qué es la posverdad

La aporía de la posverdad: entre el posmodernismo y el realismo (Fragmento)

La palabra ‘posverdad’ comenzó su historia en el año 2016 cuando el diccionario Oxford la nombró palabra del año...
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Fragmento del texto publicado por el autor en la revista de filosofía Sophia

 

Sobre el término posverdad

La palabra ‘posverdad’ comenzó su historia en el año 2016 cuando el diccionario Oxford la nombró palabra del año. Según la propia publicación en su versión digital, posverdad es “un adjetivo definido como relacionado o que denota circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones y creencias personales” (Oxford University Press, 2016, p.1).

Junto a esta definición, se encuentran también las de otros idiomas:

  • Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2020), la posverdad es una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad” (definición 1).
  • Según el Larousse (2020), es un “concepto según el cual, hemos entrado en un período (llamado era de la posverdad o era posfactual) en la que la opinión personal, la ideología, la emoción y la creencia triunfan sobre la realidad de los hechos” (definición 1).
  • Según Cambridge Dictionary (2020) es un adjetivo “en relación con una situación en la que es más probable que las personas acepten un argumento basado en sus emociones y creencias, en lugar de uno basado en hechos” (definición 1).

Mientras en las versiones anglosajonas se lamenta más la pérdida del hecho, en las definiciones francesas y españolas los hechos son menos importantes y se da por sentado que es un fenómeno más subjetivo que compete al uso indebido de la opinión, las ideologías o las emociones. A pesar de la sutileza de esta diferencia, en todos los casos se manifiesta una preocupación absoluta por la interferencia que ofrecen las emociones y las creencias personales en la interpretación de los hechos. Siendo esto último el elemento al que indirecta o directamente siempre se alude: la desconexión o el amplio vacío que se abre entre lo subjetivo y lo objetivo, lo interno y lo externo, la verdad como correspondencia a los hechos y la verdad ‘para mí’.

Antes de que fuera reconocido su uso en diccionarios, la primera vez en utilizarse el término ‘posverdad’ fue en el texto A Government of Lies (1992), escrito por el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich.

Antes de que fuera reconocido su uso en diccionarios, la primera vez en utilizarse el término ‘posverdad’ fue en el texto A Government of Lies (1992), escrito por el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich. En su artículo, el autor criticó al público estadounidense por aceptar sumisamente las mentiras de la administración Bush y por decidir vivir en un mundo en el que la verdad ya no es relevante: “De una manera fundamental, nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo de posverdad” (p.12). Después de eso, el término resurgió en 2004 con el libro de Ralph Keyes The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life (2004).

Teorías de verdad, filosofía y ciencia

Toda reflexión filosófica sobre la posverdad presupone un concepto específico de verdad.

Si el primero implica una crisis, es porque contiene una variación del segundo. De ahí que en algunos contextos se habla también de verdad y hechos alternativos. La posverdad es de manera inmediata una desviación de un discurso considerado recto, legítimo y a veces hasta dogmático.

Según la obra de McIntyre (2018), esa verdad recta, esa definición mínima de verdad es la de Aristóteles (1994), quien expresó: “Falso es, en efecto, decir que lo que es, no es, y que lo que no es, es; verdadero, que lo que es, es, y lo que no es, no es” (p. 198). Ya esto es una información relevante en un doble sentido. Primero porque ofrece pistas sobre la antigüedad del problema. Segundo, porque se da una superficie sobre la que comenzar a pensar la posverdad. Ella es, de una manera abstracta, una desviación del sentido original de lo que queremos decir ‘que es’.

