…en el momento en que uno empieza a ser consciente de su cuerpo es desgraciado. Así que, si la civilización vale de algo, tiene que ayudarnos a olvidar nuestros cuerpos y entonces el tiempo pasaría felizmente, sin que nosotros nos diéramos cuenta.
H. Lawrence, El amante de Lady Chatterley
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En esta relación de poder con lo fotografiado, el fotografiarse a uno mismo, nos lleva a una doble negación donde uno no solo no se posee a sí mismo a través de la fotografía, sino que se desprende del sujeto a merced de la comunidad. Al hacernos una foto, generamos una descripción sobre nuestra identidad, o bien, una nueva en el que el yo corpóreo participa en cierto grado. De esta manera, este desprendimiento de nosotros mismos se convierte automáticamente en mercancía. Una mercancía que se significa describiendo un estatus que ha de validarse mediante la aceptación social cuantificable, a la vez que enfatiza la diferencia por medio de la exhibición de experiencias, aptitudes, cualidades o posesiones. Se busca pues, cierta originalidad dentro de los límites de la identificación para generar un estímulo en estos relatos que en la mayoría de los casos van ligados a una mezcla de erotismo, espontaneidad, libertad, bizarrismo y demás cualidades individualistas ligadas a los modelos neoliberales del éxito para ascender en el estatus social acrecentando nuestro poder como referente, como influencer. Sentimos fascinación por estos seres creativos que se han hecho a sí mismos dentro de un inabarcable universo digital repleto de oportunidades. Son aquellos que se exhiben libres de cualquier subyugación, que se exhiben independientes de los anticuados modos de producción mecanizante, del antiguo sueño americano del trabajo duro, de sus rutinas, y que se muestran en un constante desarrollo y crecimiento personal positivo; modelos actualizados que se atreven a ser sí mismos, explotan su belleza o su singularidad, y que han trascendido su clase social. Reflejan nuestros deseos y nos reflejamos en ellos en cuanto que son aquello que deseamos ver en nosotros. «Ahora parece que todos nadamos en un estanque gigante y que la vida de cualquier persona podría ser la nuestra»[1].
Éstos están siendo más observados por la mayoría, y presumen de observar menos para visibilizar su grado de influencia e influenciabilidad. No somos nadie si no somos observados, si nuestras vidas no acaban por ser en un ejercicio de cosificación, de objetos accesibles al deseo y la dominación.
El poder de la influencia sugiere un soporte emocional en cuanto aceptación y un rendimiento social, estético y económico. El sujeto ha de generar un estímulo visual para poder reafirmarse mediante la observación. Y es la masa la que decide cuál de estas representaciones son las más deseadas. En esta lucha sin clases, la desjerarquización y la democratización de los medios de producción audiovisual-interactivos, nos empuja a la lucha por la expansión de la representación en las comunidades digitales, por dejarnos ver. Esta ilusión de que todos podemos ser seres destacados, «enmascara la división de clases sobre la que reposa la unidad real del modo de producción capitalista»[2].
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Esta conquista y expansión de la representación de uno mismo como productor y producto a través de la imagen, se sirve de los estatus temporales que se actualizan a la misma velocidad a la que pierden interés, tampoco nos exigen un conocimiento o argumentación de lo que se muestra; lo que se representa no legitima el conocimiento de este, en cuanto que solo es necesaria una porción, la parte por el todo como paradigma de la conformidad y la comodidad frente a la especialización y el avance vertiginoso del conocimiento. La manera de reafirmarse en el mundo, de no sentirse excluido, de construir nuestra existencia como animales sociales, está en hacernos visibles.
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En la era de la interconectividad, la importancia de nuestra representación se registra mediante el consumo visual y la validación como medida cuantificable del impacto provocado en los “otros” consumidores-creadores. Estos “otros” que se acercan y se alejan de nuestra representación, que se masturban con ella, que nos observan, nos escuchan y nos guardan en sus galerías, que nos animan necesitados de atención y sedientos de feedback sin conocernos físicamente, y cuya pérdida y desinterés nos esforzamos por evitar generándonos una angustia y ansiedad que nos pondrá a trabajar de nuevo generando más contenidos. Cuando lo que alimentamos en realidad no somos nosotros mismos, sino los nuevos modos de producción que han conseguido, mediante el entretenimiento y las nuevas necesidades creadas por el Capital, otra forma de explotación de los sujetos aislados en su pantalla. Y cuando miramos esta “cosa”, esta creación nuestra, este biopic, parafraseando a John Berger[3] miramos la relación entre la cosa y nosotros mismo. Esa cosa que transciende el espacio y el tiempo, que alimenta la cultura dominante, que no está viva, pero tiene movimiento, el no-vivo autónomo y autómata configurado con la copia digitalizada nuestros datos biométricos. Viene de suyo que la imagen producida supere una vez más a lo representado. Hay pues, una frontera indiscutible entre el yo y el personaje creado. Aquello que lamentaba Warhol tras codearse con las estrellas de Hollywood («In life, the movie stars can’t even come up to the standards they set on film»[4]) y las modelos neoyorquinas.
It must be hard to be a model, because you’d want to be like the photograph of you, and you can’t ever look that way.
Andy Warhol, Fame
Serie Completa:
Notas
[1] BARRY SCHWARTZ, Por qué más es menos, la tiranía de la abundancia (Madrid, Taurus, 2005), 178.
[2] DEBORD, G., La Sociedad del espectáculo, 28.
[3] «Nunca miramos solo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos», JOHN BERGER, Modos de ver (Barcelona, Editorial GG 3ª Edición 2019).
[4] ANDY WARHOL, Fame, Milton Keynes (UK, Penguin Classics, 2018) 27.
La civilización a convertido al primate en pavo real, y el apto no es más «Sapiens», el apto pone unas bragas en la cabeza de un Bernini y los machos alfa usan cremas y utensilios depilatoríos, podemos manipular nuestra existenca con Adobe y photoshop y sonreimos en una habitación mientras que la otra lloramos por el acomplejado yo, que no alcanza los estandares del yo digital.
Suelto mi mierda para básicamente decir…buen articulo, estaba exportando mi imagen intelectual como modo de ratificarme socialmente, tu expones el texto y yo te dejo la evidencia.