Tras más de veinte años de trabajo en el campo de la salud mental he llegado a considerar que todo —lo que funciona y lo que no— en nuestra sociedad tiene sus raíces en las dinámicas que emergen dentro de esta relación tan singular, íntima y especial.
«Estás enamorada del amor» fue una especie de diagnóstico que recibí una vez, hace ya bastante tiempo. Debía de tener unos dieciséis años. No entendí muy bien el significado de la frase en su momento y tampoco puedo decir que la entiendo muy bien ahora. Fue uno de esos pronunciamientos profundos y aparentemente rebosantes de sabiduría que nosotros, los clínicos, soltamos a veces, que no se terminan de entender. Así que, como a veces pasa, me quedé dándole vueltas; por unas décadas. No creo que fuese la intención de su autor, un amable y bien intencionado terapeuta. Sin embargo, como persona aplicada y curiosa, seguí pensando en ello, buscándole el sentido, hasta que llegué a la conclusión de que no se trataba de estar «enamorada del amor»; sino, más bien, de ser una defensora del amor.
Que quizás suene aún peor. No lo sé. No queda ni muy sexy ni muy guay ser defensor —o abogado o amante— o nada relacionado con el amor, en realidad. Sin embargo, es importante. El amor es importante. Es la fuerza que mueve el mundo, y su ausencia, también. Desde mi punto de vista, el amor debe ser profundamente comprendido y activamente abordado si queremos sobrevivir y seguir evolucionando como especie y, por ello, hace falta que tenga sus defensores. A pesar del lugar tan central que ocupa en la vida humana, son pocos los que le prestan atención, y entienden que debe ser comprendido y estudiado como cualquier otro aspecto relacionado con el ser humano. Lo habitual es que sea ignorado o marginado, incluso en disciplinas como la psicología, donde debería ocupar una posición central. En realidad, el amor brilla por su ausencia en las ciencias, a pesar de que no hay científico exento de anhelar la aceptación de un padre, la fascinación de un amante o la admiración de un alumno. De hecho, ese tipo de anhelos es lo que suele «empujar» a algunas personas hacia las ciencias en primer lugar. Y lo mismo vale para todo ser humano, especialmente para los que menos se expresan en términos amorosos, como los políticos, los directores de grandes corporaciones (o CEOs) y otra gente en posiciones de poder. En realidad, el gran desafío que supone el amor en sus vidas y sus profundas inseguridades en este ámbito, están amenazando ahora mismo a toda la especie humana y al planeta entero. Y, sin embargo, esta fuerza que nos convierte en quiénes somos y define lo que hacemos o dejamos de hacer, no ha sido adecuadamente abordada o estudiada.
En mi opinión, la comprensión de los mecanismos y las dinámicas del amor, y su impacto, es fundamental para comprender la naturaleza humana. Es fundamental, también, que el amor se estudie dentro del contexto de la relación de pareja. Las parejas han sido ignoradas por la ciencia de manera aún más acusada. Sin embargo, constituyen una estructura social fundamental de nuestra sociedad.
En realidad, el amor brilla por su ausencia en las ciencias, a pesar de que no hay científico exento de anhelar la aceptación de un padre, la fascinación de un amante o la admiración de un alumno.
