Aproximación general a la naturaleza de la significaciones
El significado de un juicio yace en la referencia que hace a una situación objetiva o de la realidad objetiva. De manera que el significado general del juicio nunca es independiente de lo juzgado o pensado. Dicho esto, no es descabellado asumir que el acto de juzgar precede al enunciado. Sin embargo, el significado de un enunciado no puede ser agotado por el objeto de una intención discursiva individual.
Morris Cohen comenta al respecto: “El significado es en general de este modo la relación entre una cosa y otra a la que apunta o hace referencia” (1952, p. 45). Es decir, debe existir una relación real entre los objetos y sus significados (criterio propio de los realistas). Ello en virtud de que el significado de determinado objeto nunca es resultado de la aprehensión individual que se tenga de ese objeto. De hecho, para aprehender la significación de un objeto dado, el entendimiento supone el significado del mismo a partir de establecer relaciones entre este y otros objetos de significado conocido.
La operación descrita es solo posible a través del lenguaje. A saber, solamente mediante las formas convencionales propias de un universo común, es que se pueden aprehender los símbolos de ese universo y reaccionar los diferentes individuos de modo semejante ante él. De esta manera, además, se produce la comunicación recíproca entre personas. Es decir, el proceso de la comunicación es posible porque los sujetos ya se han apropiado de ese universo común y justamente entender las formas y símbolos suyos, es lo que posibilita poder comunicarlas y entenderse mutuamente.
Pueden distinguirse, en este sentido, tres tipos de significación: la significación puramente verbal de las palabras; su significación material (o sea, a partir de la naturaleza del objeto que esa palabra designa) y la implicación lógica. Esta última, es el elemento que necesariamente condiciona el significado real de un enunciado (Cohen, 1952, p. 64). Esto, porque el criterio de verdad o falsedad del mismo, solo se le puede aplicar en la medida en que de él se desprenden relaciones ontológicas; dígase, relaciones invariables para todos los objetos posibles, haciendo caso omiso a las transformaciones que esos objetos experimenten.
No obstante, para el presente estudio lo que interesa es el hecho de que una palabra o nombre, solo adquiere su significado cabal atendiendo al reconocimiento de esta como parte de un universo común. En efecto, la realidad de un nombre es ser símbolo o representación de algo más que él mismo; es decir, ser la imagen acústica de un objeto.
Consideraciones de Stuart Mill: la lógica como criterio legitimador
John Stuart Mill (1806-1873), filósofo anglosajón que antecedió a la Filosofía Analítica[1], entiende en su obra Lógica, que dicha disciplina versa sobre la inferencia de verdades ya conocidas. Es pues, una disciplina bien diferenciada de la metafísica, que como la define en la introducción de obra referida (1919, p. 9), estudia verdades objeto de la intuición, la considera la “ciencia de la creencia”. La lógica se encarga de las pruebas, demostración o legitimación de una verdad. Asimismo, evalúa el valor que poseen dichas pruebas y de manera general, permite también evaluar el objeto del que se pretende demostrar su veracidad o legitimidad.
Queda claro para Mill, que la lógica es necesaria para el pensamiento. De ahí que, ya que el lenguaje es también un instrumento del pensamiento: una imperfección en el modo de emplear el lenguaje va a conducir a imperfecciones en el razonamiento. Por esta causa, desde los inicios de su libro Lógica, comprende la necesidad de entablar un estudio sobre el lenguaje como parte del estudio de la lógica; de hecho, el primer capítulo del Libro I, Nombres y Proposiciones se titula: Necesidad de empezar con un análisis del lenguaje. Comienza entonces sus reflexiones en torno a las células básicas o primarias del lenguaje: los nombres y las proposiciones.
Algunos pensadores que le antecedieron, como Aristóteles, Hobbes y los empiristas ingleses, afirmaron que los nombres refieren ideas y no cosas en sí mismas. Decir, no obstante, que los nombres hacen alusión a ideas, no implica en lo absoluto que hagan alusión a las ideas que yo poseo de determinado objeto. La referencia es hacia el significado convencional que se tiene de dicho objeto. De tal manera, todo nombre constituye una referencia a un objeto mediada por la idea o el concepto que suscita ese nombre en el entendimiento.
Visto de este modo, los nombre se limitan a ser una generalización ya que el mecanismo mediante el que se designan los objetos concretos deja a un lado los diferentes estados o atributos de la conciencia. Para evitar tal generalización, Mill realiza una clasificación de todo lo que debe ser nombrable: sentimientos, pensamientos, sensaciones y voliciones del espíritu; así como cosas extensas: los cuerpos y las relaciones respecto a ellos. De manera que la generalización de la que habla Mill yace en que, tal y como están dispuestos los nombres, todo lo nombrable es un estado de la conciencia, una sustancia o atributo de ella (1919, p. 22). El asunto, pues, no queda resuelto con el pensador anglosajón, por lo que en próximos trabajo se abordarán otras consideraciones al respecto.
Referencias Bibliográficas
Cohen, M. (1952). Introducción a la Lógica. México. Brevarios del Fondo de Cultura Económica.
Kristeva, J. (1988). El lenguaje, ese desconocido. Editorial fundamentos.
Lorenzo, R. Pensamiento y lenguaje: Aproximación desde el problema de lo general. Publicado por Dialektika el 23-08-2021. Recuperado de https://dialektika.org/2021/08/23/pensamiento-y-lenguaje-aproximacion-desde-el-problema-de-lo-general/
Lorenzo, R. El problema de lo general en la Filosofía. Publicado por Dialektika el 08-09-2021. Recuperado de https://dialektika.org/2021/09/08/el-problema-de-lo-general-en-filosofia/
Mill, S. (1919). Lógica. México: Librería de la Vda de CH. Bouret.
Ramírez, G y Alonso, M. (2011, 2013). Filosofía de la Ciencia. Selección de Lecturas. Vol I y II. La Habana. Editorial Félix Varela.
Notas
[1] A inicios del siglo XX comienza a desarrollarse la Filosofía Analítica con las obras de varios miembros del Círculo de Viena y Ludwig Wittgenstein principalmente. También se refiere al desarrollo filosófico posterior desplegado bajo la influencia de estos autores y que prevalece esencialmente en la esfera académica anglosajona. Los filósofos analíticos centran su reflexión en torno al lenguaje y las formas lógicas, presentando estudios acerca de cómo los conceptos del lenguaje son o pueden ser expresados. Entre sus intereses fundamentales se encuentra el estudio del lenguaje y el análisis lógico de los conceptos.