Son días de cambio. Los dos partidos que a la vez vertebran y desquician a esos ciudadanos carentes de espacio crítico en sus neuronas parecen alinearse en estos momentos—y solo en estos momentos, sin que cunda el pánico—para cambiar la Constitución. Con la cantidad de artículos que hay que cambiar se unen para…, como lo diría yo, «limpiar el polvo al florero que hay en la entrada de la casa de todos», quizá menos, puede que solo hayan acordado enderezar el espejo torcido del cuarto de estar.
Sí, me refiero a cambiar una sola palabra en la Constitución. ¡Esa es la gran reforma del artículo 49! El cambio, según se dice, se debe a que el Estado social, protector de personas y principios sociales y a iniciativa de una Comisión para Políticas Integrales, ha resuelto denominar a las personas con algún déficit o disfunción, como se hace en el resto de Europa: «discapacitados».
Así tendremos discapacitados físicos, discapacitados sensoriales… Me falta algo, mejor dicho, me faltan algunos discapacitados excluidos de ese Estado social. Efectivamente, entre los discapacitados se encuentran los que no son capaces de vencer los obstáculos sociales y mercantilistas que ofrece la sociedad: el sinhogarismo. También palabra de reciente cuño, que deja entender que se trata de aquellas personas que carecen de hogar donde vivir y, generalmente, de cualquier medio de vida, según la RAE.
Sí, me estoy refiriendo a todas aquellas personas que, con sueldos precarios, por causa de desahucios, espíritus especuladores, falta de recursos sociales inmobiliarios o mil causas más, están discapacitados para conseguir una vida normal en su sociedad, de igual forma que la sociedad los percibe, porque verlos, lo que se dice verlos, nadie suele pararse ante ellos y sus problemas.
Por suerte los discapacitados físicos y psíquicos están organizados, tienen asociaciones que explican y hacen ver al mundo y a los políticos sus necesidades, sus verdades, sus objetivos. De los discapacitados sin techo, de los trabajadores que duermen entre cartones, sobre bancos de parques y jardines, nadie se acuerda. ¿Saben por qué? Sí, si lo saben. Ellos son invisibles para todos porque les tenemos miedo: son el fantasma que aterroriza nuestro futuro sumiso. Somos incapaces de levantar la voz exigiendo se cumplan nuestros derechos civiles y sociales, y miramos para otro lado; lo mismo hacemos con nuestros votos, votamos mirando para otro lado y así procuramos entrar en el metro por una puerta distinta a la que van a entrar ellos. Miramos para otro lado cuando piden en la calle, no protestamos cuando los bancos sobre los que duermen se acortan o se ponen barreras que lo impidan.
El sinhogarismo crece, pero no nos lo cuentan y nosotros no indagamos, las administraciones tienen formas de hacerlos invisibles y nosotros las aplaudimos con nuestro silencio pactado.
El sinhogarismo crece, pero no nos lo cuentan y nosotros no indagamos, las administraciones tienen formas de hacerlos invisibles y nosotros las aplaudimos con nuestro silencio pactado. Las administraciones les niegan más de lo que solemos hacer cada uno de nosotros, será ese el secreto de sus crecientes mayorías. La invisibilidad tiene sus motivos, mientras los súper ricos se convierten en mega ricos o giga ricos, los que nada tienen crecen y crecen sin que nadie les ofrezca las necesarias soluciones.
Para algunos solo forman parte de un grupo de filósofos, los Cínicos, aquellos que adoptaron un modo de vida auspiciado por lo que les ofrecía la naturaleza. Dicen de Diógenes que murió por causa de las mordeduras de un perro al enfrentarse a él y arrebatarle la comida. Sin embargo, el problema es cuando todos los desprotegidos sociales del siglo XXI d. C. son tratados como Cínicos griegos del siglo III a.C.
Y voy a lo que debo ir: si la Constitución muestra una serie de derechos a los ciudadanos, como: techo y laboro, educación y salud, ayudas y formación… A qué esperan los grandes partidos que vertebran el reino para reformar la Constitución y aprobar un artículo en el que se niegue el derecho a una vivienda y un trabajo dignos a esos ciudadanos que por cien distintas causas estén marginados. Que se le niegue el derecho al uso de la formación, las ayudas sociales y la cultura, de la misma forma que la sanidad y la vivienda social.
