Más allá del texto: La comprensión lectora como herramienta en el discurso social

Hoy los jóvenes están capacitados para llevar un arma, pero no para leer a Lorca
febrero 9, 2024

Dicen las malas lenguas, quizá las de doble filo, que la culpa, si es que existe, de que el informe Pisa califique tan a la baja la comprensión lectora de nuestros jóvenes, está en la hoja de ruta que debe seguir el alumnado, lo que llamados programa o temario. Muchos pueden estar de acuerdo, otros podrán echar la culpa al cha cha cha, pero entre unos y otros, como diría mi madre: «la casa sin barrer».

Se me ocurre que allá lejotes, en el Reino Unido, que son muy suyos, a los adolescentes les enseñan y educan en el bello y noble arte de Talía. El teatro. Para llegar a hacer teatro sobre un escenario o, como es mi caso, frente a un atril y un micrófono, antes de dar voz y sentimientos al personaje existen unos pasos previos: el conocimiento del texto, y esto se adquiere con la formación.

El primero y fundamental es el análisis del texto. ¿Qué repámpanos quiso decir el autor en el contexto de su época y, por tanto, cómo se debería decir para que el público entendiera el mensaje? Lenguaje corporal, expresión de sentimientos…

Debemos tener en cuenta que los textos teatrales suelen estar cargados de mensajes, un parlamento que no cuente nada, o es el pie para que el siguiente parlamento lo diga o suele ser un parlamento muerto, vacío.

En el supuesto caso de no encontrar el significado en el texto, habrá que considerar la comprensión del subtexto: cómo se dice, que ideas subyacen, cuales son los pensamientos no expresados en los diálogos por los personajes, el espacio en que se envuelven los diálogos, sus aromas y emociones.

Por último, podemos y debemos contemplar el pretexto que busca el autor para que se desarrolle la acción: el bosque encantado donde los árboles pautan lo que allí acontece, el siquiátrico donde el orate se enfrenta con unos sueños impertinentes o el balneario que dirige el hermano del protagonista al que intenta descalificar…

Luego, cuando esas parcelas son bien conocidas, viene la voz, el cómo decir el parlamento, como darle los necesarios matices para que afloren los sentimientos, atrapar los silencios dramáticos y, cómo no, la importantísima vocalización con los acentos pertinentes de cada zona, su musicalidad: ritmo y tempo.

De esta forma los alumnos sabrán decir el texto, lo comprenderán y los públicos podrán entender lo que se cuenta y en qué tono se hace. Esenciales son ambas cuestiones para que de adolescentes comprendan y para que cuando salgan al mundo laboral, sepan qué cosas decir en cada momento y cómo decirlas, sepan reaccionar a lo que se les dice e identifiquen el tono en el que se hace, sin, de un lado estar atrapados por el miedo escénico y por otro no incurrir en faltas continuadas en su relación con el entorno: saber dónde se está en cada momento y saber reaccionar a los estímulos libres del soporte escrito.

Reconozcámoslo, suele ser lamentable y en ocasiones patético, escuchar a los oradores, sin capacidades de oratoria, solo leyendo sus propuestas sin emoción alguna; ya sean estos parlamentarios, sindicalistas o publicistas intentando convencer al grupo humano de que sus ideas y proyectos son los mejores.

De igual forma que actualmente cualquier joven mantiene una pose perfecta frente a la cámara del teléfono móvil, por la simple razón de que lo ha ensayado cien veces. De igual modo la formación teatral serviría para avezar a la juventud en las maneras de entender lo escrito y decir lo pretendido ante un auditorio expectante y no aburrido.

