Las cosas son las maestras del hombre.
José Ortega y Gasset, Origen y epílogo de la Filosofía
Uno de los rasgos principales por los que se reconoce a un profesor de Filosofía, sobre todo en España -ignoro si se debe a la formación tomista de los más mayores de ellos-, es por su inveterada afición a explicar las grandes doctrinas del pasado mediante ejemplos tomados de las “cosas” humildes encontradas más a mano en un aula docente.
Así, las filosofías de la antigüedad se tornan perfectamente evidentes cuando son aplicadas a mesas, tizas o pizarras. ¿O no será al revés, y “mesa”, “tiza”, y “pizarra” son los genuinos paradigmas ideales en los que se inspiró Platón, que también daba clases? ¿sería capaz Aristóteles de argumentar su teoría de las formas substanciales cuando paseaba con sus pupilos por los alrededores del Liceo, o éstos debían transportar consigo para auxiliar al maestro una pizarra, una tiza y, naturalmente, una mesa?
Y cuando se trata de Marx o Hegel -la Geistphilosophie-, nada mejor que referirse al atuendo de la concurrencia, o a la relación dialéctica amo/esclavo que representa la gran tarima del profesor frente a los pobres pupitres del alumnado. ¿Y qué hacer si nuestra escuela favorita es, un suponer, el pragmatismo? Entonces se convierte en protagonista el hecho mismo de que estemos todos en esta aula concreta, las razones individuales y sociales que nos han movido a congregarnos y los sacrificios de posibilidad que ha hecho cada uno para tomar esta determinada decisión, etc. Ortega y Gasset, por lo menos, y para variar, exponía su (“su” es un decir: la había leído en Nietzsche, y éste en Leibniz) doctrina del perspectivismo con una célebre manzana que se tomaba la molestia de traerse al aula o al teatro -o, cuando menos, de un árbol del jardín del campus: los árboles dan también para mucho.
Pues bien, hay un puñado de señores muy serios, franceses y de otras nacionalidades, que parecen haberse tomado esa costumbre didáctica más bien facilista en su literalidad y elevarla a corriente o movimiento filosófico desde 2007.
Afirman que la posmodernidad del último cuarto del siglo XX ha consistido en el triunfo del textualismo y el constructivismo, es decir, de aquellas filosofías que entendían que no hay realidad, sino tan sólo un tejido de significados puestos por el puro signo -Derrida- o por actos sociales de poder/saber –Foucault, etc. Como esto es manifiestamente una locura, estos nuevos pensadores, en vez de preguntarse a sí mismos si no estarán equivocados en la exégesis de su inmediato pasado, pasan a dar por buena esa evaluación y diagnóstico para mejor criticarlo y fundar una nueva escuela de pensamiento. Se hacen llamar, entonces, “realistas especulativos” porque interpretan que las pobres mesas, tizas y pizarras han sido transformadas en polvo de irrealidad por los sucios y perversos posmodernos y que lo que hay que hacer ahora es rescatarlas de una especie de Wáter de Nulidad y devolverles su estatus ontológico.
En esa batalla, surcada de mil pequeñas polémicas, llevan desde entonces hasta ahora, y mi opinión, que es lo que quisiera dar aquí en unas pocas líneas, es que resulta fácil refutar al maniqueo tonto, pero a costa de que lo que te salga después sea tonto también. Porque… cómo diablos va a dudar realmente nadie de la presencia de la realidad más allá de la conciencia humana, subjetiva o trascendental (volveré muy poco sobre eso).
¿Quién puede ser tan necio que piense de verdad que si abandono la manzana de Ortega en la mesa del típico profesor de Filosofía ataviado de pana no me la voy a encontrar dos semanas después maravillosamente putrefacta, sin que en ello haya tenido que ver nada la presencia de mi conciencia ante el objeto? ¿O quién puede ser tan iluso, tan distorsionadamente oriental, que dude de que cuando un árbol cae -ya digo que lo de los árboles es también muy socorrido; los árboles, esos venerables abuelos de la Tierra…- y nadie esté cerca, ni una pequeña ardilla, ni una miserable lombriz, ni un ratón, para oír la caída, el sonido se produce de todos modos, manifiestamente?
