Filosofemas de la Filosofía – Próximamente en Dialektika

mayo 17, 2020
ensayo Filosofía esencia

 

Por: Hayled Martín Reyes Martín, Universidad Autónoma de Guerrero, México.

El presente texto es un fragmento del ensayo Filosofemas de la Filosofía, el cual será publicado en Dialektika: Revista de Investigación Filosófica y Teoría Social en su número 4, volumen 2, URL: https://journal.dialektika.org/ojs/index.php/logos

 

Resumen:

El ensayo es un acercamiento a lo qué es la filosofía. Apela al origen del pensamiento y la función del lenguaje en el saber. No pretende responder a qué se entiende por el concepto de filosofía, sino comprender las funciones de la filosofía en el pensamiento y la vida práctica. Es una introducción al problema (o los problemas) de la filosofía como ciencia, o como la «forma cultural» más influyente en los últimos veinticinco siglos. Los “filosofemas” invitan a la unidad de la discusión filosófica, a través del discurso y las argumentaciones epistemológicas. Como estudio introductorio no intenta abarcar la totalidad, más bien impulsa al acercamiento a estos saberes. Trata la relación de la filosofía con el Ser, y la relación de la filosofía con las demás ciencias y disciplinas.

 

II

En la búsqueda de los límites de lo narrativo, Paul Ricœur proponía dos criterios, un primer momento que se refería al tiempo, a lo que acontecía a la hora de escribir; y en segundo lugar, destacaba la composición. La filosofía como discurso narrativo, aunque constructivo ya que siempre va re-escribiéndose, tiene mucho en común con las características que definía antes el pensador francés. El límite del relato filosófico son los acontecimientos donde nace, es el espíritu de la época, es como dijera un jovencísimo Carlos Marx en número 195 de la Rheinische Zeitung, la “filosofía es la quintaesencia espiritual de su tiempo” (Marx, 1982, p. 230). La filosofía como discurso y como escritura que trasciende en el tiempo también es composición; esto se refiere a la forma de componer el texto. Así se distinguiría el texto poético del texto narrativo, como se distinguen escritos epistemológicos de escritos axiológicos.

Ahora bien, la filosofía es un problema. Preguntarse por la filosofía o por la historia de la filosofía es un problema filosófico. La palabra “problema” no guarda relación ninguna con las dificultades diarias que enfrentamos los seres humanos en la vida, a las cuales también llamamos problemas. Problema en filosofía es cuando existe más de una opción, cuando hay más de un camino; problema en filosofía es pluralidad. Alguna vez Xavier Zubiri planteó que para que haya un problema en filosofía es necesario que exista un objeto. El filósofo español tuvo cierta certeza en su afirmación, pero en contraste, pensamos que más que un objeto, se necesitan también fenómenos, así cuando analizamos un problema filosófico además del objeto en cuestión vemos que existe un fenómeno que caracteriza el proceso o que circunda el objeto; o sea, el objeto no se encuentra sólo o en la nada, existe en la cosa, en lo fenoménico. Existe un problema en filosofía cuando estamos en presencia de un objeto, pero ese objeto forma parte de un fenómeno o se integra en él mediante relaciones, pero a su vez, éste objeto fenoménico es contradictorio, presenta múltiples opciones, varios momentos o estados. Incluso, en presencia del objeto, la cosa o el fenómeno, y la contradicción, aun así falta algo más, pues las contradicciones y dificultades siempre van a existir; a lo que nos referimos es a que los problemas no pueden ser creados por el hombre, sino que tienen que ser descubiertos. Empero, tanto el objeto como la contradicción existen afuera, el hombre los descubra o no; los problemas existen siempre y esperan a que el hombre los “descubra”; entonces, es el hombre en última instancia quien con su accionar filosófico “problematiza” los problemas.

