Han pasado más de treinta años desde que aconteciera la caída del Muro de Berlín, hito que marcó un antes y un después, como una especie de cicatriz que divide en forma invisible la flecha vectorial del tiempo y de la historia.
Parecería que el capitalismo vencedor de la desgastante Guerra Fría fuera la alternativa única y eficaz para la articulación de las relaciones de producción y consumo. Sin embargo, tanto el panorama contemporáneo como el futuro inmediato se revelan desafiantes para un sistema socioeconómico de libre mercado infectado por sus propias contradicciones incurables. Apenas el 12.2 % de la población mundial de adultos acapara el 85 % de la riqueza global, mientras que el restante 87.8 % de la civilización tiene que apañárselas con un exiguo 15 % (Davies et al, 2021, p.17).
La pobreza y el cambio climático obligarán a la humanidad a transformar de forma acelerada patrones de producción, distribución y consumo. Un total de 1.300 millones de personas vive en situación de pobreza multidimensional[1] aguda y la mitad de ellas (cerca de 644 millones) son menores de 18 años. Uno de cada tres niños sufre pobreza multidimensional, frente a uno de cada seis adultos. El 8,2 % de las personas en situación de pobreza multidimensional (105 millones) tiene 60 años o más.
Gráfico 1. Distribución global de la riqueza
El Informe Planeta Vivo 2020 (2020, pp. 4-5) del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) nos advierte que la destrucción de la naturaleza está teniendo impactos catastróficos, no solo en las poblaciones de fauna y flora salvajes, sino también en la salud humana y demás aspectos de nuestras vidas cotidianas.
Acaso el principal factor que ha apuntalado al capitalismo hasta nuestros días sea su capacidad para ejercer una hegemonía cultural que manipula la opinión pública. La cultura del consumismo y la meritocracia es absorbida por las neuronas como una esponja que se empapa de blando e imperceptible adoctrinamiento desde que nuestra consciencia despierta a la realidad.
Ese vinagre ideológico nos induce a suponer erróneamente que el ser humano es egoísta por naturaleza, como si esa hipótesis tuviera la validez de una ley de la física o de un teorema matemático. Mas sucede que la idea sobre una naturaleza egoísta no proviene de la biología, sino que se encuentra emparentada con especulaciones filosóficas que han sido profusamente refutadas.
En la valiosísima obra El apoyo mutuo, del luchador e intelectual anarquista Kropotkin(2016), que examina las relaciones de cooperación en diferentes especies, se constata que el altruismo y la ayuda recíproca son prácticas comunes y esenciales en la naturaleza tanto animal como humana. La teoría de Margulis[2] nos enseña que los organelos de las células eucariotas, como las mitocondrias y los cloroplastos, se originaron a partir de células procariotas que se integraron en una relación de beneficio mutuo denominada endosimbiosis, cuando la célula procariota con capacidad para respirar oxígeno o procesar energía solar compartió esas ventajas con la hospedante eucariota y esta, a un mismo tiempo, le ofreció un medio estable y rico en nutrientes a la primera.
¿Qué serían los tejidos y órganos sino la expresión más evidente de la cooperación entre células? Aunque no nos percatemos de ello, el lenguaje es una respuesta evolutiva que surgió por y para la cooperación. Nos comunicamos porque necesitamos la ayuda de otros para lograr nuestros fines. El trabajo coordinado mediante el intercambio de sonidos y gestos permite que manadas de leones, aves organizadas en bandadas y grupos de primates coordinen los esfuerzos de búsqueda de alimento.
Si nos guiáramos exclusivamente por lo biológico y obviáramos la influencia de otros factores psicosociales en el comportamiento humano, tendríamos que asumir a priori que la especie humana es esencialmente cooperativa. La visión reduccionista e ideológicamente procapitalista del darwinismo social[3] ha sido derrotada por la ciencia.
