Schopenhauer y el amor a los animales

agosto 21, 2023
Arthur Schopenhauer

La compasión es lo que usualmente se considera como el móvil moral más puro, así como su contrario, la crueldad, es lo que más hondamente repugna el sentimiento moral humano.

Arthur Schopenhauer, Los dos problemas fundamentales de la ética

Es común para lector no especializado de Schopenhauer decir que el filósofo es un defensor del egoísmo. Tal interpretación es producto de una lectura superficial, llegando a conocer solo los primeros axiomas de la filosofía de aquel que fue nombrado como el «Buda de Fráncfort». Es recurrente solo llegar a las primeras luces de su pensamiento, definiendo toda su filosofía como la búsqueda ciega del deseo y sus objetos, las afecciones del placer y el hastío; e incluso aquellos lectores más audaces pueden llegar a comprender el papel metafísico de la Voluntad.

Sin embargo, muchas veces queda oculto el entramado interno de su filosofía. El lector más dedicado puede revelar que el egoísmo, el dolor, el placer e incluso el supuesto «individualismo» que se le acusa a Schopenhauer, son formas objetivadas de la Voluntad, son simples expresiones efímeras de la vida en su continua voluptuosidad, que se diluyen en el tiempo.

Schopenhauer muchas veces habla y ubica al egoísmo, el dolor, la envidia, el hastío o placer dentro de su discurso filosófico, porque sin duda esos conceptos y esas afecciones son partes inseparables de la vida; es imposible no abordarlas con el valor que ocupan en nuestra cotidianidad.  

La vida oscila entre el dolor y el placer, este columpio existencial es el eterno baile de nuestra emotividad, donde la única recompensa una vez realizados nuestros deseos puede ser el hastío. Donde el deseo es colmado y queda el vacío, la nulidad de la vida que se desnuda, como dijera Sartre, la viscosidad indiferente de las cosas, donde nada tiene el valor.

De modo que a cambio de un deseo satisfecho, largamente deseado o no, al punto aparecen otros cien por satisfacer; y si alguien pudiera colmarlos todos, entonces pobre de él —asegura Schopenhauer—, pues en ese caso caería víctima del tedio, del aburrimiento mortal y soberano que convertiría esa vida suya a la que ya no le queda ningún deseo por satisfacer en otra tortura de la que solo se liberaría aferrándose a nuevos deseos; y así vuelta a empezar. De manera que la existencia humana oscila y se debate entre dos enemigos mortales, aunque complementarios: «el dolor y el aburrimiento»; de ahí que cada individuo viva siempre angustiado, nervioso e insatisfecho. Sin embargo, esta es su esencia, la voluntad insaciable que lo empuja a ese constante vaivén que lo atormenta, como si toda su vida estuviera situada «entre Escila y Caribdis» (Claros, 2015, pp. 95-96).

En esta condición nos encontramos todos, es un principio universal de la vida, el pendular baile entre el deseo y el tedio, condenados a sufrir dentro de este torbellino. Esta oscilación es universal en todos los seres vivos, desde la oruga hasta el elefante; es nuestra naturaleza biológica que vive en el afán de reproducir la vida, evitar el dolor y escapar de la muerte; una continua carrera ciega por mantenerse dentro de la danza de la vida; todos intentamos evadir la muerte, el hambre, las enfermedades, evitamos ser devorados mientras que, al mismo tiempo, devoramos a otros; nos infringen dolor e infligimos dolor; un dolor que es producto de la lucha por la existencia. De esta carrera por la vida nace el habitual egoísmo que asociamos a Schopenhauer; el egoísmo individual apenas es la primera figura, o manifestación de un dolor universal. El egoísmo es en principio una respuesta de nuestra individualidad a un afán universal, es la forma «visible» o encarnada de un afán ciego por la vida, de un martirio universal.

El dolor individual es también un dolor universal

El buen lector de Schopenhauer comprenderá que el egoísmo individual es una mera respuesta al síntoma de estar atrapado dentro del velo de la Voluntad de vivir; o el velo de Maya en referencia la diosa hindú de la ilusión, el engaño y de la manipulación de nuestros deseos.