Bueno, pues sí, ha habido filósofos muy ilustres que han sido tan necios, ilusos y orientaloides como para instilar memeces así en sus lectores, pero no muchos ni los mejores. George Berkeley sobre todo, pero con fines beatamente religiosos. Arthur Schopenhauer, después, llevando a Kant allí donde el prusiano jamás hubiera querido ir (Kant había escrito contra Berkeley explícitamente en Crítica de la Razón Pura, y contra Fichte en su correspondencia personal). Y, tal vez, Ernst Mach entrando ya en el s. XX, y creyendo con ello recuperar el espíritu de David Hume. Fuera de estos tres, máximos exponentes de hacer de la filosofía una pieza de ocultismo de opereta, aunque sin duda con gran genialidad conceptual, no se me ocurre nadie realmente relevante que nos diese gato por liebre y Representación por Realidad.
Platón no, Platón se daba perfecta cuenta, a mi parecer, de que el mundo del devenir no sería tan ilusorio si pudiera ser reglamentado por las disciplina de las Ideas, y Aristóteles no digamos, Aristóteles dio forma a la concepción filosófica de la sustancia que estos filósofos actuales reivindican, aunque él de una manera mucho más matizada (puesto que, de nuevo a mi modo de ver, Aristóteles sabía perfectamente que ousía es una categoría del lenguaje, es decir, algo que está entre la realidad y el pensamiento y por tanto que es en cierto modo Trascendental en el sentido de Kant). Pero en la escolástica cristiana, e incluso antes, en la Alta Edad Media, esas aportaciones de Aristóteles se reificaron, de modo que ya teníamos “cosas” en el sentido que las entendemos hoy, como cuerpos físicos receptores de propiedades y enunciables mediante atributos.
A eso se agarra la escuela del Realismo Especulativo, queriendo convencernos de algo tan normal como de que las tales cosas están ahí antes de que ninguna conciencia las perciba, más aún: que la propia conciencia humana es una cosa entre las cosas, asuntos todos ellos de los que nadie en su sano juicio dudaría. A Descartes se le acusa a menudo de no haber sido capaz de romper amarras con el tomismo de su juventud, pero lo cierto es que cuando dice “res cogitans” está corroborándonos que no está tan chalado como para creer en el solipsismo metódico propuesto previamente por él mismo.
De modo que creo que el problema está en otra parte, en concreto, en el malentendido acerca de la interpretación del Idealismo Alemán. Me explico. Como la filosofía desde Kant hasta Heidegger se dice en alemán y además se escribe en un estilo difícil y oscuro, la mitad de la población filosofante mundial se ha quedado con la versión fácil de que “idealismo” significa que el pensamiento crea la realidad, y por tanto que Hegel es el extravagante que habría dicho que todo es Espíritu en Movimiento regido por la Lógica Absoluta, y por consiguiente que no hay cosas, sino únicamente operaciones del Yo enredado consigo mismo. Ortega, por ejemplo, lo ve así, atribuyéndoselo a Descartes.
Los alegres muchachos del Realismo Especulativo creo que no han captado esto, y que van convirtiendo en problema algo que jamás lo fue.
