Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre asisten a la ceremonia del 6º aniversario de la fundación de la China comunista en Beijing, el 1 de octubre de 1955, en la plaza de Tiananmen.
Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre asisten a la ceremonia del 6º aniversario de la fundación de la China comunista en Beijing, el 1 de octubre de 1955, en la plaza de Tiananmen.

¿Qué es una buena vida? Los existencialistas creían que debíamos abrazar la libertad y la autenticidad

Todas estas elecciones conforman lo que somos. Sartre resumió este principio en la fórmula «la existencia precede a la esencia».
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¿Cómo vivir una vida buena y plena?

Aristóteles abordó esta cuestión por primera vez en su Ética a Nicómaco, probablemente la primera vez que alguien en la historia intelectual de Occidente se había centrado en el tema como cuestión independiente.

Formuló una respuesta teleológica a la pregunta de cómo debemos vivir. En otras palabras, Aristóteles propuso una respuesta basada en la investigación de nuestro propósito o fines (telos) como especie.
Según Aristóteles, nuestra finalidad puede descubrirse estudiando nuestra esencia, es decir, los rasgos fundamentales de lo que significa ser humano.

Fines y esencias

«Se piensa que toda habilidad y toda indagación, y del mismo modo toda acción y elección racional, tienen por objeto algún bien», afirma Aristóteles, «y así el bien ha sido descrito acertadamente como aquello a lo que todo apunta».

Para comprender lo que es bueno y, por tanto, lo que hay que hacer para alcanzar el bien, primero debemos entender qué clase de cosas somos. Esto nos permitirá determinar qué es realmente una función buena o mala.

Para Aristóteles, ésta es una verdad de aplicación general. Tomemos un cuchillo, por ejemplo. Primero debemos comprender qué es un cuchillo para determinar cuál sería su función adecuada. La esencia de un cuchillo es que corta; ése es su propósito. Por tanto, podemos afirmar que un cuchillo romo es un mal cuchillo: si no corta bien, no cumple correctamente su función en un sentido importante. Así es como la esencia se relaciona con la función, y cómo el cumplimiento de esa función implica una especie de bien para la cosa en cuestión.

Por supuesto, determinar la función de un cuchillo o un martillo es mucho más fácil que determinar la función del Homo sapiens y, por tanto, lo que una vida buena y plena podría implicar para nosotros como especie.

Aristóteles sostiene que nuestra función debe ser algo más que el crecimiento, la nutrición y la reproducción, ya que las plantas también son capaces de ello. Nuestra función también debe ser algo más que la percepción, ya que los animales no humanos son capaces de ello. Así, propone que nuestra esencia -lo que nos hace únicos- es que los humanos somos capaces de razonar.

Por tanto, lo que implica una vida humana buena y floreciente es «algún tipo de vida práctica de la parte que tiene razón». Este es el punto de partida de la ética de Aristóteles.

Debemos aprender a razonar bien y desarrollar la sabiduría práctica y, al aplicar esta razón a nuestras decisiones y juicios, debemos aprender a encontrar el justo equilibrio entre el exceso y la carencia de virtud.

Sólo viviendo una vida de «actividad virtuosa conforme a la razón», una vida en la que florezcamos y cumplamos las funciones que se derivan de un profundo conocimiento y aprecio de lo que nos define, podremos alcanzar la eudaimonía, el bien humano más elevado.

La existencia precede a la esencia

La respuesta de Aristóteles fue tan influyente que determinó el desarrollo de los valores occidentales durante milenios. Gracias a filósofos y teólogos como Tomás de Aquino, su influencia perdurable puede rastrearse desde el periodo medieval hasta el Renacimiento y la Ilustración.

Durante la Ilustración, las tradiciones filosóficas y religiosas dominantes, entre las que se encontraba la obra de Aristóteles, fueron reexaminadas a la luz de los nuevos principios del pensamiento occidental.

A partir del siglo XVIII, la era de la Ilustración vio nacer la ciencia moderna y, con ella, la adopción del principio nullius in verba -literalmente, «no aceptes la palabra de nadie»-, que se convirtió en el lema de la Royal Society. En consecuencia, proliferaron los enfoques seculares para comprender la naturaleza de la realidad y, por extensión, la forma en que debemos vivir nuestras vidas.

Una de las más influyentes de estas filosofías seculares fue el existencialismo. En el siglo XX, Jean-Paul Sartre, figura clave del existencialismo, asumió el reto de pensar el sentido de la vida sin recurrir a la teología. Sartre sostenía que Aristóteles, y quienes siguieron sus pasos, lo tenían todo muy claro.

Los existencialistas nos ven como personas que van por la vida haciendo elecciones aparentemente interminables. Elegimos lo que nos ponemos, lo que decimos, qué carreras seguimos, en qué creemos. Todas estas elecciones conforman lo que somos. Sartre resumió este principio en la fórmula «la existencia precede a la esencia».

Los existencialistas nos enseñan que somos completamente libres de inventarnos a nosotros mismos y, por tanto, completamente responsables de las identidades que decidimos adoptar. «El primer efecto del existencialismo», escribió Sartre en su ensayo de 1946 El existencialismo es un humanismo, «es que pone a cada hombre en posesión de sí mismo tal como es, y coloca toda la responsabilidad de su existencia directamente sobre sus propios hombros».

Según los existencialistas, para vivir una vida auténtica es fundamental reconocer que deseamos la libertad por encima de todo. Sostienen que nunca debemos negar el hecho de que somos fundamentalmente libres. Pero también reconocen que tenemos tantas opciones sobre lo que podemos ser y lo que podemos hacer que es una fuente de angustia. Esta angustia es un sentimiento de nuestra profunda responsabilidad.

