El sujeto como concepto filosófico, acarrea una suerte de maldición que oscila entre la indefinición y la sarcástica noticia de tratarse de un ente en constante construcción. Sin embargo, pese a esta ambigüedad, la modernidad viabilizó al sujeto el entrar en contacto con el objeto y enfrentarse a él con la excusa de aprehender la realidad; no sin antes estudiarse a sí mismo con la esperanza de encontrar en su propia subjetividad, las herramientas para explicar lo interno y lo externo: “Se trata de la emergencia a plena luz de los elementos antes disimulados por las convenciones que hacen surgir la ilusión de profundidad (…) es tanto una tarea de develamiento como de autoconocimiento”.[1]
Aun así, el sujeto asiste a un proceso extraordinariamente importante, amén de su identificación o no como individuo concreto y empírico: el sujeto está inscrito en la totalidad social que genera la historia. Y esta conclusión pone sobre la mesa un tema de interés respecto al conjunto de prácticas significantes tales como la cultura y el lenguaje, que ubican al sujeto como agente productor y receptor de sentido, argumento heredado de la tradición estructuralista. La historia y su periodización tradicional desde lo moderno y lo postmoderno han provocado una especie de desplazamiento, dicho de otro modo, han precipitado la aparición de un nuevo tipo de entidad: el sujeto científico.
Este desplazamiento/frontera es resultado directo de una modificación en las expresiones simbólicas, es consecuencia directa de la destrucción de la razón teorética y de la vulgarización de la razón práctica. El sujeto burgués moderno deja de reconocerse como inscrito en un presente cualquiera, como partícipe de una contemporaneidad y se produce un proceso de ruptura que reconfigura su pertenencia al mundo específicamente desde la ciencia como paradigma de la verdad y el sistema de relaciones aparejado a ella: el método experimental (mal llamado científico), las leyes, categorías, conceptos, algoritmos, la tecnología, la técnica, el aparato digital. El sujeto contemporáneo se ha convertido a la nueva religión de culto: la ciencia. El sujeto del presente es la expresión más sencilla y compleja de la dinámica societal-tecnológica.
Se trata pues de un proceso de seducción del sujeto contemporáneo por los cantos de sirena del sujeto científico. Es una práctica de subversión donde el sujeto contemporáneo reproduce el slogan de lo científico como sinónimo de desarrollo plausible. Nos enfrentamos así a dos pares categoriales que definen un situacionismo epistemológico, estamos en presencia de una confrontación ideológica de grandes proporciones que apunta a transformar radicalmente las estructuras sociales. Los enfoques actuales apuntan a la influencia directa de la aparición de la Internet y la Cuarta Revolución Industrial, sin embargo, se trata de una revolución cognitiva, una reinvención de los modos de conocer.
La figura que mejor representa al sujeto contemporáneo es la metafísica, y la que mejor encarna al sujeto científico es la tecnología. Ser un agente humano, en el período histórico que apresuradamente podemos llamar transmodernidad, se debate entre configuraciones de naturaleza especulativa y digital.
La Academia como contexto referencial da buena cuenta de ello. La inmediatez del dato ha suplantado el lugar del examen sobrio y minucioso. El investigador ya no es archivista ni cartógrafo de la cultura, sino que en la época actual es un simple recopilador/organizador de información. Los usos, des(usos) y alcance de la ciencia han monopolizado la investigación, y la adopción de tópicos solo confluyen al interés del demos si atraviesan el tamiz del movimiento tecnológico: «letra muerta es hoy la filosofía más que ayer, herramienta del pensar sin cabida en el mundo hegemónico del dígito». Efectivo alcance y plena vigencia tiene la afirmación anterior, si se tiene en cuenta la metamorfosis que han sufrido desde la contra versión postmodernista las nociones de saber, episteme, lenguaje, y como incluso el enfoque práctico de una acción, investigación, proyecto para su puesta en escena necesita de una validación científica como criterio de reconocimiento colectivo. ¡Pero la ciencia no es del todo diabólica! Y no es menos cierto, la ciencia no ha devenido un villano fecundado por la modernidad, sin embargo, su uso irracional, el alcance de sus consecuencias y posibilidades, sí.
La experiencia que el sujeto mismo de la teoría pudiera tener de este funcionamiento, se transcribe en una invasión, y un recambio en su práctica significante que ofrece el testimonio de un desdén por lo ontológico. ¿Qué sujeto puede enunciarse si se ha eclipsado en el universo de lo binario, si ha trasferido su identidad real y efectiva a una red social o si su producción de sentido es sutilmente configurada desde la manipulación de la postverdad? La tríada indisoluble de filosofía del lenguaje-fenomenología-hermenéutica, así como la sociología y la historia, comienzan a enfrentarse al acontecimiento de la colonización epistémica de un nuevo estado del arte. Las raíces genéricas, el sistema gnoseológico encargado de explicar la construcción del sujeto han sido disueltas. Y este proceso de conversión es una operación constante, es una multiplicidad que habita todos y cada uno de los espacios culturales. Y sin lugar a dudas es esta precisamente la visión contemporánea que ni la modernidad, ni su intento de crítica restitutiva postmoderna han podido solucionar: la sociedad pasa de la cultura al simulacro (a lo aparente, gris y superficial) y del simulacro al espacio digital (a la canonización del dato, la estetización de lo informativo, al consumo del no significado).
No va ganando afiliados incondicionales cada día el sujeto científico para borrar de una vez y por todas, cualquier rastro de metafísica y preocupación por el ser; todo lo contrario. Existen unos códigos intrínsecos al sujeto/hombre que posibilitan que ese proceso se de forma normativa y natural. Cartas en el asunto ha tomado cierta corriente anglosajona de filosofía analítica que rescata aquella máxima positivista de un conocimiento veraz, efímero y utilitarista de corte científico. La ciencia presenta como forma simbólica al fin, una estructura y un sistema de perfeccionamiento que la hacen replegarse en caso de amenaza y expandirse en cualquier contexto o circunstancia, como bien apunta Ernesto Laclau «hasta convertirse en el nuevo horizonte de nuestra experiencia cultural, filosófica y política». Y claro está, marxistamente hablando, condicionante cardinal resulta la Formación Económica Social en que se proyecte.
La ciencia se ha presentado desde la categoría de necesidad, desde la narrativa de un sistema de relaciones necesarios para encauzar el desarrollo y la pulsión de la historia; la ciencia se ha convertido para la sociedad actual en la voluntad de Schopenhauer. Por tanto, evidencias sobran para constatar que el metarrelato metafísico/ontológico se encuentre en su ocaso, y con él están condenados el sujeto histórico y la imaginación simbólica. Bajo la egida de las IA, el ciborg, y la noción tradicional del hombre de laboratorio, el sujeto científico ha logrado legitimarse como patrón de comportamiento moral, estético, político, epistémico, y como es de esperar simbólico-cultural. Aparece entonces como el cliché fantasmagórico del pasado, la problemática sobre si cuestionar o no la categoría clásica de sujeto atendiendo a una necesidad de los tiempos que corren; o si dejar que la historia se encargue de restituir su lugar como centro reflexivo; en cualquiera de los dos casos, la ciencia va a estar ahí cumpliendo fantasías, potenciando el consumo y dejando entrever que ella no es más que aquel lugar contemporáneo donde confluyen subjetividad, tiempo, modos de hacer, capitalismo y esquizofrenia; y que el sujeto científico en sí, es una invención reciente y metafísica del lenguaje.
[1] Karczmarczyk, Pedro: El sujeto en cuestión, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Universidad Nacional de La Plata,2014, Pág.7.