¿Por qué los EEUU deben retomar su política exterior basada en la defensa de principios, antes que en el interés nacional?

Réplica al Henry Kissinger pro-Trump
agosto 10, 2020

Foto por Sandra Grünewald

Los EEUU deben convertirse en el líder indiscutible de una comunidad de países identificados con los valores y principios opuestos al nacionalismo, al abandono del principio de separación entre Estado y Religión, a los autoritarismos políticos, pero también a los económicos.


En esencia dos han sido los fines de la política exterior americana por casi 100 años, desde Woodrow Wilson y la entrada de los EEUU en la I Guerra Mundial, hasta la asunción presidencial de Donald J. Trump:

  1. La creación y mantenimiento de un mundo en el que los cálculos de poder y la razón de Estado sea sustituida por el idealista concepto de seguridad colectiva, un mundo en que al interior de los países, y en el trato entre ellos, se respete la superioridad de la Ley, colocada por encima de todos, un mundo gobernado por un sistema de principios y valores liberales que incluyen la libre navegación por todos los mares y océanos (un logro que heredaron del Imperio Británico), el libre comercio, la libre circulación de capitales, y en el cual las libertades de pensamiento o creencia, los derechos civiles, políticos y económicos, sean inalienables a la persona humana.
  2. El mantenimiento del flujo de materias primas críticas hacia su economía, sin que otra superpotencia pueda bloquearlo, u otra menor entorpecerlo, o aprovecharlo para chantajearlos.

Con todo lo idealista que es el primer fin tiene sin duda un fuerte componente de interés nacional: Es evidente que en un mundo sostenido sobre esos principios y valores no solo será más plácido vivir para cualquiera, sino que la hegemonía corresponderá al país que más adelantado en hacerlos suyos esté. Por ejemplo, en una economía global abierta tendrán ventajas de salida los agentes económicos que hayan nacido y vivido toda su vida en un país fundado sobre el libre comercio; o que la superioridad ética en un mundo que reconoce de una punta a la otra la inalienabilidad de los derechos civiles y políticos estará de parte del país en que con mayor rigor se los respete.

O sea, contrario a lo que sostienen las bases neoconservadoras trumpistas, el idealismo americano no es una carga que sólo quita al pueblo americano, por el contrario, es un bien que lo coloca en una situación ventajosa. No se comprende tal, solo en aquellas cabezas que en realidad no se encuentran a bien con los principios y valores sobre los que se fundan los EEUU.

A su vez es también necesario agregar que con todo lo interesado que es el segundo fin, en un final perseguirlo es imprescindible para que los EEUU mantengan el poderío necesario para imponerle al mundo su idealista sistema de valores y principios.

Pero tras aceptar la plena vigencia de esos fines, se debe a continuación aceptar que el poder americano no ha sido, ni es ilimitado. Su poderío no ha sido nunca suficiente para imponerle al mundo su voluntad sin tener que hacer concesiones. En no pocas ocasiones los EEUU han ido más allá de sus posibilidades, lo cual ha ocurrido en la persecución de los dos fines.

En el primer caso los hundió de a lleno en el atolladero de Vietnam, en que para contener al comunismo y así defender el orden democrático, apoyaron, o más bien sostuvieron al corrupto y antidemocrático régimen de Saigón, lo cual le dejó un agudo problema de conciencia a una nación tan idealista, y una consecuente fractura interna. En el segundo los llevó a Iraq, donde perseguían convertirse en los garantes de la estabilidad de la principal fuente de petróleo del mundo, y en cambio lo que consiguieron fue desestabilizar toda una zona de siempre muy volátil, y acelerar la tendencia histórica a que el petróleo se convierta cada vez más en una materia prima fuera de su control, base material para el poder de chantaje de muchos poderes regionales decididos a desafiar la hegemonía americana, y el sistema de principios y valores sobre los que se asienta —Venezuela e Irán, pero también Arabia Saudita, un aliado que de siempre ha desprestigiado a los EEUU ante quienes en el mundo compartimos sus valores ideales.

En la confrontación que ahora están obligados a liderar, en defensa de su sistema de principios y valores liberales, y democráticos, frente a los autocratismos chino y ruso, los EEUU no pueden volver a calcular mal sus fuerzas, y en consecuencia no pueden repetir sobre extensiones a la manera de la vietnamita o iraquí.

Los EEUU en primer lugar deben reconquistar un nivel de superioridad aplastante en todos los sentidos —de preferencia el que tuvieron entre 1946 y 1949, entre el final de la II Guerra Mundial y la adquisición por los soviéticos de la bomba atómica. Los EEUU deben por tanto reconsiderar sus prioridades y no buscar intervenir en todas partes para concentrarse en su reforzamiento interno.