El capitalismo ha devenido para muchos en una especie de culto religioso politeísta cuya deidad tutelar sería la musa de la meritocracia posmodernista. Se les inocula a los individuos la presunción de que los explotados lograrán escapar de la pobreza si saben aprovechar sus capacidades individuales. El sentido de la vida para el ciudadano empobrecido gira de tal forma en torno a salir vencedor en el escenario competitivo de lo cotidiano. Los medios de comunicación alimentan la imaginación de quienes se ilusionan con el american way of life, injertando en sus cerebros la fantasía de que el trabajo duro y el talento innato los convertirá en millonarios, en estrellas del espectáculo o en dueños de un pequeño negocio.
El sentido de la vida para el ciudadano empobrecido gira de tal forma en torno a salir vencedor en el escenario competitivo de lo cotidiano.
Pero la cruda realidad que impone el sistema de comercio mundial injusto, que mantiene en el subdesarrollo a las naciones periféricas, nos muestra que la mayoría de quienes nacen pobres seguirán siendo pobres por mucho que suden; y que la mayor parte de los ricos seguirán siendo ricos, aunque no se esfuercen.
Basta observar lo que ocurre en los países de América Latina y el Caribe, caracterizados por la amplitud de disparidades socioeconómicas históricas que se han arraigado profundamente, la permanencia de patrones inoperantes para la distribución de la riqueza y la ampliamente extendida cultura del privilegio, todo lo cual se traduce en la presencia de brechas estructurales casi imposibles de mitigar.
Mientras que el porcentaje de empleos vulnerables se sitúa entre el 8 y el 11% en los países de ingreso alto, en América Latina y el Caribe se ubica entre el 32 y el 33%. En América Latina y el Caribe la participación de las personas asalariadas en el ingreso es de 33,7% en promedio, cuando en los países de la OCDE es de 62,6% en promedio(2020, pp.38, 41). Acaso la humanidad termine más temprano que tarde descubriendo la falibilidad de esas creencias irracionales y destructivas, y el fanatismo de hoy sea visto por las próximas generaciones como una forma de mitología socioeconómica primitiva y violenta.
Para analizar la permanencia del capitalismo como modelo imperante, también es necesario comprender que muchos de los movimientos de izquierda que lograron conquistar el poder político en el siglo XX cometieron el error de apostar por una estructura empresarial estatal que no satisfizo eficazmente las necesidades de los pueblos.
Lo que entendemos por izquierda es un conjunto heterogéneo de organizaciones políticas que comparten una noción de progreso humano que se opone a la injusticia social. En el gran conglomerado de la izquierda confluyen desde reformistas que aspiran a mejorar el desempeño del capitalismo para aligerar su carácter expoliador, hasta revolucionarios de vanguardia que pretenden construir una nueva sociedad libre de explotación. Más allá de clasificaciones y subdivisiones, el gran conflicto de los movimientos de izquierda reside en que no han logrado articular un consenso en cuanto al modelo empresarial que deberá servir de sustento tanto a la economía de transición como al futuro poscapitalista.
El Estado de bienestar exhibe en la primera mitad del siglo XXI un rostro raído por el zarpazo del neoliberalismo, que lo ha despojado de su otrora funcionalidad.
El alto nivel de vida alcanzado por los países escandinavos constituye la fórmula de prestigio que apuntala al pensamiento político socialdemócrata. El carácter reformista de la socialdemocracia se basa en la intervención del aparato estatal en los procesos de redistribución, a través de una política de impuestos progresivos que permite financiar una red de asistencia social denominada Estado de bienestar, pero sin transformar el esquema de producción de las empresas privadas. Por ende, la socialdemocracia no propone una solución al conflicto que crea la injusta apropiación en pocas manos de la riqueza resultante del trabajo colectivo, que es el esquema de acumulación de capital y de crecimiento productivo que caracteriza a la empresa privada.
Al mantener intacto el proceso de acumulación de capital para beneficio de los dueños de los medios de producción, la propuesta capitalista socialdemócrata está permeada por una desigualdad endógena que se pudiera aliviar mediante la imposición de altos impuestos a los más privilegiados, pero que nunca conseguirá controlar el despilfarro de recursos causado por los patrones de consumismo de los ricos. El Estado de bienestar exhibe en la primera mitad del siglo XXI un rostro raído por el zarpazo del neoliberalismo, que lo ha despojado de su otrora funcionalidad.
