La inexorable Globalización, o respuestas al Libro Gris del Neofascismo Cultural.

octubre 9, 2020

Parto de afirmar que la globalización es un suceso demográfica y económicamente inexorable. Decir que se quiere uno conservar en el viejo mundo de los nacionalismos, es en todo caso un acto heroico, que admiro, pero que no conduce a ninguna parte. Como el que un hombre del paleolítico pretendiera seguir viviendo como sus ancestros, tras la Revolución Agrícola. Es casi seguro que la vida de cada viejo cazador-recolector particular fuese cualitativa y cuantitativamente superior a la del campesino que lo desplazó de la faz de la Tierra, y que esa superioridad se mantuviera por milenios. Mas las tendencias al crecimiento en conocimientos, y en las habilidades consecuentes del humano en la transformación de su realidad, que llevarían a la Revolución Agrícola, provocaron a su vez una explosión demográfica que en unos cuantos milenios hizo desaparecer con relativa rapidez esas grandes zonas planetarias en que el hombre vivía en pequeñísimo grupos, más libre y por más años (como mínimo la esperanza de vida cayó 10 años tras la Revolución Agrícola, y no se volvieron a recuperar los valores paleolíticos más que en el primer milenio antes de Cristo, en ciertas sociedades mediterráneas).

Aunque desconocemos con exactitud cómo se vivía entonces, es más que probable que incluso hoy seamos mucho menos libres de lo era ese hombre, de hace 30 000 años, que dibujaba animales con increíble realismo, en alguna cueva de la actual Francia. Pero aun si así fuera nos es imposible volver a vivir de un modo que implicaba de entrada que el número de humanos en el planeta no excediera unos pocos millones: nos sobraría el 99,95 % de los actuales habitantes de La Tierra, si nos propusiéramos regresar al paleolítico.

Si entendemos por libertad el enfrentar a mi medio por mí mismo, adaptarme a él o adaptármelo por mí mismo, sin la interferencia de todo un entramado artificial en que las decisiones significativas para mi vida se toman en otra parte, el cazador-recolector paleolítico era más libre que el campesino del VI milenio antes de Cristo, el inglés de 1840, o el ciudadano común del presente, e incluso más que los hombres de Occidente que exploraron y colonizaron el planeta hasta hace poco más de un siglo. Mas ese modo de vida más libre es ya imposible… al menos en este planeta.

Antes dije que el querer aferrarse a un pasado ya imposible, en las nuevas circunstancias, no conduce a ninguna parte. En realidad, en lo individual conduce al olvido, como el que se ha cernido sobre el Martí del pueblo Etrurio, que quizás se opusiera a Roma y su proyecto unificador del Mediterráneo. Ahora de ese patriota no queda ningún recuerdo, más que la constatación de que debió de haber existido.

La globalización es inexorable por un conjunto de realidades de las que no podemos escapar. La fundamental, que nos encontramos al presente atrapados en un planeta con recursos limitados. El más vital de esos recursos las condiciones mismas que aseguran nuestra existencia, lo que llamamos medio ambiente.

En este sentido la administración racional de bienes escasos, vitales para nuestra existencia, nos impone un gobierno global de los recursos medioambientales. Desde el punto de vista del interés de los ciudadanos globales por conservar un medio ambiente adecuado a su existencia no se justifica la existencia de unidades políticas nacionales que invoquen su soberanía nacional para, por ejemplo, hacer con la selva amazónica lo que se les venga en ganas, en especial talarla. Invocar ese derecho solo por vivir más cerca de ella, a contrapelo de que el principal de los beneficios que la misma produce, su acción sobre el medio ambiente global, lo disfruta en igual medida el habitante de Manaus que el de en las antípodas, en Indonesia, es contrario a la mas elemental racionalidad (no nublada por las melodías románticas del patriotismo nacionalista).

Para administrar de la manera más eficiente posible nuestros recursos planetarios escasos, ya no solo los medios ambientales, necesitamos un Mercado Global único, al dejar de lado para siempre cepalismos, aislacionismos, proteccionismos, y barreras a la libre circulación de capitales y mercancías… pero también de ideas y de personas.