Y, claro, es tal el desatino que se puede fundar un movimiento filosófico en el s. XXI que se difunda por Internet para cargarse minuciosamente semejante locura. De hecho, Hegel había escrito claramente que la pura percepción sin categoría es la nada, así que ya está, sin intelecto no hay cosa, Hegel fue el filósofo que intentó acabar con las mesas, las tizas y las pizarras de nuestros ejemplos docentes, el muy engreído. No parece importar nada que Kant hubiese hablado mil veces del noúmeno , que el mismo Hegel se refiriese al noúmeno kantiano como algo que debe ser fenomenizado, que Marx, en sus Manuscritos económico-filosóficos, aclarase más gráficamente lo que Hegel quiso decir, o que Heidegger dedicase medio Ser y tiempo al trato semiótico y utilitario del Dasein con las cosas, sin las cuales no es nada (Graham Harman, uno de los conjurados del Nuevo Realismo, se pasó diez años leyendo a Heidegger, hizo una tesis doctoral y todavía sigue hecho un lío). Pues no es tan complicado, si se me permite la inmodestia. Hegel jamás pensó que la realidad no existe, que la manzana no está ahí cuando no la miro, lo que dice es que la percepción desnuda de la manzana no es posible, que siempre está mediada por la proyección del sujeto. El ser humano, aunque es del todo cierto que es un animal y hasta una “cosa” más, consiste en aquella función de conocimiento que “pone” sobre las percepciones confusas juicios, valores, apreciaciones y funcionalidades sociales. No es lo mismo un jamón de bellota en la cultura musulmana que en la española, pese a los siglos de Al-Ándalus, eso lo sabe cualquiera. Lo que pasa es que luego Hegel añade a esta obviedad que el sujeto al conocer la manzana o el jamón se conoce también a sí mismo en un largo proceso en el que concurre la negatividad, pero eso ya es otra historia, nunca mejor dicho. Pero del Idealismo Absoluto de Berkeley, o del mundo reducido a representación totalizante y sin resquicio de la Voluntad de Schopenhauer, que daba clase en el aula de al lado de Hegel, nada de nada.
O sea, que es el significado eventual de las cosas lo que la Filosofía ha indagado, no la existencia o no de las “cosas mismas”, como las llamaba Husserl, que es otro que tal bailaba (también últimamente se está intentando hacer de Husserl un realista, con el partido que le sacó y aún le saca la Iglesia Católica…). Los alegres muchachos del Realismo Especulativo creo que no han captado esto, y que van convirtiendo en problema algo que jamás lo fue. Ellos hablan de la “crítica de la correlación”, que es la relación sujeto-objeto, y se preguntan si eran o no reales los dinosaurios antes de que hubiera humanos para olerlos, tocarlos, verlos o servirles de cena. A esto lo denominan, con una pedantería de la que luego acusan a sus predecesores posmodernos, el archi-fósil. El Idealismo Alemán no consiste, como dice Sartre –El ser y la nada-, en que no existe el Egipto antiguo, sino la Egiptología. El Idealismo Alemán, tan incomprendido hoy como seguido en su momento, consiste en señalar que hubo Egipto de los faraones, sin duda, pero su inteligibilidad no reside en las ruinas que nos pueda haber legado, sino que esa inteligibilidad es puesta por los egiptólogos en un proceso gradual de investigación. Y eso es todo señores: la “correlación” no es en absoluto necesaria si no aspiras a obtener el sentido, el significado verdadero de algo que estaba ya ahí antes de que posases tu interés en ello.
Un glaciar es un archifósil prehumano, pero si quieres saber cómo funciona un glaciar, qué es un glaciar, en qué condiciones se produce el glaciar, etc., no te va a servir de nada hacer un viaje al Perito Moreno a pasar frío. O sí te va a servir, pero si extraes muestras, realizas mediciones, preguntas a los lugareños y finalmente piensas sobre todo ello. Hegel es mucho más complejo que todo eso, pero no es ningún estúpido “acosmista”. Si no haces nada de lo dicho, si el sujeto científico no asume al glaciar como objeto (en alemán Gegenstand, lo que “está en frente del” sujeto o conciencia) de conocimiento y se pelea por tornar ese noúmeno fenómeno, es lo mismo que los defensores de las “cosas” lo llamen archifósil o Juana la Loca, ya que no sabrán nada cierto sobre él. Por eso la mejor divisa del Idealismo Alemán la aportó el Fausto de Goethe: Al principio fue la acción.