Dicen que estamos ante la generación mejor preparada de la historia, pero a la primera de cambio percibimos que no saben hacer un análisis del texto, no entienden el subtexto ni el pretexto, y por ello en las redes todo son insultos y críticas ante cualquier comentario. Ya no se suele analizar nada, solo hay dos salidas: criticar y negar. Se desconocen los matices que deben existir en todo diálogo porque nadie se molesta en saber quién es el interlocutor y luego se rasgan las vestiduras por ser incomprendidos. No saben desarrollar un correcto y básico análisis transaccional. Infantilizan los discursos, la empatía no existe en su ideario. La comprensión lectora abarca en el tiempo mucho más que analizar un texto, es la base para analizar el discurso de personas de tu entorno, el discurso social…

Ya no se suele analizar nada, solo hay dos salidas: criticar y negar. Se desconocen los matices que deben existir en todo diálogo porque nadie se molesta en saber quién es el interlocutor y luego se rasgan las vestiduras por ser incomprendidos.

En los años en que convivíamos con la última dictadura, se nos formaba con los comentarios de texto, hoy en día, con las redes abiertas a la literatura es facilísimo pedir a los adolescentes que lean algunos de los miles de cuentos que grandes escritores han publicado a lo largo y ancho de la historia de la literatura y trabajar con ellos, para así comprender épocas, modos, acciones, enfoques, anhelos…

Voy a poner un ejemplo, con permiso. Es un cuento mínimo que escribió Catalina Uribe y que titula Demasiado tarde:

¡Perdón por decirte que un golpe no era cosa para solicitar un divorcio! – dijo María, besando la lápida de su hija.

Tremendo, ¿verdad? Algo se podría decir sobre este relato.

No echemos toda la culpa a la enseñanza, hace unos días diseccionábamos en una charla amigable la última novela ganadora del premio Planeta, coincidíamos que muchas escenas de las que se compone cada capítulo de la novela, están carentes de un trabajo previo a la edición del manuscrito literario; falta la labor encomiable del editor de mesa, ella es la persona encargada de analizar aquellos posibles fallos que los que escribimos cometemos y no percibimos. Pensamos que aquello que escribimos está aclarado suficientemente para la visión y percepción del lector; sin embargo, aquella escena que hemos visto mentalmente no esta tan clara para ellos como el escritor entiende. De este modo, el lector se ve obligado a adivinar ciertos movimientos o lugares después de leer varias veces lo que ha escrito el novelista. Al final se aburre o pierde su interés (¿Qué le pasaría a ese lector si estuviera leyendo un libro tan erudito y profundo que no alcanzara a comprender la mitad del significado de las palabras? Muy posiblemente no llegaría a entender el significado concreto de la frase. Su pensamiento se escaparía del libro, ¿no es cierto?). La idea para la novela ganadora del Planeta es buena, pero quizá la premura ha hecho que no haya salido del horno con la cocción necesaria, el lector no sabe qué personaje sube y cuál baja, tiene que inventar espacios, olores, colores, matices…

Algo parecido y en otro nivel le ocurre a nuestro querido Instituto Cervantes, sabe que el punto fuerte de nuestra cultura es la lengua, sin embargo, no hace mucho para exportar a nuestros dramaturgos.

La comprensión lectora abarca en el tiempo mucho más que analizar un texto, es la base para analizar el discurso de personas de tu entorno, el discurso social…

El ministerio de Cultura enfrenta otras prioridades que no incluyen el fomento de nuestra lengua, tanto a nivel nacional como internacional, aunque crea que sí lo está haciendo. Sin una base lingüística sólida, no podemos esperar una comprensión lectora adecuada, ya sea dentro o fuera de nuestras fronteras. No es justo responsabilizar únicamente al ministerio de Educación; en las reuniones semanales del Consejo de Ministros se deben abordar y resolver conjuntamente estos asuntos: impulsar nuestras lenguas, promover a nuestros autores, y revitalizar nuestro teatro, para así mejorar las habilidades lectoras y de comprensión en nuestros jóvenes, quienes representan nuestro futuro.