La pregunta qué es la filosofía por sí sola no dice nada. Es algo neutro. Sólo es la interrogación de alguien sobre algo, que por lo general encuentra un cuestionador. La pregunta no representa algo en sí. Muchos han examinado esto. Esta misma pregunta, realizada a cualquier ser humano varía el significado de acuerdo al consultado; especialmente si el interrogado tiene algún conocimiento filosófico. Cuando se pregunta qué es el color rojo —incluso sin presencia humana—, se “comprendería” lo preguntado y por consiguiente se asociaría con el color de algunos objetos o fenómenos como la flor, el fuego o la sangre. Entonces, para saber qué es la filosofía es necesaria la presencia humana. Si continuamos en esta misma lógica, se entendería que con la mera existencia del Ser no se podría saber todavía qué es la filosofía, pues, sin la cosa, objeto o fenómeno no se podría hacer filosofía. Al respecto, cuando Martin Heidegger preguntaba ¿qué es la filosofía?, en realidad estaba preguntando cuándo filosofamos: que es cuando nos preguntamos por el Ser; por supuesto, el filósofo alemán cuando se preguntaba por el ser, parte de lo que existe, parte de la nada.

Por esto, se entiende que la filosofía nunca será ideología, pues cuando un sistema filosófico se convierte en la ideología oficial de un gobierno o país, deja de ser filosofía para constituirse en partido. La filosofía no puede ser catecismo oficial del Estado; la filosofía es lo contrario, es la que polemiza con la ideología oficial, no para increparla en burdo ejercicio contestatario, sino para buscar los deslices de esta, atacarlos y generar el movimiento obligatorio en el pensamiento de las sociedades.

Entonces, existe el hombre y ese hombre se pregunta qué es la filosofía, pero el hombre no tiene más referencia que la existencia de otros hombres; o sea, no existen las cosas. El hombre incapaz de comparar su presencia con “algo”, termina por negarse e incluso se cuestionaría hasta su propia existencia, ¿cómo saber que vivimos sin tener la referencia de que algo vive? ¿a qué llamaría “vida” el hombre? Así, se comprendería que para darle respuesta a la pregunta además de la obligada presencia del hombre, también sería necesario el estado cosas existentes que llamamos Mundo o lo que los filósofos llamamos “objetividad”. Después de la existencia del hombre y de la presencia de las cosas y los objetos, ese hombre tendría que comprender las cosas y los objetos mismos y relacionarlos, mediante la definición de categoría y elaboración de conceptos. En fin, crearse en su cerebro la imagen de la realidad de las cosas e interpretarlas para poder conocer los fenómenos y procesos, y llegar a comprender qué es la filosofía o por lo menos de que va. Esto resulta muy obvio. Pero es que la filosofía aborda lo obvio.

Si comprendemos lo que entraña la obviedad, más allá de lo lineal y literal de la palabra, como el distinguir el camino, delimitar lo falso de lo verdadero y por tanto encontrar la verdad, llegar al conocimiento y reconocer que hay algo que no es, pero sin embargo existe y esto es “obvio”. La filosofía se ocupa de lo que supuestamente aparece como obvio, pero para increparlo; ya que cuando algo se da por sentado no hay desarrollo humano. La filosofía es cambio, no acuña nada establecido. La filosofía es el arte del no-consenso. No es un animal que se adapta al medio, sino más bien trasgrede el medio. Cuando la realidad resulta fácil, aparece la filosofía y arremete contra esta. No es decir “no”; es cuestionar. Por esto, se entiende que la filosofía nunca será ideología, pues cuando un sistema filosófico se convierte en la ideología oficial de un gobierno o país, deja de ser filosofía para constituirse en partido. La filosofía no puede ser catecismo oficial del Estado; la filosofía es lo contrario, es la que polemiza con la ideología oficial, no para increparla en burdo ejercicio contestatario, sino para buscar los deslices de esta, atacarlos y generar el movimiento obligatorio en el pensamiento de las sociedades.

Cuando la filosofía se torna en catecismo, además de convertirse en ideología oficiante, deviene en dogma, en religión. “Todo es semilla” (Alles ist Samekorn), acuñó el poeta romántico Novalis; en filosofía todo es semilla, es plantar, claro, la tarea del filósofo de plantar la semilla es sin pedir nada a cambio, pues él sabe bien que no verá germinar lo plantado, que son las ideas. La filosofía nunca gana; siempre es perdedora, y no puede triunfar porque su carrera es infinita. No importa que “juegue” bien o mal. La filosofía es o no es, tal es el reclamo shakesperiano. Cuando logra ser, es. Esto parece una tautología, pero no lo es. El color negro existe, sin embargo, no-es-blanco. La filosofía siempre es; ahora, no siempre logra ser. El ser de la filosofía se ubica en el triunfo de una época, por ejemplo, el idealismo filosófico alemán fue la filosofía oficialista en tiempos de la monarquía prusiana y los Federico Guillermo. Por el contrario, el no-ser también es una forma de existencia y cuando la filosofía no-logra-ser, es, en la medida que existe, aunque no resulte vencedora; pues quien duda del triunfo del pintor holandés van Gogh, que en vida sólo pudo vender un cuadro.

