Decía Goethe que leer un libro es tan difícil como escribirlo, y todos le agradecemos la gentileza, aunque sepamos que no es así.
Cierto que existen libros realmente enmarañados, duros, en los que su autor puso casi más de lo que sus pobres lectores serán capaces de asimilar, pero esos son los menos, pese a que esos “menos” son tantos ya por mor de la mera acumulación de los siglos que llevaría toda una vida leerlos todos.
La lectura es sin duda una forma de canibalismo, un canibalismo civilizado que consiste en tratar de hacer de los sesos de nuestros antepasados carne y sangre nuestra, como esas tribus primitivas que se comían a sus familiares mayores recién muertos para adquirir su experiencia y sabiduría. Lamentablemente, el rito no tiene por qué funcionar, y un amplísimo porcentaje de lectores entiende mal su afición, confundiéndola con una suerte de familiaridad con los datos personales de los grandes genios de la literatura que les faculta para sentirse por encima de su prójimo promedio. No es eso, claro, o al menos no es sólo eso.
“Subirse a hombros de gigantes”, por usar la expresión de Newton, sirve para algo más que para contar después que estuviste allí, encaramado en la testuz de Tolstói; sirve también para mirar hacia donde él miraba en el tiempo que dedicó a escribir Ana Karenina. Si sólo te subiste a Tolstói como quien se sube a un funicular pero te perdiste las vistas, ciertamente ya no te queda otra opción que presumir del viaje, puesto que se te escapó su fruto. Sin duda, habría sido mucho mejor treparse a los hombros de Megan Maxwell, que están a una altura más asequible, para así disfrutar sin perderse ni un átomo del paisaje. Si yo tuviera que dar alguna suerte de consejos para lectores iniciados, de esos en los que no “todo es subjetivo” ni “todo depende de la persona”serían los siguientes:
-Leer es cultura, no actualidad. Desde luego que la actualidad tiene completo derecho a suscitar todo nuestro interés, como “vida viviente” que es (tomo la expresión del Dostoyevski de Apuntes del subsuelo), pero a lo que no tiene derecho es a condicionar nuestros apetitos culturales. Uno lee, o acude a un museo o a un auditorio para contemplar la actualidad bajo el prisma de la cultura, no para circunscribir su cultura a los temas de actualidad. Por ello mismo, me parece, el lector jamás debe restringir sus exploraciones a lo que hoy se publica, hoy se lee u hoy recibe premios y está de moda.
-Umberto Eco, en su libro sobre cómo hacer tesis doctorales, afirmaba que lo más inteligente era coger un tema diminuto y leer toda la bibliografía existente sobre él. Yo creo que es preferible la estrategia contraria: escoger un tema inmenso y leer poco y escogido sobre él. De nada sirve saberlo todo sobre un pueblecito de Sicilia de principio de siglo a la manera de Leonardo Sciascia si careces de la menor noción de la Revolución Francesa contada por, por ejemplo, Thomas Carlyle. O interesarse por los usos amorosos de la posguerra española con Carmen Martín Gaite si antes no has leído sobre la mecánica de los celos en el Otelo de Shakespeare. De lo grande a lo pequeño parece una estrategia mejor que la contraria, de lo pequeño a lo grande, sobre todo en el s. XXI, que se ha escrito mucho de todo.
-En un mundo es que todo está traducido, publicado, reseñado y criticado, y en el que hay más escritores que lectores, es imposible que una miríada de perspectivas minúsculas de una cuestión aporten visión de conjunto alguna. Y hay que tener una visión de conjunto, por mucho que se seas consciente de que es una entre muchas posibles, o leer no será más que vana diversión y jactancia. El lector debe ver las cosas, el destino del hombre, un poco como escribía, en un arrebato de pasión, William James: “Si esta vida no es una verdadera lucha en la que el universo gana eternamente algo por su éxito, entonces no es mejor que un juego de representaciones teatrales del que podemos retirarnos cuando nos dé la gana”.
-El diktum romántico de la indistinción entre forma y contenido -peraltando siempre la forma, puesto que hablamos de arte- es una falacia interesada. Coge algo como la Segunda Guerra Mundial, piensa a fondo lo que semejante acontecimiento supuso para la humanidad y deja que la forma se proponga sola. Si no tienes algo así entre los dientes, relee a los maestros del decir, Joyce o Proust, o a diaristas tipo Cartarescu, pero que sepas que pasas por alto Los desnudos y los muertos de Mailer. El contenido es la forma: ya señaló Schopenhauer que el estilo escrito no es más que tener algo que decir…
-Las personas deben ir hacia los libros, no los libros hacia las personas. Cuando esto último triunfa y se masifica, ocurre igual que con los contenidos de la televisión: la escritura busca gustar al común denominador de la gente, y por tanto a lo más vulgar y previsible de cada uno. Sin duda a menudo hay genios del Sentir Común, como se decía de Dickens, pero no se debe confundir esa glotonería de lo básico con cultura democrática.
-Por último, prioriza aquellas obras que intenten desentrañar la esencia de cosas, y no tanto de las personas. Cosa es, digamos, la corrupción, como expuso Chirbes en Crematorio. Para el estudio psicológico ya tenemos todos la vida real, la nuestra, en la que siempre hay que preferir a las personas.