El tema de nuestro tiempo

En una sociedad en la que nada se concibe fuera de la circunstancia, el pathos generalizado es la singular travesía por los mares de la desorientación
diciembre 3, 2022
Hombre que camina dentro de un laberinto
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En la interconexión de asuntos capitales con un claro denominador común, se sintetiza el tema de nuestro tiempo. La lectura juiciosa de dichos asuntos, viene a ser parte significativa del compromiso de antaño de la propia filosofía para servir de termómetro y explicación de una época. Sin embargo, el lector perspicaz de la época actual debe ser capaz de percatarse que la pretensión del autor no es otra que ponerlo en contexto, situarlo en su propia circunstancia: «es necesario entrar a los vericuetos de este nuestro tiempo (tiempo del no tiempo).

¿Quiénes tendrán el valor (no de arrojarse porque en el abismo ya estamos) sino de sacudirse la máscara, la última máscara, el último hombre?»[1]. Una idea fundamental sale al paso con una imagen defectuosa para esclarecer: se habla de sujeto cognitivo (se insinúa su muerte), se habla del ser en tanto que actor social y de cuanta clasificación se pretenda, es ese el tema de nuestro tiempo: «el viejo dilema disfrazado, la misma serpiente que se muerde la cola y no se da cuenta mientras cree encontrar una nueva piel o los bordes del universo con un súper telescopio»[2]

Como el propio Ortega distingue, no es difícil el acceso a los cimientos de una teoría conspirativa, y más aun con los nuevos derroteros de la teoría política, en que «toda una temporalidad colectivasufre una modificación tangible»[3].Sin embargo, no se asiste bajo ningún contexto al mapeo geopolítico y social de España ni Europa en trato exclusivo, sino que, por razones más profundas, se atiende a un enfoque de corte holístico y universal que pretende particularizar el momento histórico. La primera de las perspectivas remite a un plano secuencial de una película inconclusa por demás y que apenas puede limitarse al espacio temporal de la segunda mitad del siglo XIX por sus dimensiones, con Zizek a la cabeza de los análisis sobre utopías socialistas, Daniel Innerarity advirtiendo acerca de la sociedad del desconocimiento, la pandemia del COVID reavivándose entre traspiés y paralelismos, la guerra en Ucrania, el ascenso de la derecha y los vaivenes de las democracias. Para nada es la sociedad del espectáculo de Guy Debord, es el espectáculo construyendo la noción de sociedad.

Trazando un contorno inmediato, el analista de la filosofía se enfrenta de forma primitiva a un conjunto de fenómenos, subjetividades y cosas, con el arraigo de experiencias herederas de los cánones postmodernos, y con la ingenua convicción de poder dinamizar una solución al problema que cada uno representa. No obstante, «todo el pasado de meditaciones humanas, senderos innumerables de exploraciones previas, huellas de rutas ensayadas»[4] conduce a pensar en la posibilidad de mostrar la contemporaneidad como una totalidad, sin perder de vista las especificidades de cada uno de sus fenómenos por distantes y dispares que parezcan. El pensamiento de una época, llámese a esta moderna, postmoderna e incluso transmoderna se ha visto envuelto, en un halo de tendencias estéticas y morales con consecuencias y especificaciones tan abruptas, que conllevan a desarrollar una reflexión sin precedentes. En efecto, se trata del ethos actual, esta contingencia de lo real es el tema de nuestro tiempo, un acercamiento histórico a la lógica de construcción/deconstrucción de un nuevo sujeto.

Ortega lo llama variaciones del espíritu humano, sin embargo ¿cómo insertar dentro de este subconjunto un tópico tan delicado como el ascenso en el mundo de las inteligencias artificiales; o el accionar para nada futurista de Tesla y Space X? Tomados en su conjunto, estos principios evolutivos derivados de la ciencia no son más que transformaciones tecnológicas que atentan contra la noción de sujeto. Es la sustitución del cuerpo por el desarrollo tecnológico de lo biomecánico y el ciborg, del conocimiento por la información instantánea, es la sustitución de normas y la aniquilación de la personalidad social inversamente proporcional al ascenso de la identidad virtual.

En ese caso, el tema de nuestro tiempo también conlleva en sus esencias, una estela de compromiso con el presente y el futuro que la sociedad de la informatización pueda concebir, pero sin una marcada tendencia a un profetizar permanentemente. Aun así, su enunciación se debate entre contradicciones internas y teorizaciones de carácter absoluto que tienden a generar cierta ambigüedad en su correcta apropiación:

«Y no se ha probado plenamente que una idea es errónea mientras no se tiene la otra idea clara y positiva con que vamos a sustituirla. Nosotros, naturalmente, no la teníamos. Pero esto es lo extraño: teníamos perfectamente claro, inequívoco… el hueco de la nueva idea, su dintorno, como en el mosaico la pieza que falta se hace presente por su ausencia»[5].

Y en el bagaje cultural de nuestro tiempo, es la distinción de la política uno de los supuestos operantes que, en su metamorfosis periódica, coadyuva a legitimar el proceso dual de construcción/deconstrucción del sujeto.

