Los Treinta y Tres años de mi generación

diciembre 30, 2020
madurar generaciones

 

Llegar a los Treinta y Tres es cosa seria. Más para quien odia cumplir años. Cruzar el umbral de los 30 es una experiencia simbólica y maravillosa. Físicamente el cuerpo puede resistir más o menos a los primeros síntomas de una supuesta madurez, pero ese tema es para otro texto. Tampoco tengo consejos espirituales o físicos para mantenerse en forma, en sintonía con el universo o en un mood siempre positivo. De hecho, vivo escondiéndome de mis amigas fitness, budistas, veganas y fiesteras. Eso sí, adoro la idea de llegar a la edad de Cristo, y aunque no esté preparando un super plan que me crucifique, no puedo alejar del subconsciente lo que ello representa.

Para la religión católica el número Treinta y Tres es importantísimo. Simboliza la edad de Jesús en el momento de su ascención. Algunos estudiosos argumentan a través de pasajes bíblicos y documentos históricos que Jesús de Nazaret fue crucificado el siete de abril del año 30, y su naciemiento no fue en el año cero, sino entre el 5 o 7 a.C por lo que habría muerto entre los 36 y 37 años. Pero como eso iba a poner en duda la estructura simbólica en torno al trigésimo tercer número y las tradiciones culturales que lo acompañan decidí seguir adelante sin mayores dramas existenciales.

Según la numerología, el Treinta y Tres es el número maestro; el que pone todo en equilibrio y desarrolla la espiritualidad a través de la entrega, el sacrificio y la compasión. Los Masones tienen como su más alto grado el Treinta y Tres. Para llegar a él se debe haber pasado por todas las etapas del conocimiento. Para los musulmanes también tiene su simbología. El misbaha es una especie de collar de Treinta y Tres piedras que se utiliza en las plegarias para invocar los noventa y nueve nombres de Allah, repetido tres veces.

Treinta y Tres años tenía Alejandro magno cuando murió; Treinta y Tres días duró Juan Pablo I después de ser nombrado sumo Pontífice; Treinta y Tres son los cantos de la divina comedia; a sus Treinta y Tres años empezó Miguel Angel a pintar la Capilla Sixtina. Treinta y Tres veces he comenzado a escribir este texto.

La cultura universal parece aferrarse a la idea de que cuando estás por llegar a esa edad, te encuentras en la cúspide de tu vida: un nuevo renacer de ideas, pensamientos y posiciones. Ello me lleva a suponer que tal vez no se trate de la cantidad de vueltas que haya dado el Sol en mi vida. Puede que tenga más que ver con el hecho de que los años no pasan en balde y de que, así como la circunstancia cambia, aprendemos poco a poco a cambiar con ella. Psicológicamente hablando se llama «madurez»; sociológicamente hablando, «generación».

Las generaciones humanas se suelen contar en ciclos de quince años aproximadamente. Esto me llevó a pensar en la dialéctica hegeliana. Sí. Aplicando la teoría de la negación de la negación, la representación de la crucifixión, muerte y resurrección se puede interpretar de una forma diferente.

Se nace y se crece crucificado en la Tesis de nuestros padres. A los 15 años, el individuo comienza a pensarse por Antítesis a sus mentores. Comienza el camino de la angustia, la fuga, el enfrentamiento; de la ruptura con la concepción de la vida que hasta entonces se conocía. Pero a los treinta y tantos (treinta y tres) a base de prueba y error va llegando el equilibrio entre la obediencia y el rechazo.

La Síntesis se manifiesta a través de la capacidad para caminar sobre la duda y la fe. Se aprende con la unión entre el espíritu y la carne que al tercer día de cualquier muerte nos espera la resurrección y es por eso que esta etapa representa un período muy fructífero para emprender la definitiva concreción de un ideal.

Tesis, antítesis, síntesis; crucifixión, muerte y resurrección; tres y tres: Esto representa la edad de Cristo, quien encarna en su figura la ruptura y continuidad.

El Trauma de la Experiencia

En este contexto histórico complejo, pues nos toca a la generación de la edad de Cristo concretar muchas cosas en el plano personal y colectivo. Sobran los ejemplos de líderes que marchan al frente de un proyecto, una idea, o un movimiento. Crucificados por encuentros e incomprensiones han llegado al punto de muerte.

La buena noticia es que la muerte representa la vida. Muerte por silencios, renuncias, éxodos; muertes por no encontrar espacio en el universo. Es muy reconfortante saber que nos toca regresar a las andadas. Resucitar en las calles, los púlpitos, conciliando el fervor juvenil con la madurez de las ideas. Pacientes para negociar, pero con la consciencia suficientemente alerta como para transgredir, si fuese necesario.

Quizás los hechos no indiquen en apariencias un discurso que se decante, que rompa silencios y esquemas ya preconcebidos; pero nuestra alma, el alma de la generación que en estos momentos tiene la edad de Jesús, está en un proceso muy importante.

Me enorgullece entonces pertenecer a ella. A la que con dulzura prepara las generaciones sucesivas; a la que marcha firme y sin temor al frente de mil batallas. A la que la repetición no ha logrado abatir con el cansancio, a la que va entrando madura y fresca a cualquier contexto. A la que articula discursos de renovación con algo de sudor en la frente, camino andado y consciencia de perseverar.

Por eso, en unos días, cuando la tierra haya dado Treinta y Tres veces la vuelta al sol desde que nací, por primera vez no pensaré en cuanto odio mi cumpleaños. Pensaré en la vida de Jesús. Pensaré en mis coetáneos, en un nuevo ciclo, pero sobre todas las cosas, en todos los valientes que han asumido que ha llegado su momento; en todos los que luchan por una causa, en todos los que defienden sus ideas siguiendo el camino más difícil; esos que marcan el paso y a la hora de actuar, conjugan palabra y acción, firmeza y valentía sin abandonar ni por un instante el legado de amor que nos dejó Cristo a sus treinta y tres.

Imagen de PublicDomainPictures

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