De acuerdo con García-Bacca (2002), junto a Aristóteles, en sentido estricto habría que mencionar el poema de Parménides, donde ya se anuncia una vía correcta de enunciar el ser, en la que el ser y el pensar son lo mismo, y una vía incorrecta que queda descrita en su poema fenomenológico. En el mismo espacio de tiempo se encuentra el caso de Sócrates y los sofistas. Mientras que Sócrates defiende una concepción absoluta, única e inmutable de la verdad, la filosofía sofista defiende su relatividad, su posibilidad de transformación según el funcionamiento del λόγος. Para Borges Junior (2019), Protágoras sería una suerte de precursor cuando desde su discurso habla de que el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son, y de las que no son en tanto no son. Platón, por su parte, si bien tampoco menciona nada parecido al concepto de posverdad —como es la norma en todo el pensamiento clásico— se erige como punto de comparación tentativo debido al problema de la mentira noble e innoble en su obra, puntualiza Meza (2018).

Hay en la historia de occidente una infinidad de concepciones y proyectos de verdad y no es intención de las presentes líneas lidiar con todas ellas. Sin embargo, hay al menos tres aproximaciones que han sido de las más famosas: la teoría de la verdad como correspondencia (CR), como coherencia (CH), y la pragmática (PG). Siguiendo a D’Agostini  (2019) se puede definir someramente que:

  • CR: Una proposición o creencia p es verdadera si y solo si se corresponde con los hechos.
  • CH: Una proposición o creencia p es verdadera si p es coherente con otras proposiciones o creencias que han sido aceptadas (o que son coherentes con ‘la totalidad’ de nuestro conocimiento).
  • PG: Una proposición o creencia p es verdadera si es útil creer p (o si creer p concluye en algún éxito).

A pesar de la variedad de concepciones y debates sobre la verdad, autores como BonJour (2009) y Bourget (2014), afirman que la teoría puesta en crisis o pretendidamente puesta en crisis a partir de la era de la posverdad es CR.

Según lo anterior, la posverdad implicaría un problema para la ciencia, los medios y la política actual debido a que el criterio de verdad no estaría más del lado de los hechos, sino de las diversas interpretaciones que sobre los hechos existen. Estos relatos se basarían fundamentalmente en emociones que encuadran la realidad según las intenciones de cada cual.

Hay que hacer una distinción que no siempre se ha encontrado en los estudios sobre el tema. Y tiene que ver con el espacio en el que actúa la posverdad. A lo largo del pensamiento humano la verdad ha sido cuestionada, especialmente desde la ciencia y la filosofía. Se ha mencionado a Platón, Aristóteles y Parménides, pero la lista no queda ahí, bien pudiera ser extendida hasta R. Descartes, E. Husserl, M. Heidegger, L. Wittgenstein, B. Russell, K. Popper, T. Kuhn, entre otros. Todos estos y otros que no se mencionan por tiempo, han tenido sus propias ideas sobre el concepto de verdad y han adelantado cuestionamientos novedosos. Sin embargo, en ningún caso estos cuestionamientos a la verdad deben ser confundidos con la posverdad. Hay una diferencia notable entre el esquema de funcionamiento de la ciencia y la filosofía, y el proceder de la opinión pública contemporánea.

Por solo mencionar un ejemplo, K. Popper es uno de esos pensadores que se enfrenta a la noción de verdad científica como correspondencia. Parte de su obra está dedicada a dos problemas, la inducción y la demarcación científica (1976; 2002). Su enfoque consistió en reemplazar la inducción por el falsacionismo. Sobre esto último, lo más relevante para la presente investigación es la idea de que las teorías universales no pueden ser inducidas de proposiciones particulares. Esto remite al problema de la inducción, como lo ha definido Popper (2002), y conlleva una crítica implícita al positivismo que extrae todo valor de verdad del hecho positivo.

Esto es solo un ejemplo del carácter colectivo y crítico que la verdad adquiere en el ámbito más general de la filosofía y la ciencia y como ello no debe influir en su valor. Así es que, el cuestionamiento a la verdad, aunque también pueda ser hallado en los saberes más generales sobre la naturaleza y la sociedad, no tiene la más mínima intención de engañar a su audiencia.