Todo ello para derrotar a una posmodernidad que jamás existió -eso sí que no existió-, en la que los teóricos habrían sustituido las mesas por textos de mesas, las tizas por la construcción social de las tizas o las pizarras por la Teoría de Género de las pizarras…
Como se ve, no es para tanto. Y, sin embargo, los del Realismo Especulativo se han pasado años enzarzados unos con otros por dictaminar si la “cosa en sí”, Die Frage nach dem Ding, por decirlo con Heidegger, es pasiva o activa, hipercosa o agregado, opaca o abierta, muerta o animista, oscura o matematizable, etc… Todo ello para derrotar a una posmodernidad que jamás existió -eso sí que no existió-, en la que los teóricos habrían sustituido las mesas por textos de mesas, las tizas por la construcción social de las tizas o las pizarras por la Teoría de Género de las pizarras… Derrotada esa posmodernidad fantasmagórica y de lo fantasmagórico, se veían dispuestos y preparados para fundar una post-post-modernidad flamante en la que la consideración por el ser estaría antes que la antropología, y la conciencia de la contingencia antes que los discursos legaliformes. Es decir: exactamente el programa de la posmodernidad real tal como lo entendía, por ejemplo, Gianni Vattimo leyendo a Nietzsche y Heidegger. Tiene guasa la cosa, por seguir hablando de cosas. Todo un sutil y poliédrico delirio a partir de una burda exégesis del pasado filosófico. También Bertrand Russell tiene un famoso artículo en el que se pregunta si una mesa es un conjunto de átomos perforados por enormes abismos de vacío o es un enser doméstico de almuerzo o estudio, como indican el Lebenswelt e Ikea a su manera. Pues es las dos cosas, señor, y muchas más, porque de lo que hablamos es del significado de una mesa de acuerdo con un determinado proyecto humano. De ahí que el que más medallas se haya colocado en la pechera de todo el Nuevo Realismo sea Markus Gabriel, al hablar de la pluralidad de los “campos de sentido”. Es tan mal lector del pasado como los demás, pero bueno… En sí, una mesa es un trozo de materia moldeado en una fábrica conforme con un esquema ingenieril realizado seguramente en una computadora que si la dejas ahí mil años retornará a la cruda naturaleza y le saldrán ramas, como aseguraría Aristóteles hace 2500 años. Con las tizas y las pizarras no me meto, que nos las han cambiado por rotuladores y punteros y “velledas” y superficies electrónicas de esas; así ya no tiene gracia, habrá que poner mejores ejemplos.
No obstante, uno siempre se puede poner místico de lo que le apetezca. Creo haber leído algo de Walter Benjamin en donde decía que las cosas se comunicaban entre ellas, y me gusta la idea. Voy más allá, incluso, y me parece que el sonido que continuamente hacen las sustancias es para expresarse a ellas mismas en su esencia. Un sonido metálico es el metal mismo, y connota su dureza y su lisura, por ejemplo. Pero no voy a meterme en esos jardines, que no deseo ser un Neo-nuevo-realista-especulativo, o no aquí y ahora, al menos.
El pluralismo ontológico es una gran opción, en efecto, y es también cierto que el planteamiento moderno de la filosofía ha sido ya hace mucho superado por las circunstancias, pero esa no es una alternativa pos-pos-moderna, lo cual es ridículo e ignorante, sino precisamente posmoderna sin más. Puesto que esta pléyade de autores aciertan en su diagnóstico de la modernidad, aunque de un modo algo simplista, sería absurdo sostener que la posmodernidad no es -nada de fue: es- nada más que la decadencia y deshilachamiento de la modernidad. El devenir de ese deshilachamiento es ya el marco mismo, la condición del pluralismo, y, como Markus Gabriel dice, de la multiculturalidad, de manera que difícilmente esta última podría ser una objeción contra la posmodernidad a favor de un nuevo paradigma.