La filosofía es suerte. Rectifico. El triunfo de una filosofía es suerte. El establecerse en filosofía oficial va permeado por la suerte. Es como dice Mefistófeles en el Fausto goethiano, “estos idiotas nunca entenderán cómo van encadenados méritos y suerte”, para seguidamente afirmar, “si tuvieran la piedra filosofal, a la piedra le faltaría el filósofo” (Goethe, s/f, p. 76). En efecto, en la historia de la filosofía cuando ha habido piedra filosofal no han existido filósofos, y cuando han surgido grandes filósofos no ha habido piedra filosofal; entiéndase por piedra filosofal la realidad objetiva, las condiciones objetivas, la estructura externa y existente real. Tal como lo entendiera la filósofa Agnes Heller, la filosofía presenta una doble cara: el sistema y la actitud filosófica; aquella entendida no representa lo que se conoce como “sistema filosófico” pues muy pocos filósofos han logrado hacer un sistema sino hace alusión al sistema como espíritu de una época, y ésta, concebida como el deber ser del sistema, como el actuar práctico ante el pensamiento. Pero esto no quiere decir que sistema y actitud filosóficos estén separados en dualismo epistémico, pues uno es consecuencia del otro y se legitiman mutuamente. Esta “doble cara” de la filosofía de la que hablara Heller tiene que ver con la entronización más o menos de las filosofías en una realidad determinada, ya que en ocasiones sucede que grandes sistemas filosóficos no logran calar a profundidad en su tiempo y sin embargo existe la actitud filosófica, y viceversa, cuando el sistema se logra imponer pero la actitud del momento no lo acompaña.

Se notaría pues que el marxismo no triunfa en vida de su creador Carlos Marx, para alcanzar su punto más alto treinta años después con el triunfo de la primera revolución socialista de la historia en la Rusia de Lenin. Y lo opuesto, después de la muerte de su líder, existía una actitud revolucionaria real pero el sistema filosófico original había “trocado” en una caricatura y por lo tanto inexistente. Algo parecido sucedió con la experiencia de los países socialistas de Europa, que en medio de la transición echaron mano del marxismo, como esquema de pensamiento filosófico, para oficializarlo en su sistema y lograron lo contrario a lo que exponía la teoría revolucionaria: creación de otros ismos, estancamiento de ideas, copias mediocres, y dogmatismo. Mataron lo dialéctico de la teoría marxista, que es el cambio y la transformación.

En Cuba, por ejemplo, pasó algo muy particular —además de las especificidades que presenta el proceso revolucionario cubano en sí y la excepcionalidad del líder Fidel Castro—, y fue la fusión única del marxismo con el ideario martiano. Hecho sin precedentes en la historia, pues se logró fusionar la teoría más revolucionaria con el pensamiento nacional. Tal vez, esta sea la clave de la trascendencia de la Revolución cubana. Cuando triunfa en 1959, por un lado, se afianzó poco a poco el marxismo (especialmente después de abril de 1961), y por el otro, el ideario martiano, que venía en la génesis del imberbe proyecto desde los días moncadistas de 1953. Esta peculiar fusión mantuvo a raya la línea imaginaria que resultó corrompida en otros países socialistas, conocida como el fanatismo o la exageración del marxismo con sus muchos ismos; existieron ismos como cada país socialista hubo (leninismo, estalinismo, maoísmo, jucheismo). No olvidar lo que decía Jacques Derrida, “lo que es hegemónico en la filosofía se constituyó por el desconocimiento, la negación…” (Derrida, 2001, p. 13). En Cuba no se estableció oficialmente ni lo uno ni lo otro, sino conjugación armoniosa de ambos; o más bien, tanto la teoría marxista como el ideario martiano eran parte integral de la conciencia nacional. Con idas y venidas, con períodos de crisis y de aparente tranquilidad, se mantuvo hasta hoy la unidad ideológica del país. Ahora, esto no quiere decir que la filosofía sea incompatible con la ideología, pues dentro de las funciones de la filosofía se encuentra la ideología.

