democracia

Los gabinetes o equipos de gobierno debieran ser votados por la ciudadanía

Debemos asumir que el votar es una condición necesaria, pero no suficiente para tener una democracia verdadera. Para construir una comunidad democrática, debemos tener comportamientos y prácticas democráticas
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De acuerdo a los indicadores que trabajan desde hace más de década y media para analizar el vínculo entre representantes y representados, gobernantes y gobernados, la democracia como sistema, sobre todo en la llamada «América Latina», arrastra un declive que nos sitúa en niveles subterráneos de confianza pública, de lo común o de un lazo social deshilachado.

Más allá de que sea The economist quién lo trabaje y publique, lo cierto, es que se trata de una palmaria obviedad que en cada esquina de las diversas aldeas la frustración democrática golpea bajo todo lo prometido que no cumple y el empeoramiento de las condiciones económicas y sociales desde el momento en que se instituyó como sistema o posibilidad única de organización, gobierno y administración de la representación de un supuesto contrato social.

El poder ejecutivo, como cara visible del total de poderes, del estado organizado y de la nación simbólica que orbita detrás de sí, sólo ofrece a los electores, ciudadanos o pueblo en general, que sea elegido el presidente, gobernador, intendente o alcalde. Éste, por lo general urbi et orbi, elige discrecionalmente a su compañero de fórmula, al vice, sin que en tal elección intervenga tampoco la gente o demos, que por definición es la que gobierna en una democracia. Al hacerlo, teóricamente, por intermedio de la representación, ésta se ausenta, palmariamente en relación a lo expresado. Por lo general, el segundo del ejecutivo es un falso maridaje en el que pesa la decisión del primero o alfa, una especie de matrimonio de características plenamente machistas o patriarcales. Pero no sólo que la ciudadanía no es, o no debiera ser, el resultante de juegos sexuales de adultos poderosos, sino que cuenta, al menos en la definición semántica, con el poder de gobierno, que no ejerce ni reclama.

En el mejor de los casos, los dispositivos que se dan en llamar partidos políticos (que hace tiempo dejaron de representar las tensiones o posibilidades ideológicas o de proponer prioridades de trabajo de lo público) dentro del continente de las alianzas electorales (eufemismo para hacer legítimos los acuerdos cortoplacistas, prácticamente venales entre sujetos con poder, en nombre de partidos, como decíamos, vacíos o vaciados de ideas y contenido) algo intervienen en la disposición del armado de las fórmulas para ocupar los ejecutivos, que serán propuestas a la ciudadanía, ya devenida, en horda, a la que se le pedirá que opten por alguna de las mismas para suscribir el contrato social o pacto de condiciones leoninas.

En el clímax, donde una sola de las partes sale digna y retribuida en placer, posibilidades y vida, es decir el día electoral, uno de los binomios se alza con la victoria y por ende con el poder de lo legitimado. Semanas luego, deberá, el ungido para administrar tal ejecutivo, designar sus colaboradores o gabinete para tal función o deber, que lo transforma, rápidamente en un derecho meramente discrecional y a sola firma.

En Perú precisará el poder ejecutivo la confianza del Congreso, de hecho es la «cuestión de confianza» (establecido como instrumento constitucional) la que recientemente produjo una crisis al actual presidente en la conformación de su equipo ministerial o de gobierno. Al menos existe una predisposición normativa clara para evitar la discrecionalidad, vinculando a dos poderes del estado (contrapesos), pero sin que se apele a los que gobiernan (el pueblo) o donde reside la soberanía en primera o última instancia (el pueblo).

En la mayoría de los países, quiénes están a cargo de los ejecutivos, esgrimen la confianza sólo para sí mismos. Es decir, pervierten la noción conceptual de equipos, por el de entornos. Tras la argucia que son ellos y no el pueblo, los que deben confiar en sus funcionarios, designan a familiares y amigos en los lugares jerárquicos de manejo y administración del estado.

¿Es acaso la única variante posible de entendimiento, para el fenómeno de la política o de lo político, el concepto de la confianza que los tenedores circunstanciales del poder, esgrimen para justificar sus discrecionalidades, imponiendo siempre a familiares, amigos y urreros tal como lo señalan en Paraguay, para a partir de allí construir los conceptos imaginarios de equipos técnicos, de mejores equipos, y que en el mejor de los casos se constituyen en entornos; más o menos amables, pero nunca más o menos que entornos?

En el mejor de los casos si necesita de confianza, que se la solicite al cura, para que le de tales votos, al obispo o al religioso del escalafón que corresponda, y si no cree en ello, que asista a un psicólogo para que le soliviante la confianza y lo induzca a que busque en el inconsciente estructurado como un lenguaje los significantes otros que posee ausentes y le genera displacer.

Algunos otros podrán argüir mediante Angelus Silesius en su Peregrino querúbico, dando voz a esa otra forma de pensar, “que la rosa es sin porqué, florece al florecer. Y en esta imagen nos hace ver, no sólo que la rosa es sin causa eficiente, sin una causalidad que la haga ser y proceder, una causa que sería la razón que la instaura y la fundamenta, que le dé el porqué, sino que nos dice, además, que el acontecimiento de la rosa, su florecer, es totalmente libre e independiente de un sujeto que le dé esa razón, que le designe un valor o una utilidad”.

Es decir que la política, y su energía constituyente o  conducente, el poder, no es tan diferente a la rosa, que florece porque sí.

Y para esto mismo es que la filosofía, el pensamiento crítico y la comunicación cuando cuestiona y pregunta, es que se transforma en un ariete clave e indispensable de lo democrático.

Apunta a desentrañar los privilegios, el más nocivo, el no responder o no acusar recibo de la pregunta por parte del poder o quiénes lo administran o representan.