Los existencialistas arrojan luz sobre un fenómeno importante: todos nos convencemos, en algún momento y hasta cierto punto, de que estamos «atados por circunstancias externas» para escapar a la angustia de nuestra ineludible libertad. Creer que poseemos una esencia predefinida es una de esas circunstancias externas.

Pero los existencialistas ofrecen otros ejemplos psicológicamente reveladores. Sartre cuenta una anécdota en la que observa a un camarero en un café de París. Observa que el camarero se mueve con demasiada precisión, demasiado deprisa y parece demasiado ansioso por impresionar. Sartre cree que la exageración del camarero de ser camarero es un acto, que el camarero se engaña a sí mismo para ser camarero.

Al hacerlo, argumenta Sartre, el camarero niega su auténtico yo. Ha optado por asumir la identidad de algo que no es un ser libre y autónomo. Su acto revela que está negando su propia libertad y, en última instancia, su propia humanidad. Sartre llama a esta condición «mala fe».

Una vida auténtica

Contrariamente a la concepción aristotélica de la eudaimonia, los existencialistas consideran que actuar auténticamente es el bien supremo. Esto significa no actuar nunca de manera que neguemos que somos libres. Cuando hacemos una elección, esa elección debe ser plenamente nuestra. No tenemos esencia; no somos más que lo que hacemos por nosotros mismos.

Un día, Sartre recibió la visita de un alumno, que le pidió consejo sobre si debía unirse a las fuerzas francesas y vengar la muerte de su hermano, o quedarse en casa y prestar apoyo vital a su madre. Sartre creía que la historia de la filosofía moral no era de ninguna ayuda en esta situación. «Eres libre, por tanto, elige», respondió al alumno, «es decir, inventa». La única elección que podía hacer el alumno era una que fuera auténticamente suya.

Todos tenemos sentimientos y preguntas sobre el sentido y el propósito de nuestras vidas, y no es tan sencillo como elegir un bando entre los aristotélicos, los existencialistas o cualquiera de las otras tradiciones morales. En su ensayo Que filosofar es prepararse para morir (1580), Michel de Montaigne encuentra lo que quizá sea un término medio ideal. Propone que «la premeditación de la muerte es la premeditación de la libertad» y que «quien ha aprendido a morir ha olvidado lo que es ser esclavo».

En su típico estilo de broma, Montaigne concluye: « …deseo que la muerte me encuentre plantando mis coles, pero sin temerla, y menos todavía siento dejar mi huerto defectuoso».

Tal vez Aristóteles y los existencialistas podrían estar de acuerdo en que es justo al pensar en estos asuntos -finalidades, libertad, autenticidad, mortalidad- cuando superamos el silencio de no entendernos nunca a nosotros mismos. Estudiar filosofía es, en este sentido, aprender a vivir.


Traducción del artículo What makes a good life? Existentialists believed we should embrace freedom and authenticity autorizada por el autor.

16 Comments

  1. La libertad a secas termina en esclavitud. Esa es la diferencia con el hombre de Fe. La libertad debe estar unida a la Verdad, Dios. Sino caminamos hacia el abismo.

  2. Hernan comparto tu visión, por decirlo de algún modo, la libertad sino esta unida a la Verdad con mayúscula inexorablemente se cae en un nihilismo que para algunos es desesperante, razón por la cual tildaron a Sartre de nihilista.

  3. Todos somos libres de leer o comentar este artículo, y de esa forma acompañamos la línea de Sartre que prioriza la existencia sobre la esencia. Pues ésta resulta de nuestro libre albedrío. El mozo de café sonríe sin querer, actúa de mala fe.

  4. La libertad es una ensoñación humana y vivimos pensando en ella como una quimera inalcanzable. Pero, existe realmente?. Por supuesto que sí. La vivimos diariamente cada vez que cumplimos nuestras metas, nuestros deseos, nuestras ambiciones, nuestros amores.
    Ahí somos libres, y nos sentimos libres. En cambio, si la pensamos como un sueño ad humanos, no existe. El ser existencia antecede al ser existencia. Somos humanos

  5. La libertad es una «creencia » creemos ser libre por el desconocimiento de las variables y de las leyes. Y por enajenación mental.

  6. Coincido con Jorge…creemos ser libres, de pensar, de elegir , de amar , de hacer o no hacer; pero estamos tan condicionados por el entorno que nos limita .

    Muchas veces nuestras elecciones , no son verdaderamente muestras….

  7. Ricardo ha mostrado que la libertad es un término más concreto que abstracto
    Este artículo nos pone de manifiesto la importancia de practicar filosofía
    Esto es de llevarla a la práctica. Como creyente en la Esencia que abarca cualquiera de sus manifestaciones existidas y por haber e considero libre porque esa libertad me ha sido dada así como todo lo demas. El homo posehabitus intenta aferrarse a cosas que no solo le quitan esa libertad sino que le ofrecen una pseudo existencia del mismo sino que la materia inanime: fría, previsible, reemplazable.

  8. La libertad como la capacidad de optar entre alternativas no es absoluta, ya que está limitada por mis circunstancias quien es quien fija las alternativas (Ortega y Gasset) y porque » la historia también la hacen los otros » (El ser y la nada») J.P.Sartre, a quien amo.

  9. La libertad absoluta no existe ya que seríamos como animalitos siguiendo nuestros deseos instintos y elecciones provocando un caos, sin embargo me gusta pensar en una libertad práctica que nos permite a los humanos convivir en comunidad de forma cordial tolerante y funcional!!

  10. Entre nosotros los meseros, todos, habemos quienes somos mediocres apáticos, mal hechos, otros más se obsesionan por las propinas y los «me gusta».

    No estamos libres ninguno de ser meseros por ascetas que creamos ser

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