El símbolo de lo femenino: alquimia, brujería y feminismo

junio 17, 2020

Somos un conjunto inigualable de paradigmas que se unen y se diferencian en las diferentes latitudes del planeta. Hoy, nuestra mayor misión es lanzar nuestras ideas al mundo, hacer valer nuestros criterios y no hacernos ni creernos seres superiores a los hombres. Hoy, nuestra mayor misión es simplemente marcar la diferencia y sobre todo brillar con luz propia.

Calibán y la Bruja, de Silvia Federici

Muchas serían las interrogantes que nos remitirían a cuestionarnos las causas y presagios del movimiento feminista en América Latina, sus manifestaciones y luchas por la liberación del patriarcado en pos de alcanzar una independencia con plenos derechos al hombre y a la sociedad en general, pero lo cierto es que resulta necesario hacer cuestionamientos que, vayan más allá de las fronteras de lo práctico y lo político-social.

Me remito acá, con una propuesta diferente, una propuesta que saca a la luz la mística y la razón; y lo hace compendiando el papel de la mujer como símbolo de todo tratamiento social y filosófico.

Para ello, quisiera poder evolucionar en una invitación que haga ver al feminismo como parte del procedimiento de los alquimistas, al estilo medieval; proceso que localiza sus orígenes en la naturaleza y en la necesidad de poder y saber involucrarse con ella, sacarle provecho y desplegarse en sociedad.

¿Cómo el feminismo puede involucrarse con la alquimia, si son dos propuestas desde la filosofía, aparentemente distantes?

Lo cierto es que la lectura de Calibán y la Bruja, de Silvia Federici me ha propiciado las herramientas necesarias para poder establecer analogías al respecto del movimiento feminista en Europa, como una base epistemológica que desemboca en una soltura del papel de la mujer en la sociedad actual, donde se adoptan métodos tradicionales que recaen en una comunidad machista y patriarcal que no ha dejado de serlo.

Alquimia y Brujería

La alquimia desde sus inicios posiblemente mitológicos, y con mayor énfasis en la etapa medieval, se ocupó de buscar y encontrar el secreto al que no se había llegado, el secreto de la inmortalidad, mediante la transmutación de los elementos naturales y el alma del hombre, en una relación dicotómica que sólo ellos eran capaces de reflejar en sus trabajos, sin saber de manera consciente que estaban en busca de su propia esencia, de manera simbólica, pero en ello se enfocaba.

Se trataba de una alquimia social que no convertía metales corrientes en oro, sino poderes corporales en fuerzas de trabajo. La misma relación que el capitalismo introdujo entre la tierra y el trabajo estaba así también empezando a tomar el control sobre la relación entre el cuerpo y el trabajo.[i] 

Ahora bien, las mujeres, en esa situación, eran las protagonistas, pues constituían el inicio y el fin, el símbolo deseado por muchos para su comprensión, el nacimiento del propio hombre y su resurrección.

Eran las brujas medievales, las que preparaban brebajes para lograr y acaparar lo que querían, así como para adentrarse en rituales místicos que según la “razón” estaba más allá de lo explicable y justificado.

Aunque fueron castigadas por eso, se vislumbra una muestra del régimen de opresión incipiente pero preponderante en la época, pero no dejaron de hacerlo, porque gracias a ella y a su “brujería” se seguían reinventando historias y la historia de la humanidad continuaba en ascenso.

La ideología de la brujería reflejó el principio bíblico, común a la magia y la alquimia, que estipula una conexión entre la sexualidad y el saber. La tesis de que las brujas adquirieron sus poderes copulando con el Diablo se hacía eco de la creencia alquimista de que las mujeres se habían apropiado de los secretos de la química copulando con demonios rebeldes.[ii]

 Fue un escalón difícil pero no imposible de subir. Sin embargo, con la entrada hacia la modernidad y el descubrimiento del Nuevo Mundo (América), la historia no fue de otra manera.

Pensamos entonces que llegamos a un nivel en que la brujería seguía cobrando auge, pero es falso, nunca dejo de ser así, estaba en otro grado de contención. Los conquistadores veían en las mujeres indias un objeto de reproducción, trabajo y placer.

Ellas intentaron tomar las riendas de su lucha contra el régimen colonial y lo que lograban era que ellos se apoderaran aún más de sus vidas, de sus familias y de sus tribus. Mientras tanto, ellas se sacrificaban y hasta mataban a sus propios hijos con tal de no permitirles que los utilizaran para incorporarlos al régimen opresivo que imperaba en un mundo y en un continente que quería verse libre de ello.