Insisten mucho, estos señores, en que configuran un nuevo “paradigma”: me temo que tampoco tienen claro el concepto. Y, desde luego, orquestan la ceremonia de la confusión también, a mi juicio, pidiendo para la actualidad una “ciencia unificada”, que para colmo es la suya cuando esa suya es intrínsecamente diversa. Pero, hombres de Dios -Quentin Mellassoux lo es- ¡cómo diablos va a ser precisamente “unificada” si estamos hablando de pluralismo!… Está mejor pensado, en cambio, y a mi juicio, cuando pretenden constituir la koiné filosófica de nuestro tiempo, imitando lo que Vattimo decía en los ochenta de la Hermenéutica, porque la koiné es un espacio de diálogo y confrontación, una especie de nueva lengua común, y no un resultado preestablecido o devenido de tal confrontación como se entiende que es precisamente un paradigma. Por eso no tendría Markus Gabriel que hablar de multiculturalidad, sino de interculturalidad –a no ser que por pluralismo entienda multiplicidad: ese hombre tiene un gran lío en la cabeza, y sin embargo es prepotente.
En fin, creo, en plan prepotente yo también, que estos filósofos han exhumado algo importante, pero con medios pobres y confundiendo bastante los términos. Que los dioses, ya que no los libros, y en su calidad de seres interobjetivos, les sean propicios.
Resulta ofensivo el tratamiento dado a toda una escuela de Filosofía cuyos exponentes han sido doctorados en las mejores universidades del mundo. He solicitado a la revista el derecho a réplica.
Muy bien, excepto por el argumento de autoridad.
Personalmente, y más allá de la opinión que me merezca el realismo especulativo, me parece bastante triste, que un autor que se dedica a señalar los malentendidos y reducciones del pensamiento ajeno, caiga en el reduccionismo y los hombres de paja, de alguien que si tenemos que juzgar por las referencias aportadas en el artículo, no demuestra el conocimiento de la obra que critica, sino una pequeña colección de citas de otros autores que los interpretan. Si el realismo especulativo ( o el hombre de paja del mismo que se ha montado en su cabeza) le produce tanta urticaria como se deja entrever en su artículo, nos parece correctísimo, pero una crítica que no hace más que repetir los estereotipos más trillados, sin entrar en las raíces de lo dicho, aporta tan poco y es tan estéril, como el enésimo grito al cielo en contra del fantasma imaginario( e imaginado) de la posmodernidad. Y esto no ha de entenderse como la crítica interesada de un realista especulativo, que pretende salvar la cara de su escuela, sino de alguien mínimamente interesado que no está dispuesto a aceptar el sentar cátedra de nadie, sobre temas que viendo el contenido de la exposición no pasaban de un conocimiento superficial del mismo, pero estaría encantado de leer una crítica bien fundamentada y referenciada. Un saludo
Extraño, empezando por la categorización. De ellos, sólo Harman, uno de los más flojitos, defiende pertenecer a tal corriente. No se habla de Brassier, y el argumento de la correlación se expone pobremente. No se explica ni su origen -aunque se menciona que es con Berkeley-, o mucho menos sus variedades (en Iteración, Reiteración, Repetición, Meillassoux destila sus conceptos cardinales, de tal modo que esclarece algunas oscuridades de Después de la finitud, tratado del que no se hace mención) tampoco. Un artículo de opinión más, nada profundo que defiende tesis a la luz de un desconocimiento sobre las fuentes de una tendencia, o, si se quiere, un «giro», pero para nada una corriente.
