Hemos analizado cómo se proyectan los estudios postcoloniales dentro del discurso latinoamericano. El gran ejemplo de centro-periferia se proyecta desde la perspectiva marginal; es decir, desde la propia alteridad.
Esta idea de otredad es reconsiderada por los autores desde otros enfoques. Recurren al concepto de «lo marginal», pero no como un aspecto social, cultural o político, sino como condición.
El término marginal, ha sido escasamente utilizado en la historia anterior a los años sesenta, por lo que se evidencia como un fenómeno característico de la modernidad. La distinción que existe entre «marginal» y «marginado», no permite homologarlos como una simple derivación lingüística. Existen limitaciones esenciales entre ambos.
La conciencia latinoamericana ha sido, desde hace más de un siglo, un espacio heterogéneo en constante transformación, donde ninguna formulación de la identidad es permanente o aceptada de modo general.
La categoría «marginal» aglutina a aquellos contextos que se caracterizan por estar fuera de normas sociales comúnmente admitidas o convenidas, y por su incapacidad para convertirse en agentes esenciales de una verdadera acción pública, civil y ciudadana. Por su parte, la categoría «marginados» agrupa a aquellos contextos que son soslayados o ignorados por otros ya sea por razones culturales, políticas o sociales. En su caso, la acción elusiva y el rechazo parten de afuera y no tiene como causa el desacato a las leyes y conductas consensualmente establecidas.
La «marginalidad» se presenta a partir de diversas condiciones que van determinando el modo de actuar del individuo dentro de sus espacios límite. Este es un hecho y una realidad indiscutible, y se traslada con gran rapidez a mayor número de zonas. Su causa fundamental son los problemas de espacio arquitectónico, urbano, existencial y las acciones realizadas para sofocarlos. El divorcio estético y luego ético que impone la transformación incontrolada del hábitat urbano crea mecanismos de adaptación o desadaptación, renuncias y asimilaciones.
La realidad de este fenómeno se impone más allá de las propias condiciones de vida de cada localidad. La dimensión de lo latinoamericano-contemporáneo se ha convertido en referencia solamente hacia esos sectores que, si bien no se niegan al mundo como problemas sociales, tampoco constituyen toda la población. Alejados (o no) de las convenciones socialmente establecidas, existe un perfil de ideas, concepciones y explicaciones que resurgen dentro de lo que muchos consideran puntos vacíos en espacios límites.
El propio hecho de subestimar los fundamentos identitarios y las referencias territoriales crea una línea sutil que convierte en marginados a muchas zonas de nuestro subcontinente. Es por ello que la manera de trabajar con el concepto de marginalidad en los estudios culturales y postcoloniales es el de otorgar una revalorización de las raíces y tradiciones, evadiendo el intento por equiparar el proceder periférico a los cánones de la modernidad central. Establecer los mismos códigos para realidades tan diferentes en su génesis es como comparar la belleza de un pájaro, con la de un pez que vive en las profundidades. Querer sacar el pez a la superficie es convertirlo en un marginado.
Latinoamérica no necesita sentirse reconocida por todos; intentar esta quimera sería una violación de la identidad, o más bien, sería colocar la mitad de un continente en el banquillo de los marginados.
Este criterio no solo se aplica con respecto a la sociedad; el arte latinoamericano, por ejemplo, es constantemente subvalorado, y sus expresiones no son reconocidas con la originalidad que les debería corresponder:
«Uno de los conflictos fundamentales que moviliza y turba el devenir del arte latinoamericano arranca del enfrentamiento entre lo universal y lo particular: entre los arrogantes modelos de la metrópolis y las sumisas versiones o las insolentes apropiaciones de las márgenes. La dialéctica centro-periferia, encargada de esta cuestión espinosa, si bien ha aportado argumentos fecundos y contribuido a impulsar el debate, ha terminado muchas veces por empantanarse»[1].
Se trata precisamente de buscar el punto entre lo que se ve y lo que está. Es cierto que los estudios culturales y postcoloniales no pueden partir desde el propio centro de lo periférico, de lo contrario estarían condenados a la línea antropológica e historicista dejando completamente fuera el resto del mundo. Sin embargo, tampoco pueden estar enfocados hacia la mera equiparación de significados. Latinoamérica no necesita sentirse reconocida por todos; intentar esta quimera sería una violación de la identidad, o más bien, sería colocar la mitad de un continente en el banquillo de los marginados.
La conciencia latinoamericana ha sido, desde hace más de un siglo, un espacio heterogéneo en constante transformación, donde ninguna formulación de la identidad es permanente o aceptada de modo general. Nuestro pasado intelectual es un campo de batalla donde combaten distintos sujetos y proyectos, con memorias también particulares.
«El respeto indiferente y distante hacia la identidad del «otro» es la máscara con que se recubre hoy la ideología del universalismo vacío, destilada por la máquina global anónima y abstracta del capital actual. Se trata de la nueva forma -«posmoderna»- del racismo: ya no se opone al otro los valores particulares de una cultura específica, sino que la propia superioridad se reafirma desde el vacío de identidad y el desarraigo cultural total»[2].
El caso de los estudios relacionados con Latinoamérica no debe ser una especie de improvisación constante, sino un conocimiento certero de los conceptos con los que se trabaja. Obviamente es necesaria una contextualización en cada espacio, para otorgar la validez identitaria que merece. Aprender entonces a identificar hasta qué punto se defiende lo marginal y cuándo se comienza a catalogar como marginados, es la tarea más urgente de los estudios culturales que abarcan ese polifacético campo que llamamos «Latinoamérica».
Referencias
Barcia, María del Carmen. La marginaliad como concepto histórico. En: Revolución y Cultura, No 2, 2008.
Bhabha, Homi K. Lo postcolonial y lo postmoderno/ La cuestion de la agencia / El lugar de la cultura.
Dussel, Enrique. Europa, modernidad y eurocentrismo.
Escobar, Ticio. Identidades en Tránsito.
Fernández Nadal, Estela. Estudios culturales y postcoloniales.
Guanche, Juan. La capital de los cubanos. Arquitectura, espacios y marginalidad. En: revista Catauro, Año 9, No 17, 2008.
Hall, Stuart. Estudios culturales: dos paradigmas.
Mignolo, Walter D. Las Humanidades y los estudios culturales.
_______________Postoccidentalismo: el argumento desde América latina.
Notas
[1] Hall, Stuart. Estudios culturales: dos paradigmas.
[2] Fernández Nadal, Estela. Estudios culturales y postcoloniales.