Nietzsche à la mode: la hermenéutica de la inocencia
No es cosa difícil glorificar hoy a Friedrich Nietzsche. Observamos por doquier, en el mundo académico e intelectual su resurgimiento. En efecto, Nietzsche está de moda. Todo aquel aspirante a filósofo que no hable de él —y/o Martin Heidegger— es un “anticuado filosófico”, un “anacrónico”, y otras tantas cosas. La situación se presenta como si de pronto abundaran los famosos “espíritus libres” a los cuales estaba dirigida su obra, aquellos “lectores predeterminados”. Con lo cual surge una especie de aire de secta, de “elegidos” nietzscheanos.
A la tendencia a dejarse llevar por esta realidad (de la moda nietzscheana) se suma otro factor; uno más relacionado con las características propias de su obra. Sucede que los escritos de éste logran algo muy difícil y que ha sido típico de los clásicos de la Historia de la Filosofía: la coherencia entre la forma y el contenido.
Nietzsche habla de voluntad de poder con voluntad de poder; del espíritu dionisiaco, con espíritu dionisiaco. O sea, lo que dice en sus obras está en completa concordancia con la manera en que lo dice, o viceversa. Inmerso en esa coherencia, la fuerza y la pasión de los escritos de Nietzsche embriagan al lector, actúan como corriente rápida, río feroz que arrastra al lector.
Por si fuera poco, Nietzsche es presentado como el héroe filosófico, como el mártir olvidado y maltratado por la tradición marxista, y tal vez como la alternativa a esa tradición. Esto le da también a los contemporáneos seguidores de Nietzsche un toque de misioneros, una apariencia de cruzados. Toda una secta: ¡los libertadores del individuo, del corazón humano! Esta visión romántica no puede hacer otra cosa más que sublimar e idealizar a Nietzsche, opacando y enmascarando todos sus defectos, simplemente no viéndolos, exacerbando e hipertrofiando sus méritos, insistiendo en una lectura apolítica de su obra.
En efecto, se trata de una “hermenéutica de la inocencia, que arranca a Nietzsche de su contexto histórico y de sus propias raíces.”[1]
Se necesita, pues, una contrapartida, una resistencia a todo esto, y eso es lo que me propongo aquí. Por supuesto, Nietzsche no es el summum de la filosofía, algo así como el remate perfecto de ella. Podemos apreciar un lado nefasto en su filosofía, algunos defectos que, dicho sea de paso, no son nada casuales.
Los filósofos de la sospecha, Paul Ricoeur
Nietzsche no es, a pesar de toda apariencia, un pensador aislado que desde la cima de una remota montaña rechaza su época. Él es, después de todo, una expresión filosófica más de su época, una reacción en el plano filosófico a ese período.
Ahora bien, también Marx es una reacción filosófica a su época, a su circunstancia; y la misma precisamente a la que reacciona Nietzsche: el afianzamiento del capitalismo en Alemania.
Pero estas dos reacciones ante la misma situación son bien diferentes, por no decir diametralmente opuestas. Menciono esto porque otra forma de manifestarse la “moda nietzscheana” consiste en conciliar a Nietzsche con Marx. Hablo, desde luego, del espíritu legado por la curiosa idea de “los maestros de la sospecha” sugerida por Paul Ricoeur a partir del gusto común entre ambos filósofos por arrancar las máscaras de la (falsa) conciencia.
Tal conciliación es, si bien no imposible, al menos bien difícil y cargada de dificultades. El problema fundamental, principal obstáculo en esta conciliación, es la cuestión del Sujeto. Y no es tampoco casual que sea precisamente la cuestión del Sujeto el fundamento y origen del lado nefasto de Nietzsche que aquí quiero iluminar.
En Marx el Sujeto vigente es el Capital, en el Medio Evo era Dios, en la modernidad el Sujeto por excelencia es la Razón. En Nietzsche, el Sujeto se presenta, en un primer momento, con el concepto “voluntad de poder”.
La Cuestión del Sujeto
Sin embargo, antes de comenzar a tratar esa cuestión, es importante precisar de qué “Sujeto” estoy hablando. Pues éste es un término que se las trae: Sujeto…
Puede pensarse que estoy hablando del famoso “sujeto cognoscente”; pero no es así. Ciertamente, Nietzsche habló de este último, y habló negativamente. Rechazaba este concepto al cual consideraba una herencia del espiritualismo que separaba alma y cuerpo subordinando el segundo a la primera.