De una forma o de otra los sistemas filosóficos siempre han intentado legitimar un pensamiento que se convierta en patrón ideológico. Esto resulta contradictorio con el mismo fin de la filosofía, pues, cuando ésta se desembaraza de lo que es, cuestionar la realidad, desestancar el pensamiento, y se vuelve credo oficial ideológico, deja de increpar y resolver problemas para homologarlos, o sea, oficializarlos.

El filósofo puede formar parte de la oficialidad o de la legitimidad de un sistema social determinado, y si bien en ese paso dado el filósofo puede seguir aportando y tributando al gobierno, dejaría inevitablemente de construir y desarrollar sus propias categorías para mantener y reordenar en la práctica el aparato categorial del sistema estatal actual. O sea, el ejercicio de filosofar se mantendría —no se deja de ser filósofo por subordinarse a algo—, pero ya no sería lo creativo y libre que puede ser, pues limita el trabajo intelectual a justificar un sistema establecido con sus propias características funciones y estructurales. El ejercicio crítico dejaría de ser con respecto a la cosa u objeto, para corresponder a normativizar el estado de cosas existentes y predominantes con respecto, si fuera el caso de la ideología de un país, a lo Otro o lo de afuera, y no precisamente hacía el interior. Algo parecido fue lo que pasó con países socialistas como la Unión Soviética, Alemania Democrática, Corea, China, cuando se transitó de posibles filósofos a ideólogos en potencia. Esto, por supuesto, es totalmente entendible; son más importantes los destinos reales de un país que pensarlo, es más significativa la nación que el filósofo.

Al respecto, el filósofo mexicano Leopoldo Zea expone,

Filosofía no es ni tiene que ser un determinado sistema, no tiene necesariamente que expresarse con sistema; por el contrario, el sistema es pura y simplemente la expresión formal de una filosofía, como lo ha sido la poesía en un Parménides, las máximas en un Marco Aurelio, los pensamientos en un Epicteto o un Pascal, y otras muchas formas que no son las sistemáticas. Lo filosófico es la actitud. Actitud que origina determinados frutos. La admiración, decían los primeros filósofos de la humanidad, es el origen de la filosofía. Admiración que es, también, preocupación frente a una realidad problemática. Es el problema el que originaba la filosofía y la no solución del mismo, aunque esta solución sea su afloración. Son las “aporías”, callejones sin salida del hombre, los que dan origen a la admiración, a la preocupación, y a la necesidad de resolverlos racionalmente para alcanzar su solución material

(Zea, 1976, p. 516).

Pero, la pregunta inicial de qué es la filosofía, ¿de qué va? ¿qué encierra o qué es? La filosofía se ocupa del estudio del problema del ser, del pensar y del deber ser. A la primera área de su objeto de estudio se le llama ontología (Ser); a la segunda, gnoseología (pensamiento); y a la tercera, axiología o ética, que incluye el estudio de los valores y la moral. La interrogación “¿qué es la filosofía?” entraña dos preguntas; primero, hace referencia a qué se entiende por filosofía en sí, y segundo, interroga sobre si la filosofía es considerada una ciencia. En la pregunta general, esta última es la que establece la importancia fundamental y la que más nos importa desarrollar ahora, ya que la primera atiende a la Historia de la filosofía y a lo que han planteado e interpretado los filósofos a través de la historia, siendo un trabajo arqueológico/cronológico y no filosófico netamente.