Hoy, lamentablemente, no ha cambiado nada al respecto, la explotación ha tomado fuerzas inexplicables y ha acabado y exterminado con los pocos sueños de la mujer americana. Aunque el régimen patriarcal  sigue acechando y lo más penoso y triste, es que las mujeres todavía son víctimas conscientes de la opresión y el abuso.

Pero ¿qué tipo de relación se establece entre hombres y mujeres?

 

La mirada de Simone de Beauvoir

 

Para explicar esta relación, Simone de Beauvoir recurre a la noción de alteridad, donde alter, implica un “nosotros” y un “ellos”.

La mujer se determina y diferencia con relación al hombre, y no este con relación a ella; esta es lo esencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es el Otro.[iii]

Lo hace en un acercamiento a la filosofía hegeliana, en la que la alteridad significa la lucha entre dos conciencias, en la que una trata de pasar por encima de la otra, produciéndose una lucha por su reconocimiento como sujeto.

Beauvoir utiliza osadamente la dialéctica del amo y el esclavo para adentrarse en el papel de la mujer en relación con el hombre. Donde hay dos conciencias que se afirman por el reconocimiento del otro, el amo se reconoce a sí mismo como sujeto a través de ese otro que es el esclavo.

La interpretación cultural de la biología en las mujeres realza el valor de su cuerpo por encima de lo que ellas mismas como seres individuales, significan.

El cuerpo nos conduce entonces a uno de los nudos que plantea Beauvoir: ¿es el cuerpo algo meramente dado, o hay una interpretación cultural sobre el mismo?

La mujer será entonces, fundamentalmente, objeto de deseo por su belleza, impulsada desde su niñez a ser bella y exhibida como tal, como una joya hermosa, o “inservible” en  cuanto a su cuerpo. Sin embargo con la llegada de la vejez ya no cumplen esas expectativas de la maternidad y el ideal de belleza.

Que lo femenino[iv] se defina como una misteriosa esencia que tiene que ver con supuestas cualidades intrínsecas que vendrían dadas por la capacidad reproductiva, implica también la elaboración de una poderosa estructura social y cultural que impone sus reglas en torno a ello.

Las definiciones sociales de la femineidad, a través de los mitos, las construcciones culturales, la literatura… condenan a las mujeres a la inmanencia, a lo que se ha llamado “el trabajo reproductivo”, caracterizado por su repetición, frente al trabajo “productivo”, realizado mayoritariamente por los varones, mediante el cual estos trascienden la naturaleza y crean objetos duraderos para el mundo.

Si Jean-Jacques Rousseau en el Emilio o de la educación (1762) aplicaba la idea de igualdad democrática al Estado moderno, no otorgaba esa misma igualdad a las mujeres:

“La educación de las mujeres debe estar en relación con la de los hombres. Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, educarlos cuando niños, cuidarlos cuando mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles grata y suave la vida, son las obligaciones de las mujeres en todos los tiempos, y esto es lo que, desde su niñez, se les debe enseñar”.

El objetivo no sería la palabrería y la soberbia, sino el acto de repudio en el momento exacto en que no seamos capaces de seguir adelante, en el momento en que piensen que ya a las mujeres no les queden fuerzas para abogar por su liberación, es ahí, en ese preciso instante en que parece que hay cierta vulnerabilidad en que las brujas tomen sus escobas y vuelen con hechizos y pócimas sobre el régimen opresor, sobre el hombre machista exacerbado por la lujuria y sin pizca de decoro.

Es ahí, donde entra a relucir la lucha feminista, como teoría puede verse un feminismo de la igualdad y un feminismo de la diferencia.

El primero es una teoría universalista, es decir, por señalar  que todos los seres humanos somos iguales, sin ninguna distinción, es un igualitarismo sin fisuras. Por ser su origen plantado en la Ilustración, sus ideales serían la universalidad de la razón, la emancipación de los prejuicios, la aplicación del principio de igualdad y la idea de progreso. Las diferencias sexuales serían vistas desde esta tradición universalista ilustrada como una construcción social, producto, entre otras cosas, de la educación que reciben las mujeres. Lo que reclaman es la eliminación de las diferencias y alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres. Para ello son necesarias reformas legales y sociales  que  eliminen las diferencias causantes de las desigualdades.

El feminismo de la diferencia es cronológicamente posterior al feminismo de la igualdad. Aquí se proclama que ser mujer es valioso, revalorizando lo femenino.

Por consiguiente, este feminismo reivindica los valores culturalmente atribuidos a lo femenino. Para las feministas que defienden esta vía, la cuestión no se centra en igualarse al mundo masculino, a los valores sostenidos desde la masculinidad, sino en reconocerse como sustentadoras de unos valores que son importantes, como el cuidado hacia los demás, el altruismo o la empatía.