A Nietzsche no le interesa el sujeto cognoscente, cuando habla de él sólo lo hace para negarlo o bien como rodeo para caer en el sujeto de poder. Y a ese sujeto es precisamente al que me refiero: al sujeto que controla, que domina y produce la realidad; el sujeto que mueve la historia, es decir, el Sujeto (con mayúscula).
En Marx el Sujeto vigente es el Capital, en el Medio Evo era Dios, en la modernidad el Sujeto por excelencia es la Razón. En Nietzsche, el Sujeto se presenta, en un primer momento, con el concepto “voluntad de poder”.
La Voluntad de Poder
¿Cuál es el fondo de la voluntad de poder? Diría el propio Nietzsche que es un instinto[2] de crecimiento, de imposición, “”la predilección por el acumulamiento de la fuerza fisiológica, de carácter y de espíritu. Sin embargo, me atrevo a afirmar que es una transposición al plano humano de los conceptos de selección natural y selección sexual de Darwin.
Muchos se oponen a esta idea e intentan salvar a Nietzsche del biologismo y naturalismo social; pero si tomamos en consideración el asunto sin dejarnos embriagar de lleno por ese espíritu dionisiaco que suele poseer a sus seguidores, y lo analizamos más a la distancia, fríamente, desde lo apolíneo, vemos que no es una proposición tan descabellada.
En efecto, la idea darwiniana de la imposición del más fuerte en la lucha por la existencia y en la lucha por la descendencia (lucha por el coito), la idea de la prevalencia de los individuos más fuertes y aptos (vale decir “virtuosos en el sentido renacentista”) en esa lucha que abarca todo el plano biológico; puede perfectamente ser el origen y el antecedente teórico real de la voluntad de poder. Lo nuevo y diferente que tiene esta idea en Nietzsche son los productos consecuentes de su aplicación al campo humano, aplicación que se traduce en elitismo. Esto es, efectivamente, darwinismo social.
Ante estas acusaciones el propio Nietzsche no se ayuda mucho:
“El régimen de castas, la ley suprema, dominante, no es sino la sanción de un régimen natural, una legalidad natural de primer orden con que no puede ningún antojo, ninguna “idea moderna”. […] La Naturaleza [¡sic!], no Manú, es la que separa a los hombres que dominan por su entendimiento, por la fuerza de los músculos o del carácter, de aquellos que no se distinguen por ninguna de estas cosas, de los mediocres; estos últimos constituyen el mayor número, los otros son la flor de la sociedad.”[3]
Que Nietzsche haya derivado su “voluntad de poder” del concepto de lucha por la existencia (selección natural y sexual) que Darwin aportara en el campo de la biología, es cosa que se revela sin mucha dificultad de sus propios escritos.
Por lo demás, la voluntad de poder es un instinto presente en todo ser viviente, es un impulso vital a seguir esta tendencia de acrecentar la vida, la existencia, por acumular fuerzas. Los defensores de Nietzsche, enfrascados en su hermenéutica de la inocencia, frecuentemente ponen como contraargumento que la voluntad de poder no sólo se refiere a la fuerza fisiológica, sino también que incumbe al plano espiritual. Esto es verdad, pero esto no refuta la prioridad que el propio Nietzsche le otorga a lo fisiológico. Incluso cuando trata la decadencia en un ideal o una moral de debilidad, de rebaño; Nietzsche, la ata siempre a la decadencia fisiológica.
Es verdad que en el hombre tenemos un elemento nuevo: la (auto)conciencia. Pero la misma sólo le interesa a Nietzsche en tanto le siga el juego (como guía o “moral de señor”) o se le oponga (como freno o “moral de rebaño”) a la voluntad de poder.
Así, por ejemplo, la compasión es una forma de (falsa) conciencia, propia de una moral “contranatural”[4] que frustra la evolución humana mediante la selección del más fuerte: “La compasión atenta contra la ley de la evolución [¡sic!], que es la ley de la selección”[5], dice el propio Nietzsche. Otro tanto podría decirse sobre el humanísimo intelecto:
“El intelecto, como medio de conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas principales fingiendo, puesto que éste es el medio, merced al cual sobreviven los individuos débiles y poco robustos, como aquellos a quienes les ha sido negado servirse, en la lucha por la existencia [¡sic!], de cuernos, o de la afilada dentadura del animal de rapiña.”[6]
La conciencia, el intelecto, el carácter, la creatividad artística, en fin, todos los atributos subjetivos del ser humano, en la filosofía de Nietzsche, son valorados en última instancia desde el punto de vista de la voluntad de poder: en tanto que la fomenten, son buenos; en tanto que la entorpezcan, son malos. Así de simple.