Ahora, la segunda cuestión, y la más importante, de si la filosofía es una ciencia, lleva a responder la pregunta de ¿es comprendida la filosofía como una ciencia? Para responder a esta pregunta hay que remitirse a los propios orígenes de la filosofía y sus desprendimientos en otras ciencias. Desprendimientos que formaron en cierta medida a la filosofía como la forme culturelle más predominante en las Ciencias Humanas, caracterizada por la interdisciplinariedad. Sobre esto, hay que aclarar que las ciencias históricamente han sido comprendidas como el estudio del mundo físico, por esto resulta polémico que algunas ciencias como la matemática o la psicología, incluyendo a la filosofía no sean entendidas como ciencias, pues su objeto de estudio se ocupa cuestiones intangibles. La cuestión no sólo radica en interrogar a la Filosofía sobre la forma de objetividad que pueda alcanzar como ciencia, sino en interrogarla como cualquier otra forma cultural. ¿En qué sentido la filosofía es una forma de saber y si dicho saber podría considerarse ciencia? Esto no se refiere a la pregunta por la datación histórica de su constitución en ciencia, plantea además cuando se inscribe en la historia de las demás formas culturales, a partir de la oralidad, la literatura, el teatro. En efecto, las Matemáticas, las Ciencias naturales que después devinieron en la Física, la Antropología, la Sociología o la Psicología, no hicieron otra cosa, como ciencias particulares, que retomar una serie de preguntas que habían sido objeto de estudio de la Filosofía. Baste recordar, desde las matemáticas la polémica en torno al cálculo infinitesimal entre Newton y Leibniz donde se definió a partir de algoritmos las series infinitas; o la revolución científica en la física que incluyó a ilustres pensadores como Nicolás Copérnico, Giordano Bruno, Johannes Kepler y Galileo Galilei, en la cual se cuestionaban el Mundo y su realidad física; o la Antropología irrumpiendo a inicios del siglo XIX con la Lógica de Immanuel Kant reflexionando y preguntándose por primera vez ¿Was ist der Mensch? (¿qué es el hombre?) a partir de ¿qué puedo saber/conocer?, ¿qué debo hacer? y ¿qué se necesita esperar? que es ¿qué se me está permitido esperar? (Kant, s/f, p. 13), pero desde la finitud, el hombre como ser finito, y no desde lo infinito o Dios como se había planteado anteriormente en la religión, en la escolástica; o la Sociología que inaugura Marx a mediados del XIX interpretando los fenómenos y procesos humanos desde las sociedades y las relaciones sociales; o la Psicología con el descubrimiento del inconsciente por Sigmund Freud reconvirtiendo el pensamiento pues mostró como resultado que no sólo el hombre tiene el inconsciente sino que éste forma parte de la colectividad, los grupos sociales, la cultura. Los nuevos objetos de estudio creados por las demás ciencias fueron creando un corpus científico stricto sensu, al interior de la Filosofía. Así se fue conformando la Filosofía en ciencia; de a poco, y no en un tiempo o lugar determinado.

Preguntar. Cuando el filósofo pregunta hace un ejercicio fundamental de su profesión. Preguntar tiene un criterio existencial. O sea, preguntar es un modo de ser de la existencia humana. Ahora en filosofía no toda pregunta es necesariamente filosófica, sólo es una pregunta filosófica aquella que se pregunta sobre la existencia en sí al preguntar. Cuando el filósofo pregunta sobre lo existencial se cuestiona la existencia misma. No se estaría frente a una pregunta de tipo filosófica cuando se pregunta ¿qué hora es?, ¿cuándo pasa el ómnibus? o ¿quién se comió el pan? Esto es algo parecido a lo que pensaba Heidegger sobre el filosofar, como aquello que consiste en preguntar por “lo extraordinario”, entendiendo lo extraordinario no sólo aquello por lo que se pregunta, sino el preguntar mismo. El Ser resulta la primera instancia de lo que sigue.

Luego, preguntar por el Ser es preguntar por lo preguntado (antes) por el Ser. Pero preguntar también es plantear un problema; no sólo se filosofa preguntado la existencia, también hay la pregunta detrás de la existencia sobre las propias formas de la existencia, esto es el problema con respecto a la existencia. Después de existir, se pregunta las distintas formas de existir. El problema se pregunta por los múltiples modos de la existencia. El problema no es en éste caso lo que significa semánticamente, sino que hay más de una opción frente al problema de la existencia. Estamos frente a un problema en filosofía cuando hay más de un camino frente a lo preguntado, como planteamos anteriormente. Mientras haya preguntas habrá filosofía. Así la pregunta se vuelve la cuestión más importante en la filosofía, además de ser la más antigua. Incluso, al responder la pregunta no se termina la filosofía, más bien abre más preguntas. Es interminable.

