La historia de la ciencia ha confirmado que cuando las explicaciones son demasiado intuitivas, es cuestión de tiempo para que caigan por un problema práctico o porque un pensador las puso en crisis.
Así le pasó a la mecánica clásica como paradigma, con su noción de tiempo, y a la relatividad cuando pensó que había problemas sin explicación solo por una cuestión de variables ocultas.
Para su suerte, la Física hoy tiene espacio, premios Nobel incluido, para su propio paradigma que desmonta lo intuitivo: la cuántica. Lo cual no quiere decir que los paradigmas intuitivos estén equivocados, porque siguen aportando respuestas a problemas prácticos (como la mecánica clásica), pero sí indica que hay determinados problemas que requieren ser abordados con esquemas contra intuitivos.
En el caso de la Filosofía no ha sido tan obvio este problema de lo intuitivo, sobre todo, si se tiene en cuenta que la metafísica, que es la Filosofía ampliamente empleada, es el mayúsculo paradigma de lo intuitivo. Enfermedad tan oculta, que vino muy bien el epíteto que le endosó Derrida cuando tuvo su alumbramiento y dijo: metafísica de la presencia. Que es el equivalente filosófico de responder a la pregunta ¿de qué color es el caballo blanco de Maceo? Sí, la historia de la ciencia puede ser también la historia de las redundancias como forma de frenar retrocesos.
En efecto, la metafísica es y solo es la confusión intuitiva de creer que todo lo nombrado existe, como una suerte de efecto Pigmalión aplicado al lenguaje. Se trata, sobre todo, de la literalidad excesiva del lenguaje (desplegada como fundamento, desprendiendo ontología y taxonomía) y de las anulaciones de la metáfora y del tan sencillo “es una forma de decir”. O sea una cosificación, una reificación.
Una de las literalidades más terribles de la Filosofía ha sido el pensamiento. El pensamiento no es una cosa palpable o sensorializable por cualquiera de nuestras decenas de habilidades comprendidas como sentidos. No existe el pensamiento como cosa. Le llamamos pensamiento a la línea imaginaria que une el punto donde no somos conscientes de una idea y el punto donde ya la conocemos, lo cual suponemos que es un proceso.
Esa línea imaginaria ha intentado ser descifrada y mitificada, terminando por ser representada, dígase traducida, de manera formal. Esa traducción del proceso de pensamiento es conocida como lógicaformal. Luego, esa lógica es sólo la representación del pensamiento en un idioma determinado, el cual se ha venido construyendo, sobre todo, a partir de la comprensión de los patrones apreciados al estudiar empíricamente la representación (A es igual a A, A no puede ser igual a A y a B al mismo tiempo, tampoco puede ser igual a un tercero) y las trampas mismas de esas representaciones (implicaciones lógicas, etc). Por tanto, la lógica es un sistema de reglas que, bien usadas, pueden emular el pensamiento. De ahí que resulte muy fácil creer que la lógica misma, su uso, es el propio pensamiento, es pensar.
Pero el pensamiento como proceso no se comporta como las representaciones de este. Más bien, es un proceso de reacciones químicas, físicas, eléctricas. Quien piensa no puede describir cómo lo hace. Puede organizar la información que utilizará para pensar, puede estimular el proceso con imágenes, sonidos, etc, pero, ni siquiera la aparición de lo memorizado puede ser descrita como algo estructurado. El pensamiento es simplemente un corrientazo del cuál solo sentimos la imagen (idea) que nos dejó. Es algo nuevo para que el lenguaje lo intente representar, no un resultado de este . Así, siempre que se estén obteniendo ideas sobre la base de la lógica formal, como si fuera un “generador”, no se está pensando, sino reproduciendo un lenguaje. Aplicar una fórmula es eso, aplicar, lo que no quita que el resultado sea bueno. Y como no todo lo que produce el pensamiento vale la pena, entonces las reglas de la lógica formal son muy útiles para corregir malos resultados del pensamiento.