La pareja, en sus variadas formas y expresiones, puede ser considerada la más fascinante y extraordinaria unidad social existente. Este sistema humano, siendo tan pequeño y tan primario, integra y representa cada faceta de la vida humana, del micro al macro, atravesando tiempo, espacio y disciplinas. No hay nada que no se pueda encontrar en ella. La ciencia y el arte, la biología y la religión, la sexualidad, la evolución, lo masculino y lo femenino, el cuerpo, la mente, las emociones, el espíritu. La comprensión de la pareja equivale a la comprensión de la naturaleza humana y su historia. La vida comienza en la pareja, que es el sistema que concibe, da luz y construye los pilares que sostienen nuestro mundo. Tras más de veinte años de trabajo en el campo de la salud mental he llegado a considerar que todo —lo que funciona y lo que no— en nuestra sociedad tiene sus raíces en las dinámicas que emergen dentro de esta relación tan singular, íntima y especial. Todos somos, de una manera u otra, producto de una pareja. La mayoría de nosotros hemos nacido, hemos crecido y hemos sido forjados dentro de su microcosmo particular. Todo lo que vivimos y experimentamos en su seno o recibimos indirectamente a través de historias, ideas —o ideologías— nos moldean y hacen de nosotros lo que somos. Esta relación nos acompaña a lo largo de nuestras vidas —su realidad, su narrativa o fantasías sobre ella. La pareja está allí, en nuestras mentes y en nuestros corazones, y define quiénes somos, cómo nos movemos en el mundo, cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás.
La comprensión de la pareja equivale a la comprensión de la naturaleza humana y su historia.
Dentro del marco de la terapia familiar, los problemas relacionados con la salud mental están muy frecuentemente relacionados con problemáticas de pareja. En mi trayectoria profesional hasta la fecha, no he conocido todavía a un individuo (niño o adulto) con un trastorno mental grave que percibiese como alegre y amorosa la relación entre sus padres. Los cerebros sanos requieren una crianza sana, y una buena crianza depende y suele sostenerse en relaciones equilibradas y constructivas entre los progenitores.
Sin embargo, el estudio de la pareja no ha sido una prioridad en el campo de la salud mental ni, de hecho, en ningún otro campo. Parece ser que se quedó perdida en algún lugar entre las divisiones y las dicotomías del mundo académico. Quizás este descuido sea sólo un —triste— reflejo del miedo que le tienen a la intimidad los más científicamente inclinados de nuestra especie. En realidad, no sé cuáles pueden ser las razones que nos han conducido a ignorar algo tan fundamental. Lo que sí tengo claro es que cualquier versión de un mundo mejor requerirá políticas basadas en el impacto del amor —y, quizás aún más, el impacto de su ausencia— sobre las personas, y en la capacidad de la gente (individuos, parejas, familias, comunidades) para contar con los recursos necesarios y el saber-hacer para construir relaciones sanas y equilibradas.
He estado trabajando con parejas por más de una década. Como directora de un centro internacional de psicoterapia en una ciudad cosmopolita he tenido el privilegio de atender directamente (e indirectamente supervisar) centenares de parejas de todas las edades, culturas, razas y orientaciones sexuales, de cada rincón del mundo. Junto a mi equipo, he podido observar el poder de esta relación íntima sobre las personas que la componen, incluso sobre los que están directa o indirectamente ligados a ellas —especialmente los niños, cuando los hay. He sido testigo y he trabajado con su potencial increíblemente constructivo, o al contrario, destructivo. He podido observar aquellos elementos que hacen que cada individuo y cada pareja sean diferentes y únicos, y he tenido la oportunidad de ver y explorar los aspectos comunes; los que nos unen como especie. Este libro se centra en ellos; en los aspectos que se podrían definir como «universales».
Fragmento del libro Historia de lo nuestro: Una nueva teoría de la pareja, las dinámicas del amor y las relaciones de Dimitra Doumpioti publicado por Gedisa.
Doumpioti, Dimitra es licenciada en psicología por la Universidad de Manchester, con estudios de postgrado en Psicología Transpersonal (John Moores University), Master en Terapia Relacional Sistémica (Universidad Autónoma de Barcelona) y docente acreditada y supervisora en psicoterapia. En 2005 fundó Hestía, Centro Internacional de Psicoterapia (Barcelona), que es también escuela acreditada en terapia-relacional sistémica. Desde el 2016 es colaboradora académica en ESADE y consultora en FBK (Family Business Knowledge) enfocada en empresas familiares. Actualmente, está liderando un nuevo proyecto, el Instituto de Artes Interpersonales.