…el Sujeto en Nietzsche no es la fuerza impersonal de la voluntad de poder, sino los individuos poderosos donde se encarna precisamente esa voluntad: aquella selecta clase de “aristócratas”, como él mismo la llama.
Por otro lado, la acusación de darwinismo social, no se refuta alegando que Nietzsche incluye otros elementos además de la fuerza fisiológica en su voluntad de poder. Nada de eso. El darwinismo social simplemente se traduce aquí en elitismo legitimado en las leyes de la evolución biológica, sólo que traspasadas, aplicadas al plano humano. Por eso, la élite, aquellos individuos superiores se imponen no sólo por “la fuerza de sus músculos”, sino también por su carácter, por su intelecto, por su espíritu, o por lo que sea: lo importante es imponerse a la masa. Esta imposición es legítima, según Nietzsche, porque tiene su fundamento último en la “Naturaleza” misma.
De aquí Nietzsche llega, sin ningún problema, al individualismo moral; pues el que cada cual encuentre “su propio imperativo categórico” es cosa que se fundamenta en “las más profundas leyes de la conservación y del crecimiento” (las leyes de la evolución). El derecho es un privilegio que se gana cada cual, mediante la imposición, el poder, el dominio. Se sigue de esto, como es lógico, que el acto moral ya no se refiera a un “yo debo”, sino a un feroz “yo quiero”[7]; y el querer no se fundamenta en la razón, sino en el poder. Esto es un resultado inevitable de todo elitismo moral: el que impone por fuerza su voluntad no tiene que justificar esa voluntad. Este individuo que se impone, simplemente, domina al resto de la humanidad, no debe explicaciones a nadie.
Pero, dicho todo esto, se hace obvio que en realidad, al final de la jornada, el Sujeto en Nietzsche no es la fuerza impersonal de la voluntad de poder, sino los individuos poderosos donde se encarna precisamente esa voluntad: aquella selecta clase de “aristócratas”, como él mismo la llama.
El Sujeto: Un lobo solitario
Ahora se entiende aún más el porqué de que el Sujeto en Nietzsche no pueda ser una colectividad, sino un lobo solitario. La masa, la plebe, la clase de los mediocres, es necesaria para la existencia de ese lobo solitario, ¿sobre quién se impondría si no? La masa es el campo de ensayo en el que algunas posibilidades, por ley natural y con la ayuda u obstáculo de la conciencia, podrían llegar a triunfar y diferenciarse de ella, separarse de ella, imponiéndose a ella.
El aristócrata —y más aún el famoso superhombre— es pues un individuo, y un individuo en el más exacto sentido de la palabra: un ser aislado y diferente del resto. Este elitismo se traduce, a su vez, en anti-democratismo. La democracia es para Nietzsche la madre de todos los males, esto es, de toda decadencia. Es el carácter de democracia lo que más disgusta a Nietzsche del cristianismo: “No se puede mirar con bastante desprecio la doctrina según la cual cada uno de nosotros, en calidad de alma inmortal, tiene igual categoría que los demás.”[8] Es también el carácter de democracia lo que disgusta a Nietzsche del socialismo:
“¿A quiénes odio yo más entre la plebe moderna? A la plebe socialista, a los apóstoles de los Tschandala que minan en el obrero el instinto, el goce, el sentimiento de contentarse con su propia existencia pequeña, que le hacen envidioso, que le enseñan la venganza […] El anarquista y el cristiano tienen un mismo origen.”[9]
De todo esto al fascismo no hay más que un pasito apretado de hormiga.
¿Fue Nietzsche Fascista?
Es toda una tendencia, en la vigente “moda nietzscheana” de la que hablaba al principio, salvar a Nietzsche de tal acusación. Y esto dice mucho, como se verá más adelante. Pero si hay una filosofía digna del fascismo es precisamente la de Nietzsche.
El fascismo no es más que la realización histórica más consecuente de las ideas nietzscheanas. Es verdad que todo lo que los ideólogos nazis tomaron de Nietzsche pasó por un proceso de vulgarización, no obstante, ante esta objeción, digo lo mismo que Lukács: el fascismo es, a pesar de toda su vulgaridad, el verdadero continuador práctico e ideológico de las ideas de Nietzsche. El fascismo es una “caricatura” (por su vulgaridad) de esta filosofía; sólo que fue una real y sangrienta caricatura que duró demasiados años.[10]
Sin embargo, como cualquier caricatura, es un exaltamiento de los rasgos más distintivos de su original. Tomemos, por ejemplo, al concepto de superhombre. ¿Quién se ha parecido más al superhombre que Hitler? ¿Quién demostró más voluntad de poder que ese hombrecito de gracioso bigote?