Pero, muchos sabemos que el teatro está denostado por estas tierras, las editoriales dedicadas a editar teatro son heroínas. A los jóvenes no se les lleva al teatro, por tanto, si no lo conocen no pueden querer ver ni interpretar. En las clases de literatura nadie suele proponer hacer lecturas dramatizadas. No está en el programa. El profesorado que quiere que algún autor asista y hable sobre literatura, tiene que estar en algún ranking. Además, la mayoría del profesorado no lee las obras ni busca a los autores para que ofrezcan consejos a sus estudiantes, ya que esto no se incluye en el temario oficial.

En el otro extremo está el autor dramático que no entiende cómo desde la Asociación de Autoras y Autores, se pretende que los jóvenes se enamoren del teatro y lo pervierte, cada año saca un libro con textos cortos, trabajados para las capacidades de comprensión de los jóvenes de 14 a 18 años. Y entonces es cuando me pierdo, como algún lector en alguna novela premiada. Lo digo en serio.

Pregunto: ¿Me podría decir el hábil lector, qué tipo de textos necesitan aquellas personas que con esos 18 años son capaces de aprobar unas oposiciones al cuerpo Nacional de Policía, al Ejército o a la Marina? Es decir, están capacitados para llevar un arma, pero no para leer a Lorca. ¡Ah!, que les falta comprensión lectora, ¿y van a poder ser militares y policías? Algo falla en la ecuación.

Mi joven amigo y antiguo director Jesús Sanz Sebastián, se lió la manta a la cabeza y con su productora teatral Candilejas, se propuso llevar a escena nada menos que a Lorca, con la recientemente obra prohibida en las bibliotecas juveniles del Estado de Florida: La casa de Bernarda Alba. Lo único que hizo fue dejar el texto en poco más de una hora, porque sabe que los jóvenes ya no aguantan sin acción trepidante ninguna escena superior a diez minutos. Me decía que no había hecho un texto para adolescentes, solo un tiempo de duración para ellos. Lo mismo que suele hacer el cine.

Contra todo pronóstico que pudiera hacer la Asociación de Autoras y Autores, la obra está funcionando y los profesores llevan a los jóvenes a verla y estos la comprenden. Previamente, el profesorado les muestra cuál es el problema que plantea Lorca, quiénes son los personajes, cuándo transcurre la acción … En algunos casos, tras ver la función, el profesorado pide a sus alumnos que hagan un comentario sobre el texto, que analicen lo visto y escuchado. A eso lo llamamos formar al público.

Jesús no es el único que arriesgó su dinero y el del banco, antes lo hizo, nada más y nada menos que en el Corral de Comedias de Almagro, Antonio León. En este lugar tan carismático, año tras año pasan los distintos institutos de la región con variopintos adolescentes a impregnarse de algunas obras del siglo de Oro, desde los entremeses cervantinos a las piezas más conocidas de Lope.

Resumiendo, la culpa no es sólo de un ministerio ni de una consejería. Aquí tenemos que arrimar el hombro todos. En ello va nuestro futuro, hoy imperfecto, en el que debemos apostar.

Durante algunos años, en mi distrito madrileño se hacían unas jornadas artísticas para jóvenes de 14 a 18 años en la que distintos artistas (músicos, actrices y actores, autores, directores) poníamos nuestra buena voluntad a disposición de los jóvenes en una muestra ofrecida en parque público, al aire libre. Allí dábamos a conocer algunos de nuestros trabajos y luego conversábamos con ellos sobre las ventajas y desventajas de nuestras respectivas actividades laborales.

Estos encuentros hace tiempo que no se realizan. ¿Por qué? Es una pena. Querámoslo o no, estamos implicados todos los grupos sociales en que la juventud tenga mayor comprensión lectora, que es lo mismo que decir una mayor comprensión global.

Y aquí estamos, esperando a que algunos terminen de deshojar la margarita y podamos ponernos en marcha por aquello del bien común.

A buen entendedor…

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