No obstante, se debe establecer algo, y es que en ambos casos siempre se está en presencia de un discurso que apela a algún criterio de verdad. Las teorías conspirativas, las organizaciones de terraplanistas, o cualquier otro ejemplo particular, contiene siempre una pretensión de verdad en oposición a una verdad objetiva.

No es lo mismo la pretensión que la objetividad y eso es constatable. La posverdad, aunque apela a la rigurosidad de ‘ciertas’ leyes y teorías, a la objetividad de ‘cierto’ discurso, a la seriedad de ‘ciertas’ fuentes, o a la coherencia con narrativas preestablecidas, no pasa de ser un discurso vacío y puramente formal. Su contenido es casi siempre inverificable y las aludidas narrativas que lo animan están fundamentadas en creencias estrictamente personales.

La ciencia, por su parte, establece sus propios parámetros de diseño, experimentación, publicación, reproductibilidad y fiscalización de nuevos saberes; procesos que no se encuentran en el consumo y reproducción de contenido fuera de ella, donde no existen procesos tan sólidos de chequeos y balances. Es por eso por lo que, además de la distinción entre pretensión de verdad y verdad objetiva, se ofrece otra aún más clara entre verdad individual y verdad colectiva, porque la segunda está basada en la crítica y en el empeño de construir nuevas teorías para beneficio común.

Esfera pública, medios de comunicación y nuevas tecnologías

Otros estudiosos del tema definen el problema desde los nuevos parámetros comunicacionales. Tal es el caso de Braun (2019), para quien:

Las redes sociales y la fragmentación relacionada de la esfera pública, la formación de cámaras de eco, sitios web falsos, bots y otros instrumentos de manipulación sistemática, anonimato, simplificación, polarización y brutalización del lenguaje generalmente se consideran un componente clave, si no la principal causa de la política de la posverdad (pp. 2-3).

Aquí se recuerda a Borges Junior (2019), quien expresa que, más allá del uso de nuevas herramientas, se trata también de una transformación en el corazón de la esfera pública. Con los nuevos medios se define el carácter público desde los intereses privados de quienes dominan las herramientas, ello conlleva a que lo público no es más el encuentro en la plaza para un diálogo horizontal, sino un espacio privatizado donde lo público se construye. Se trata “no solo de pensar la noción de verdad, sino en la construcción de una cierta idea de ‘común’ y cómo esta construcción se ha vuelto más compleja desde el siglo XX con la participación creciente y eficiente de las tecnologías de la comunicación” (Borges Junior, 2019, p. 508).

De hecho, por solo poner un ejemplo, según la investigación de Hyvönen (2018) la confianza de los estadounidenses en los medios clásicos de comunicación ha caído del 72% en 1976 (después de Watergate/Vietnam) al 32% en la actualidad. Al mismo tiempo que los medios audiovisuales han reemplazado casi por completo a la palabra escrita. La circulación diaria de periódicos en los EE.UU., según el mismo estudio, se redujo del 123,6% en la década de 1950, al 36,7% de los hogares en 2010.

Asociado a esto hay otros procesos. El estudio de Schmidt et al. (2017) en el contexto de reemergencia de la posverdad como término, analizó las interacciones de 376 millones de usuarios de Facebook con más de 900 medios de comunicación y encontró que las personas tienden a buscar información que se alinee con sus puntos de vista. Ello no solo incrementa la reproducción de noticias falsas, si no que refuerza las opiniones de que los hechos son cada vez menos importantes.

La investigación llevada a cabo por Barthel et al. (2016) para el Pew Research Center realizada justo después de las elecciones de 2016 encontró que el 64% de los adultos creía que las noticias falsas causaban mucha confusión y el 23% dijo que ellos mismos habían compartido historias políticas inventadas, a veces por error y otras intencionalmente.