Eso significa que no se puede reproducir el pensamiento en toda su plenitud fuera del propio pensamiento; nada externo a lo que origina el pensamiento, ese corrientazo, es un proceso de pensamiento, sino su imitación. Y si se pudiera representar el pensamiento, tendría más forma de enlaces y otras categorías de la física y la química.
De lo que deriva que, en realidad, la lógica, el lenguaje aceptado como representación del pensamiento, no es ni siquiera una representación de este, sino del propio lenguaje y de sus reglas, con el beneficio de ser una representación optimizada para obtener resultados similares a los del pensamiento.
Ahora bien, lo contraintuitivo que tiene la física cuántica, es que contradice en alguna medida las propias reglas de la representación formal. Pero si tenemos en cuenta que A igual A es una idea muy intuitiva, por lo que en realidad la lógica formal es solo una formalización de principios construidos teniendo como criterio la intuición (que A sea igual a A y a B resulta contraintuitivo), nos remite al hecho de que los límites de la lógica formal son los límites del reino de lo intuitivo. Asimismo, lo intuitivo son las representaciones que caben dentro de las propias normas que creó lo intuitivo (la lógica formal), es decir, lo intuitivo no es más que lo reafirmado como tal por la formalización de sus características mediante la sofistiquería del lenguaje, de lo que surge la ilusión de que esas normas son las reglas del conocimiento, cuando son solo un entendimiento inverso de la relación fenómeno y comprensión/representación de este. En pocas palabras: el pensamiento es capacidad creativa y el lenguaje es capacidad representativa de algo ya pensado. Por su parte, la representación puede alcanzar grados de complejidad tal, puede tener subterfugios desconocidos por quien se deleita con el lenguaje, que este último puede ser confundido con el pensamiento.
Por tanto, no solo el pensamiento no se puede reproducir propiamente mediante el uso del lenguaje (porque es producto de corrientazos), sino que el lenguaje solo puede llegar a los mismos resultados que el pensamiento cuando este último genera ideas que entran en las normas de lo intuitivo y cuando el lenguaje tiene la información para generar un resultado; las ideas que produce el pensamiento que sean contraintuitivas o que el uso de la lógica formal no tenga la información base para llegar a ese resultado, quedan fuera del alcance de ser creadas artificialmente por el lenguaje. No necesariamente el pensamiento necesita información “base”. Muchas grandes ideas vienen a la mente, sin más.
El lenguaje puede ser tan complejo como se quiera, pero nunca podrá pensar, ni alcanzar todos los resultados del pensamiento. El lenguaje, para ser pensamiento, tendría que dejar de ser intuitivo, en otras palabras, tendría que dejar de ser lenguaje.
Con todo respeto, señor Hayes, está cayendo en la misma confusión dialéctica del mundo occidental, de confundir la intuición con el sentido común, ya que ambos son repentinos.
Esta confusión de definiciones, ha hecho creer a muchas personas que los fenómenos cuánticos son contraintuitivos, cuando en realidad lo que son es contrarios a la lógica formal, al sentido común y a lo que se espera.
La verdadera intuición es la causa de los grandes descubrimientos de la ciencia. Las intuiciones genuinas no tienen reglas ni lógicas racionales, porque son involuntarias y simplemente ocurren; a través de ellas el científico visualiza una solución sin saber cómo y luego procura mediante el pensamiento racional, reducirla a lenguaje formal matemático y lógico.
Por eso la física cuántica no se enseña en los colegios, porque no se puede enseñar a nadie a tener intuiciones ni a entender los fenómenos cuánticos entre las limitadas leyes del pensamiento racional y de la lógica formal.
Por algo Einstein dijo: «lo único verdaderamente valioso es la intuición»
Y agregó:
«La mente intuitiva es un regalo sagrado. La mente racional es un fiel servidor. Hemos construido una sociedad que rinde honores al servidor y se olvidó del regalo».