En esto último los neoconservadores y en general trumpistas tienen toda la razón: mas no se consigue ese refortalecimiento hasta los niveles de aplastante superioridad al hacer ostentosa renuncia a sus principios liberales, y democráticos, o al repartir desaires a sus aliados históricos al tiempo que se le regalan sonrisas humillantes a los autócratas, y mucho menos al pretender convertir a los EEUU en un completo Medio Oeste, de pequeños comerciantes, corredores inmobiliarios, granjeros, blancos en su aplastante mayoría nacidos en el país —con algunos «negritos» para guardar las formas—, organizados en pequeñas comunidades teocráticas, con la Biblia como supremo criterio de verdad, cual sueñan los neoconservadores.

Por otra parte, es imprescindible dejar muy claro que el aislacionismo del siglo XIX, cuando dos inmensos océanos, y la Royal Navy en ellos, los salvaguardaba del Mundo, hace ya mucho no es una opción para los EEUU. En específico desde que a fines de los sesenta la URSS adquirió la capacidad de alcanzar el territorio americano con cantidades masivas de cohetes intercontinentales. Hoy la sociedad americana no solo está expuesta a golpes nucleares, sino a ataques terroristas, amenazas biológicas, cibernéticas e incluso electromagnéticas. Los EEUU simplemente ya no pueden desentenderse del mundo, en razón de las capacidades de ataque en manos de sus enemigos, que les permiten alcanzar con relativa facilidad al otrora aislado y seguro continente de América del Norte, pero también y sobre todo porque en los últimos 100 años la sociedad y la economía americana se han vuelto tan interdependientes con un Mundo, el posterior a 1945, creado por ellos a la medida de sus conveniencias, que abandonarlo significaría sin dudas el ocaso de los EEUU, y su conversión en una potencia de segunda clase.

Los EEUU no pueden abandonar a su mundo, el creado por ellos, pero para que su esfuerzo por mantenerlo en funcionamiento sea exitoso necesitan recuperar la aplastante superioridad de otras épocas. Y para lograrlo, para volver a ponerse en capacidad de imponer el sistema de valores liberales y democráticos al mundo, deberán ingeniárselas para:

  1. No ya mantener el liderazgo científico y tecnológico, sino ahondar la brecha con sus más cercanos competidores en el bando de las superpotencias y países que se oponen al sistema de valores y principios americanos, y europeos.
  2. Hacerse con el control de las fuentes de materias primas más allá de la atmósfera terrestre, y con la capacidad de explotarlas en su sistema industrial, el cual deberá ser recolocado también fuera de la Tierra.

Lo primero, entre otros muchos factores, implica que los EEUU no adopten el nacionalismo simplista de los nacidos en el país. Los EEUU deben insistir en su sentido utópico de nación de los libres, de los atrevidos, los más capaces, los innovadores, no importa nacidos en qué otro lugar del planeta. Como conviene a una nación cuya esencia es la de extender a todo el género humano los valores de la libertad.

Los EEUU no pueden por tanto cerrarse a la inmigración, sino por el contrario abrirse a ella, y fomentarla cada vez más. Con tal de que la misma se haga de manera legal, y poniendo como condición el que los nuevos americanos compartan los valores de la nación, que no tienen que ver con el color blanco de la piel o el conocimiento de los versículos de la Biblia, sino con las capacidades psicológicas necesarias para vivir en democracia (tolerancia, civismo…), el conocimiento y la capacidad mental para generarlo, y sobre todo con los dones de la creación y la innovación.

Los EEUU tampoco pueden caer en las trampas de la posverdad, y del anti-intelectualismo a los que tan afines se muestran neoconservadores y trumpistas.

Si se persigue la aplastante superioridad científica y tecnológica es necesario entender que el compromiso con la verdad debe ser total, y sin fisuras; y que no se le pueden poner cortapisas a la discusión intelectual. Aunque a algunos pueda parecerles que puede hacerse ciencia sin «intelectuales» —los neoconservadores y trumpistas meten en este saco a filósofos, sociólogos, escritores, periodistas de opinión, académicos universitarios…— y sus complejas y constantes disquisiciones, sin aparente relación con la ciencias que se traducen en técnicas y recursos concretos para la vida cotidiana, la realidad es que la ciencia es una actividad muy compleja, no reducible a una clara metodología, que está indisolublemente ligada a la existencia en paralelo de un espacio en que los intelectuales discuten temas, desde posiciones que al hombre corriente le pueden parecer muy abstrusas. Es de hecho el surgimiento de ese espacio en Grecia, el Ágora, en que se reúnen sofistas y filósofos a discutir temas la mayor parte de las veces no muy concretos o de utilidad inmediata, lo que explica el porqué es en esa colección de costas rocosas, y no en otra parte, que la ciencia tiene su cuna; y es a su vez su conservación y buena salud en Occidente, y su debilidad en China, lo que también explica por qué la ciencia se hace todavía en un 90% en el Occidente, mientras en China tienen más bien que transferir lo alcanzado en otra parte.

