Este no es un tema usual para el lector cotidiano, o al que se le haya dedicado muchísimo espacio, o que incluso forme parte de esos esquemas de la filosofía que a veces son tan dogmáticos, por así llamarle a eso que nos causa en ocasiones un poco de inactividad intelectual. A veces necesitamos algo que nos acerque aún más a la verdadera realidad, a esa rica interpretación basada en una filosofía que nos transporte al sentido común, sin perder su esencia, atravesando una vertiginosa línea en el tiempo hasta llegar a la contemporaneidad. Cioran es una de las razones para apegarnos más ese nihilismo silvestre que existe en cada uno de nosotros y que a veces con un sentido muy equívoco y negativo rechazamos.
La figura de Emil Cioran (1911-1995) nos hace sentir hoy un súbito gozo cuando lo leemos, no solo por el sentido de identidad de muchos, o por la curiosidad de otros de sentir ese nihilismo resistente que tan bien lo caracterizaba. Lo que sucede en realidad es que nos dejamos seducir por su figura y la ferocidad que contienen sus obras. Son muchos los datos que llegan hasta nosotros a consecuencia de las entrevistas a las cuales hoy podemos acceder gracias a su editor Antoine Gallimard que luego de su muerte publicó varios de sus volúmenes, sorprendente para muchos debido a que en ocasiones el propio Cioran se mostrara contrario a este tipo de encuentros, ya que en su elección prefería que todo lo que pudiéramos conocer de él se nos mostrara a través de la lectura de sus libros.
En uno de sus diálogos con Fernando Savater, Conversaciones, le comentaba que había mucho de campesino en él, que su padre había sido un cura ortodoxo rural y él había nacido entre montañas, en los Cárpatos, en un ambiente muy primitivo, en Rumania (Cioran, 1996, p. 10). Este filósofo tuvo una infancia feliz, pero con el pasar de los años no encontró nada que se comparara con esa felicidad. Se sentía tan dichoso en donde había crecido y de las personas que estaban a su alrededor que jamás imaginó salir de aquel pueblo, por lo que jamás olvidó cuando sus padres le hicieron coger un coche para llevarlo al liceo en la ciudad. Este fue el final de su felicidad.
Tras viajar por diferentes países y nutrirse de grandes lecturas, llega a la conclusión de que aquel campesino rumano de su juventud era quien estaba en lo correcto. Ese campesino escéptico, que pensaba que el hombre estaba perdido, que no había nada que hacer, que se sentía aplastado por la historia. Esa cosmovisión era la actual concepción de Cioran, era su filosofía de la historia. Expresaba que realmente toda su formación intelectual no le ha servido de nada. Ya desde esos tiempos venía acompañado del nihilismo que lo caracterizaría en cada uno de sus escritos.
En carta a Savater explica que nunca se consideró un filósofo, a pesar de que en su juventud, como estudiante, no hacía más que leer filosofía, y en ese entonces mantenía una desmedida inclinación por ella. Luego de todas sus experiencias, de su perturbador y agitado recorrido por este mundo, protagoniza una lucha contra esos sistemas, contra ese dogmatismo que tanta desesperación le causaba.
Para Cioran, había una gran necesidad de ampliar la noción de filosofía, por ello, le confesó a Savater (1980, pág. 12) que:
Filósofo es, el primero que llegue roido por interrogaciones esenciales y contento de estar atormentado por una lacra tan notable.
Ese cúmulo de incertidumbres que atormentaban cada vez más sus pensamientos le hicieron confesar que quizás sí, un hombre como él podía llamársele en cierto punto filósofo “en la medida que, a favor de mis achaques, me he atareado en avanzar siempre hacia un más alto grado de inseguridad» (Savater, 1980, pág. 12). Cioran no abogó por convertirse en un filósofo ilustre, connotado y admirado por sus contemporáneos, mas sin embargo creó un paradigma muy elevado de lo que es una vida intelectual llevada para sí mismo como una vida sin más, dando riendas sueltas a todo ese apetito de sensaciones y obsesiones que hacían que sus días avanzaran sin decoro.