Si Harman defiende pertenecer a tal corriente, parece obvio que la dicha “corriente” no me la he inventado yo. Sería como un chiste estupendo que leí de niño, donde el titular de un periódico sensacionalista ficticio proclamaba que no se había encontrado ni rastro de vida en Marte, y un astronauta muy convencido declaraba en subtítulo “¡hemos buscado hasta debajo de las mesas!” –por seguir con lo de las mesas… Al menos uno de los interesados se siente parte de un conjunto, de modo que algo de sensación de conjunto debe de haber, digo yo, aunque se trate de una foto de familia a la que los intérpretes/rémoras denominarán después “Generación del 27”, o algo semejante. Creo que es precisamente el argumento de la correlación lo que ha cegado a este autor o autores. Es perfectamente posible -como señalaba Pierre Aubenque en un texto del que en este momento tampoco poseo la referencia, pero que tengo en casa- concebir una suerte de Fenomenología que no presuponga la feroz inquisición de la Conciencia Trascendental dotando de sentido imperialmente al noema (Sinngebender Akt, creo que lo llamaba Husserl: “acto de dar sentido”, enteramente proyectado, por supuesto, por la noesis). Prueba de ello son el propio Aristóteles a un extremo de la historia de la Filosofía y el pensamiento de Heidegger en el extremo más cercano a nosotros. De modo que la llamada “correlación” no es constitutiva ni originaria de la actitud filosófica misma, sino más bien un discurso de legitimación que se hizo sitio en la reflexión europea con la muerte especulativa de Dios, digamos que allá por el s. XVII. Tal discurso consiste en decir que la actividad característica del sujeto no es ya abrirse a la esencia de la cosa, sea esta una manifestación recurrente de la Naturaleza o sea un Eidos de la Inteligencia Divina, sino que ahora es el Sujeto quien constituye el Objeto como tal Objeto (de conocimiento en Kant, de acción práctica unificada desde Fichte…) Así que, o yo me equivoco mucho -y pido disculpas por el pathos algo crispado de mi texto, pero también la diatriba es un género admitido y practicado por numerosos filósofos, y no entre los peores-, o sí que he logrado rozar cuanto poco la raíz del asunto. Venía a decir únicamente lo siguiente: estos señores, juntos o por separado, confunden el hecho de que la modernidad ha entendido el mundo como el resultado de la categorización del Sujeto Trascendental con el acosmismo de Berkeley o Mach, y eso, en efecto, es ciertamente ofensivo, pero en este caso para el honor intelectual de Kant o Hegel. Desde Kant, de modo consciente y magníficamente tematizado en sus críticas, hay Sujeto en tanto en cuanto pone, bajo ciertas condiciones inteligibles monológicas, ante sí al Objeto como referencia suya, al tiempo que hay Objeto sólo en tanto en cuanto que el Sujeto lo ha alienado de sí para convertirlo en algo perfectamente controlable por sus fines cognoscitivos y morales. La Naturaleza queda así plenamente recogida en el marco de las Leyes del Entendimiento, como dice literalmente Kant en más de un lugar y todos sabéis.
Pero eso no significa en absoluto, claro, que no subsista ahí una abigarrada urdimbre de sucesos a los que la razón trata de aportar inteligibilidad pero no puede. Lo que ocurre es que todo lo que el Ich Denke no alcanza lo llamamos noúmeno. Y lo nouménico es, -ahí quería yo llegar-, la cosa más normal y cotidiana del mundo. Yo, como cualquier animal vertebrado, muevo a voluntad los dedos de mi pié sin saber cómo logró hacerlo, y para eso no hay categorías puras que den cuenta satisfactoria de ello. Hegel, lo que añade a Kant, dando con ello un paso de gigante, es que el resto inmenso de lo nouménico que Kant se ha dejado fuera tanto del uso teórico de la razón como de su uso práctico ha de ser absorbido también por la Experiencia Histórica de la Conciencia, hasta un hipotético punto final en que hasta mi misterioso poder de poner en marcha los dedos de mis pies tenga un reflejo inteligible, es decir, sea ya “fenómeno” objetivado científica y socialmente. Tanto Kant como Hegel, por cierto, son perfectamente conscientes de que el movimiento de la Conciencia, del Yo pienso, no es el propio del yo empírico, que está en otro plano, aunque para Hegel termine por influir decisívamente en