La única razón por la que Nietzsche no fue fascista consiste en que no vivió lo suficiente, o bien, que nació antes de tiempo. El hecho del apoyo de Heidegger al fascismo, es un ejemplo aleccionador; y esto a causa precisamente del lado más nietzscheano (chovinista) de Heidegger.
No se engañen. Si alguna vez existió al menos un superhombre en el sentido estrictamente nietzscheano, ése fue Hitler. ¿Quién fue Hitler? Un hombre singular, distinto, que enfrentó a su fatum, que impuso su voluntad pasando por la lucha, por golpes de estado, cárcel, atentados terroristas, conspiraciones y guerras. Un hombre que se enfrentó a la fuente de “decadencia” más grande de su tiempo: el comunismo; que “ayudó a perecer” a los “débiles y fracasados” (los judíos); que prefirió la muerte por suicidio ante mantener la vida por unos meses más de indecoro y vergüenza: o sea, que impuso su voluntad de poder a su voluntad de vivir, que tuvo “amor fati”. Su pensamiento por demás no distaba mucho del de Nietzsche:
“Una ideología que, rechazando el principio democrático de la masa, se empeñe en consagrar este mundo a favor de los mejores pueblos, es decir a favor del hombre superior, está lógicamente obligada a reconocer también el precepto aristocrático de la selección dentro de cada nación, garantizando así el gobierno y la máxima influencia de los más capacitados en sus respectivos pueblos. Esta concepción se funda en la idea de la personalidad y no en la mayoría. […] La selección de aquellas cabezas se opera ante todo en virtud de la misma dura lucha por la vida.”[11]
¿No se parece ésta a la voz de Nietzsche? ¿No sigue el razonamiento de Hitler el mismo camino esencial del razonamiento de Nietzsche?
La única razón por la que Nietzsche no fue fascista consiste en que no vivió lo suficiente, o bien, que nació antes de tiempo. El hecho del apoyo de Heidegger al fascismo, es un ejemplo aleccionador; y esto a causa precisamente del lado más nietzscheano (chovinista) de Heidegger.
Está claro, Nietzsche tiene una cara nefasta
Todo elitismo tiende al fascismo, o bien, a la extrema derecha. Compárese, si se quiere, la idea de Nietzsche sobre la compasión, como manifestación cristiana de la democracia, que “tanto en calidad de multiplicador de la miseria, cuanto en calidad de conservador de todos los miserables…”[12] es generadora de decadencia, con la idea anti-sindicalista al estilo de la conservadora Margaret Tatcher —aquella verdadera “dama de hierro” — que iba más o menos así: “ayudar a los pobres genera más pobreza”.
El mundo está lleno de personas felices e infelices. ¿Queremos un mundo feliz? Matemos a los infelices. Esta es la utopía (fascista) de Nietzsche resumida en su precepto de que “los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer.”[13]
Breve Nota
El lector espabilado se dará cuenta de que este escrito parte de premisas que no explica. Está presupuesto aquí, por ejemplo, que el biologismo, el darwinismo social, la eugenesia, el elitismo, el anti-democratismo, el individualismo moral y el fascismo son tendencias, por lo menos, “nefastas”. La fundamentación de estas premisas es algo que, por cuestiones de espacio, no puedo realizar aquí. Sin embargo, nótese algo muy revelador: el que la mayoría de los seguidores contemporáneos de Nietzsche lo defiendan ante estas acusaciones e intenten librarlo de las mismas, es cosa que indica que ellos también parten de mis propias premisas, sólo que más o menos de manera inconsciente.
El hacer conscientes estas premisas y fundamentarlas sería un menester digno de esfuerzos futuros. Por ahora, será suficiente quedar prevenidos contra la hermenéutica de la inocencia.
Referencias
[1] Domenico Losurdo: “Las gafas y el paraguas de Nietzsche”, Marx ahora, No. 19, 2005, p. 35.
[2] Véase Federico Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, Madrid, 2002, p. 140.
[3] Federico Nietzsche: El Anticristo, El Cid Editor, Santa Fe, 2004, p. 151.
[4] Véase Federico Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos, p. 63.
[5] Federico Nietzsche: El Anticristo, p. 17. (¡El que no se percate de la evidente carga darwiniana de esta cita está ciego, ciego!)
[6]Federico Nietzsche: Federico Nietzsche: “Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral”, en Obras Completas, Ed. Aguilar, Buenos Aires, 1963, Tomo V, p. 242.
[7] Véase Federico Nietzsche: Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p. 53.
