Otelo: un moro en el escenario. El rompedor teatro isabelino y la fresca innovación de Shakespeare
Jesús Javier Mejías Díaz
La obra “Otelo: el moro de Venecia”, es una tragedia escrita por William Shakespeare en 1603. Una característica fundamental es que el personaje se presenta piadosamente, a pesar de su raza y rompiendo con los moldes imperantes, en una literatura inglesa donde los moriscos, eran representados como villanos; reflejo de una sociedad más abierta frente a los esquemas medievales; el autor mediante sus conocidas dotes dramatúrgicas salva la obra genialmente, evitando cualquier discusión sobre el Islam.
La confusión y la contradicción de la era de Shakespeare encuentran su más alta expresión en la tragedia. Logra plasmar todos los valores, jerarquías y formas en prueba constante y encontrar buscando todos los conflictos latentes en la sociedad, activándolos. Shakespeare pone marido contra mujer, padre contra hija, al individuo contra la sociedad. En esta tragedia doméstica, Shakespeare ejemplifica y define el rango y el brillo de sus logros. El mundo de Otelo colapsa alrededor suyo y su desesperado intento de hacer frente al colapso descubre la insuficiencia del sistema por el cual racionaliza y justifica su existencia. Ante el aplastante sufrimiento de Otelo, toda consolación es vacía, y todas las versiones del orden se sitúan reveladas como adventicias.
“Otelo: el moro de Venecia” no es la más importante tragedia shakespeariana, ni la de mayor valor literario, ni siquiera la que presenta los aspectos más innovadores. Sin embargo está dotada, no en su trama; sino en su estilo, del moderado espíritu inglés y su hipócrita desdoble. Constituye por excelencia la obra intermedia entre las tragedias iniciales y las grandes tragedias de su autor como “Rey Lear”. Una obra que plasma en brusca unidad el conflicto del ser humano como ente social; pero también como sujeto abstracto y muestra en un insólito drama doméstico preocupaciones sociales a la par que enfoca el concepto aristotélico de tragedia en discretas innovaciones de lo que después será la ruptura con los modelos clásicos.
Shakespeare cargó de simbolismo los nombres de los personajes: Otelo (Othello en el original), tal vez basado en la transposición de Othoman (Milling & (ends), 2004). En el caso de Yago, se cree, proviene de (Sant-) Yago Matamoros (, cuyo rango militar es el mismo del alfieri; pero su relación con Otelo es de mayor subordinación, quedando patente desde el principio su odio al protagonista, suscitado aparentemente por el nombramiento de Casio. Entretanto, Desdémona, cuyo nombre procede del relato de Cinthio, es el único personaje, realmente nominado, y viene del griego dysdaímon, infortunada. Claramente la semántica, se simbiotiza armónicamente con el papel de cada uno de los personajes de la trama, en un claro tono burlescamente trágico.
“Otelo: el moro de Venecia” utiliza en su complejidad escénica el recurso participativo, ayudada por el desarrollo del escenario abierto para la representación.
Un aspecto destacable de la obra está en cómo se desarrolla a través de un sorprendente rango de emociones humanas, que se centran en los celos sexuales dentro del matrimonio. La comedia está profundamente cargada de relaciones domésticas y familiares: Desdémona es la única hija de Brabancio, un viejo senador veneciano; este muere desconsolado porque su hija se ha fugado con un hombre negro, quien es mucho mayor que ella y pertenece a otra cultura. Con Otelo, Desdémona es brevemente feliz, a pesar de su desobediencia filial, hasta que un terrible celo es despertado en él. Sin otra causa que sus propios miedos y susceptibilidad a las insinuaciones de Yago sobre lo natural del adulterio.
Manejado por su profundo e irracional miedo a la mujer; aparentemente receloso de su propia masculinidad, Yago puede calmar su propia tormenta interior solo por la persuasión de que otros hombres como Otelo, tienen por inevitable destino ser adulterados. La obra hábilmente ejemplifica el modelo clásico tradicional de un buen hombre llevado al infortunio por “hamartia”, o errores trágicos; como Otelo llora: él es el que “amó demasiado y sin prudencia” (Acto V, escena 2, línea 354).
Es apropiado recordar Shakespeare no creo la obra “Otelo” de la nada, sino que proviene de escritor italiano contemporáneo con él, pero poco conocido. El genio inglés reescribió la obra y reconstruyó el argumento, excluyendo en el proceso todo el material que no fuera dramático. Desarrolló personajes de breves alusiones en las fuentes y nuevos personajes enteramente como Rodrigo. Estableció contrastes, clímax y conclusiones más efectivas, sentimientos más reales, personajes más humanos.
