izquierda y la globalización transnacional

La izquierda y la globalización: ¿Resistir tras la muralla o enfrentarse en campo abierto?

Que el proceso globalizador y la transnacionalización de la vida social son fenómenos esencialmente neoliberales, es una falacia útil para la propia ideología neoliberal. Intentar ponerle freno no solo es una batalla perdida, sino también «botar el sofá»
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No es nada raro ver a académicos, intelectuales o políticos de izquierda referirse al proceso globalizador en términos nada elogiosos. Se le relaciona con la expansión del neoliberalismo, el consecuente retroceso del poder de los Estados, el debilitamiento de su capacidad para garantizar derechos y el incremento de las desigualdades a lo largo del mundo. No pocas veces se ven referencias a movimientos de izquierdas que se autodenominan anti-globalización, o que constantemente rechazan muchas de las consecuencias políticas, económicas y culturales de esta.

¿Debe tener la izquierda una relación inevitablemente antagónica con la globalización? ¿Es esta un proceso netamente neoliberal que haríamos bien en intentar revertir? Son preguntas que motivan detenerse a pensar en ellas.

Para aquellos movimientos, ideologías y producciones intelectuales consideradas de izquierda que se oponen al despliegue de la globalización neoliberal y al orden mundial que de esta se deriva, y especialmente para los que se autodenominan anticapitalistas, el escenario que presenta el actual proceso globalizador no es nada satisfactorio. Los Estados del tercer mundo relajan derechos sociales y soberanía para competir por la inversión extranjera, se expanden tendencias de homogenización cultural, y se debilita la capacidad del Estado para controlar las conductas de actores que han llegado a operar a escala transnacional, y con una gran capacidad de relocalización.

En este sentido el auge de las relaciones sociales transnacionales se convierte en el vehículo perfecto para que todas estas tendencias florezcan. Halla terreno fértil una gobernanza transnacional basada en los usos del comercio, la actividad normativa (siempre no vinculante) de las ONG y las cortes de arbitraje comercial internacional. Mientras tanto, el poder de los Estados mengua, y con ese poder mengua también su capacidad para cumplir sus funciones.

Estas condiciones hacen que, desde una perspectiva de izquierda opuesta al neoliberalismo, la defensa de la soberanía de los Estados se convierta en un elemento de prioridad. Parece razonable pensar en la necesidad de reforzar las capacidades de los Estados, para resistir a los actores capitalistas transnacionales, y a la vez someter a estos a la mayor cantidad de regulaciones posibles. De poderse, hasta encontrar una forma de reestructurar las relaciones económicas que haga prescindibles a las grandes corporaciones.

Que el proceso globalizador y la transnacionalización de la vida social son fenómenos esencialmente neoliberales, es una falacia útil para la propia ideología neoliberal. Intentar ponerle freno no solo es una batalla perdida, sino también «botar el sofá».

El problema con esta forma de verlo está en que intenta ponerle traspiés a la globalización y obstaculizar su despliegue, por medio de limitar en todo lo posible el actuar de los actores transnacionales y reforzar la soberanía de los Estados. A simple vista esto puede parecer muy razonable, pero obvia la correlación de fuerzas que la propia globalización genera. Una empresa transnacional puede por sí misma generar ganancias que excedan el producto interno bruto de muchos Estados, y disponer por ello de la capacidad para hacer lobby, influir -y hasta amenazar- para evitar cualquier intento de control o limitación que les perjudique demasiado.

Para Estados pequeños, necesitados de inversión extranjera para su desarrollo, ser consecuente con este enfoque puede terminar siendo un suicidio. La transnacionalización de las relaciones económicas es un fenómeno que ya ha echado profundas raíces a escala global y, como con razón afirma Rober Gilpin, «los esfuerzos para regresar este genio a la botella no tendrán éxito» (Gilpin, 2000, pág. 163).

Para bien o para mal, la globalización no es reversible, ni la transnacionalización de las corporaciones es su única dimensión. Esta incluye la transnacionalización de la vida cotidiana, que tiene en las redes sociales uno de sus mayores exponentes. Incluye, además, como resultado de los movimientos migratorios y del desarrollo del transporte y las comunicaciones, la formación de comunidades transnacionales no circunscritas al territorio de un Estado.

Estos dos procesos, que no son ni remotamente los únicos, muestran con claridad que el actual proceso globalizador viene de la mano del desarrollo de la ciencia y la tecnología. Abarca diversas áreas de la vida social, que rebasan a las grandes corporaciones y a la reproducción del neoliberalismo. Que el proceso globalizador y la transnacionalización de la vida social son fenómenos esencialmente neoliberales, es una falacia útil para la propia ideología neoliberal. Intentar ponerle freno no solo es una batalla perdida, sino también «botar el sofá».

El enfrentamiento a la expansión del neoliberalismo, y de un orden mundial basado en él, no se puede materializar parapetándose detrás de las fronteras de los Estados. No es buena estrategia apostar en demasía por los muros de ciudadelas sin provisiones para resistir un asedio.  Si se opta solamente por fortalecer a los Estados para protegerse de este proceso, y no se aborda la globalización como un proceso histórico que debe ser asumido y orientado, el camino está desbrozado para el modelo actual y todos los desequilibrios, desigualdades y miserias que le acompañan.

No basta con denunciar las consecuencias del neoliberalismo y presionar a Estados y corporaciones para que moderen su conducta. Si en el mundo actual evoluciona y se desarrolla cada vez más una sociedad transnacional, las fuerzas de izquierda necesitan estar en condiciones de ofrecer una sociedad transnacional alternativa a la que el modelo neoliberal ha ofrecido hasta ahora.

Se necesita una visión diferente de cómo sería una vida cotidiana transnacional, cómo serían las relaciones económicas transnacionales, cómo sería la gobernanza transnacional, o cómo se articularía una izquierda política transnacional. El enfrentamiento al capitalismo neoliberal pasa necesariamente por un globalismo alternativo.

Ahora, aunque un globalismo desde la izquierda es necesario, no sería prudente asumirlo desde una perspectiva excesivamente utopista. Se necesita también de mesura frente a los agoreros del fin del modelo de sociedad internacional y su sustitución por algún tipo de gobierno mundial. Las condiciones sociales actuales están muy lejos de constituir esa futurista organización social para el mundo. Hoy, y en el futuro predecible, los Estados son el principal actor de las relaciones sociales a escala global. Incluso, el ascenso de gobiernos de ultraderecha nacionalista en los últimos años ha golpeado, aunque sin herir de gravedad, al proceso globalizador. Por esto, y ante la ausencia de un efectivo sistema político-jurídico transnacional de alcance mundial, sigue siendo necesario proteger al sistema internacional y sus principios de soberanía, no intervención, prohibición del uso de la fuerza, etc.

La apuesta por un modelo izquierdista de sociedad transnacional, y por la consolidación de un proceso globalizador no neoliberal, ha de marchar de la mano de una percepción adecuada de los tiempos que corren y de sus posibilidades. Pretender que sólo desde los Estados y su soberanía, o desde pequeñas comunidades es posible enfrentar la marea de las grandes corporaciones y la desregulación económica es tan vano como soñar con un gobierno mundial de izquierdas aquí y ahora.

En todo caso, algo parece quedar claro: para el avance efectivo de procesos sociales alternativos al modelo de capitalismo neoliberal, hay que abrazar el proceso globalizador, y no rechazarlo.  Más que encerrarse tras murallas nacionalistas -importantes pero insuficientes- habría que salir a enfrentar al contrario en el campo abierto de la sociedad transnacional.