Escenario y representación de la mente futurista con ambiente ultramoderno. Imagen producida por IA.
Escenario y representación de la mente futurista con ambiente ultramoderno. Imagen producida por IA. Image by freepik

El misterio de la conciencia muestra que puede haber un límite a lo que la ciencia puede alcanzar por sí sola

La sociedad se enriquecería profundamente si estuviera más informada sobre filosofía. Tengo la esperanza de que algún día comprendamos el papel crucial que tanto la ciencia como la filosofía tienen que desempeñar
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El progreso de la ciencia en los últimos 400 años es asombroso. ¿Quién hubiera pensado que podríamos rastrear la historia de nuestro universo hasta sus orígenes hace 14 mil millones de años? La ciencia ha aumentado la duración y la calidad de nuestras vidas, y la tecnología que es habitual en el mundo moderno habría parecido magia a nuestros antepasados.

Por todas estas razones y más, la ciencia es justamente celebrada y reverenciada. Sin embargo, una actitud pro-ciencia saludable no es lo mismo que el «cientificismo», que es la visión de que el método científico es la única manera de establecer la verdad. Como revela el problema de la conciencia, puede haber un límite a lo que podemos aprender sólo a través de la ciencia.

Quizás la forma más elaborada de cientificismo fue el movimiento de principios del siglo XX conocido como positivismo lógico. Estos, se adhirieron al «principio de verificación», según el cual una oración cuya verdad no puede ser probada mediante observación y experimentos era o bien trivial desde el punto de vista lógico o un galimatías sin sentido. Con esta arma, esperaban descartar todas las preguntas metafísicas no solo como falsas sino como sinsentidos.

Hoy en día, el positivismo lógico es rechazado casi universalmente por los filósofos. Por un lado, es contraproducente, ya que el propio principio de verificación no se puede probar científicamente, de modo que sólo puede ser cierto si carece de sentido. De hecho, algo parecido a este problema persigue a todas las formas no cualificadas de cientificismo. No hay ningún experimento científico que podamos hacer para demostrar que el cientificismo es cierto; y por lo tanto, si el cientificismo fuese cierto, no se podría establecer su verdad.

A pesar de estos problemas profundos, gran parte de la sociedad da por sentado que el cientificismo es cierto. La mayoría de las personas en el Reino Unido ignoran por completo que la «metafísica» se lleva a cabo en casi todos los departamentos de filosofía del país. Por metafísica, los filósofos no entienden nada espeluznante o sobrenatural; es sólo el término técnico para la investigación filosófica, por oposición a la científica, sobre la naturaleza de la realidad.

La verdad sin la ciencia

¿Cómo es posible conocer la realidad sin hacer ciencia? El rasgo distintivo de las teorías filosóficas es que son «empíricamente equivalentes», lo que significa que no se puede decidir entre ellas con un experimento.

Tomemos el ejemplo de mi área de investigación: la filosofía de la conciencia. Algunos filósofos creen que la conciencia surge de los procesos físicos del cerebro: es la postura «fisicalista». Otros piensan que es al revés: la conciencia es primaria y el mundo físico surge de la conciencia. Una versión de este punto de vista es el «panpsiquismo», según el cual la conciencia llega hasta los componentes fundamentales de la realidad, palabra derivada de las dos palabras griegas pan (todo) y psyche (alma o mente).

Otros piensan que tanto la conciencia como el mundo físico son fundamentales, pero radicalmente diferentes: es el punto de vista «dualista». Lo más importante es que no se puede distinguir entre estos puntos de vista con un experimento, porque, para cualquier dato científico, cada uno de los puntos de vista interpretará esos datos en sus propios términos.

Por ejemplo, supongamos que descubrimos científicamente que una determinada forma de actividad cerebral está correlacionada con la experiencia consciente de un organismo. El fisicalista lo interpretará como la forma de organización que convierte los procesos físicos no conscientes -como las señales eléctricas entre las células cerebrales- en experiencia consciente, mientras que el panpsiquista lo interpretará como la forma de organización que unifica las partículas conscientes individuales en un sistema consciente mayor. Así, encontramos dos interpretaciones filosóficas muy diferentes de los mismos datos científicos.

Si no podemos determinar con un experimento qué punto de vista es el correcto, ¿cómo podemos elegir entre ellos? De hecho, el proceso de selección no es tan distinto del que encontramos en la ciencia. Además de recurrir a los datos experimentales, los científicos también apelan a las virtudes teóricas de una teoría, por ejemplo, lo simple, elegante o unificada que sea.

Los filósofos también pueden apelar a virtudes teóricas para justificar su postura preferida. Por ejemplo, las consideraciones de simplicidad parecen ir en contra de la teoría dualista de la conciencia, que es menos simple que sus rivales en la medida en que postula dos tipos de cosas fundamentales -la materia física y la conciencia-, mientras que el fisicalismo y el panpsiquismo son igual de simples al postular un solo tipo de materia fundamental (la materia física o la conciencia).

También podría ser que algunas teorías fueran incoherentes, pero de formas sutiles que requieren un análisis cuidadoso para descubrirlas. Por ejemplo, he argumentado que las visiones fisicalistas de la conciencia son incoherentes (aunque -como muchas cosas en filosofía- esto es controvertido).

No hay garantía de que estos métodos den un claro ganador. Podría ocurrir que en determinadas cuestiones filosóficas hubiera múltiples teorías rivales coherentes e igualmente sencillas, en cuyo caso deberíamos ser agnósticos sobre cuál es la correcta. Esto sería en sí mismo un hallazgo filosófico significativo sobre los límites del conocimiento humano.

La filosofía puede resultar frustrante porque hay mucho desacuerdo. Sin embargo, esto también es cierto en muchas áreas de la ciencia, como la historia o la economía. Y hay algunas cuestiones sobre las que existe un modesto consenso, por ejemplo, sobre el tema del libre albedrío.

La tendencia a mezclar la filosofía con un creciente movimiento anticientífico socava el frente unido contra la oposición real y dañina a la ciencia que encontramos en la negación del cambio climático y las conspiraciones antivacunas.

Nos guste o no, no podemos evitar la filosofía. Cuando lo intentamos, lo único que ocurre es que acabamos teniendo mala filosofía. La primera línea del libro de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow El Gran Diseño declaraba audazmente: «La filosofía ha muerto». A continuación, el libro se entregaba a algunas discusiones filosóficas increíblemente crudas sobre el libre albedrío y la objetividad.

Si yo escribiera un libro en el que hiciera declaraciones controvertidas sobre la física de partículas, sería ridiculizado con razón, ya que no he recibido la formación pertinente, no he leído la bibliografía y mis opiniones en este campo no han sido sometidas al escrutinio de expertos. Sin embargo, hay muchos ejemplos de científicos sin formación filosófica que publican libros muy pobres sobre temas filosóficos sin que ello afecte a su credibilidad.

Esto puede sonar amargo. Pero creo sinceramente que la sociedad se enriquecería profundamente si estuviera más informada sobre filosofía. Tengo la esperanza de que algún día superemos este periodo «cientificista» de la historia y comprendamos el papel crucial que tanto la ciencia como la filosofía tienen que desempeñar en el noble proyecto de averiguar cómo es la realidad.


Este artículo ha sido traducido por Dialektika.org y publicado originalmente en The Conversation en inglés. Para consultar el original siga este enlace.

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