Si nuestro planeta dispusiera de recursos inagotables, el crecimiento exponencial de la demanda de mercancías y servicios no representaría peligro alguno para la estabilidad a largo plazo del sistema capitalista a la manera socialdemócrata, y su propuesta podría ser «exportada» como solución cuasi mágica a los países en vías de desarrollo. Pero las previsiones de los científicos nos advierten que los modos de vida y consumo actuales crean una presión descomunal sobre los ecosistemas y el futuro mismo de la humanidad, por lo que resultaría insostenible la aplicación en países pobres de un patrón desarrollista basado en los niveles de producción y consumo que caracterizan a las naciones escandinavas. Por otro lado, el escenario político de las naciones tercermundistas está dominado por las élites burguesas cuya proyección ideológica derechista obstaculiza cualquier reforma tributaria que pretenda aumentar la recaudación de impuestos imprescindible para el financiamiento de programas de asistencia social. Tómese en cuenta la feroz oposición política que tuvieron que enfrentar los gobiernos de izquierda electos mediante sufragio, como el de Lula-Rousseff en Brasil, el Rafel Correa en Ecuador o el movimiento peronista encabezado por los Kirchner en Argentina.
El papel de las pymes[4] privadas está muy sobrevalorado. Si bien es cierto que las pymes privadas constituyen el 99% del empresariado tanto en Europa como en Latinoamérica, eso se debe a que el sistema socioeconómico imperante privilegia la formación de firmas privadas en detrimento de las empresas gestionadas democráticamente por los trabajadores. En el caso de la región latinoamericana, se debe señalar que el 88% de las pymes pertenecen al segmento de las microempresas, conocido como mipymes.
Gráfico 2. Distribución de las empresas según su tamaño en 2016
Como lo demuestra el informe de la Cepal de 2020 sobre las mipymes latinoamericanas (Citado por Dini y Stumpo, pp. 481-482), estas formas empresariales todavía continúan al margen de los mercados más dinámicos y su contribución a las exportaciones sigue siendo en extremo limitada. A pesar de ser un componente fundamental del tejido empresarial en América Latina y de embeber el 61% del empleo formal, las mipymes solamente aportan el 25% de la producción. Este reducido aporte a la producción, en comparación con la cantidad de fuerza de trabajo que absorben, determina diferenciales de productividad muy elevados respecto a las grandes empresas.
Las mipymes en Latinoamérica se ven afectadas por la baja calificación del capital humano, la limitada tasa de innovación, la escasa propensión a la colaboración y el limitado nivel de encadenamiento productivo, el escaso nivel de desarrollo alcanzado por el mercado del crédito para empresas de menor tamaño y la lenta incorporación de tecnologías más avanzadas.
En el contexto latinoamericano, como promedio, la productividad de las microempresas equivale a apenas el 6% de la de las grandes empresas; en el caso de las pequeñas empresas es un 23% y en el de las medianas un 46%, brechas mucho más altas que las registradas en la Unión Europea, donde la relación entre la productividad alcanza el 42% en el caso de las microempresas, el 58% para las pequeñas y el 76% para las medianas. Las mipymes en Latinoamérica se ven afectadas por la baja calificación del capital humano, la limitada tasa de innovación, la escasa propensión a la colaboración y el limitado nivel de encadenamiento productivo, el escaso nivel de desarrollo alcanzado por el mercado del crédito para empresas de menor tamaño y la lenta incorporación de tecnologías más avanzadas.
Aquellos líderes y pensadores de izquierda que aún defienden el fomento de las pymes privadas como mecanismo para combatir la pobreza, deberán asumir la dura verdad de que ni siquiera el experimento del otorgamiento de microcréditos ha podido sacar a los pequeños emprendedores del atolladero. La lógica subyacente en la política de fomento del microcrédito se basa en que resulta más conveniente para un gobierno ofrecer préstamos, dado que el dinero del empréstito implica una devolución que cubrirá su propio costo y lo convierte en una acción financiera sostenible a largo plazo, mientras que las subvenciones suponen una erogación de dinero sin retorno.