En la ciencia ocurre más o menos lo que con la unión simbiótica entre la burocracia y los empresarios en el Capitalismo. Este sería imposible tanto sin los segundos, de quienes procede el impulso creativo, innovador, y sin los primeros, quienes organizan y formalizan la actividad. La ciencia es también una simbiosis entre la actividad de los creativos que proponen atrevidas hipótesis y los formalistas, quienes luego las prueban o sacan todas las posibles consecuencias de estas. Por tanto, no basta únicamente con los segundos.

Por desgracia para los planes de los anti-intelectuales, en ciencia, las nuevas ideas no surgen de algún formalista método inductivista, sino de intuiciones que se dan en las cabezas de aquellos que con propiedad cabría llamar de intelectuales más que de científicos. Así, teorías como la atomista, o la heliocéntrica, fueron primero propuestas por individuos griegos a quienes cabe más incluir en el grupo de los intelectuales, que en el de los científicos que religiosamente cumplen a diario sus 8 horas de trabajo, con sus batas y acreditaciones plastificadas. Lo mismo cabe afirmar en cuanto a Galileo y Descartes, sobre cuyos hombros de gigantes se paró el formalista Newton, o en cuanto a Einstein, quien para cualquiera que conozca su método de trabajo absolutamente caótico, anárquico, es evidente que no encaja para nada en la imagen simplista del científico que intentan imponer los anti-intelectualistas neoconservadores.

El espacio de los intelectuales debe ser en consecuencia no sólo conservado en los EEUU, sino promovido en apertura a todo el mundo, para que todos los intelectuales sientan que su existencia personal en última instancia depende de que los EEUU sigan promoviendo a nivel global su sistema de valores y principios liberales y democráticos. Debe serlo así porque es de hecho su existencia y buena salud la principal ventaja de Occidente frente a los vetero-imperialismos autoritaristas que ahora emergen en el Oriente. Sobre todo, al moscovita, que tan atractivo por su conservadurismo medieval resulta para los trumpistas de aspiraciones teocráticas.

Lo segundo, en cuya consecución reconocemos Donald J. Trump ha dado un paso muy importante al abandonar el Tratado del Espacio Exterior de 1967, implica el desvío hacía planes de conquista y colonización espacial, que pueden parecer utópicos, de porcientos de hasta dos dígitos del PIB de los EEUU. Mas es necesario interiorizar que por los viejos modos, EEUU está condenado a una rápida decadencia, y que la única forma de conservar su hegemonía sobre un mundo construido a su imagen y semejanza es al ganar de manera convincente la carrera por la próxima revolución humana: la de la conquista y explotación del espacio exterior cercano —la cuarta Revolución tras la Cognitiva, la Agrícola y la Industrial.

Sin duda la superpotencia que logre adelantarse en esta revolución habrá conseguido ponerse en una situación de ventaja incomparablemente mayor a la de Inglaterra en 1840, tras su Revolución Industrial. Una ventaja tan aplastante que por otra parte le asegurará su conservación en la supremacía humana por mucho más tiempo del que disfrutó el Imperio Inglés con la que obtuvo de esta última.

Para lograr esa aplastante superioridad los EEUU deberán sacar mucho dinero del Pentágono, que hoy se emplea en mantener armamento obsoleto, y situarlo en programas espaciales dirigidos a recolocar la infraestructura industrial americana, que hoy está en China, en el espacio exterior, al tiempo que se crea una fuerza de combate espacial no sólo en capacidad de proteger esa infraestructura, sino de desplegar fuerza desde allí sobre objetivos terrestres. Porque no nos engañemos, los portaaviones, por ejemplo, hoy son un arma obsoleta, y sin duda en sólo unos años China y Rusia podrán tener una cantidad de estas armas comparables a las americanas.

Los EEUU deberán a su vez reducir personal de formas de combate obsoletas y cerrar bases por todo el mundo. Solo deberán conservar sus fuerzas en la defensa de la primera cadena de islas frente a China (debe incluirse a Vietnam). La defensa de Europa frente a Rusia debe ser asumida en conjunto con los europeos, y solo con el objeto de mantener y fortalecer las alianzas al interior de Occidente, ya que es evidente que el Moscú de hoy podría ser enfrentado con los recursos de Alemania, Francia, y Gran Bretaña. En cuanto al mundo islámico es él una piedra en el zapato de China y Rusia, más que en la de los EEUU, por tanto, hay que dejarlo para que sus habitantes comprendan quienes son realmente sus enemigos, y redirijan hacia ellos sus múltiples jihads, o para que se entretengan en sus múltiples conflictos internos.

