En un artículo de 1979, el filósofo Stephen Stich propuso un controvertido argumento en contra de la tesis, muy intuitiva, de que los animales no humanos tengan o puedan tener creencias. Este argumento puede ser sintetizado como sigue:
- Para tener creencias se deben poseer conceptos.
- Para poseer un concepto se debe tener un tipo particular de conocimiento, por ejemplo, cómo dicho concepto está relacionado con otros conceptos.
- Los animales no humanos no tienen ese tipo de conocimiento (el mencionado en (2))
- Por tanto, los animales no humanos no tienen creencias.
En el presente texto intentaremos cuestionar la verdad de las premisas que componen este argumento. Veremos cómo no es cierto, o al menos evidente, que la posesión de conceptos sea un requisito necesario para la posesión de creencias. Aunque tomando mucha mayor distancia que en el cuestionamiento de la primera premisa, también intentaremos ver de qué maneras se podrían poner en cuestión la segunda y tercera.
La primera premisa del argumento de Stich (llamémosla P1) asevera que “para tener creencias se deben poseer conceptos”. En su obra La mente de los animales, Hans-Johann Glock pone esta idea en cuestión. Es simplemente falso que las creencias impliquen conceptos. Adoptando el punto de vista holodoxástico, los conceptos son “abstracciones” realizadas tras pensamientos como las creencias. No es cierto que cuando decimos que “el perro cree que el gato se subió al roble” estemos afirmando que el perro haya conceptualizado esa entidad que en español llamamos “árbol” y esa otra que es el “gato”. Como señala Glock:
Aunque las oraciones que utilizamos al hacer adscripciones de pensamientos tengan componentes, nuestras adscripciones no se basan en una adscripción previa de esos componentes. Por el contrario, se basan en la manifestación por parte del sujeto de ciertas capacidades perceptivas, actitudes y emociones (Glock, La mente de los animales, Oviedo, Krk, p. 104).
Dado que el perro muestra determinadas conductas hacia eso que llamamos “roble” y con respecto a aquello que llamamos “gato”, decimos que “el perro cree que el gato está en el roble”. La percepción que le atribuimos, legítimamente, al perro acerca del roble y del gato, sea esta del modo que sea, parece implicar (lo cual se confirma con la observación de la conducta) que el perro cree algo acerca de ellos: “percibir que p implica o bien saber que p […] o implica meramente creer que p” (Glock, op.cit., p. 105).
En lugar de hablar de un perro, supongamos que una tarde soleada vemos como alguien está tumbado en medio del campo. Por su actitud amodorrada, en conjunción con el silencio y la idoneidad de la temperatura, tenemos serios indicios para pensar que el individuo en cuestión se está quedando dormido. Repentinamente, vemos cómo una bolsa de supermercado se acerca por la espalda del individuo que, de una forma violenta y sumamente veloz, se levanta de un salto. Por su pauta de comportamiento, podemos decir que “el individuo creía que algo lo atacaba”. La explicación que presumiblemente daríamos consistiría en que el sujeto comenzó por percibir un sonido que lo sobresaltó, provocando en él un estado mental de, por ejemplo, temor. Una determinada percepción hizo creer al sujeto que estaba en peligro. Pero la percepción misma no conlleva concepto alguno para el sujeto.
A este ejemplo se podría reprochar que la conceptualización sí es previa a la creencia pues, de saber que era algo inofensivo, el sujeto no se habría sobresaltado. Se pudiera decir, el individuo creyó que lo atacaba un jabalí o un perro, y por eso se levantó de un brinco. Pero de lo que se trata aquí es de que, al no poder determinar qué era lo que creyó que le atacaba —supongamos que, tras ver el espectáculo, nos acercamos al hombre para preguntarle qué pensaba que era lo que se le acercaba por detrás y nos contesta que no lo sabía—, no podemos decir que haya conceptualizado (dando a este término el sentido proporcionado por Glock) nada. Simplemente, al discriminar perceptivamente un sonido muy cercano creyó que algo lo atacaba; mas los conceptos de “jabalí” o de “perro” se hacen presentes inmediatamente después de levantarse. Esto es, tras haber creído que algo (donde este “algo” no está en lugar de ninguna cosa concreta) lo atacaba. El sujeto creyó que se encontraba en peligro sin necesidad de subsumir previamente el peligro bajo ningún concepto. En definitiva, la aceptación de la perspectiva holodoxástica propugnada por Glock nos permite poner en entredicho P1. Veamos qué podemos decir ahora de P2 y P3.
Dada la diversidad de significados que aglutina el concepto de “concepto”, no está del todo claro que tengamos que empezar por aceptar la propuesta presentada por Stich en P2. Por la contra, por concepto podemos entender el significado otorgado por Glock:
“De acuerdo con una interpretación, los conceptos son principios de discriminación, y poseer conceptos es tener la capacidad de reconocer o discriminar entre diferentes tipos de cosas” (Glock, op.cit., p. 114).
Ahora bien, a esta capacidad de discriminación Glock añade, para que pueda hablar de conceptualización, una dimensión normativa.
Por esto, tan sólo hablaremos de conceptualización, siguiendo esta interpretación, cuando un individuo tenga la capacidad de discriminación y a esta se le añada la posibilidad de equivocarse y reconocer el error como tal.