Bajo ese esquema de funcionamiento surgieron proyectos como el de la Fundación Grameen, conocido como el Banco de los Pobres, que fuera prestigiado con el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, las investigaciones que han analizado clientes de microcréditos estándar a lo largo de un período corto no encontraron datos empíricos de mejoras en el ingreso o el consumo de los hogares (Rosenberg, 2010, p.1).
Los estudios de David Roodman, investigador del Center for Global Development, aseguran que los programas de microfinanzas, salvo excepciones, han sido un fracaso en todo el mundo porque no terminan con la pobreza y raramente transforman las vidas de los emprendedores pobres, dado que muy pocos logran escalar al nivel de prosperidad de la clase media (Roodman , 2012).
Los que pretenden impulsar el desarrollo con una variante de capitalismo atenuado, se escudan en la influencia de la corrupción para justificar las brechas económicas que surgen entre ricos y pobres. Sería interesante dilucidar cómo el liberalismo reformista logrará un capitalismo próspero a la manera escandinava en países de Latinoamérica, África y Asia, en los que desde los tiempos coloniales campea la corrupción como una enfermedad endémica.
Los ciudadanos de China y Vietnam han tenido que padecer los dolores de una onerosa explotación laboral para llevar adelante los proyectos desarrollistas de las élites políticas y, a pesar de sus notables avances socioeconómicos, cabe señalar que aún persisten en ambas naciones la desigualdad y la pobreza, escarchadas de altos niveles de contaminación ambiental y de autoritarismo político.
La estrategia tradicional que han implementado las organizaciones comunistas cuando han alcanzado el poder político, se ha decantado hacia la nacionalización de empresas privadas para la conformación de conglomerados gestionados por profesionales y técnicos designados por los líderes políticos. Hasta la desaparición del Bloque del Este existió un consenso sobre la construcción de una economía socialista, que apostaba por el fomento de empresas estatales en todas las ramas de la producción y de los servicios. La experiencia práctica demostró que ese modelo de monopolismo de estado no logró superar los niveles de consumo y bienestar que le aporta el capitalismo a la clase media de las naciones industrializadas. El daño antropológico que el modelo soviético ha provocado tiene dimensiones incalculables porque aún persiste en muchos intelectuales, líderes obreros y revolucionarios de izquierda el sesgo de que la empresa estatal es por antonomasia la forma empresarial que debe sustentar una economía socialista.
Ni siquiera el modelo económico de la desaparecida Yugoslavia, basado en empresas estatales autogestionarias, logró sostenerse a largo plazo. Existe una versión romántica entre ciertos sectores de la izquierda que asocia la desaparición del socialismo yugoslavo con el bombardeo imperialista de la OTAN. La realidad dista mucho de las visiones edulcoradas. Los ocupados en la empresa estatal autogestionaria laboraban en condiciones de trabajador-usufructuario que, si bien les permitían hacer uso de medios de producción para crear riqueza, propiciaban a su vez la enajenación que siente el obrero en una empresa estatal que es de todo el pueblo, pero no es de nadie. El consejo obrero de las empresas autogestionarias actuaba como una estructura para la intermediación entre la masa de trabajadores y el órgano de administración. Desde sus inicios, quizá como herencia del socialismo administrativo soviético, el director era nombrado por vía de autoridad por una comisión de miembros de la localidad y del sindicato. Ese mecanismo de designación de cargos fue flexibilizado durante algunos años para que los consejos obreros intervinieran en la determinación de los representantes del órgano de administración, pero luego la tendencia se revirtió y se excluyó a los trabajadores de la participación en ese proceso de elección(Lluis y Navas , 1977, pp.16, 22).
La burocracia yugoslava no entregó el poder sobre la economía a los trabajadores sino a élites empresariales. La autogestión se interpretó, principalmente, como la libertad de los trabajadores en una sola empresa para tomar sus propias decisiones comerciales y maximizar los ingresos, con independencia de las implicaciones sociales más amplias de su actividad. Aunque los trabajadores se animaron a alzar la voz contra los privilegios de la dirección y exigir la redistribución de la renta en momentos de crecientes desigualdades sociales e inseguridad en el mercado, cuando ocurrían dichas crisis las fábricas y sus productos eran vistos como pertenecientes a la sociedad en su conjunto, más que a un solo colectivo de trabajo.