El otro día leía que una actriz, que no diré su nombre, pero fue nominada en su momento para un Goya, tras trabajar unos años, en este momento vivía en un parque en Marbella. Entre la gente de la farándula es muy corriente el desaparecer de las revistas del corazón y encontrarte a la famosa o famoso mendigando en la Plaza de Santa Ana en Madrid, cerca del teatro Español, donde en su día trabajaron y fueron aplaudidos. Pero no solo son los artistas los que pierden sus derechos que persisten en la Carta Magna, hay muchos otros seres que se convierten en invisibles, en Cínicos, por decisión de las políticas públicas.
Expliquemos la hoja de ruta de la persona que vive en la calle: Si no hay recibos de domiciliación, no hay padrón municipal, si no hay padrón, no existe tarjeta sanitaria, no existen derechos municipales, como los servicios sociales, servicios culturales, formación, ayudas…
Jordi, compañero en el oficio literario, nos hace recapacitar explicándonos lo fácil que sería el darse de alta en la sede distrital de los Servicios Sociales y de esa forma tendrían el primer paso dado, el del censo. Hablando de censo; si no están censados por no tener estas personas domicilio fijo, se desconoce el número de seres sin techo existentes en cada distrito de las grandes ciudades, si esto se desconoce, las administraciones desconocen el todo y, por tanto, les es imposible reaccionar y gestionar el problema de los invisibles. Por no saber, no saben el número de votantes, ya que al no estar censados no gozan de ese derecho, pero hay más: ¿Cómo se trata a un paciente que no tiene capacidad para acercarse a un centro sanitario? De ninguna manera. Solo cuando mueren, y mueren muchos seres invisibles en las calles al cabo del año, se les ofrece cierta visibilidad en el certificado de defunción, en otras ocasiones pasan a engrosar el depósito de cadáveres de cualquier facultad de medicina y sus cuerpos sin vida, sirven para formar a médicos, esos que nunca pudieron tener porque la gestión de los poderes públicos de proximidad evita que existan.
Las artes, en ocasiones, como es el caso de Paloma Pedrero fundadora de la ONG, Caídos del Cielo, dan voz y vida a aquellos seres invisibles para la sociedad, excluidos de toda relación y participación con lo social. Algunos quisimos seguir sus pasos, escribimos teatro del olvidado y para los invisibles, pero es complicado abrirse paso en un mundo de invisibles.
Al ver como la Constitución se anima a ser reformada, el paso me llena de esperanza y es el motivo por el que me permito plantear la existencia de muchos seres discapacitados, en este caso por la sociedad mercantilista y las distantes políticas de proximidad, siempre tan alejada de las necesidades de sus vecinos.
Puede que sea el momento de tocar algún artículo más de la Constitución, al final nos quedará esa casa de todos, lista para ser habitada con dignidad.
Quizá crees que los discapacitados están protegidos por el cambio de nombre porque algunas asociaciones miran algo para algunos de ellos. No es verdad, la mirada no es ni universal, ni atemporal, pues quien no alcanza, contra su voluntad, es discapacitado para lo que sea desde la dignidad a lo que sea vital. Y están ahí para que sepamos que son, unos nosotros, menos en lo que sea, pero ciudadanos también.
El político debe su cargo al voto del pueblo, pero es evidente que eso no le supone un compromiso con el pueblo. Se ha situado en un escaño gracias a el pero su misión es mantenerse en el escaño.. Si para ello tiene que conceder promesas o fijar derechos que no respetará, quedarán palabras bonitas para una Historia que lo ensalzará y nunca pedirá responsabilidades. Ese pueblo se sumará a esos elogios pues sabe que difícilmente contará con la aquiescencia de los demas si manifiesta su disconformidad y su descontento. Por eso no importan las palabras. Lo que importa son hechos que no se producirán. Sería una utopía.