Ese afán, o deseo infinito que nos lleva de la mano hacia los placeres o el sufrimiento más profundo. En términos generales la vida humana y animal están atrapadas en una unidad esencial, en un deseo primigenio por la vida, en la búsqueda continua de los placeres; y en ese camino infinito nace también un dolor infinito, un dolor producto del afán ciego, de la lucha por la vida, por los alimentos, la reproducción, los placeres, la seguridad y todo el sinfín de obstáculos que nacen de una necesidad continua de satisfacer nuestros deseos desde los más vitales hasta los más quiméricos.

En esta «carrera de ratas» perpetua, nace un dolor perpetuo, un dolor y peso con el que cargan infinitas generaciones. El dolor es una verdad universal, es nuestra unión con los otros, nuestro verdadero puente hacia los otros, que cargan el mismo dolor nuestro, un dolor único del que todos somos parte; el dolor y reto que nos enfrentamos por el mero hecho de estar vivos y existir; nuestro dolor individual es en realidad el dolor del mundo, un océano infinito de existencias con la misma aflicción por la vida.

En ese sentido, para Schopenhauer, dolor también es dolor; un sufrimiento que nace de nuestra relación con la Voluntad de vivir o la Voluntad en términos metafísicos. «Es la conciencia de que la individuación es sólo aparente; de que, más allá de los límites de mí mismo que el fenómeno me presenta como absolutos, no hay un “no-yo” sino “otra vez yo”» (Schopenhauer, 2002).

Esta comprensión universal del dolor es en principio el axioma del cual parte una ética en Schopenhauer. La capacidad de encontrar fragmentos de uno mismo en los Otros, del mismo sufrimiento del que somos parte; con ello se llega al concepto de empatía.

El paso del dolor universal hacia la compasión

El descubrimiento de que nuestro dolor individual es apenas una expresión de un dolor universal, es el paso para ver en los otros rasgos de nuestro propio sufrimiento. Esto es, ver en lo externo como no se afirma un «no-yo» sino «otra vez yo»; es conectar con un padecimiento universal y lograr sostener una sensibilidad por todos aquellos seres vivos de la naturaleza.

Unidos metafísicamente por la voluntad de vivir y atados a los deseos ciegos de la naturaleza, esa es parte de nuestra condición trágica. La comprensión del sufrimiento de la existencia lleva a la compasión y de allí nace la empatía; el descubrimiento del lazo metafísico, según Schopenhauer, que nos une.

La naturaleza es ciega y brutal, una manifestación directa de la Voluntad, que nos conduce a ese continuo deseo de saciedad. Aquel que comprenda eso, descubrirá en todos los demás esa continua lucha por la vida; e incluso observará con respeto la vida, incluido la vida animal.

La naturaleza es un gran escenario, donde germinan constantemente la subsistencia, la lucha, el placer y el sufrimiento; los animales son desde el punto de vista de la filosofía de Schopenhauer tan valiosos como el hombre, dolientes del pecado original de la existencia. Son la expresión directa de la naturaleza, de la Voluntad de vivir y con ello están desde el punto de vista ético y metafísico a la misma altura existencial del hombre.

El deber de todo aquel que ha llegado a una comprensión más elevada de la vida, de las dificultades que lleva en su seno, es apropiarse de la identidad que nos une, debe sentir compasión por la vida animal; aun cuando esta no muestre rasgos de inteligencia consciente o moral.

Si bien el hombre por su mero deseo «ingenuo» no podrá evitar el dolor de la vida, al menos debe dentro de sus posibilidades intentar causar el menor dolor posible en el mundo. En este punto de vista nace la definición de bondad o maldad. No se trata de ser «puros santos de piedad» sino que, a lo largo de nuestra vida, llena de errores y violencia, debemos respetar el dolor ajeno, infligirlo solo en caso de necesidad e incluso evitar causarlo dentro de nuestra posibilidad.

