Pedro Arcos González, Universidad de Oviedo
Vivimos un tanto desconcertados ante la inesperada situación que nos está haciendo vivir el virus SARS-CoV-2. Pero lo cierto es que lo que nos sucede ahora no es tan raro como parece. Las epidemias han estado presentes en nuestra historia desde, al menos, el 10.000 AC, cuando dejamos de ser nómadas cazadores-recolectores y nos volvimos sedentarios, agricultores y ganaderos. Desde ese momento, el contacto estrecho y sostenido con animales propició los saltos de agentes infecciosos a los humanos. Y empezamos a sufrir periódicamente epidemias y pandemias.
Tres epidemias de peste seguidas (430-427 AC) determinaron la guerra del Peloponeso entre griegos y persas, acabando con la Atenas de Pericles. La viruela desencadenó en el año 165 la caída del Imperio Romano. En el siglo XIV, y en apenas seis años (1347-1353), la peste afectó a Eurasia y mató a uno de cada tres europeos. Y solo un siglo más tarde, en 1521, la viruela fue el arma decisiva que permitió a Hernán Cortes vencer al Imperio azteca con poco más de 500 hombres.
Puede parecer innecesario recordar esto en 2021. Pero la realidad es que, a pesar de la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones, de la disponibilidad de medicamentos y vacunas y de los avances científicos de los últimos dos siglos, la guerra contra las enfermedades transmisibles sigue abierta, especialmente aquellas con potencial epidémico. Es más, no solo no se ha ganado esta lucha sino que vuelve a comprometer gravemente la salud, la economía, el funcionamiento social y el nivel de desarrollo, a escala global.
Este texto es una reflexión sobre tres elementos indisociables del fenómeno epidémico tomando como ejemplo la actual pandemia de COVID-19: sus dimensiones política, social y científico-técnica.
La dimensión política
No es necesario leer el magnifico “Epidemias y poder” (1997) de Sheldon Watts para entender que, no solo en el pasado, sino también ahora en la pandemia de COVID-19, las dimensiones política y geoestratégica han determinado las intervenciones de Salud Pública a nivel global. En el caso del COVID-19, los dos grandes beneficiados sin duda han sido los actores políticos, particularmente China y Rusia, y las grandes compañías farmacéuticas.
Los primeros han hallado un potente mecanismo de expansión geoestratégica. Los segundos, un nuevo nicho de mercado que venía languideciendo (las vacunas nunca han sido una prioridad para gran parte de las farmacéuticas) y sin embargo acaba de proporcionarles los mayores contratos de compra de la historia de la industria farmacéutica.
Los Estados han sido impotentes ante esas dos circunstancias. Lo han sido incluso organismos multilaterales como la Organización Mundial de la Salud con su ya tradicionalmente escasa capacidad de maniobra y sus erráticos criterios técnicos.
A escala regional, la pobre respuesta de la Unión Europea y su aceptación de contratos de suministro de vacunas opacos y “a manos atadas” lo han puesto de manifiesto. Es evidente que urgen dos cambios esenciales:
- Poner en marcha una política común europea de Salud Pública que incluya que el Centro Europeo para el Control de Enfermedades (ECDC) deje de ser un organismo consultivo de la Comisión Europea y se transforme en autoridad sanitaria;
- Crear una estructura pública europea de desarrollo y producción de vacunas que permita eludir el mercado cautivo de las grandes multinacionales farmacéuticas.
En España, el contexto político también ha sido uno de los elementos más limitantes de una gestión adecuada de la pandemia. La soledad del Gobierno y su escasa capacidad para aunar esfuerzos entre actores políticos han imposibilitado contar con un marco legal adecuado de medidas en salud pública que era absolutamente necesario para gestionar bien la pandemia y evitar la deriva hacia los tribunales de las medidas de prevención y control adoptadas.
La dimensión social
Hace casi dos siglos que Rudolf Virchow (1821-1902), uno de los padres de la Medicina Social, escribió que “las epidemias son fenómenos sociales que tienen algunos aspectos médicos” y que, por tanto, “los defectos de la sociedad forman una condición necesaria para su aparición” (las cursivas son mías).
Virchow también podría haber dicho que las epidemias no se pueden controlar en contra de la población. Es decir, solo con medidas verticales que no tengan suficiente aceptación ciudadana. Esa aceptación, y la participación activa de la población, son elementos cruciales para lograr una adherencia a las medidas de prevención y control propuestas.
En otras palabras, es preciso convencer a las personas de que las medidas dictadas son coherentes, proporcionadas y emanan de una autoridad sanitaria con suficiente credibilidad. La participación comunitaria, un elemento esencial en el control epidémico, así como una comunicación transparente, han sido elementos claramente deficientes en nuestro caso.
La dimensión científico-técnica
Probablemente ninguna otra intervención anterior reciente en Salud Pública haya mostrado de forma tan visible la desnaturalización de la dimensión científico-técnica de las intervenciones por parte del establishment político.
En nuestro país varios ejemplos lo evidencian. El primero ha sido la resistencia a tomar decisiones basadas en asesoramiento científico independiente, transparencia y rendición de cuentas tras una evaluación externa. El rechazo a crear comités de verdaderos expertos en Epidemiología que priorizaran acciones basadas en la evidencia de resultados ha sido, y aún es, numantino por parte del Gobierno. Y una de sus consecuencias ha sido una intervención errática con un catálogo prolijo de medidas que han confundido a la población y minado su adherencia al cumplimiento.
Otro ejemplo ha sido el uso perverso del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, un organismo eminentemente consultivo y de coordinación, para dar autenticidad y sostener decisiones por votación, y no en base a elementos científicos.
La interferencia política ha sido posible y exitosa, todo hay que decirlo, por el hecho de que nuestro Sistema Nacional de Salud se ha construido con un carácter eminentemente asistencial y escasamente preventivista. Esta estrategia reactiva y no proactiva ha hecho que los problemas se hayan abordado a medida que aparecían y su consecuencia ha sido un estado continuo y creciente de tensión del sistema sanitario y de sus profesionales.
Mirando al futuro
Las emergencias epidémicas debidas a agentes infecciosos emergentes (nuevos) o re-emergentes van a seguir produciéndose periódicamente. De hecho su frecuencia se ha triplicado en las últimas décadas por factores bien conocidos como son el cambio climático, la degradación y apertura de ciertos ecosistemas como los bosques húmedos tropicales o el aumento del tránsito de personas y mercancías a nivel global.
Las dimensiones política, social y científico-técnica han mostrado ser elementos determinantes del éxito en el control epidémico y deben ser consideradas en todo su valor. Si Virchow levantara la cabeza bien podría decir ahora que las epidemias no se podrán controlar sólo con vacunas. Suponiendo que estas estuviesen disponibles en cantidades suficientes y fuesen accesibles económica y técnicamente a nivel global…
Pedro Arcos González, Profesor de Epidemiología. Departamento de Medicina (UIED). Facultad de Medicina., Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.