[8] Federico Nietzsche: El Anticristo, pp. 105-106.
[9] Federico Nietzsche: El Anticristo, pp. 154-155.
[10] Véase Georges Lukács: La crisis de la filosofía burguesa, Ed. Siglo Veinte, México, 1958, pp. 39-41.
[11] Hitler, Adolfo. Mi lucha. Descargado de: http://www.librodot.com (en formato pdf), pp. 120-121.
[12] Federico Nietzsche: El Anticristo, p. 18.
[13] Federico Nietzsche: El Anticristo, p. 11.
Muy acertado todo. Añado que lo que lo que denominas «hermenéutica de la inocencia», además de mostrar el bochorno de que los comentadores comentan sin haber leído, tiene sin duda mucho de divismo. El comentador, ante la imposibilidad de ser nadie por sí mismo, se arrima a la prosa fulgurante y rebosante de confianza en sí misma de Nietzsche, para adquirir de él tales caristmáticas propiedades. Por supuesto, no adquiere nada más que gesticulaciones propias de un payaso, y pensar, lo que se dice el pensamiento como actividad individual o colectiva, no ha tenido en toda esta bufonada nada que ver, no ha participado en ello ni por un solo instante.NI siquiera hablamos ya de elitismo de los epígonos (sea de izquierda sea de derecha nietzscheana), sino de un triste quiero-y-no puedo…
Luego de leer este artículo, los más fervientes admiradores de Nietzsche, o son iguales a él o deberán reconocer que su antiguo ídolo, en vida y obra, representó el más consumado ejemplo de un POBRE HOMBRE: Seguro que murió sin comprender porqué había vivido.
JA JA JA JA
Bueno, yo he leído una pequeñisima parte de la obra de Nietzsche, y me importa más bien poco el personaje en si.
Pero diria, que se ha descontextualizado un poco al autor, la religión، la iglesia, era el pastor del rebaño, y Nietzsche, con su planteamiento, supuso una estocada, y buena estocada, a ese poder, intentando no solo despojar a la religión de ese papel, sino ofreciendo una moral alternativa (valida o no), vengo de una sociedad que, a dia de hoy(3 de junio de 2023), esta empezando a debatir si se debe debatir si existe moral fuera de la moral religiosa, y se sigue acusando de herejía quien osa hacerlo.
Comparar a Hitler con Nietzsche creo que roza la falacia, o un par de falacias. pero diria que este filosofo reclama, precisamente, no ser como los millones que apoyaron a Hitler, los nombraria «rebaño», si los seguidores de Hitler hubieran sido menos seguidores y mas «superHombres» como exigiria Nietzsche, quizas Hitler no hubiera sido tan Hitler…diria
Y además, creo que si interpretamos la «voluntad de poder» como se ha hecho aquí, deberiamos meter en el mismo saco casi a todo aquel que se alzó contra los poderes establecidos…
No creo que haya que «endiosar» ni a Nietzsche ni a nadie, de hecho, diria que él invita a superarlo y a no volver a cometer el error de convertir a los pensadores portavoces en profetas.
Y si su filosofia invita al individualismo, pues mas que nunca se hace necesaria, ya que de la misma manera que la moda Nietzscheana es cansina, también lo es esta moda eterna que invita a la hipersocializacion(la conformación de una masa compuesta por individuos sumisos, acríticos, irreflexivos e irresponsables), donde parece que cada vez nos parecemos a las hormigas o abejas y nos alejamos del lobo solitario capaz de trabajar en equipo si fuera necesario… quizás esa es la razón de la moda Nietzsche, quizás se hace necesaria para enfrentar el discurso de la moral de abejas tan presente en boca de cualquiera que quiere vivir del resto de abejas.
¿Y es un quiero y no puedo? Bueno, no se trata de poder alcanzar las utopias, sino de ajustar nuestra brujula para apuntar hacia ellas…¿no?
Gracias
Solo me limitare a decir que cuando un lector de Coelho y Jodorowsky hace una crítica a Nietzsche sin haberlo leído, hace cosas tan absurdas como equiparar al Übermensch con Hitler…
Un ensayo (por decirlo de alguna manera) más bien panfleto muy, muy dogmático. Está muy claro que este señor no ha leido seriamente a Nietzsche y sus consideraciones consisten en coger frases sueltas y sacarlas de contexto para no sé porqué razón desprestigiar al filósofo.
Dado que vivimos en la época en que los «individuos» solo se fijan en titulares (no análisis) puedo entenderlo (no compartirlo)
Pero hay que tener mucho valor para arriesgarse a ir de «filosofillo».