En las manos de Shakespeare, el verso libre se convirtió en un medio infinitamente móvil entre los extremos de la formalidad y la intimidad, del control y la inmediatez. Sobre esto se erige el drama hablado, glorificado en las energías teatrales del lenguaje. En la obra se encuentran entrelazados el humanismo y el sabor popular.
Uno de los méritos más grandes de William Shakespeare con Otelo radica en la combinación casi perfecta del teatro popular inglés y la concepción aristotélica de la tragedia; nos ofrece a un protagonista versátil, capaz de hacer el bien y el mal, pero igualmente condenado, no por la Moira, sino por su propia humanidad.
Shakespeare combinó un personaje admirable e imperfecto como Otelo, dotado de libre albedrío para degradarse o redimir sus actos; capaz de convertirse en antihéroe o héroe. Un personaje hecho a la medida del entendimiento y el sentir del común de los mortales.
“Otelo”, revela un sentido de lo individual, de interioridad, de realidad, de diferencia de cualquier otro individuo y al mismo tiempo, situación. Shakespeare sitúa al héroe trágico en el foco de sí mismo y de fuerzas siniestras, interiores y externas, que lo llevan al suicidio. Shakespeare transformó a al protagonista en un símbolo: el hombre focal en la moraleja, los valores y la elocuencia hacia los que la sociedad mira; casi siniestro, aunque admirable, en trágica ambigüedad.
En esta tragedia el hombre está en los límites de su dominio como ser humano, donde todo por lo que ha vivido, todo lo que significó para él o amó es puesto a prueba. Como Prometeo en el risco, o Edipo cuando supo quién era, o Medea abandonada por Jasón, Otelo está al extremo de su naturaleza.
Como Lear, Otelo es empujado a traspasar el umbral de la cordura. Como en las obras griegas, las fuerzas destructivas parecen combinarse en un círculo de incompetencias o males -como los celos de Otelo- con presiones externas -como las intrigas de Yago. Una vez el curso destructivo se ha puesto en marcha, estas fuerzas operan con la implacabilidad de lo que los griegos llamaron Moira, el destino.
Shakespeare ofrece en “Otelo” la totalidad comprendida de “lo bueno” y “lo malo”, convirtiendo al héroe en un vehículo de fuerzas psicológicas, sociales y cósmicas, que tienden a ennoblecer y glorificar la humanidad o infectarla y destruirla. Representa la capacidad de decidir libremente si redimirse o condenarse, es decir, ser un instrumento de su propia destrucción. Sin embargo, la obra no se reduce, como ya hemos visto, al héroe y su destino. Es el centro de una acción que toma lugar en un contexto que involucra muchos otros personajes, cada uno contribuyendo a un punto de vista, un paquete de valores o antivalores en la compleja dialéctica de la obra.
En la tragedia, la noción esquiliana de “conocimiento a través del sufrimiento”, está poderosamente dramatizada, es más obvia en Otelo; pero también es compartida por la sociedad, de la cual es figura focal. La imperfección del personaje puede ser un fallo moral o a veces un exceso de virtud; Shakespeare parece estar diciendo que todas estas culpas son inevitables de la condición humana; pero esto no explica el rechazo, el nihilismo o la desesperación.
Shakespeare mantiene en Otelo una fría y preclara visión del mal y a la vez un sentido del bien que rechaza los halagos de optimismo o sentimentalismo. La obra termina en varios grados de armonía y reconciliación.
La obra, guiada en el espíritu de su época, permite al protagonista escoger convertirse en héroe o antihéroe; pero allí reside su mayor logro: el espectador debe ser capaz de otorgar a Otelo una de las dos; pero no queda claramente definido; ¿podrá Otelo ser héroe o antihéroe? Shakespeare introduce así el elemento novedoso, la participación subjetiva del público elegirá la etiqueta.
Otelo no será juzgado por la acción, sino por el pensamiento, por su postura ante el crimen. Shakespeare nos sorprende creado un dilema moral y psicológico, una tragedia dentro de la tragedia; sin abandonar lo clásico, o el ideal medieval, o la franca avidez renacentista, inserta con maestría un sello personal, que marcaría la teatralidad posterior para siempre.