En tiempos en que el sujeto se jacta de modelar su realidad, y cree poseer las herramientas cognitivas que le permiten su decodificación, la madre ciencia ha pactado consigo misma, el establecer un estado del imperioso: el anarquismo teórico. El punto de vista que ello representa, expresa la crítica a un modo de ser e investigar que reniega la metodología de la multiplicidad y que sucumbe ante cánones universales pretéritos promotores de la linealidad. Aludiendo al historicismo del problema, Paul Feyerabend señala parte esencial de este fenómeno:
«(…) Resulta claro, pues, que la idea de un método fijo, o la idea de una teoría fija de la racionalidad, descansa sobre una concepción excesivamente ingenua del hombre y de su contorno social»[1].
De ahí que, ante este momento particular, la ciencia no tiene otra alternativa que reformular su proyecto de desarrollo y modus operandi.
Sin embargo, esta ruptura de la ciencia con las reglas estrictas del orden social y académico que Feyerabend defiende, entra en contradicción directa con el esquema de pensamiento desde el cual se concibe tradicionalmente el actuar científico, esta aseveración es comprensible si se tiene en cuenta que «el investigador de la ciencia reniega la desorganización, no está preparado para la diversidad de fenómenos, hechos, y acontecimientos que la realidad y su dialéctica le deparan; para él ningún aspecto debe provenir de la oscuridad, sino que todo se convierte en la luz que irradia el experimento portador de verdad».
Pero aun cuando se trata de la más concisa de las defensas al ideal científico, no se puede dejar a un lado la visión política que subyace adscrita al término anarquía. La imagen precisa de una comprensión clara, de un análisis de la relación entre idea y acción, pero más que eso, urge recepcionar el sustrato ideológico estrechamente ligado al cambio de método. De esta manera el anarquismo teórico de la ciencia proporciona argumentos válidos según los cuales la ciencia puede procurarse a sí misma un acercamiento al progreso de forma gradual y acertada, manteniendo su posición de saber hegemónico. No obstante, al mirar de cerca en esta esencia ideológica, sale a relucir un conjunto de dominios (condiciones psicológicas, históricas y de paradigmas) garantes directos de limitar el espíritu de pensamiento reflexivo en el científico. En cierto modo, el anarquismo teórico se enfrenta a situaciones específicas de la investigación, puesto que lucha encarnizadamente contra la estructura política de las sociedades en que se pone en práctica, se erige sobre una crítica a la historia de la filosofía de la ciencia.
Atendiendo al planteamiento de Feyerabend la conclusión que de aquí se extrae es que el posicionamiento anarquista en la ciencia es expresión de un camino innegable hacia el libre pensamiento:
«(…) Esta práctica liberal, no constituye sólo un mero hecho de la historia de la ciencia, sino que es razonable y absolutamente necesaria para el desarrollo del conocimiento»[2].
En consecuencia, siguiendo las observaciones de Feyerabend, se descubren simultáneamente una imperfección y un camino que, si bien no cauteriza en su totalidad el hermetismo epistemológico de la ciencia, intenta al menos su puesta a trasluz para su examen por la comunidad científica. No se trata de buscar una alternativa, sino de la necesidad y reivindicación de un nuevo sistema conceptual y operacional. Para ello, un elemento de peso sobreviene requisito indispensable de tan pretenciosa empresa, y es que la retórica, no puede tornarse concluyente ni absoluta, está sujeta a cambios e incluso a su propia fluidez y dispersión:
«(…) El científico que esté interesado en el máximo contenido empírico, y que desee comprender todos los aspectos posibles de su teoría, tendrá que adoptar, en consecuencia, una metodología pluralista, tendrá que comparar teorías con teorías, en lugar de hacerlo con la experiencia, datos, o hechos; y tendrá que esforzarse por mejorar, en lugar de eliminarlos, los puntos de vista que parezcan perder en la competición. Pues las alternativas que dicho científico necesita para mantener el debate en marcha, también pueden tomarse del pasado»[3].
Notas
[1] Feyerabend, Paul: Tratado contra el método, Editorial Tecnos, Madrid,1986 pág.12.
[2] Ídem.pág.7.
[3] Ídem.pág.31.