“La pornografía es un virus social que no está mal visto”. La frase le pertenece a la cineasta española Mabel Lozano, quien publicó el libro PornoXplotación junto con Pablo Cornellie para denunciar que las plataformas como OnlyFans, por citar solo la más conocida, “venden contenidos que tienen que ver con la prostitución 2.0”.
Uno bien podría pensar que Lozano exagera y que OnlyFans solo promueve la venta de fotos y videos hot en una plataforma que tiene algo de Netflix, por el sistema de suscripción, y algo de sexting (intercambio de imágenes eróticas a través de mensajería instantánea o redes sociales).
Aunque parezca mentira, una aproximación al invento de Tim Stokely, aparece en una película protagonizada por Sylvester Stallone y Sandra Bullock, El demoledor (1993). En un mundo de ficción, para evitar las enfermedades sexuales, Stallone, quien viene del pasado, debe “tener sexo” con Bullock mediante unos cascos que estimulan el cerebro.
En el mundo del sexo virtual, no hay prostitutas ni prostitutos (aunque Lozano asegura que estas plataformas han reclutado a muchos de ellos durante la pandemia), sino “creadores de contenidos” que venden sus imágenes más íntimas. Ganan bien: la modelo estadounidense Victoria Lit, por ejemplo, recauda unos US$ 20.000 al mes.
Varias “creadoras” aseguran que harán esto por algún tiempo hasta conseguir el dinero suficiente para pasar unos días de vacaciones o para mantener a su pequeño hijo. Pero Lozano advierte: “Muchas mujeres dicen: ‘Voy a entrar en esto porque no tengo recursos, pero voy a salir pronto’. Pero no, porque, una vez que colocas esos videos en línea, jamás los vas a poder bajar”. Sí, la huella digital es más difícil de quitar que una mancha de aceite en una camiseta.
Pero el problema moral no es solo de los que venden sus fotos más sexys, sino también de los 188 millones de usuarios de la plataforma. En su mayoría son hombres que acceden a imágenes de mujeres. Si no hay contacto sexual real, es fácil imaginar qué ocurre detrás de sus dispositivos.
Para decirlo de una manera elegante: esos millones de suscriptores son onanistas, un término que proviene del personaje bíblico Onán, condenado a muerte por Dios por derramar su semilla sobre la tierra en vez de utilizarla para procrear.
En este punto, regreso al pasado. Hace un siglo, el periodista Walter Lippmann escribió su libro La opinión pública, donde aborda el tema de los estereotipos. Dice Lippmann que estos “se ciernen como nubes de tormenta sobre el paisaje de la opinión pública durante un tiempo y después pueden desaparecer para siempre”.
Entonces, el estereotipo de la prostituta, una forma denigrante de ser mujer, llevada al contexto virtual, prácticamente desaparece. A tal punto que quienes muestran sus partes íntimas a cambio de dinero, en un remix del “oficio más viejo del mundo”, pueden admitirlo a los cuatro vientos.
El otro estereotipo, el del onanista, durante décadas origen de un insulto irrepetible, ahora parece menos vergonzante. Otra nube de tormenta que se aleja diría Lippmann, aunque no sepamos, aun, qué otras nubes oscurecerán el horizonte de la siempre cambiante opinión pública.