Se trataría de valores asociados fundamentalmente a la maternidad y a la socialización diferenciada de las mujeres. Este tipo de afirmación surge también como una reacción a ese rechazo de la maternidad, presente en algunas de las autoras más influyentes de la Segunda Ola de Feminismo.

Las feministas de la diferencia criticaron el predominio de los valores tradicionalmente atribuidos a los valores en la    esfera pública, a la vez que defendían otros basados en la experiencia específica y diferenciadora de  las mujeres.

Beauvoir en “El segundo sexo” comenta al respecto:

“He nacido mujer, como un sujeto sexuado, pero todavía tengo que llegar a ser esta mujer que ya soy por naturaleza, y eso solo se logra construyendo un nuevo universo simbólico donde la mujer no se compare siempre con el hombre, sino con ella misma.”[v]

Se aprecia entonces, un rechazo a la igualdad, y muy especialmente de la igualdad planteada en términos jurídicos, pues representa el poder patriarcal y la asimilación de las mujeres en el orden masculino. Pero, el feminismo de la diferencia afirma la existencia de otro orden simbólico alternativo, que sería el “orden simbólico de la madre”; aquí las mujeres podrían encontrar en la madre una figura no reconocida de la autoridad femenina.

 El simbolismo recurrente en los trabajos de alquimia sugiere una obsesión por revertir o, tal vez, incluso detener la hegemonía femenina sobre el proceso de creación biológica […] Este dominio deseado es también representado en imágenes como la de Zeus pariendo a Atenea por su cabeza […] o Adán pariendo a Eva desde su pecho.[vi]

 El alquimista está en busca del control natural, lo hace a través del valor que le da a la maternidad, valor incorporado desde sus presuntos inicios mitológicos, como el mito de la llegada del secreto de la alquimia a los hombres por mediación de Isis la madre de Thot,  en el Antiguo Egipto y que para los griegos simboliza la figura de Hermes. El momento sui generis perfecto para transmitir dicho secreto a los hombres y considerar el papel de la madre como símbolo trasgresor de sabiduría y enseñanzas inigualables.

Paracelso, un eminente alquimista de fines de la Edad Media, se refiere al hecho sobre si “es posible para el arte y la naturaleza que un hombre nazca fuera del cuerpo de una mujer y fuera de una madre natural”.[vii]

No es menos cierto que nosotras, las mujeres, tenemos la capacidad natural de crear vidas humanas, tanto hombres como mujeres, pero eso nunca ha sido ni será un obstáculo para hacer valer nuestra voz y nuestras ideas, vernos débiles ante el sexo opuesto y ante nuestros propios ojos, no significa que no constituyamos símbolos en la historia de la humanidad.

Somos un conjunto inigualable de paradigmas que se unen y se diferencian en las diferentes latitudes del planeta. Hoy, nuestra mayor misión es lanzar nuestras ideas al mundo, hacer valer nuestros criterios y no hacernos ni creernos seres superiores a los hombres. Hoy, nuestra mayor misión es simplemente marcar la diferencia y sobre todo brillar con luz propia.

 

Referencias Bibliográficas

 

[i] Federici, Silvia: “Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, Ed. Tinta Limón, Primera edición, Buenos Aires, Argentina, 2010, Pág. 217

[ii] Federici, Silvia: “Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, Ed. Tinta Limón, Primera    edición, Buenos Aires, Argentina, 2010, Pág. 304

[iii] Beauvoir, Simone de: “El segundo sexo. Los hechos y mitos” Ed. Siglo Veinte, Pág. 4

[iv] lo femenino: es propio de las mujeres dedicarse al cuidado de sus hijos (de hecho, en el lenguaje    cotidiano se utiliza a este respecto la expresión “madres trabajadoras”, pero no “padres trabajadores”), a las tareas del hogar y al cuidado de los mayores cuando estos lo necesitan.

[v] Beauvoir, Simone de: “El segundo sexo. Los hechos y mitos” Ed. Siglo Veinte, Pág. 326

[vi] Federici, Silvia: “Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, Ed. Tinta Limón, Primera edición, Buenos Aires, Argentina, 2010, Pág. 313

[vii] Jung, Carl G.: “Paracelsica”, Ed. Nilo-Mex; D.F., México, 1987, Pág. 21

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  1. Gracias a la mujer llego a ser la gran obra misteriosa, que nadie incluso la mujer quiere ver, pues todavía a dia de hoy no se han inventado esas gafas, ni esos audífonos, para poder ver y escuchar mientras me paseo por mi jardín me pregunto, ¿Cuánto van a tardar los en inventar estos utensilios ,para poder agregarlos a mi laboratorio personal?

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