En el marco de las reacciones por la muerte de George Floyd, las redes sociales han devenido en un campo minado en el que liberación social y batalla política comparten sitio en una ecuación irresoluta.
En el ámbito de las noticias y la información que suponen las redes sociales e Internet, hay por estos días una alteración de su forma tradicional binaria de unos y ceros. La muerte del afroamericano George Floyd y la ola de protestas en reclamo a su descenso, transformó genéticamente cada uno de estos espacios virtuales al estilo de un western polémico, que se debate entre quién desenfunda la mejor teoría conspirativa y quién manifiesta un realismo extremo.
Se trata de un nuevo episodio del racismo y de la brutalidad policial en EUA, con epicentro en la ciudad de Minneapolis. Lo notable de este suceso, es el vertiginoso desplazamiento de la protesta y la violencia en las calles al entorno digital. Su repliegue viral en tweets, videos, fotos, y posts con el texto I can´t breath, ha dejado en el segundo escaño de relevancia, la situación sanitaria desfavorable del país norteño y del mundo. Las múltiples miradas respecto al caso Floyd (como algunos lo llaman), vienen a desempolvar viejas circunstancias segregacionistas, a la vez que representan la nueva legalidad del reclamo por la libre expresión.
Uno de los elementos que sustenta este panorama virtual, acarrea la aparición, tras bastidores, de tres piezas claves del mapa político norteamericano. En primer lugar y con autoridad meritoria, el movimiento Black Lives Matter, en quien, desde su fundación en 2013, ha recaído la auténtica denuncia del racismo congénito estadounidense. Iniciativa que ha sido apoyada en estas circunstancias excepcionales, por la figura del expresidente Barack Obama, quien ha abordado el trágico suceso, como el punto de partida para un cambio real que proteja los derechos de la comunidad afro y otros sectores a escala mundial.
Ligado a estos contextos, el ambiente de lo tecnológico ha condensado un nuevo nivel de pánico, tras la reaparición mediática del grupo de hackers Anonymous. Los ciber justicieros concentraron sus esfuerzos en condenar con acertada visión crítica, las acciones por parte del Departamento de Policía de Minneapolis (cuestión que les valió para burlar y desmantelar su sistema digital), y amenazaron con la exposición de algunos casos; entre los que figura un audio de un ex trabajador de la conocida Área 51 y el caso Epstein relacionado con una red de tráfico de menores, que incluye entre la lista de los implicados al tristemente célebre Donald Trump.
Sin embargo, el giro definitivo de la narrativa lo protagoniza el presidente Trump. Si bien el escenario externo da muestras de apoyo y solidaridad, la imagen a lo interno de Estados Unidos precisa de un replanteo en los cuestionamientos respecto al controversial propósito de limitar la expresión o conceder la libertad total en las redes sociales.
La esencia de esta idea, toca de cerca las peripecias políticas del presidente norteamericano en la figura del reality show que supone su gestión. En el centro de atención de este proceso se observa a los Estados Unidos de América convertidos en la nueva Ciudad Gótica con un joker de presidente que aplaude los disturbios e incita a la violencia de forma manifiesta en un pequeño mensaje (o tweet). Los efectos colaterales de esta acción, lejos de aplacar el fuego han servido de impulso para acrecentar el descontento popular, al punto de que la compañía de mensajería Twitter calificara su publicación de injustificada y sin fundamento. La actitud con la que procedió el presidente en un intento por recuperarse de este tropiezo se ha concretado en la firma de una orden para regular las redes sociales, poniendo en tela de juicio el comprometimiento o no con el contenido de las publicaciones de sus usuarios.
Estos sucesos ponen sobre la mesa, una vez más, el debate acerca de la generación de contenido político por parte de los medios virtuales. En el caso particular de Trump este tópico se torna complejo, dada la estrecha afiliación que mantiene con Twitter respecto a su campaña electoral. Una posible enemistad con esta red de mensajería, lo colocaría en una situación de grave riesgo ante una de las fuentes principales de información, seguimiento y glorificación de sus votantes.
En el marco de las reacciones por la muerte de George Floyd, las redes sociales han devenido en un campo minado en el que liberación social y batalla política comparten sitio en una ecuación irresoluta. El espacio de la vida que estas plataformas digitales pretenden para sí, advierte acerca de la posibilidad de implantar un lenguaje que funciona como orden y tendencia. Este hecho, establece su foco principal en la considerable expansión que han ganado los ideales de justicia y las posiciones de condena fuera del marco de las fronteras nacionales. Pero también, nos pone en sobre aviso, acerca de los peligros y obstáculos latentes.
La propagación virtual de las reacciones por la muerte de George Floyd, vino a alertar sobre el estado deplorable de los derechos individuales y cómo puede ser cercenada la libre expresión a la menor brevedad. Además, condujo a visualizar que una agudización de las contradicciones entre las pretensiones políticas y los intereses ciudadanos, puede desencadenar una guerra civil en un país proclamado faro de la democracia. Al tiempo que Elon Musk y SpaceX lanzaban su cohete, el presidente norteamericano también disparaba el reconocimiento de las grandes atrocidades de su gestión y el descontento por las mismas, dejando claro cuál es el papel de los sistemas políticos en las denominadas sociedades complejas.
No obstante, aunque las imágenes virales apunten a centenares de policías con su rodilla en tierra en señal de respeto y solidaridad con los manifestantes, el poder excepcional concedido a las redes sociales seguirá permeando subjetividades. En el caso norteamericano, está abierta la posibilidad a configurar un escenario de incertidumbre mediática de cara a las elecciones de noviembre. Queda la duda respecto a si, después de la crisis del coronavirus y todo lo desatado por el caso Floyd, Donald Trump podrá hacer a América grande de nuevo.