El 70% de las empresas de Serbia se adentraron en 1994 en un proceso de privatización. Como sucedió en otros países de Europa del Este, el gobierno serbio procedió a entregar a cada ciudadano una pequeña parte del capital social en forma de acciones que se podían negociar en la bolsa de valores. Aunque muchos trabajadores aprovecharon esta oportunidad para convertirse en accionistas de sus fábricas, los principales beneficiarios de este método no fueron los trabajadores ordinarios, sino los directivos de las empresas y otros inversores que estaban en condiciones de amasar mayores sumas de dinero mediante la corrupción y el desvío de recursos.
La desintegración del país y las posteriores sanciones económicas internacionales causaron ingentes estragos. Entre 1989 y 1993 el PIB total se redujo en un 40%, mientras que la producción industrial se redujo en un asombroso 65%. La renta per cápita total pasó de 3.240 USD en 1989 a 1.390 USD en 1993, lo cual significó para la gran mayoría de los trabajadores aprender a vivir en un escenario de constante lucha por la supervivencia (Musić, 2014, 375-377).
Para construir una sociedad que supere las contradicciones del capitalismo y quebrar la hegemonía cultural que responde a los intereses de las élites burguesas, la izquierda deberá redefinir sus propuestas ante una derecha que se muestra cohesionada como un monolito en torno a la presunción de que la empresa privada es la varita mágica para conformar una economía próspera.
Las personas con pensamiento político de derecha toleran los consorcios estatales, las cooperativas, las empresas propiedad de los empleados[5], las comunitarias, los kibutz, las mutuales y demás, pero siempre privilegian las formas de emprendimiento privado. Sin embargo, la izquierda está muy dividida en cuanto a la estrategia para lograr un desarrollo económico que permita a su vez el empoderamiento de la clase obrera. Los movimientos de izquierda aún no han decidido por consenso cuál estructura empresarial deberá prevalecer en un escenario productivo de carácter socialista. El consenso que hubo en el pasado apostó por la empresa estatal, pero la estrategia fracasó estrepitosamente. Ese debate ideológico debilita a las organizaciones de izquierda y fortalece de manera notable a los ideólogos de derecha, quienes saben a la perfección que una economía estructurada en el predominio de la empresa estatal se traducirá en un naufragio.
Referencias
Bibby, A. (2006). Una apuesta personal. Por qué las empresas propiedad de trabajadores dan más que un beneficio. Revista Trabajo, núm. 56, abril 2006.
Davies, J., Lluberas, R., y Shorrocks, A. (2021). Global wealth report 2021. Credit Suisse Research Institute, pág. 17.
Dini, M. y Stumpo, G. (coords.) (2020). Mipymes en América Latina: un frágil desempeño y nuevos desafíos para las políticas de fomento. Documentos de Proyectos (LC/TS.2018/75/ Rev.1), Santiago, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), págs. 481 y 482.
Gaudin, Y. y Pareyón, R. (2020). Brechas estructurales en América Latina y el Caribe: una perspectiva conceptual-metodológica, Documentos de Proyectos (LC/TS.2020/139; LC/MEX/TS.2020/36), Ciudad de México, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), págs. 38 y 41.
Kropotkin, P. (2016). El apoyo mutuo: un factor de evolución. Logroño, España, Pepitas de calabaza.
Lluis y Navas, J. (1977). La cooperación clásica y el socialismo autogestionario yugoslavo. Análisis de sus analogías y diferencias. Revista Estudios Cooperativos, núm. 41, enero-abril, Asociación de Estudios Cooperativos, España, págs. 16-22.
