La articulación del texto y las funciones del lenguaje en Paul Ricoeur (Notas)

mayo 21, 2020
Paul Ricoeur lenguaje texto

 

Photo byAlfons Morales

La filosofía contemporánea ha puesto de moda la preocupación por el lenguaje. La constante legitimación del saber sobre la base de grandes unidades conceptuales ha sido desplazada, en su lugar desde el siglo XIX ha prosperado una inquietud por lo particular del discurso y los encadenamientos que establecen un texto: el lenguaje es pensamiento.

Esto significa que, como bien Foucault indica, ya no se trata de que la filosofía investigue acerca del objeto, sino de los procederes discursivos que construyen la historia de este último. No obstante, el resultado de dichas operaciones solo puede ser derivado de un estudio de las leyes particulares del lenguaje y del texto, asi como de sus funciones vitales.

El juego del lenguaje se encuentra en Paul Ricoeur, como un método en referencia a un tipo de actividad reflexiva desde la constelación de la hermenéutica y lo simbólico, que concluye inevitablemente en la teoría genética del texto. Respecto a esta última idea, uno de los trabajos que explicita la irrupción en el campo lingüístico, parte del examen que Ricoeur hace acerca de “una confrontación regulada sobre un terreno común, a saber, el mismo par epistemológico: explicar y comprender”.[1]

El procedimiento de Ricoeur logra particular significación, puesto que desciende desde la definición inicial que considera el texto como un discurso fijado por escrito; hasta las capas más profundas del proceso de estructuración interna y producción de sentido. Este supuesto trasciende la imagen simplificada de los simples dominios de definir, pues el texto desde su aparición, delimita actitudes respecto a la gestión de su abordaje. Teniendo esto en cuenta, comienza a configurarse la posibilidad de un interrogar poco demarcado entre el lector y el escritor. Así, el propio acercamiento del lector con el autor desarrolla un fondo de descubrimiento de cualidades e intenciones, comúnmente denominado en la hermenéutica como la voz del autor.

La distinción entre posicionamientos (como lector o autor) genera dos momentos o funciones cognitivas subsidiarias del contacto con el texto: la explicación y la comprensión, las cuales Dilthey enuncia como acciones exclusivas de los dominios de las ciencias sociales y ciencias naturales.

En desacuerdo con Dilthey y su noción de exclusión de un término por el otro, la reflexión de Ricoeur acarrea un análisis acerca de presentar ambas funciones, lo más alejadas del género de depredación en que han sido subsumidas, o sea, en el sentido de su interrelación y dependencia. Repasar tal estado de las cosas, puede simplificarse en la interrogante ¿cómo manejar la segmentación suscitada entre la hermenéutica y la semiótica en pos de la creación de una teoría epistemológica?

El acto interpretativo admite un horizonte de posibilidades desde la posición particular de cada individuo que admite tanto una interpretación ingenua como crítica y reflexiva. Pero al mismo tiempo dota de sentido y ocupa aquellos vacíos que han podido dejarse sin esclarecer en el acto explicativo.

En la evolución del conocimiento ha primado la consideración de que la forma superior del saber, en asistencia a un compromiso con la verdad, reside en las ciencias naturales en tanto sustentan la capacidad de lo experimental y de las diferentes operaciones de la explicación, sin reducirlas a un criterio positivista. Es esto una de las premisas fundamentales que toca de cerca el conflicto naturaleza-espíritu, puesto que la explicación contiene la creencia de que mediante una serie de algoritmos puede desarrollar un tópico hasta agotarlo en toda su extensión, lo cual conlleva a la idea de sistema, tan popular en la comunidad científica: primero se exponen las definiciones, luego se formulan los axiomas y seguidamente, sobre esta base se demuestra la validez del análisis emprendido. 

Un enfoque más detallado del proceso, refuta cómo en la complejidad de los bloques enunciativos, se van dando en continua sucesión, distintas características y figuras que adoptan los signos (las oraciones y su organización) responsables de la coherencia interna. Simultáneamente, subyace en un plano inferior y oculto, la acción de descomponer en elementos más simples (análisis), que contiene los atributos y el sistema de relaciones que el propio texto demanda para su concreción. Visto así, queda en evidencia cómo opera la explicación estructural dentro del juego del lenguaje y ajustado a sus propias reglas, lo cual (si se toma la narrativa como ejemplo) desecha la idea de exclusividad de las ciencias naturales respecto a esta actitud.

Por otro lado, la interpretación como región específica de la comprensión, supone la reinvención del objeto en el propio momento de su enunciación desde la forma escrita. El contacto interpretativo con el texto rompe la privacidad del autor y certifica la inserción tanto en sus impresiones como en la época en que se encuentra inscrito. El acto interpretativo admite un horizonte de posibilidades desde la posición particular de cada individuo que admite tanto una interpretación ingenua como crítica y reflexiva. Pero al mismo tiempo dota de sentido y ocupa aquellos vacíos que han podido dejarse sin esclarecer en el acto explicativo: “los signos de esta intención, de esta creación, no pueden hallarse en otra parte más que en lo que Schleiermacher llama la forma exterior e interior de la obra, o de otro modo, la interconexión que hace de ella un todo organizado”.[2]

La inversión metodológica que promete Ricoeur como posible desenlace del debate, no alivia las tensiones entre los actos de explicación y comprensión. La salida a la que recurre, no es otra que mantener la confrontación, pero en un sentido más incluyente: como relación dialéctica; de modo que, dependiendo de la intención del autor, matices del texto y el dominio de las leyes lingüísticas; se declare primaria una u otra función. En beneficio de la explicación: la semiótica por sí sola, deviene en abreviatura del contenido de un texto sin el marcado espacio hermenéutico: el secreto del conocimiento reside únicamente en el empleo acertado de los signos. En el caso de la interpretación: “son las estructuras profundas las que definen las condiciones de inteligibilidad de los objetos semióticos”.[3]

La iniciativa de Ricoeur parece continuar reivindicando la relación polémica entre estas dos operaciones. Su reformulación atiende a señalar inconscientemente, la radicalización de la que han sido objeto algunos contenidos en la filosofía actual y al interés fecundo que ha despertado el fenómeno del lenguaje en los últimos tiempos: “porque, efectivamente, se trata de un fenómeno nuevo: el lenguaje cuya praxis el hombre ha sabido dominar desde siempre está aislado y como distanciado para ser aprehendido en cuanto que objeto de conocimiento particular, susceptible de introducirnos no sólo en las leyes de su propio funcionamiento, sino también en todo lo que se refiere al orden de lo social”.[4]

Notas

[1] Ricoeur, Paul: Entre hermenéutica y semiótica, en Revista Escritos traducción de Gabriel Hernández Aguilar, Número 7, Enero-Junio de 1991, pág.80.

[2] Ricoeur, Paul: ¿Qué es un texto? explicación y comprención, Traducción: María del Pilar Díaz Castañón, edición digital, pág.6.

[3] Ídem.pág.90

[4] Kristeva, Julia: El lenguaje, ese desconocido: Introducción a la lingüística, Editorial Fundamentos, Madrid, 1988, pág.5.

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