A su vez, para evitar dejar a ese Mercado Global único en manos de las Supercorporaciones, los Mega Bancos y Monstruosos Fondos de Inversión, como ha sucedido hasta ahora en el modelo de globalización que algunos llaman neoliberal (y que de liberal tiene muy poco porque se basa en el control de los mercados por unos pocos agentes económico-financieros), se requiere de una autoridad reguladora que legisle sobre aspectos tales como: qué se puede poseer, cuáles son las limitaciones a lo que se puede hacer con lo poseído, qué se puede patentar y por cuánto tiempo, qué cantidad de poder en el mercado se le permitirá a los agentes económicos, qué se puede contratar y cuáles son las reglas para hacer contratos, o qué se debe hacer en caso de que una de las partes declare que no puede cumplir con lo contratado, qué instituciones se crearán para interpretar casuísticamente lo legislado y cuáles para hacerlo cumplir…

Por tanto, es evidente que para regular un Mercado Global se necesita también de un poder político global, que legisle todo lo necesario e imponga su cumplimiento. Que evite, por ejemplo, que los gigantescos agentes económicos, ya globales, mantengan chantajeados a los poderes políticos nacionales, con la amenaza de recolocarse en otra parte si no son satisfechos sus deseos de que las reglas del Mercado, legisladas por el poder político a nombre de toda la ciudadanía, los beneficien de preferencia a ellos.

Porque el gran problema de la actual globalización es precisamente que los mercados ya son globales, mientras sus entes reguladores, las democracias (donde las haya), siguen divididos en una multitud de doscientos estados nacionales.

Por cierto, no cabe interpretar a la Unión Europea de la misma manera que los miembros de esa nueva y paradójica internacional nacionalista que cual un cáncer se extiende por el planeta. No es evidente que en el largo plazo alguien haya en realidad perdido en Europa con esa Unión, por el contrario. Es cierto que se le han impuesto condiciones en realidad leoninas a Grecia en los últimos años, por ejemplo, pero es injusto no recordar que antes de integrarse al Bloque ese país no era más que una economía tercermundista, como casi toda la Europa Mediterránea en 1960, o como buena parte de Europa del Este en 1990 (la parte que no, como La RDA y Checoslovaquia, tenía serios problemas de obsolescencia tecnológica en sus industrias). Si hoy España, Grecia, Portugal y grandes zonas de Italia pueden declararse paises desarrollados se lo deben al proyecto europeísta, lo mismo que la Polonia que en 1939 no pasaba de republica latinoamericana de segunda. En cuanto a las economías centrales como la alemana o la francesa, han ganado sin duda con las nuevas zonas abiertas, sin aranceles, a sus productos, servicios y capitales, y también han ganado un peso que no habrían tenido nunca individualmente en sus negociaciones en el mercado global, al integrarse en un Bloque que en conjunto es la primera o segunda economía del planeta.

¿Que ahora tienen serios problemas con la inmigración? Es cierto, pero no veo que tenga que ver con el haberse unido. A diferencia de los EEUU, el continente europeo no tiene barreras que lo separen de manera tan efectiva del mundo. A Europa se ha podido llegar a pie desde Asia, desde que el Hombre es Hombre, y en determinadas épocas, el Mediterráneo es solo un apacible lago, en algunos lugares no tan ancho que una costa no se pueda divisar desde la otra.

La inmigración es un problema que no se puede resolver con muros, sino con políticas como las europeas en los 60, 70 y 80, que detuvieron las masivas migraciones españolas, sur italianas, o griegas hacia Alemania, Bélgica o Países Bajos. Lo otro es hacer como los japoneses, favorecidos por demás por un natural aislamiento y una ubicación geográfica de privilegio, que al renunciar a la inmigración que pervertiría su pedigrí se han condenado a convertirse ya en un asilo de ancianos nacional (33% de mayores de 60 años), con una economía que sólo puede retroceder aceleradamente convirtiéndolos en una potencia de segunda, en camino de una de tercera.

Hay en fin, además, el asunto demográfico. Vivimos en un planeta en el que de manera evidente ya no empezamos a caber. Ante lo cual las soluciones, todas las posibles, pasan por trascender el marco de respuesta nacional.

