Las preguntas de la vida
Me gustaría pensar en las preguntas pragmáticas. No las grandes preguntas de la curiosidad, sino aquellas que estamos obligados a contestar. Desde preguntas cotidianas como “¿Qué comer?” a cuestiones como “¿En qué invierto mi tiempo, mi energía y mis ahorros?”. Desde “¿Qué importancia daré a los distintos aspectos de la vida (amor, trabajo, ocio, etc.)? a “¿Qué postura tomaré frente al feminismo, el ecologismo, el capitalismo, etc.?” Podemos hablar o escribir sobre ellas, pero no es necesario: actuar es dar una respuesta.
Preocuparnos por nosotrxs
No hay manera de errar: tenemos que hacer lo que es mejor para nosotrxs. Pero ¿Quiénes somos, exactamente, nosotrxs?
Nosotrxs somos, por supuesto, nuestra materia. Decidimos para cuidar nuestros órganos, nuestro cerebro, nuestra piel. Somos las partes que nos constituyen. Pero a su vez esas partes forman algo más: vos no sos sólo tu piel y tus órganos, sino que también sos la historia que esa piel siente, que ese cerebro interpreta, que esa lengua habla. También somos los procesos que llevan a cabo nuestras partes: no sólo somos los instrumentos de la orquesta, sino también la música.
Además, formamos parte de unidades más grandes: la familia, el pueblo, el continente, la humanidad, los seres vivos. Somos partes de esas unidades en un sentido muy concreto. Lo que les sucedió y sucederá a ellas te afecta: tu documento de identidad tiene el apellido de tus padres, te alimentás comiendo animales y plantas que otras personas produjeron y mataron, te pensás y te sentís con las palabras que otros inventaron y te enseñaron. A su vez, la relación de influencia va para los dos lados. Tus acciones como individuo influyen en la historia, y las dinámicas de la historia te hacen ser lo que sos, así como las acciones de mis órganos influyen en mí y yo influyo en mis órganos.
¿Qué somos nosotrxs, entonces? ¿Cuál es la unidad importante? ¿Dónde trazamos la línea de lo que nos importa o no para tomar decisiones? ¿Debemos pensar en lo que le convenga a mi materia, a mi nombre, a mi familia, a mi sociedad entera, a la tierra como un todo?
Mirar para atrás y para adelante.
Nuestra forma de trazar esos límites no es una locura arbitraria. Mirando la historia de nuestra evolución parece razonable que el primate humano mire por su propio bien, el de su familia cercana y el de aquellos que son parecidos a él.
Mirando la historia de occidente, parece natural que juzguemos el parecido mirando el género, la clase social, la nacionalidad, la especie. Probablemente nuestra historia personal sea suficiente para explicar el resto. Mirando en estas historias, también se vuelven razonables la mayoría de nuestras evaluaciones (“lo bueno” casi siempre es útil para la supervivencia, socialmente valorado o explicable por experiencias previas).
Pero ¿Esta forma de actuar que heredamos es la que más nos conviene? Quizás estemos tomando decisiones estúpidas. Mirar puede ayudar a liberarnos de repetir nuestra historia.
Dependiendo de a quién consideramos nosotrxs, algo puede ser bueno o malo. Insistir en no comer vacas puede ser malo para nuestros órganos, pero puede ser bueno para nosotrxs como un todo si el vegetarianismo es una opción ética; puede ser malo para la economía ganadera, pero bueno como medida para mitigar el cambio climático.
Una idea final
Por supuesto, si te planteo estas preguntas es porque no tengo una respuesta. Pero algunas observaciones me hacen pensar que estamos pensando (y sintiendo) desde una unidad muy pequeña. Así como difícilmente alguien pueda florecer si piensa que su felicidad es la de su estómago o la de sus pulmones, ¿no nos estaremos condenando al pensar que nuestro bienestar es el de una unidad demasiado pequeña (la persona, la familia, el grupo social)?
Si algo de esto fuera cierto, tenemos que formularnos una nueva pregunta ¿Cómo hacemos, en la práctica, para salir de nosotrxs mismxs?