Como es de esperarse, los ejemplos antes mencionados se han incrementado en los últimos años (2020-2021) con la expansión del coronavirus y la emergencia de fenómenos asociados como el cierre de ciudades enteras, y de los sistemas de enseñanza, el fenómeno de la reclusión y sus efectos psicosociales, la crisis económica, las elecciones en Estados Unidos y el aumento de teorías de la conspiración. En ese universo pospandémico, Facebook, hacia septiembre del 2020, contaba con 2.603 millones de usuarios activos por mes. Le seguían WhatsApp, YouTube y luego Messenger. La población total de Internet ese año era de 4,5 billones de usuarios. Ello se traduce en más de 300.000 historias por minuto en Instagram, 64.444 personas aplicando por un puesto de trabajo en LinkedIn, 150.000 mensajes publicados en Facebook y $ 1.000.000 gastados por clientes desde cualquier parte del mundo, según Ali (2020). Sin lugar dudas, todas esas cifras hablan de una interacción social creciente en redes y de un proceso de virtualización de la sociedad. Ambas son condiciones ideales para el incremento del fenómeno que aquí se estudia.

Con el desarrollo del mundo virtual, viene también la facilidad en el uso de estas herramientas, y las infinitas posibilidades de crear contenido con pretensiones de verdad, subjetivo y ajeno a la crítica racional colectiva. Es fácil imaginar que la desconfianza respecto a los hechos es también la consecuencia lógica de que cualquiera puede crear contenido, validarlo y difundirlo.

A lo anterior se suma que la fe en las instituciones públicas está disminuyendo constantemente, y esto por dos razones principales. La primera es la creencia en una élite global que responde a sus propios intereses sin ningún control y equilibrio. La segunda, el surgimiento de un atontamiento perenne basado en el aislamiento del sujeto en burbujas de opinión.

El asunto también sufre de un desequilibrio enorme. Quien sabe del funcionamiento de estas nuevas tecnologías, no está en capacidad de generar un discurso crítico coherente contra los peligros que entrañan, y quienes están en capacidad de articular el discurso crítico, no conocen cómo funcionan. Esta es una brecha que debe ser vencida si existe el ánimo real de entender cómo influyen las nuevas tecnologías en la producción de discursos de verdad.

Las búsquedas en internet muestran resultados que no son casuales, los videos en YouTube son organizados y mostrados según estos mismos algoritmos, existe un bombardeo constante de promociones, e incluso gran parte del tiempo de ocio es invertido en una especie de trabajo proletario no remunerado: reaccionar y dar clic. El sujeto paga con su tiempo por partida doble, trabajando físicamente y entregándose de manera devota a estos nuevos ritos virtuales. Para el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2020), las fiestas y celebraciones solo se valoran desde la producción, y junto a estos, lo mismo sucede con el lenguaje, las emociones, la política, la verdad, la cultura y la sociedad de manera general. Por supuesto, circunscribir el proceso de la posverdad a las redes, el internet y las nuevas tecnologías conlleva el riesgo de reducir todo el argumento a una especie de determinismo tecnológico. Por un lado, esta no es la situación de todo el mundo; y por el otro, tampoco es el caso de que la tecnología implique solamente un proceso de pérdida de identidad y con ello un desinterés por la verdad.

Falsedad, ignorancia deliberada, mentira y posverdad

Más allá de las dudas que levanta la posverdad contra la ciencia, el auge de nuevas tecnologías y los cambios que ello ha provocado en la esfera pública, cabría preguntarse si ese concepto también está en relación con otras formas discursivas. Esto es lo que lleva a McIntyre (2018) a definir un marco teórico desde donde pueda analizar la posverdad en relación con un grupo de proceos similares.

En pimer lugar, muchas veces el hablante dice cosas que no son ciertas sin querer decirlo. En este caso, según McIntyre (2018), se está en presencia de una “falsedad”. Por encima de ella, se ubicaría la “ignorancia deliberada” que es cuando “realmente no sabemos si algo es cierto, pero lo decimos de todos modos, sin molestarnos en tomar el tiempo para averiguar si nuestra información es correcta” (p.7). Luego procede la “mentira” en la cual hay una intención claramente establecida. A esta se le otorga un gran valor puesto que se pasa a un discurso en el que hay una voluntad clara de engañar al interlocutor; y, por tanto, a un nivel donde la responsabilidad tiene un rol distinto.