La primera solución sería regular a la baja el consumo, a medida que la población continúa creciendo; la segunda regular en cambio la natalidad, para mantener o incluso hacer crecer los actuales niveles de consumo. Ambos caminos, imposibles ya desde lo nacional, sin embargo, nos llevan muy pronto al mismo callejón sin salida.

Hay que tener presente que el desarrollo científico-tecnológico es directamente proporcional al aumento de población, siempre que el nivel de vida promedio no descienda. A cada vez más humanos, mayor número de experiencias y consecuentemente de ideas que ser contrastadas. Toda detención, o incluso desaceleración en el crecimiento poblacional se manifestará en una casi inmediata detención o desaceleración en el desarrollo científico-tecnológico. Lo cual Korotayev hipotetiza nos ocurre desde 1962 (y explicaría este regreso a lo pre-moderno de las tendencias irracionalistas, la negación del proyecto iluminista, el comunalismo teocrático y racial).

Por tanto, dado que el empobrecimiento general también causa la detención o desaceleración de la capacidad científico-tecnológica, cualquiera de las soluciones antes mencionadas implica un estancamiento en la capacidad de la Humanidad para transformar la naturaleza, y sobre todo para enfrentar cualquier variación de las condiciones naturales en que hasta ahora hemos vivido. Lo que es un gran peligro, porque si algo sabemos hoy es que las condiciones asombrosamente favorables para la evolución humana sobre La Tierra, de los últimos 10 000 años, no son más que algo muy excepcional en el Universo indiferente en que residimos. Como hacer ejercicio moderado para evitar afecciones cardiacas, crecer en capacidad científico-tecnológica no nos asegura el que vayamos a tener la respuesta salvadora a los desafíos que sin duda el futuro nos depara, en la forma de violentas variaciones de la normalidad en que hemos creado nuestras sociedades complejas de miles de millones, pero si un mayor número de ases bajo la manga, para cuando ello ocurra…

No obstante, el principal problema de ambas soluciones no es que nos dejen desvalidos de soluciones ante lo que el futuro nos depare, sino que no solucionan la peor consecuencia de nuestro atasco planetario: ambas implican aumentar regulaciones de convivencia y por tanto disminuir libertad al individuo. Nadie podría imaginar una sociedad más regulada que la que controla su propia natalidad; y en un planeta poblado por decenas de miles de millones de gentes, cada vez con una capacidad de consumo más limitada, de pobres más pobres que los de Sri Lanka, la única forma de controlar a ese rebaño humano sería la instauración de una teocracia tan pura como nunca ha existido (Con una Divinidad relacionada a la Tierra y sus recursos escasos: quizás la Pachamama del camarada Morales).

Hay una única tercera solución: Seguir la tendencia humana a extenderse, a crecer, a avanzar hacia las zonas con el menor número de regulaciones sociales, hacia la imprescindible última frontera. O lo que es lo mismo, a comenzar la conquista y colonización del Sistema Solar.

Pero ello, como mismo sucede con el generador termonuclear, el ITER, no es algo que puedan intentar pequeñas unidades nacionales, sino grandes superpotencias tamaño continente. Y una vez ya no logrado, sino tan solo planteado como proyecto concreto ese salto (la conquista y colonización del Espacio Cercano), lo cual sería una Cuarta Revolución Humana (tras la Cognitiva, la Agrícola y la Industrial), los pequeños poderes nacionales como el cubano, esos municipios o condados que se empeñan en permanecer independientes, perderán toda capacidad de negociar con esos enormes superpoderes (sería como volver al mundo europeo de 1912, en que pequeños países como Serbia o Bélgica sobrevivían únicamente por la voluntad de los equilibrios de poder de las potencias a su alrededor, y sin duda siempre servirían de campo de batalla preferente entre ellas, en caso de irse a la guerra… como finalmente terminó por suceder).

Permítame explicarme mejor desde esta otra perspectiva: el Capitalismo necesita crecer solo porque es un sistema económico que más que matar a la tendencia humana esencial a crecer en virtudes, conocimientos, energía que puede controlar, espacio que ocupar… se sirve de ella, la alienta. Pero no puede haber capitalismo encerrado en un lugar, este pequeño planeta, en que necesariamente, por su finitud, los recursos y el número potencial de humanos que pueden vivir son limitados. Por tanto, es necesario salir más allá, y ello, dada la magnitud del salto, implica concentrar esfuerzos, o lo que es lo mismo, globalizar.