Los animales en la filosofía de Schopenhauer

Schopenhauer fue unos de los primeros contemporáneos en defender los derechos de los animales; en una época donde tal posición solo podía ser vista con cierta incredulidad. Es bien sabido que en múltiples ocasiones el filósofo bromeaba entre líneas sobre la preferencia de la compañía animal frente a la humana. Desde su época se convirtió en un defensor de los derechos de los animales, conociendo las noticias y las sociedades que abogaban desde el siglo XIX por los derechos contra la crueldad en los tratos hacia los mismos.

Con todo, también en Europa despierta cada vez más el sentido para los derechos de los animales, a medida que se desvanecen y desaparecen poco a poco los extraños conceptos de un mundo animal venido a la existencia sólo para el uso y deleite del hombre, conceptos a resultas de los cuales se trata a los animales como cosas. Pues ellos son la fuente del brutal y desconsiderado trato a los animales en Europa; y ya en el segundo volumen de los Parerga, § 177, he demostrado su origen en el Antiguo Testamento. Sea, pues, dicho en honor de los ingleses, que entre ellos por primera vez la ley ha tomado seriamente a los animales bajo su protección contra el trato cruel; y el malvado tiene que expiar el haber cometido un delito contra los animales, aunque le pertenezcan. E incluso, no contentos con esto, en Londres existe una sociedad para la protección de los animales voluntariamente constituida, la Society for the Prevention of Cruelty to Animals que, con medios privados y con significativas inversiones, hace mucho para trabajar contra el tormento de los animales. Sus emisarios acechan ocultos para luego presentarse como denunciantes de los tormentos a seres sensibles sin lenguaje, y en todas partes es de temer su presencia. (Schopenhauer, 2002, p. 268).

En este tipo de reflexión podemos ver su empatía y sus elementos iniciales de lo que podemos llamar unos rasgos de un pensamiento animalista en el filósofo. De aquí se extrae que su amor por los animales se expresó tanto en textos como en su vida cotidiana; por momentos se atrevía a bromear que prefería la compañía animal frente la de su misma especie. Su lucidez y su sensibilidad frente al los dolores del mundo, le llevó a ver en los animales como seres también afligidos por las exigencias de la vida. La comprensión de una totalidad, de una gran unidad frente al mundo; como seres vivos, le permitió lograr una sensibilidad por la vida, la existencia y la dignidad de todas las criaturas vivientes.

La compasión es el resultado de una lucidez interior, de que ya no hay una diferencia, al menos ontológica, entre las angustias de todos los seres vivos; atrapados en el impulso ciego de la Voluntad.

El amor animal es más que ver en las otras especies el mismo dolor ontológico que afecta al hombre; las mismas dificultades y ansias por subsistir en la carrera ciega de la vida. La compasión es el resultado de una lucidez interior, de que ya no hay una diferencia, al menos ontológica, entre las angustias de todos los seres vivos; atrapados en el impulso ciego de la Voluntad.

Pero a todo esto añade Schopenhauer una confirmación muy especial, diríamos que, hasta revolucionaria, y que seguramente sería muy bien acogida por cualquier pensamiento ecológico actual: la compasión se acredita como el auténtico móvil moral en la medida en que garantiza la protección a los animales. Aquí Schopenhauer no ahorra tinta en descalificar la brutal e indignante mentalidad que impera en Occidente y que trata a los animales como simples cosas. (Schopenhauer, 2002, Introducción de Pilar López de Santa María)

Desde el punto de vista filosófico los animales son dolientes, tienen un conocimiento intuitivo e incluso tienen una relación más directa con la voluntad de vivir, son seres vivos que comprenden de forma instintiva el valor de la vida; y al igual que nosotros son esclavos de la voluntad. Todos somos hijos de esa fuerza despiadada que es la voluntad de vivir, de esos desconsuelos que nos causan la lucha por la existencia. Se puede afirmar que Schopenhauer fue un revolucionario es este aspecto, en la defensa y la dignidad de los animales; como seres que están a la misma altura ontológica que los hombres.

Referencias

Claros, L. F. M. (2015). Schopenhauer: El reconocimiento de lo irracional como la fuerza dominante del universo. España: RBA.

Mann, T. (2000). Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Madrid: Alianza Editorial.

Schopenhauer. (2002). Los dos problemas fundamentales de la Ética. Madrid Siglo XXI Editores.

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