Noam Chomsky, el centinela de Occidente
«Si no creemos en la libertad de expresión para la gente que despreciamos, no creemos en ella para nada.»
N. C.
Alguien tiene que ser el aguafiestas, alguien debe proclamar a los cuatro vientos que el emperador pudiera estar desnudo, o la civilización hegemónica del siglo XXI dejará de merecer ese título, indistinguible de otras que la siguen (como Japón) o la detestan (como Corea del Norte). Han sido muchos los que han desempeñado ese papel antipático en los últimos setenta años, pero nadie lo ha hecho de manera tan obstinada y sostenida como el anciano Noam Chomsky. Nadie cuestionó a fondo a Chomsky: o bien estabas de su parte, y sentías que algo no funcionaba bien en la Matrix, o ni sabías que existía.
Me encantó cuando Chomsky se dejó barba y greñas, supongo que por desidia, porque finalmente se parecía a Sócrates, Gandalf, Alan Moore o mi amigo Pelayo, en lugar de al árido profesor de lingüística que de joven se asombraba con las boutades de Michel Foucault. Chomsky es, en gran medida, el anti-Foucault en el campo de la Filosofía: no diserta acerca del poder en abstracto, como si fuera tan paradójico y metafísico como el bosón de Higgs. En lugar de eso, da fechas, nombres y apellidos, señala culpables, narra eventos desconocidos y escarba de verdad en esos archivos ocultos que Foucault presumía desenterrar, pero solo si tenían al menos 300 años.
Chomsky es el vigía de Occidente, pero como Dios y la Ética mandan: no para advertir a Occidente del peligro amarillo, la zarpa del oso ruso o la amenaza sarracena, sino al contrario, para poner el dedo en la llaga, avisando a amarillos, eslavos y semitas de las posibles maldades o planes oportunistas del abusón global. ¿Qué otra cosa es, si no, lo que los biempensantes exigen que los profesores enseñemos a las nuevas generaciones? Clamar por el “pensamiento crítico” para luego reírse o denigrar al que señala la viga en el propio ojo en vez de criticar la paja en el ojo ajeno (Mateo 7:3).
Chomsky es el vigía de Occidente, pero como Dios y la Ética mandan: no para advertir a Occidente del peligro amarillo, la zarpa del oso ruso o la amenaza sarracena, sino al contrario, para poner el dedo en la llaga, avisando a amarillos, eslavos y semitas de las posibles maldades o planes oportunistas del abusón global.
Últimamente, debido a la extensión mundial de la basurología extrema y mediática de la Alt-Right, se entiende que la crítica interna de nuestras propias prácticas, valores y autorrepresentaciones la lleva a cabo Steven Pinker y aquellos que critican a los críticos (Marx estuvo a punto de escribir una Crítica a la crítica crítica). Según ellos, los agoreros wokistas buscan sabotear Occidente en sus cimientos. De manera que, hoy, el que dice que la moralidad es una ficción biológica, que la desigualdad económica es inevitable o que el Cambio Climático es una conspiración, es el que desempeña la sagrada misión del intelectual. Mientras tanto, gente como Chomsky, Bono de U2 o Greta Thunberg son objeto de mofa o cinismo.
Estoy convencido de que dentro de cincuenta años EE.UU. honrará la memoria de Noam Chomsky (“¡tío Noam, tío Noam!”), precisamente porque aquellos que temen sus denuncias habrán muerto y ya no importará tanto que se sepa la verdad. Chomsky ha sido, y es todavía, como lo que piden hoy en los institutos públicos a los compañeros responsables y valientes de los chicos que sufren bullying: si presencias un acto de bullying ni te sumes ni lo ignores, ve a avisar al director.
Francis Fukuyama, que si Foucault es el opuesto a Chomsky en Filosofía, configura a su vez el yang político de Chomsky, escribe en su obra más célebre que el thymos era para los griegos antiguos “la sede psicológica de todas las virtudes nobles, como la generosidad, el idealismo, la moralidad, el espíritu de sacrificio, el valor y la honorabilidad”. Eso simbolizan Chomsky, Bono y Thunberg, de manera que les damos caña, como al Cristo de El Gran Inquisidor de Dostoiévsky. ¿No será que, ahora que hemos superado el bulo de la muerte de Chomsky, resulta que los muertos en realidad éramos nosotros?
De hecho, Noam Chomsky es un grandísimo experto en bulos -el mayor, en realidad, si exceptuamos a los que los elaboran y difunden-, es el hombre que lleva décadas desmantelando fake news en sus libros y artículos desde mucho antes de que se llamaran así. Los conocidos “cinco filtros” que Chomsky y Herman estipulan son los filtros esenciales mediante los cuales las sociedades de la información manipulan a la ciudadanía mediante la propaganda. Una gran frase de Chomsky es esa que dice que “la propaganda es a una democracia lo que la coerción a un estado totalitario”. Téngase en cuenta que este análisis es previo a Internet…
- Primer filtro: magnitud, titularidad y orientación de los beneficios de los medios de comunicación. La mayoría de los medios están en manos de grandes corporaciones, pertenecientes a las élites económicas de cada nación.
- Segundo filtro: beneplácito de la publicidad. Los mass media dependen de la publicidad de las élites económicas para su existencia.
- Tercer filtro: Los medios deben producir un flujo permanente de nuevas noticias. Los principales proveedores de noticias son los departamentos de prensa de los gobiernos o las grandes corporaciones y no la verdadera fuente de la noticia. Para mantener una imagen de objetividad y protegerse de ataques a la parcialidad, los medios necesitan material presuntamente “correcto”, pero que les es suministrado de fuera.
- Cuarto filtro: flak (crítica inmediata). Los grupos de influencia pueden organizar respuestas sistemáticas ante cualquier desviación de línea editorial o del sesgo mediático y ante ataques a un determinado anunciante. Este fenómeno ha crecido exponencialmente en la actualidad -algunos lo denominan “golpes de estado en la comunicación”-, así como las campañas de desprestigio feroces y sin escrúpulos sobre figuras incómodas de la política o la cultura.
- Quinto filtro: opiniones “anti-”. Inicialmente, este filtro era el anticomunismo, por la rivalidad de la Guerra Fría. Hoy ocurre lo mismo con ser pro-Putin, islamófilo, transfobo o heteronormativo. El prejuicio pesa más que el juicio porque ha sido diseñado desde arriba como una suerte de “limpieza de sangre” cultural.
Es cierto que Chomsky y Herman no descubrieron el Mediterráneo, pero asusta comprobar, día a día, la cantidad de gente que, incluso con estudios superiores, no sabe que esto existe, o que, en España, no distingue entre el Grupo Prisa y Mediaset. No es que no lo sepan, es que no quieren saberlo. Por eso me alegro de que el tío Noam siga vivo. Por eso y por aquello tan famoso que decía Italo Calvino en Las ciudades invisibles: “El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”