Existen en el campo de la etología múltiples muestras de animales no humanos que parecen satisfacer estos requisitos. Tomemos, por ejemplo, el caso de unos primates, los cercopitecos vervet, que poseen distintas señales de alarma para su grupo dependiendo del tipo de amenaza detectada (como un mamífero, un ave rapaz o una serpiente). De por sí, esta conducta parece dar cuenta de la primera de las condiciones de posesión de conceptos que hemos dicho, la de la discriminación. Pero, además, resulta que también hay evidencias de que, mientras son jóvenes, estos primates cometen una serie de errores en sus señales de alarma que a lo largo de sus vidas consiguen ir corrigiendo (véase el paper de Óscar Horta, “¿Quién puede poseer actitudes proposicionales?”). En virtud de ello, sería falso decir que ningún animal no lingüístico posea conceptos. Con lo cual estaríamos poniendo en cuestión la asunción de que los animales no poseen conceptos, como señala el argumento. Dependiendo de qué entendamos por “concepto”, podemos atribuir su posesión o no a animales no humanos. La verdad de P2 no está nada clara.
Tomemos en sus términos P2 para afrontar P3: “Para poseer un concepto se debe tener un tipo particular de conocimiento, por ejemplo, cómo dicho concepto está relacionado con otros conceptos”, reza P2, y “los animales no humanos no tienen ese tipo de conocimiento”, dice P3. En el anterior párrafo ya hemos comenzado por poner en cuestión que la posesión de un concepto conlleve lo dicho en P2. Ahora, tal y como se formula esta premisa, parece que hacia donde se dirige Stich es hacia el holismo del pensamiento. Tal y como la entendemos, lo que señala esta premisa es que para poseer un concepto es necesario, en primer lugar, que el concepto esté inmerso en una red de conceptos y que, además, el sujeto tenga conocimiento de esto. Con respecto al primero de estos puntos, el concerniente a la naturaleza holista del pensamiento, podemos aceptarlo sin por ello poner en entredicho la posesión de conceptos por parte de animales no humanos. Recordemos que no debemos caer en la tentación antropomórfica de otorgar a los animales no humanos conceptos humanos. Afirmar que “el perro cree que el gato está en el árbol” no significa decir, más específicamente, que el perro crea que aquello que, tal y como lo percibo y que llamo ‘gato’, se subió a aquello que yo percibo de tal y cual manera y que designo como ‘árbol’. Parece claro que el perro no expresaría su creencia como yo lo hago. Lo que quiero atribuir al perro es, eso sí, una creencia, pero con respecto a una relación entre determinadas entidades que él puede percibir y catalogar de determinadas maneras (o eso me indica conductualmente). Asumiendo que la red conceptual del animal no humano no tiene que ser una red conceptual humana, se podría poner en entredicho parte de P3.
No obstante, cierto es que de lo que nos hablan P2 y P3 no es netamente de la idea del holismo de lo mental, sino de su conocimiento. En otras palabras, los animales no humanos no podrían tener conceptos porque, para tenerlos, estos debieran tener conocimiento de la relación que cada concepto tiene con el resto de bagaje conceptual que posean. Esto, parece ser, no sucedería en el caso de los individuos humanos pues la posesión de lenguaje posibilita el conocimiento de las diversas relaciones que los conceptos tienen entre sí. Si la interpretación es correcta, ¿qué se puede rebatir? Primeramente, cabe recordar aquellos casos de seres humanos que carecen de las capacidades necesarias para tener lenguaje o, simplemente, para tener conocimiento de las relaciones que guardan los conceptos. Si aceptamos todo el argumento de Stich, este se ve compelido a aceptar que estos individuos humanos no tienen ningún tipo de creencias, puesto que carecen de conceptos, dado que no tienen conocimiento de cómo un supuesto concepto está en relación con otros. El contraste entre las explicaciones que se deberían dar para explicar la misma conducta entre individuos prelingüísticos como los bebés e individuos (con un poco más de edad) que acaban de adquirir lenguaje no es muy creíble.
En el caso de los no humanos podríamos cuestionar que, sea la red conceptual que tengan (si hubiera tal red), estos no la conocieran. Si aceptamos que esta red puede no ser tan compleja como la de muchos humanos, sino más bien bastante simple, ¿por qué negar tal conocimiento cuando sus conductas, por muy simples que se quieran ver, dicen lo contrario? Otro camino por el que se podría ahondar, a pesar de que no lo hemos hecho aquí, podría consistir en la aceptación de que determinados animales no humanos puedan adquirir un lenguaje humano, como es el caso del lenguaje de signos. Así, cierto conocimiento de las relaciones que guardan los conceptos que los animales expresan parece necesario para el aprendizaje de tal lengua. Lo cual parece un hecho mostrado en trabajos presentes en obras como, por ejemplo, El “Proyecto Gran Simio”: la igualdad más allá de la humanidad, editada por Peter Singer y Paola Cavalieri. En cualquiera de los casos, y en conclusión, mediante el desarrollo de estas objeciones acerca de la verdad de sus premisas, se podría poner en cuestión el argumento de Stich.