Margulis. Caula, Sabina y Caula, Sandra (2021). Más Margulis, menos Darwin. The New York Times, [en línea] 18 de julio de 2021. Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2021/07/18/espanol/opinion/pandemiacooperacion.html
Musić, G. (2014). Serbia’s protracted transition under state-led and neoliberal models of capitalist development (1988-2008). METU Studies in Development, núm. 41, diciembre, Ankara, págs. 375-377.
Roodman, D. (2012). Think Again: Microfinance. Foreign policy. The Foreign Policy Group, Washington DC., [en línea] 1 febrero 2012. Disponible en: https://foreignpolicy.com/2012/02/01/think-again-microfinance/
Rosenberg, R. (2010). ¿El microcrédito ayuda realmente a los pobres? Enfoques. CGAP, Washington DC., núm. 59, enero, pág. 1.
WWF (2020). Informe Planeta Vivo 2020: Revertir la curva de la pérdida de biodiversidad. Resumen. Almond, R.E.A., Grooten M. y Petersen, T. (Eds). WWF, Gland, Suiza, págs. 4 y 5.
Notas
[1] El Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) fue concebido para medir la pobreza mediante un conjunto de diez indicadores englobados en tres dimensiones con idéntica ponderación: salud, educación y nivel de vida. Al identificar tanto quién es pobre como en qué aspectos lo es, el IPM global complementa la tasa de pobreza extrema de 1,90 dólares de los Estados Unidos al día. En 2010, la Oxford Poverty and Human Development Initiative de la Universidad de Oxford y la Oficina del Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo publicaron por primera vez el IPM global. Este índice se actualiza anualmente para incorporar nuevas encuestas publicadas y compartir análisis recientes. En el IPM global se considera que las personas están en situación de pobreza multidimensional si sufren privaciones en la tercera parte o más de los siguientes diez indicadores: nutrición, mortalidad de niños menores de 5 años, años de escolaridad, asistencia a la escuela, combustible para cocinar, saneamiento, agua potable, electricidad, vivienda y activos. Los datos sobre pobreza multidimensional que se citan en el presente artículo fueron extraídos de Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y Oxford Poverty and Human Development Initiative.: Índice de Pobreza Multidimensional Global 2021. Desvelar las disparidades de etnia, casta y género. 2021, pág. 5.
[2] La bióloga estadounidense Lynn Margulis propuso la teoría de la endosimbiosis que explica el surgimiento de la célula eucariota por asimilación simbiótica de bacterias con habilidades para la respiración aeróbica y la fotosíntesis. Las ideas de Margulis tuvieron que sortear muchos obstáculos para ser aceptadas por la comunidad científica de su tiempo, ya que sus trabajos suponían un cambio de visión sobre la evolución de los seres vivos al destruir la suposición de que solo sobrevive el más fuerte o el más apto. La cooperación es un aspecto esencial y un motor impulsor de la evolución. Los adelantos en biología molecular y la secuenciación del ADN probaron la validez de la hipótesis de Margulis. Caula, Sabina y Caula, Sandra: Más Margulis, menos Darwin. The New York Times, [en línea] 18 de julio de 2021. Disponible en:
https://www.nytimes.com/es/2021/07/18/espanol/opinion/pandemiacooperacion.html
[3] Aunque la categoría «darwinismo social»” nos remite irremediablemente al nombre del principal gestor de la teoría de la evolución, es menester aclarar que Darwin no formuló esa hipótesis. El origen del «“darwinismo social»” se vincula con las elucubraciones del filósofo y naturalista Herbert Spencer.
[4] El acrónimo lexicalizado pyme (también escrito PyME o PME) se refiere a las pequeñas y medianas empresas según las dimensiones en cuanto a cantidad de trabajadores y recursos financieros prefijados por los Estados. Aunque frecuentemente se emplea el concepto de pyme para aludir a las empresas privadas de menor tamaño, dicho término no guarda relación directa con la cuestión de la posesión de los medios de producción. Una pyme puede ser privada, estatal, cooperativa o comunitaria.
[5] La empresa propiedad de los empleados es una forma especial de la sociedad anónima cuyos accionistas mayoritarios son los propios trabajadores que en ella laboran mediante un reparto equitativo de las acciones (Bibby, 2006).