Los egipcios y la importancia de la identidad tras la muerte

agosto 22, 2020
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Ataúd y momia de Jnumhotep, del Reino Medio, dinastía XII, hacia 1981–1802 a.E.c. Metropolitan Museum of Art, New York

Carlos Gracia Zamacona, Universidad de Alcalá

“¿Qué ocurre tras la muerte?”. Es la pregunta que sustenta la condición humana: la que nos hace la única especie consciente de su propio fin; y quizás también, como pensaba Martin Heidegger, la pregunta generadora de toda cultura humana. Por muy única que sea la pregunta, las reacciones culturales (e individuales) a la misma son de una diversidad sorprendente.

La cultura del antiguo Egipto desarrolló una de las ideologías más ricas y asombrosas como reacción a esa cuestión: no tanto la creencia en una vida post-mortem, que comparte con otras muchas culturas, sino más bien la especificidad de esa existencia post-mortem.

Mantener la identidad tras la muerte

Esa especificidad se manifiesta de muchas maneras, todas ellas relacionadas entre sí. La conservación del cadáver a través de la momificación; la construcción de una tumba personal; la redacción de textos inscritos en dicha tumba (ya sea en sus muros, ataúdes, sarcófagos o papiros dentro del ataúd); la fabricación de un ajuar propio del difunto (ataúdes y sarcófagos, máscara funeraria, objetos domésticos, estatuillas de sirvientes); la realización de estelas en la zona de contacto de la tumba con los vivos, a manera de documento perenne de intercomunicación entre vivos y muertos.

Todos estos elementos se refieren al mantenimiento de la identidad del difunto. Todos abordan una cuestión ontológica: ¿quién es el muerto y cómo identificarlo con el vivo que fue? Esta cuestión se reduce, en último término, a la cuestión de cómo se mantiene la continuidad ontológica entre la vida y la muerte.

Para la mentalidad egipcia, esta cuestión es eminentemente práctica y social: el egipcio forma parte de un grupo social o no es. Esta solidaridad entre individuos debe mantenerse para que la existencia permanezca. Por ello, es fundamental conservar la identidad de cada individuo, de manera que sus asociados lo puedan reconocer y contactar.

Esos asociados son, por supuesto, su familia; pero no sólo ella, sino también las “partes psíquicas” (a falta de un término adecuado) en las que el individuo se divide cuando muere: ante todo, el ka (o “doble”), que reside en la tumba y cuya función es recibir las ofrendas de los vivos, y el ba, que transita de la tumba al mundo de los vivos en forma de pájaro, cada día; pero también, la sombra y el nombre del difunto.

Por muy complejos que estos procesos puedan parecernos, se ajustan a una lógica de solidaridad social e identidad individual dentro del grupo. Pero al difunto le afectan otros dos procesos en el antiguo Egipto: su cambio en una entidad distinta (llamada aj) que triunfa sobre la muerte; y una serie de cambios en otras entidades (animales, plantas, dioses). Estos dos procesos son distintos por lo que significan y por cómo se hacen.

Fragmento del ataúd de Khety, del Reino Medio, ca. 1919–1800 a.E.c. The Metropolitan Museum of Art.

Transfiguración en un ‘aj’

El difunto resulta “transfigurado” en un aj mediante la realización de unos ritos, llamados saj (“transfiguración”, literalmente “hacer un aj”), por parte de un oficiante, prototípicamente el primogénito del difunto. Una vez convertido en aj, el difunto se convierte en una entidad “brillante” y “eficaz” (es lo que significa aj), viviendo en el horizonte, divinizado, y actuando a favor de sus asociados en la tierra. La transfiguración parece ser un proceso de uno a uno: es decir, que el difunto mantiene su identidad después de la transfiguración.

Gran parte de la información de que disponemos procede del material escrito sobre todo en el interior de los ataúdes y sarcófagos del reino medio del antiguo Egipto (hacia 2000-1500 a.e.C.), y que se conoce como Textos de los Ataúdes: 50 capítulos (o “fórmulas” como los Egiptólogos las suelen llamar) de ese corpus se refieren a ese proceso.

Las transformaciones del difunto

Estela del mayordomo Mentuwoser. Reino Medio, ca. 1944 B.C. The Metropolitan Museum of Art.

Por otro lado, el difunto sufre una serie de transformaciones post-mortem. Aparentemente, nadie se las causa, sino que le ocurren. Estas transformaciones, tal y como se describen en 85 capítulos de los Textos de los Ataúdes, son de una gran diversidad y complejidad: el difunto se transforma en animales como una golondrina, un toro, halcones (incluido un halcón “humano”) o una pulga, plantas como el trigo del delta, cosas como viento o la llama, dioses como el rey del cielo, o bas de dioses.

Un asunto de esencial importancia que hay que dirimir precisamente es si las transformaciones le ocurren al difunto o a una parte del mismo (en particular, a su ba). En cualquier caso, no parece ser que estén relacionadas con la entidad aj. Complicada es también su interpretación: si la transiguración en aj parece asegurar el triunfo del difunto sobre la muerte, ¿para que servían entonces las transformaciones?

El proyecto MORTEXVAR

Por ello, la pregunta fundamental que queda por responder es cuál es la relación entre ambos procesos (transfiguración y transformaciones), si es que la hay.

El proyecto MORTEXVAR (Earlier Egyptian Mortuary Text Variability) plantea por vez primera un estudio conjunto de ambos procesos (transfiguraciones y transformaciones) a partir del material de los Textos de los Ataúdes. El estudio gira en torno al concepto de variabilidad en ese corpus. Se analizarán variaciones de muy distinto tipo (lingüísticas, de escritura, textuales, religiosas) que puedan ser relevantes para entender esos dos grupos de textos en su dispersión geográfica y temporal, así como en su colocación dentro de cada uno de los documentos en que aparecen.The Conversation

Carlos Gracia Zamacona, Investigador Atracción de Talento (modalidad 1), Egiptología y Lingüística, Universidad de Alcalá

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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