, quizás se nos asome que aquel todo que fue primero -lo húmedo, el fuego, todo-, lo fue no porque se afirmó, sino porque quien pensó en ello, lo hizo en el diálogo con la duda. En lo pequeño existe la duda, de lo grande salen verdades. De lo grande, de las construcciones totales, parece venirse la rigidez del pensamiento estructurado. De lo pequeño, la potencia. Quizás Kant diría: de lo pequeño, la imaginación creadora.

Heidegger nos recuerda que el Dasein ha de entregarse a esta tarea, el preguntarse, porque no tiene de otra. O quizás, porque si tuviera de otra, no habría forma que de acercarse a nada sino lo hiciera desde la mismísima duda. Pero volverse hacia el “Lo”, es de antemano, volverse hacia la respuesta de la pregunta aún no formulada. Castrarse el signo antes de empezar.

De la duda pende todo, aunque queramos deconstruirlo todo, devolver la llama heraclitiana al mundo entero. De la duda se suspende la respiración. ¿No nos ha pasado a todos que cuando pensamos en el ritmo en el que se llenan los pulmones, en el que se expande el pecho, en el que se nos hunde el ombligo, desconfiguramos todo el cuerpo? Apenas dudar, sin hacer caso a la pregunta, curioseando sobre lo más cercano y solitario que nos tenemos -respirar- se nos corrompe. Notarse el cuerpo en la duda, vivir el espacio de dudar obliga a reescribir la certeza hasta que no queda ni una ni otra.

¡Qué frágil la capacidad de vivir frente a la duda!

A la filosofía no se viene a buscar respuestas. Socaba su propia muerte el pensamiento que ha olvidado el viaje del lenguaje y su espiral de símbolos, tejido de la vida y no de ninguna ciencia; la vida habla primero, o mejor dicho, gritamos antes de hablar; antes de cualquier articulación de palabras balbuceamos en el lenguaje de la naturaleza que pronto jugará a perderse y a encontrarse, pues “la naturaleza adora ocultarse” (Hegel, 2004, p. 20). Sujeto y objeto, observador y observado, son el mismo juego tanto si se parte de uno o de otro, ambos son espejo de una misma ficha, de la única partida que nos está permitido jugar.

Mientras que el círculo ostenta el privilegio de cerrarse sobre sí, símbolo como expresión de lo absuelto, la espiral siempre está de regreso, comienza su viaje en el mismo punto donde culmina, y ha de morderse la cola una y otra vez, desgarramiento y sacrificio iniciático para una criatura que nunca cierra sus ciclos y que no le está permitido viajar en línea recta… Sentencia hegeliana de que “…la filosofía llega siempre tarde…” (Hegel, 2004, p. 20), nace tarde, su parto reproduce la discrepancia temporal que nos separa del resto de los mamíferos pues nacemos inacabados, como un círculo roto que busca completarse. Llegamos tarde, y tendremos que nacer más de una vez. Obra inconclusa de la naturaleza, extravío y rodeo.

Curiosamente nos hemos acercado a un mundo en donde lo circular se parece a todo lo importante de esta vida: la dimensión de la tierra, el dibujo del átomo, la orbita del ojo, la placenta de la madre. ¿Cómo es posible que todo coincida siendo todo, a la vez, tan exageradamente distinto? La naturaleza del sueño es también circular. El sueño rodea la construcción que tenemos de todo lo que hemos visto desde que somos humanos. El sueño también simula la placenta. Su forma es apenas un asomo.

En el sueño intentamos sobrevivir siempre. No hay escenario posible para la imaginación donde el cese de ella sea algo plausible. Por lo tanto, toda supervivencia es un giro en la posible existencia (¿mejor?), cada vez, que se nos presenta. Los rudimentos mentales se afanan en construir sobre lo que ya existe, y se ha impreso esto en todas nuestras acciones desde que llegamos a la mayoría de edad.

Todo parece indicar que construir, o mejor digamos: hacer, no es la expresión pura de la racionalidad nos hemos imputado. Tal perece que hemos los que un simulacro ha querido que fuéramos. De alguna forma el sueño nos ha soñado vivos, y como memoria solo nos ha quedado lo que parece que soñamos: las ruinas de la placenta, el reloj, todo lo que la mano y el fuego han hecho juntos.

Mientras que el círculo ostenta el privilegio de cerrarse sobre sí, símbolo  como expresión de lo absuelto, la espiral siempre está de regreso, comienza su viaje en el mismo punto donde culmina, y ha de morderse la cola una y otra vez, desgarramiento y sacrificio iniciático para una criatura que nunca cierra sus ciclos y que no le está permitido viajar en línea recta… Sentencia hegeliana de que “…la filosofía llega siempre tarde…” (Hegel, 2004, p. 20), nace tarde, su parto reproduce la discrepancia temporal que nos separa del resto de los mamíferos pues nacemos inacabados, como un círculo roto que busca completarse. Llegamos tarde, y tendremos que nacer más de una vez. Obra inconclusa de la naturaleza, extravío y rodeo

Cómo vendría a ser la Filosofía una respuesta si nace ya padeciendo, pues “Toda pregunta indica la perdida de una intimidad o el extinguirse de una adoración” (Zambrano, 2012, p. 67).

“Siempre una cosa en frente de la otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.”

Decir que la filosofía siempre llega tarde, es también recordar que la palabra solo llega a posteriori. Del filosofar, como del silencio, se espera lo mismo: la quietud o el eco. Preguntarse una y otra vez por lo mismo, someter al cuerpo a lo mismo, es en última instancia el deseo de poder contarse todo a uno mismo. Para moldearnos siempre a mano y fuego, para no sucumbir cuando el sueño sea desgarrado también por la mano y el fuego en las ruinas circulares.


Referencias

Bachelard, G. (1966) Psicoanálisis del fuego. Madrid: Alianza, S. A..

Borges, J.L (1953). Ficciones – El Aleph. El informe de Brodie. Caracas: Editorial Ayacucho

Cornford, F. (1987). Principium Sapientiae. Los orígenes del pensamiento filosófico griego. R. Guardiola & F. Giménez (Trads.). Madrid: Visor.

Hegel, J.G.F. (2004). Principios de filosofía del derecho. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

Heidegger, M. (1996). Arte y poesía. México: Fondo de Cultura Económica.

Heidegger, M. (1997). Ser y Tiempo (J. E. R. C., Trans. J. E. R. C. Ed. 1ra ed.). Santiago de Chile: Editorial Universitaria.

Huxley, A.: Las puertas de la percepción, Barcelona, Edhasa, 2014

Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Diccionario de símbolos, Barcelona, Herder, 1986.

Zambrano, M. (2012). El hombre y lo divino. México: Fondo de Cultura Económica.