Este filósofo no fundó ningún sistema filosófico, sino que se basó en una literatura autobiográfica que se sostiene por la belleza de su estilo, la sinceridad y transparencia en sus palabras. Encontraba en la literatura un refugio al desprecio que le provocaba vivir, fue un medio para continuar su viaje y un alivio a la desesperación que lo mantenía firme en esta vida. Escribir para Cioran era revivir cada sentir de su existencia, era parte de su historia. Plasmar sus pesares, sus inconformidades, y sentirlo además exterior; eso lo hacía sentirse liberado y un poco más conforme.
“Les aconsejo que hagan el ejercicio siguiente: cuando odien a alguien y sientan ganas de liquidarle, cojan un trozo de papel y escriban que Fulano es un puerco, un bandido, un crápula, un monstruo. En seguida advertirán que ya le odian menos. Es precisamente lo mismo que yo he hecho respecto a mí mismo. He escrito para injuriar a la vida y para injuriarme. ¿Resultado? Me he soportado mejor y he soportado mejor la vida”.
(Cioran, 1996, p. 10)
Los escritos de Cioran siempre surgieron de sus malestares, por eso siempre llegaron al lector. Su idea siempre fue transmitir sus inconformidades, logrando poner todo en cuestión, pero no en torno al lector sino para sí mismo, era una forma de sentirse liberado, de disminuir sus tensiones.
Cioran no escribió para un público, lo hacía para él, las consecuencias que provocara en los demás le eran ajenas.
«¿Para qué van a servir los libros? ¿Para aprender? Eso no tiene ningún interés, para eso no hay más que ir a clase. No, yo creo que un libro debe ser realmente una herida, debe trastornar la vida del lector de un modo u otro. Mi idea al escribir un libro es despertar a alguien, azotarle. Puesto que los libros que he escrito han surgido de mis malestares, por no decir de mis sufrimientos, es preciso que en cierto modo transmitan esto mismo al lector. No, no me gustan los libros que se leen como quien lee el periódico, un libro debe conmoverlo todo, ponerlo todo en cuestión. ¿Para qué? Bueno, no me preocupa demasiado la utilidad de lo que escribo, porque no pienso realmente nunca en el lector; escribo para mí, para librarme de mis obsesiones, de mis tensiones, nada más».
(Cioran, 1996, p.12)
Escribía todo lo que en algún momento sentimos y no somos capaces de decir o darnos cuenta, lo que todos callamos era lo que Cioran dejaba en esas hojas durante años. Luego de escribirlos reflexionaba acerca de su función, exclamando de que eran algo así como una herida.
En una entrevista concedida al filósofo Gabriel Liiceanu en 1983, situó el origen de su pesimismo en el paso a la adolescencia. La clave fueron sus insomnios: «He comenzado a ser “yo” gracias al insomnio, a esa catástrofe a la que le debo todo y que ha marcado tan profundamente mi juventud. Si he percibido ciertas cosas en este mundo, es porque tuve la suerte de no poder dormir… (Cioran, 1996, p.11)». Siguiendo esta idea expresaba también que: “Llegaba a pasar semanas sin pegar ojo. Me di cuenta de que la vida es soportable gracias al sueño; cada mañana, tras una interrupción, comienza una nueva aventura. El insomnio, sin embargo, suprime la inconsciencia, obliga a 24 horas diarias de lucidez. (…) La vida sólo es posible si hay olvido» (Liiceanu, 2014, p. 33).
Su vida estaba dominada por la experiencia del tedio, haciendo referencia a su constante hastío, que consiste en que todo, hasta lo que puede ser el mayor placer que te haga sentir un gozo casi inexplicable, todo, se vacía de contenido y de sentido, es solo ese momento de vértigo que no te permite alcanzar un estado de felicidad.