Otro momento del preguntar filosófico es cuestionar las respuestas, cuestionar lo existente, lo establecido. Refutar. Cuestionar lo que se afirma. Contradecir la creencia. Preguntar sobre las respuestas dadas es ser escépticos, y la filosofía requiere de cierta dosis de escepticismo. Dudar no es no-saber; dudar es ir más allá. Dudar en filosofía es filosofar. La duda es una de las principales armas del filósofo. Por otro lado, la pregunta no es un problema del pensamiento. La pregunta también pasa por la experiencia. Conocer que una cosa es así y no de otra forma implica cierta experiencia previa. Da a entender que ya se preguntó lo preguntado anteriormente, y sobre todo ya ha sido respondido. Por esto se sabe sobre lo preguntado. La pregunta ya tiene respuestas. La experiencia forma parte de la pregunta, y no como el sentido común lo entiende, como desconocimiento. El no conocer algo es no tener idea de ello. Cuando se pregunta por algo, se pregunta por las respuestas anteriores (positivas o falsas) de la pregunta.

Una de las primeras preguntas que se pueden plantear es la cuestión de la diferencia entre quién y qué. ¿Es el pensar por alguien o es el pensar por algo? ¿Puedo pensar algo por la absoluta singularidad de quién es? —“Te pienso porque tú eres tú”. O ¿pienso las cualidades por lo que me puede aportar el Ser, la ontología, la gnoseología, la ética? ¿Se puede pensar a alguien o se puede pensar algo de alguien? La diferencia entre quién y qué al Ser de la ontología, separa el ser. ¿El ser existe por qué lo pienso como una absoluta singularidad, o por qué pienso la manera como se revela ante mí? Con frecuencia la filosofía comienza con alguna interrogante de este tipo, donde se encuentra lo Uno y lo Otro, y el filósofo quiere saber si el Otro es de éste modo o es de otro.

Sin embargo, el pensamiento filosófico muere cuando se cruzan quién y qué, pues se siente traicionado. La filosofía necesita ser esto o aquello. En la muerte del pensamiento, parece que Uno deja de pensar a Otro, no porque sea quién es, aunque sí porque es de tal forma y de tal otra manera. Es decir, la historia del pensamiento filosófico se divide entre el quién y qué. El qué es fundamental en la filosofía, es la cuestión del Ser, y a la vez, es la primera pregunta de la filosofía ¿qué es Ser? La pregunta por el Ser está en sí misma siempre dividida entre el quién y el qué ¿Es el Ser alguien o es alguna cosa? Vuelve a surgir la amenaza por la diferencia entre el quién y qué. Cuando se pregunta ¿qué es la felicidad? o ¿qué es la ciencia? se pregunta por la definición de un concepto. Entonces la pregunta ¿qué es algo? es una pregunta de la forma. Luego, conocer el qué responde al objeto y sus fenómenos: el ser y el no ser, los que se conoce y no se conoce, el bien y el mal, el mundo, el hombre, el movimiento, los seres vivos y los seres no vivos, Dios… Así la filosofía se encarga de todas estas cosas, que son todas las cosas, conocidas y por conocer. La filosofía es una ciencia universal. A esto, seguramente alguien refutará que la medicina o la anatomía tratan sobre el hombre; es su objeto de estudio. Esto es verdad. Pero mientras la anatomía estudia los órganos, la filosofía se encarga del hombre en sí, por dentro; no para indagar su interior biológico sino para interpretar su alma, su espíritu, su pensamiento. Dirán también, esto le corresponde a otra ciencia como la psicología. Cierto.

En oposición a la psicología que estudia el pensamiento del hombre, el Yo interior, su comportamiento y conducta, la filosofía no estudia lo inmediato que es ese análisis psicológico del hombre que hace la otra ciencia y que por lo general tiene una afectación externa, o si es interna depende de otra causa, a esto lo llamaríamos causas secundarias o terciarias; por el contrario, la filosofía estudia siempre las causas primeras.

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