Los EEUU, en cambio, deben concentrar sus programas de ayuda de todo tipo, y redirigir su diplomacia a una región que hasta ahora ha sido secundaria en su interés, pero que en menos de 80 años tendrá a casi la mitad de la población mundial: África Subsahariana. Ante esta región debe destacar la existencia de raíces comunes, y desde aquí cooperar en programas de educación, a la vez que se promueve la emigración de los nigerianos, congoleses… más afines a los valores americanos.

Pero el destino principal de los recortes tiene que ser el espacio exterior. Sería ideal que en este sentido un próximo dirigente americano creíble, y no el actual, lance al llegar a la presidencia un programa como el Apollo, para establecer bases estables en la Luna y llevar una misión tripulada a Marte antes del fin de la próxima década — y comenzar negociaciones para comprar las Islas Galápagos, con el fin de ubicar allí un elevador espacial en la siguiente década.

Por último, pero no menos importante, los EEUU no deben dejarse seducir por los cantos de sirenas, o del viejo Kissinger y de los neoconservadores tras él, y adoptar una política exterior a la europea basada en la razón de Estado. Los EEUU no son una nación en el sentido europeo, sino algo excepcional: la Utopía, o más bien la semilla de una nación humana levantada sobre los valores de la libertad. Es en consecuencia en los cálculos para el avance de la libertad que deberá basarse su Política Exterior.

Por tanto, los EEUU deberán eliminar las actuales ambigüedades ideológicas en el conflicto entre poderes globales, al definirse claramente como los campeones de los valores liberales democráticos frente al autocratismo, y del cosmopolitismo frente a la ola nacionalista que barre al mundo contemporáneo.

Frente al neo-eslavismo ruso —un conservadurismo enamorado de una visión idealizada de la Edad Media, el teocratismo islámico, y el supercapitalismo corporativo chino— en que los millonarios son aceptados en el Partido Comunista, los EEUU deberán asumir sin ambigüedades los valores del humanismo globalista, en paralelo con un liberalismo que no solo se centre en los derechos de las élites económicas. Los EEUU deben mirar a su tradición de control democrático del mercado, iniciada por Jefferson, con punto culminante en los dos Roosevelt, sobre todo el segundo, y convertir en principio ideológico suyo el que la comunidad democrática dicta las reglas del mercado en interés de todos. El mercado no se da en la Naturaleza, es una construcción social, y por tanto sigue una serie de reglas definidas por quienes tienen el poder en la sociedad en cuestión: ese poder de dictar las reglas del mercado no puede quedar en manos de CEO’s, banqueros o accionistas, sino en el de la comunidad democrática, lo cual, repetimos, no es una tradición ajena a los EEUU, sino muy suya.

Los EEUU deben convertirse en el líder indiscutible de una comunidad de países identificados con los valores y principios opuestos al nacionalismo, al abandono del principio de separación entre Estado y Religión, a los autoritarismos políticos, pero también a los económicos. Del Consenso de Washington hace tres décadas deberán pasar a liderar un Pacto de Estocolmo, enfrentado tanto al Eje Moscú-Pekín, como Wahabismo militante.

3 Comments Leave a Reply

  1. Creo en Trump y le pido a Dios por su reelección. Estados Unidos enfrenta el mayor peligro ideológico del Comunismos Internacional, Biden y Kamala se triunfan destrozarán este país. Tus comentarios tienen sazón comunistoide.

  2. Amigo, Ud parece que se refiere al Comunismo llamado a sí mismo Científico. Ud dice q es una Amenaza al presente, y es cierto: aún lo es a pesar de su descrédito en el siglo XX.
    Si Ud por otra parte intenta calificar lo q es pensamiento socialdemócrata o liberal progresista como comunismo sólo demuestra q Ud ve el mundo desde ese otro Comunismo q hoy nos amenaza. El q propone a la comunidad cristiana original como el ideal utópico. O sea, Comunismo Teocrático, en este caso cristiano.

  3. No debemos retormar nada que sea peligroso y ajeno al espíritu de la libertad. Debemos defender lo bueno que hemos logrado, los derechos que tenemos, nuestra civilización.
    Y salvar a Estados Unidos de la ofensiva izquierdista radical y de China y Soros enemigos del humanismo. Con filosofías baratas y retrógradas nunca seremos libres. Trump es bueno para el futuro de Estados Unidos, gane o pierda. Además, todo lo que usted ha dicho se ha redicho, sobre todo por los academicos marxistas y de izquierda, y comunistas. Pues en todo están ellos. Dr, Isra Gaicelo

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