En la mentira tiene que haber una audiencia, un público al cual se le miente, incluso aunque el interlocutor sea uno mismo. A pesar de lo contradictorio que parezca, el mentiroso es un ser social, quizás uno de los más sociales debido a la necesidad ontológica de una audiencia que certifique el trastocamiento de la realidad. La sutileza, sin embargo, radica en que la audiencia certifica la mentira no sabiendo aquello que se oculta. Así pues, en un gesto puramente dialéctico, el mentiroso y el engañado conviven en una relación de identidad y oposición que no pueden quebrar. Si esto sucediera, la verdad queda al descubierto y el juego culmina. ¿Es acaso la posverdad una forma de mentira? Sin lugar a duda. Pero también es evidente que por alguna razón se le designa con un nombre distinto.

La posverdad no llega a ser completamente una mentira porque la diferencia estriba en que: “en su forma más pura, la posverdad es cuando uno piensa que la reacción de la multitud realmente cambia los hechos sobre una mentira” (McIntyre, 2018, p. 9). Claro está, la mayor preocupación radica en que con la era de la posverdad y amparados en toda la serie de elementos que se han mencionado anteriormente, el sujeto es capaz de alterar la realidad entera en su búsqueda por convencer a la multitud. No se trata sola y simplemente del abandono de los hechos, del desarrollo tecnológico, el incremento en el consumo de datos, la relevancia de las redes sociales u otra característica específica, sino fundamentalmente de un proceso que también toca el ámbito subjetivo y el derecho expreso de querer adaptar la realidad al relato.

Mientras en la mentira el discurso verdadero ocupa un lugar central porque queda oculto —e incluso el mentiroso sabe que está mintiendo, de ahí su carácter paradójico—, en la posverdad hay un componente cínico:

Por lo tanto, la posverdad equivale a una forma de supremacía ideológica, mediante la cual sus practicantes están tratando de obligar a alguien a creer en algo, ya sea que haya buenas pruebas de ello o no. Y esta es una receta para la dominación política (McIntyre, 2018, p. 13).

De lo anterior se deduce que el problema debe ser extendido a otros debates que pasan por la política, pero también por el fundamento teórico de la posverdad: el posmodernismo. Sobre este último concepto McIntyre (2018) profundiza cuando dice:

Incluso si los políticos de derecha y otros negacionistas de la ciencia no estuvieran leyendo a Derrida y Foucault, el germen de la idea se abrió camino hacia ellos: la ciencia no tiene el monopolio de la verdad. Por tanto, no es descabellado pensar que los derechistas están usando algunos de los mismos argumentos y técnicas del posmodernismo para atacar la verdad de otras afirmaciones científicas que chocan con su ideología conservadora (pp. 139-141).

En ese mismo orden de cosas, Daniel Dennett en entrevista con Cadwalladr (2017) para The Guardian ha dicho que “lo que hicieron los posmodernistas fue realmente malvado. Son responsables de la moda intelectual que hizo respetable el ser cínicos acerca de la verdad y los hechos” (p.3). Por otro lado, desde el punto de vista de Calcutt (2016), hace poco más de 30 años algunos académicos se dieron a la tarea de desacreditar la verdad como una especie de gran narrativa: “En lugar de ‘la verdad’, que debía ser rechazada como ingenua y/o represiva, una nueva ortodoxia intelectual permitía sólo ‘verdades’, siempre plurales, frecuentemente personalizadas, inevitablemente relativizadas” (p.2).

Como es fácil observar, según la interpretación corriente del término estudiado, la definición encuentra su base y fundamento teórico solamente en el posmodernismo, cerrándose el círculo y otorgándole al término un supuesto origen en los pretendidos análisis culturales que enarbolan las banderas de la diferencia y el anti-intelectualismo.

Referencias

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