Es verdad que la Globalización es un trauma profundo, pero únicamente como mismo lo fue la Revolución Industrial, o la Agrícola ya antes, a las que no veo posibilidad de renunciar, ni voluntad de hacerlo. Sin duda la Globalización causará la desaparición de incontables profesiones, tipos humanos y formas de vida, pero ello no implica necesariamente un aumento del nivel de uniformidad humana. No cabe cuestionar que un aldeano post Revolución Agrícola se relacionaba con más personas que un cazador recolector paleolítico, y ni que digamos el obrero industrial o el oficinista presente en relación a ese mismo aldeano, lo cual nos permite afirmar que todo proceso de aumento de la interrelación entre los humanos más bien le multiplicará a cada individuo sus posibles opciones de ser, en relación a los grupos de identificación muy definida en los que vivía antes, y que le imponían unas más estrechas posibilidades.

Es cierto que el mundo que la Globalización dejará tras de sí será irreconocible para los que hoy tenemos más de 20 años, pero ya no tanto para quienes nos continúan, que son los que importan en este caso.

En lo personal una parte de mí desearía que todo siguiera como hasta ahora, ya que siento nostalgia al pensar que estas formas de vivir contemporáneas, en unos años, no pasarán de postales apolilladas, de un mundo que fue en definitiva el mío. Pero sé que el verdadero peligro, de que incluso no quede en un futuro quien contemple esas viejas postales, está en el querer aferrarse al pasado, implantar alguna eternidad por decreto sobre los hombres.

Una Globalización de los ciudadanos, por su parte, resultaría incuestionablemente menos traumática que la actual, de las Supercorporaciones, los Mega Bancos y Monstruosos Fondos de inversión, y de los políticos que han aupado al poder para garantizar que las necesarias reglas del Mercado, y su imposición casuística, jueguen a su favor. No es una utopía, para que lo inevitable comience a funcionar de otro modo basta con que los ciudadanos dejen a un lado viejos rezagos, heterofobias y alguna que otra idea suministrada por los intelectuales orgánicos a esa particular globalización (por ejemplo, la de que es la comunidad el único lugar donde el individuo promedio puede hacerse escuchar), ideas que los dividen y los hacen pasto fácil para demagogos de izquierda, o de derecha.

Porque no es que pueda o no organizarse un gobierno mundial que se ocupe de regular el Mercado Global, el uso del medio ambiente y enfrente las grandes catástrofes o amenazas, desde epidemias hasta rocas espaciales, sino que si no lo hacemos así las Supercorporaciones y Mega Bancos terminarán por imponérnosla a su manera, al dividir a los ciudadanos ya globales a la manera en que lo han logrado en EEUU hoy, usando del miedo al «comunismo» para conducirlos hacia ese particular neofascismo cultural que hoy se extiende por el planeta, con su propuesta de encerrar a los ciudadanos en comunidades teocráticas aisladas en que a cada quien le toca un papel preestablecido que desempeñar en sus jerarquías inmutables, mientras los grandes intereses económicos se las ingenian para mantenerse intocados y amarrar lo importante a su favor.

Por último, quiero destacar que es un tanto inconsecuente postular, desde la posición nacionalista, que es imposible establecer una democracia global que funcione, en base a que habría demasiada gente en ella.

Ya desde Aristóteles se sabe que hay un límite al número de ciudadanos, sobre algunas decenas de miles, para que una democracia alcance a funcionar sin tener que sustituir a la Asamblea de todos por una de representantes electos; los sociólogos también han encontrado que sobre los 150 individuos es el límite para que un grupo humano pueda integrarse solo en base a lazos de empatía simple, más allá se necesitan mecanismos de integración más complejos y abstractos. Ambos números son ampliamente sobrepasados por cualquier democracia contemporánea, y la realidad es que no hay cualitativamente, desde el interés por establecer una democracia, ninguna diferencia entre una de 10 millones como la Suiza, de 300 millones como la americana, 1 000 millones como la India, o una de 10 000 millones, global.

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