el Trascendental. Para el yo empírico, en efecto, no hay distancia entre el hombre y la cosa, por decirlo así. Como dice Heidegger en Sendas perdidas, yo escucho el sonido de un avión y sé que es un avión, no concurre en esta percepción inmediata mediación alguna. Sin embargo, la mediación es completamente necesaria a la hora de establecer un cuadro claro y perdurable del Saber, es decir, de aquello que podemos elevar a la dimensión de lo Universal y Necesario, sea en la Ciencia Natural o sea en el Derecho y la Historia. Allí sí que la Conciencia es de punta a cabo autoconsciente, y sabe por tanto que la operación de escindir y oponer el Objeto al Sujeto tiene mucho de artificial, puesto que postula el retorno simultáneo (en Kant, recogiendo velas, en Hegel) del Yo a sí mismo en el acto de incorporar a lo Otro, pero que sin ella no habría Filosofía ni Progreso Humano posible: así de fácil, así de honesto…
En mi opinión, todo lo dicho es demasiado grande como para cogerlo, analizarlo, jibarizarlo en la fórmula de “la correlación” y terminar por sentenciar que la filosofía del pasado se ha olvidado de las cosas. ¡For God´s sake, si hasta Heidegger le dedicó media obra a hablar de la cosidad de las cosas, con gran brillantez por cierto! (la charla con ese nombre de Conferencias y artículos, “La cosa”, da testimonio suficiente de ello, sino apetece volver a Ser y Tiempo). No soy yo, pues, quien aquí sienta cátedra. Y para ser un artículo de revista de tres o cuatro páginas de Word, encuentro a mi texto desmañado, sí, poco referenciado, sin duda, pido por ello perdón, pero tal vez también demasiado ambicioso para este efímero formato…
Sobre el citado texto de Aubenque me facilitan amablemente la referencia: Aubenque, P. (2001). LA ACTUALIDAD DE ARISTÓTELES. Daimon Revista Internacional de Filosofia, (22), 9–16. Recuperado a partir de https://revistas.um.es/daimon/article/view/11631/11211
Y sobre la post-modernidad bien entendida, se me disculpará la autocita: https://dialektika.org/2022/08/13/que-es-pues-posmodernidad/
Me parece muy interesante su respuesta, al igual que la interpretación que ofrece del idealismo, pero me sigue dando la impresión, corrijame si me equivoco, de que mucho contacto de primera con los textos de estos autores no ha tenido. Más que nada, porque al menos lo poco que he leido de Melillasoux tiene un acercamiento bastante más matizado y problematizado a aquello que llama la correlación del que está planteando aquí, al mismo tiempo que lejos de desechar la tradición sigue revisitando a muchos autores clásicos del idealismo alemán y posteriores y realiza un comentario y una revisitado crítico de los mismos. Por otro lado, lo que comenta del movimiento del realismo especulativo, a día de hoy y como nombre representativo, le ocurre una cosa similar a postmoderno, algo que muy poca gente utiliza para describirse a si misma; en este caso y a mi entender, el único que sigue reivindicando dicha etiqueta es Harman, con una ruptura explicita de Brassier y un mutismo generalizado del resto de exponentes. Una vez dicho todo esto, solo me queda agradecer su comentario y artículo, porque aunque no estuviese de acuerdo con el, no ha dejado de servir para poner en marcha la cabeza y reflexionar al respecto, que nunca es poco, muchas gracias
Pésimo artículo. Aunque es verdad que algunas interpretaciones sobre Derrida y Foucault son injustas (especialmente las de Maurizio Ferraris), realistas y materialistas especulativos también se basan en esos autores para la defensa de la realidad; defensa muy necesaria cuando en muchas academias aún se insiste con el correlacionismo. Al mencionar el «Nouméno» kantiano justo caes en lo que diagnostican Harman, Gabriel, Ferraris y otros: de un lado ubicas toda la realidad como tal, en un solo cúmulo amorfo e inaccesible por definición, y en otro lo fenonénico, accesible a la mente, que Meillassoux denominó correlacionismo.
Es cierto que prácticamente ningún filósofo, ni los posmodernos, «niega» la realidad como tal, pero una cosa es sus comentarios y otra lo que de hecho escriben y publican. Desde ahí hemos tenido mucha filosofía que solo estudia las apariencias y asume un núcleo de realidad inaccesible, o que de tajo niega la diferencia entre conocimiento y poder.