“El vacío está en uno y fuera de uno. Todo el Universo queda aquejado de nulidad. Ya nada resulta interesante, nada merece que se apegue uno a ello. El hastío es un vértigo, pero un vértigo tranquilo, monótono; es la revelación de la insignificancia universal, es la certidumbre llevada hasta el estupor o hasta la suprema clarividencia de que no se puede, de que no se debe hacer nada en este mundo ni en el otro, que no existe ningún mundo que pueda convenirnos y satisfacernos. A causa de esta experiencia —no constante, sino recurrente, pues el hastío viene por acceso, pero dura mucho más que una fiebre— no he podido hacer nada serio en la vida. A decir verdad, he vivido intensamente, pero sin poder integrarme en la existencia. Mi marginalidad no es accidental, sino esencial” (Liiceanu, 2014, p. 33).
En su ensayo doctoral, Fernando Savater hace alusión al hastío que sentía Cioran, considerándolo un preventivo eficaz contra el sistema, catalogándolo como la discontinuidad, el cansancio de todo razonamiento sostenido, fundado, la obsesión pulverizada, el horror al sistema, el horror a la insistencia, a la duración de una idea, comparándolo como aún más eficaz con respecto a las ideas de Nietzsche, quien sospechaba en el gusto por lo sistemático, una falta de honradez y aspiraba a contrarrestarlo con la fidelidad a la pujanza siempre dispersa de la propia fuerza (Savater, 1980, p.21).
Y es que Cioran estaba en contra de lo sistemático, sus ideas no mantenían una estructuración concisa, eran solo un cúmulo de pensamientos puestos y reflejados sin intención de un sacrificio de organización, de mantener una estricta conjetura en sus apreciaciones.
Consecuentemente con lo antes expuesto, a través de sus palabras le afirmaba a Savater:
“Me destruyo a mí mismo y así lo quiero; mientras tanto, en ese clima de asma que crean las convicciones, en un mundo de oprimidos, yo respiro; respiro a mi manera. ¿Quién sabe? Quizá un día conozca usted el placer de apuntar a una idea, disparar contra ella, verla yacente y después volver a empezar ese ejercicio con otra, con todas; este deseo de inclinarse sobre un ser, de desviarle de sus antiguos apetitos, de sus antiguos vicios, para imponerle otros nuevos, más nocivos, a fin de que perezca a causa de ellos, encarnizarse contra una época o contra una civilización, precipitarse sobre el tiempo y martirizar sus instantes; volverse después contra uno mismo, torturar vuestros recuerdos, y vuestras ambiciones y, corroyendo vuestro propio aliento, tornar pestilente el aire para asfixiarse mejor…; un día quizá conozca usted esta forma de libertad, esta forma de respiración que libera de sí mismo y de todo. Entonces podrá usted dedicarse a cualquier cosa sin adherirse a ello» (Savater, 1980, p.26).
En muchas ocasiones le fueron otorgados varios reconocimientos los cuales rechazó. Hay que tener en cuenta que su objetivo no era escribir un libro y ser reconocido por sus hazañas, sino que solo escribía para desarrollar sus distintas obsesiones.
Emil Cioran logra hacer de su literatura una filosofía del pesimismo. Concedió muy pocas entrevistas, prefirió hablar con su obra y ser coherente con ella. Será recordado por su nihilismo tan radical, solo por el hecho de que siempre habrá alguien que piense como él. Alguien que se identifique con cada una de sus obsesiones y sea capaz de releer y exaltar su figura.
Bibliografía
Cioran, E.M: Conversaciones, Editorial Tusquets, España,1996.
Cioran, E.M: En las Cimas de la desesperación, Editorial de I’Herne, España,1990.
Cioran, E.M: La Caída en el Tiempo, Editorial Gallimard, España,1966.
Liiceanu, Gabriel: M. Cioran Itinerarios de una vida, Ediciones del Subsuelo, España, 2014.
Savater, Fernando: Ensayo sobre Cioran, Editorial S.L.U. Espasa libros, España,1992.