Cuando elegimos a nuestros gobernantes no estamos firmando un cheque en blanco, afirman desde cierta expresividad ciudadana, que se propone, como objetivo conceptual, el que lo democrático trascienda a lo electoral.

Los ejemplos son recientes y acuciantes, sucedió y seguirá ocurriendo en cualquier aldea occidental que se precie de democrática, dejando como único valor del sistema político imperante a lo eleccionario: debemos comprender y asumir, que el votar es una condición necesaria, pero no suficiente para tener una democracia verdadera o real. Para construir una comunidad democrática, debemos tener comportamientos democráticos o llevar a cabo prácticas democráticas. Y en el caso de que la democracia sea solamente votar, entonces habrá que aumentar no necesariamente las veces, sino las representaciones y administraciones por las que se optan al votar. En el poder ejecutivo, necesariamente se le debe ofrecer al demos, que opte, además de su titular (el segundo o el vice, en lógica representativa debiera ser quién sacó más votos luego del primero y no alguien elegido por el capricho de uno o de pocos) al equipo o entorno que gobernará colaborando con la persona votada para presidir tal poder.

Con esta nueva herramienta, la ciudadanía o demos podría aprobar la gestión de un titular de un ejecutivo, pero indicarle con qué equipos o entornos cree que será mejor gobernada, a propuesta de las opciones que le brinde, previamente el postulado. Una ampliación en los derechos políticos y un cumplimiento más efectivo en cuanto que se gobierna o administra desde la noción de pueblo, tal como lo determina el significante «democracia».

El gabinete de opción o votado surge en referencia teórica a la política inglesa donde, la expresión política que no consagra el titular del ejecutivo, constituye en el parlamento un gabinete en las sombras, de repuesto, alterno, que a la par del gabinete real o formal, exhibe a la sociedad una suerte de realidad contrafáctica o de plan b. Esto genera una dinámica de competitividad positiva, a su vez, también que la ciudadanía sepa a ciencia cierta cómo se preparan sus políticos no solo para cuando están en el poder sino también para cuando tienen que ser opositores. A la ciudadanía se le debe ofrecer o proponer al menos, el cincuenta por ciento del total de ministerios o colaboradores, que tengan como mínimo dos alternativas o equipos a elegir. Es decir, que el pueblo, tal como escoge la representación del legislador, puede optar por el equipo o gabinete A o B del candidato que fuese, que deberá proponer como mínimo dos alternativas.

…el votar es una condición necesaria, pero no suficiente para tener una democracia verdadera o real. Para construir una comunidad democrática, debemos tener comportamientos democráticos o llevar a cabo prácticas democráticas.

La conformación de esta nueva posibilidad electoral, tiende a una constitución de un gabinete ciudadano, es decir, mitigando la falta de que no existen parámetros claros acerca del porqué un gobernante designa a sus colaboradores, cayendo muchas veces en eufemismos mentirosos como equipos técnicos y demás artilugios demagógicos. Además de una mayor legitimidad, acrecentando el vínculo entre gobernantes y gobernados, instaríamos a la ciudadanía que proponga su proyecto en el área en que sienta de mayor utilidad, que se oferte, como servidor público para ejercer una función de estado, desde este concepto del servir a su comunidad, basándose en lo que puede aportar, generando para la corporación política todo un ateneo desde donde podrá extraer hombres y mujeres, como ideas, propuestas y proyectos que abreven o que se aporten desde este gabinete ciudadano en real o potencial.

En el caso que así no sea, se generará que los ministros u hombres de estado designados, tendrán que mostrar ante la ciudadanía sus credenciales. Es decir, esgrimir las razones por las que fueron elegidos y desde el primer día no sólo saber que tienen un contrapoder que los complementa, que los hará más competitivos, sino del cual se deben demostrar que son más aptos, funcionales y dinámicos para estar en donde están, caso contrario desde el gobernante hasta la sociedad civil, tendrán como contraejemplo la posibilidad de lo contrafáctico del otro gabinete que pudo haber sido votado y que tal vez se pueda presentar en la siguiente elección.

La constitución del gabinete optado, ciudadano o integrado, por los que se constituyan en más allá de la voluntad del poderoso o ungido, apunta a pensar en que los ciudadanos, en vez de elegir a personas que encarnen proyectos, ideologías, o letras muertas de lo establecido en partidos políticos, votemos directamente proyectos, propuestas, modelos o formas de hacer las cosas y que la ejecución de las mismas, pase a ser un tema totalmente secundario, esto sí podría denominarse algo que genere una revalidación de lo democrático, pero no estamos en condiciones de hacerlo actualmente, en esencia por lo que venimos expresando con anterioridad, el gobierno de ese pueblo, está en manos de uno sólo, a lo sumo, en cogobierno por un legislativo (con flagrantes problemas en relación a la representatividad, que sería todo un capítulo aparte el analizarlo) y supeditado a un judicial, que siempre falla (de fallar en todas sus acepciones), liberar la opción de ese pueblo, para que elija su gobierno, mediante las ideas que se le propongan, sin que sea esto eclipsado por la figura de un líder o lo que fuere, en tanto y en cuanto siga siendo uno, evitando el resurgimiento de tiranos o autocrátas revestidos con una sátina de lo democrático.

En caso de que proyectos y propuestas como la presente se puedan implementar rápida y efectivamente, entre tantas buenas finalidades, generará que dejemos de lado, las tendencias apocadas, o desustancializadas de lo democrático, como la participación ciudadana, audiencias que no auditan y demás pantomimas creadas desde la noción culposa del poder, que con sarcasmo ofrece estos espejismos potabilizados en la aridez extrema del desierto de lo real en lo que transforman o pretenden transformar, al significante democracia.

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