En líneas directas y desde actividades primarias, se ha hecho patente y notorio el sentido de su existencia, supeditando todos los procesos e instancias sociales a niveles secundarios. Si en el pasado más reciente la política ejercía como expresión protagónica a medio entrever, en los diseños actuales ha conquistado la condición de sujeto histórico: en torno a la praxis política, gravita el mundo.

La velocidad, el intercambio y las circulaciones del acontecimiento político, dada su inmediatez, comparten el emplazamiento de una fuerza práctica que no necesita del ámbito teórico, que se encuentra lejos del alcance del discurso político. El tema de nuestro tiempo recicla desde un principio de universalidad, aquella idea moderna del marxismo clásico respecto a la base y la superestructura; respecto al nuevo reparto del mundo (por el G8, el G20 y los países BRICS) o meramente no agota y consiente que persista la idea del mundo bipolar.

El tema de nuestro tiempo no inmoviliza sentimientos, sino que los acrecienta, y en nombre de las ideologías, autoriza a violentar símbolos que identificaban el poder colonial, comprar votos o inclusive asaltar el Capitolio (cualquiera que sea), en nombre del ideal republicano. El tema de nuestro tiempo arremete también contra formas culturales milenarias: es un hiyab sin dueña o una voz femenina censurada por la muerte. Pero en particular el tema de este, nuestro tiempo, busca inmortalizar y recibir con beneplácito desde la inestabilidad que genera la política, los caracteres negativos y deshumanizantes del fenómeno de la inmigración.      

Pero en particular el tema de este, nuestro tiempo, busca inmortalizar y recibir con beneplácito desde la inestabilidad que genera la política, los caracteres negativos y deshumanizantes del fenómeno de la inmigración.

El tema de nuestro tiempo es también la angustia que genera el no sabernos aquí, el practicar la no aceptación de nuestro tiempo, amén de que el sujeto contemporáneo posea una apropiación parcial de la realidad. De ahí se deriva que la necesidad del sujeto contemporáneo de perpetuarse en la historia conciba a la ontología superflua, la fenomenología una metáfora y a la hermenéutica una falacia porque el sujeto no está preparado para dejarse ir. El tema de nuestro tiempo es también la resistencia al olvido desde su propia resiliencia.

Y no se trata de romantizar el acontecimiento, sino de ponerlo en perspectiva y hacernos con la circunstancia orteguiana: por eso hay que escarbar, puesto que siempre quedan restos de un viaje que desconocíamos. Aún en estas condiciones y prescritos algunos desenlaces, nuestro tiempo asiste a una especie de racionalización patológica del yo. A este respecto, por paradójico que parezca, la constante búsqueda de reafirmación social está abocando por la desnaturalización del proceso y la pérdida de la otredad dado que «en efecto, cada generación representa una cierta altitud vital, desde la cual se siente la existencia de una manera determinada»[6]. Se cierne sobre ello el imperativo de una supresión de la subjetividad en las formas más simples y desde todos los frentes posibles.

En una sociedad en la que nada se concibe fuera de la circunstancia, el pathos generalizado es la singular travesía por los mares de la desorientación.

Mas con todo el ambiente lleno de pulsaciones, nuevas formas de existencia y nuevos procedimientos, el tema de nuestro tiempo se convierte en un compendio respecto a la identidad contemporánea difícil de teorizar, donde la instauración espontánea de nuevos sistemas de comprensión, parece ser la única vía de esclarecimiento a los grandes ritmos históricos actuales:

«Necesitamos reexaminar no sólo el tiempo, la historia y el desarrollo del sujeto, sus múltiples genealogías dentro de la historia de la filosofía moderna y su reinterpretación y reinscripción activas, sino también su lugar y movimiento geográfico, como cuerpo en el espacio y en movimiento a través de márgenes y de fronteras, en los límites de la cultura»[7].

Esta cuestión «provoca el entusiasmo de una utopía que se cree alcanzada y, a la vez es discutida como signo de decadencia»[8]. Y no es de extrañar que inclusive el grueso de los paradigmas universales tienda a un hundimiento permanente. En una sociedad en la que nada se concibe fuera de la circunstancia, el pathos generalizado es la singular travesía por los mares de la desorientación.


Notas

[1] Rojas Capote, Yosnier: Reflexiones desde el estadío místico

[2] Ídem.

[3] Fredric, Jameson: Una modernidad singular: ensayo sobre la ontología del presente, Editorial Gedisa, Barcelona, 2004, pág26.

[4] Ortega y Gasset, José: El tema de nuestro tiempo, pág.35

[5] Ídem.pág.21.

[6] Ídem. pág.37.

[7] De Alba, Alicia y Peters, Michael A: Sujetos en proceso, Universidad Nacional Autónoma de México,2017, Pág.20.

[8] Innerarity, Daniel: Dialéctica de la modernidad, Ediciones RIALP, Madrid, pág. 73.

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