Me parece que antes de presumir tus amplios conocimientos de filosofía antigua, te convendría leer en serio a estos autores, aplicar el principio de caridad, y leer con quienes discuten. Markus Gabriel, en especial, hace un gran trabajo en Fields of Sense (Sentido y pensamiento en español) en cuanto a citar sus dialogantes. Tal vez te podrías convertir en dialogante también, mas que rantero de internet.
Gracias. Como se decía antes, no vamos a discutir tan sólo por un nombre…
Por cierto, hago la simple consulta en Google de las expresiones «Realismo especulativo» y «Ontología Orientada a Objetos» y resulta que sí, que se obtienen montones de entradas, para empezar en Wikipedia, y en la primeras que he abierto se da por hecho que forman parte de esa tendencia los nombres propios mencionados bajo la consigna de pensar las cosas como aisladas del sujeto kantiano, es decir, justamente lo que yo he criticado arriba. De modo que, por favor, sí alguien tiene algun reoaro más -y seguro que merezco cientos- que ataque el núcleo filosófico de mis objeciones y no se quede en la puerta valiéndose del recurso tan acreditado entere los políticos de negar de entrada la existencia misma del asunto a tratar.
En cuanto a Lucas (un tal Lucas, como Cortázar…), llama a la filosofia clásica alemana «filosofia antigua», y lo que es peor, se olvida de que el noumeno kantiano no sólo no es inaccesible, sino que desempeña un gran papel en la Crítica de la Razón Práctica. O sea, o no tenemos nada que hablar o tendríamos que hablar de todo…
«Reparo» y no «reoaro», «entre» y no «entere»: estaba escribiendo en el móvil…
Más acerca del comentario de Lucas, ahora que tengo la oportunidad de leerlo con calma. Tu frase «Desde ahí hemos tenido mucha filosofía que solo estudia las apariencias y asume un núcleo de realidad inaccesible, o que de tajo niega la diferencia entre conocimiento y poder»…. Confieso que la primera parte se me escapa, ya que no se me ocurre nadie, pero nadie en absoluto, que asuma un magma de realidad inaccesible y que propugne estudiar las apariencias, si acaso la filosofía oriental del Velo de Maya y todo aquello. ¿Pero aquí, en Occidente? Incluso Nietzsche, para el que el en sí no contiene orden, ni necesidad ni belleza, sino juegos de fuerzas, insiste en que cuando caen las esencias caen con ellas también las apariencias (en Cómo el mundo se convirtió en fábula, o algo así), y también en que los sentidos jamás engañan (en Crepúculo de los ídolos, como lo anterior, si no recuerdo mal), seguramente en el espíritu muy estoico de que lo que lo erróneo es más bien el juicio realizado sobre lo percibido. De manera que no sé realmente quienes puedan representar esa «mucha filosofía»… ¿Hume quizá? ¿Los positivistas?
Respecto al conocimiento y el poder, yo niego esa relación tan morbosamente foucaultiana para todos los casos, y me acogería más bien al Principio de Hanson, que reza que entre lo que no es posible distinguir es entre enunciados de conocimiento y enunciados valorativos.
¿No habría algo así, también para tí si en verdad dices ver la evidente coherencia entre percepción de algo y la existencia de ese algo percibido, no habría, digo, la necesidad de advertir la distinción entre enunciado y valoración?
¿No hay diferencia entre lo que hace que algo sea cierto y la verdad intencional detrás de alguien para que diga aquello que dice? Ciertamente, me parece obvio que la distinción es clara en muchos ámbitos, y que no la veas refleja la distancia que te separa de Foucault, eso no te lo reprocho, pero también pienso que creas muñecos de paja sobre una fingida oposición de los autores criticados respecto de clásicos, no sé si antiguos, como Nietzsche, Sartre, Husserl, etc. Además de muchos otros, que sí dijiste de hecho, y que sí són antiguos, y de los cuales muestras algo más de conocimiento.
En miserable mi miserable ignorancia de calvo mirífico que a tantos embelesa, vuelvo a remitirme al Principio de Hanson, que para vosotros, creyentes, ni era calvo, ni mirífico….