Jesús Rey Rocha; Emilio Muñoz Ruiz y Víctor Ladero, Instituto de Productos Lácteos de Asturias (IPLA – CSIC)
La palabra ciencia ha sido una de las más buscadas en el Diccionario de la Lengua Española entre febrero de 2020 y enero de 2021. Ojalá no sea algo coyuntural, sino el indicio de un cambio en los intereses de las sociedades hispanohablantes. Nos gustaría pensar que no es casual que entre las palabras más consultadas también se encuentren cultura y filosofía.
Con motivo de la pandemia de covid-19 han aumentado notablemente la inversión en investigación científica, el número de proyectos en ejecución y las publicaciones científicas, relacionados con el virus y la enfermedad.
En definitiva, la pandemia ha despertado un interés inusitado por la ciencia. Pero de nuevo con las visiones de una sociedad que surge tras cuarenta años de progresivo desmantelamiento del estado del bienestar, de la crisis de la socialdemocracia y del keynesianismo económico.
¿El siglo de la biología?
Desde mediados del siglo XX la biología, en su trayectoria en búsqueda de su estatuto como ciencia, ha dado pasos de gigante, por la importancia y espectacularidad de sus avances y el potencial de sus aplicaciones sobre la vida humana (ver ‘Tendencias científico-tecnológicas. Retos, potencialidades y problemas sociales’, Capítulo X: ¿Estamos ya en el siglo de la biología? Un análisis sobre sus impactos sociales y económicos)
Ha pasado de la simple catalogación (lo que llevó a Rutherford a cuestionar su carácter de ciencia, al compararla con la “colección de sellos”) a los recientes avances que estamos viviendo en torno a la pandemia de la covid-19. Lo que sin duda nos permite volver a preguntarnos si ya estamos en el siglo de la biología.
Queremos glosar aquí el importante libro de Ernst Mayr, publicado en 1985, The Growth of Biological Thought: Diversity, Evolution and Inheritance, del que François Jacob afirmó que “no existe otro libro que nos diga en forma tan crítica y lúcida el camino por el que la evolución de las ideas condujo a la biología moderna”.
Para Mayr, la propiedad más significativa de la biología actual es la unificación: todas las grandes controversias de los siglos anteriores se han resuelto; se han refutado todas las formas del vitalismo; las diferentes versiones de las teorías evolucionistas que han competido se han ido abandonando y se han sustituido por una versión sintética; han prevalecido las interacciones entre la biología funcional y la evolucionista, que no se producía antes; y se ha admitido la complejidad de los sistemas biológicos y que el proceso de la emergencia (el todo es más que la suma de las partes) es más importante en los sistemas vivos que en los inanimados.
Investigación científica y técnica, dinámicas y dimensiones éticas
Paradójicamente, el esplendor de la biología y sus aplicaciones, con importantes consecuencias morales, ha sido el desencadenante de la reflexión, desde la filosofía de la biología, sobre las dimensiones y dinámicas éticas de la investigación científica y técnica. Fruto de ello ha sido el haber acuñado el concepto de interéticas, y su correlación con la innovación social bajo una perspectiva crítica de la economía.
Como apuntábamos al principio, la palabra ciencia está de moda. También lo está la palabra ética, que se está usando inflacionaria y banalmente, como ha diseccionado brillantemente Roberto R. Aramayo en un reciente artículo.
De modo similar, estamos asistiendo a una banalización y mercantilización de muchos conceptos biológicos. Como el de evolución, un término utilizado para marcar signos positivos de aquello que se quiere identificar como lo que progresa, sin apenas idea de lo que es la evolución biológica. O las siglas ADN (de ácido desoxirribonucleico), utilizadas para ponderar las señas identitarias de cualquier organización u objeto de comercio (incluso los automóviles de lujo que, obviamente, carecen de esta molécula biológica).
La covid-19 y las ciencias
El esfuerzo investigador realizado con motivo de la pandemia tiene un carácter fundamentalmente utilitarista, dirigido por la urgente e inevitable necesidad de obtener vacunas y tratamientos frente a la enfermedad, y consecuentemente de reactivar la economía y recuperar el empleo lo antes posible.
Este esfuerzo investigador descansa en varios factores. Entre ellos, el modo como la covid-19 ha afectado a todo el planeta y ha despertado los miedos y los intereses del mundo desarrollado. Y el giro copernicano experimentado por Europa en sus planteamientos para salir de la crisis, apoyándose en los desarrollos de la biología generados por las instituciones públicas y con estrategias de colaboración público-privada.
Paradigmático a este respecto es el caso de BioNTech, una empresa biotecnológica alemana pionera en investigación básica, con éxitos en la proyección clínica y decisiva para el diagnóstico y las vacunas contra la covid-19. Una empresa desarrollada por inmigrantes turcos de segunda generación y con una investigadora húngara que ha sido decisiva en el desarrollo de esta tecnología del ARN.
La urgencia de la covid-19 relega otros problemas importantes
No obstante, es importante reivindicar el valor de la ciencia no sólo como inversión que genera soluciones y retornos inmediatos (necesarios sin duda ante una pandemia). También, y sobre todo, el valor de la ciencia que genera conocimientos y valores no inmediatos, y no siempre monetizables (al menos en el corto plazo) pero traducibles y que desembocarán, a la larga, en bienes para la humanidad.
Una vez más, hay que advertir sobre lo que Nuccio Ordine califica como “la barbarie de lo útil” y que toma protagonismo incluso en detrimento de otros asuntos importantes, pero desgraciadamente de menor impacto inmediato, como el cambio climático o pandemia ambiental, que quedan en un segundo plano a causa de los “egoísmos del presente”.
Contra una ciencia esclava de lo útil
La ciencia debe buscar el rechazo a ser esclava de lo útil. El sistema actual de la ciencia somete a los científicos a un género de servidumbre que les dificulta centrarse en la generación de conocimiento y la búsqueda de la verdad, sujetos como están a la urgencia del tiempo, supeditando sus intereses investigadores a los de soberanos como las agencias financiadoras y las grandes editoriales científicas, a quienes deben aprender a adular y seducir con sus obras si no quieren perecer (publicar o morir) en el competitivo entorno profesional de la ciencia.
Esta ciencia conduce a los científicos a convertirse en esclavos de la productividad, y al conocimiento a transformarse en mercancía.
Es la ciencia, estúpido; y la necesaria ética
Así pues, recordando la frase que el expresidente norteamericano Bill Clinton dirigió a sus adversarios electorales, “es la economía, estúpido”, nos gustaría invitar a la reflexión a quienes proponen políticas económicas que no solo no contribuyen a resolver la crisis en el ámbito europeo, sino que de hecho complican la situación.
La ciencia debe formar parte de los cimientos sobre los que se apoyen las políticas para salir de la actual crisis y fortalecer la industria y la economía europeas para avanzar hacia el futuro. Para no instalarnos en una “nueva normalidad” en la que nos olvidemos de la ciencia y las dimensiones éticas, hasta que nos volvamos a sentir amenazados. Y quizás entonces estemos ante amenazas irreversibles.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.